Viaje al califato Kadirov: la islamización de la nueva Chechenia de posguerra

Su capital, Grozny, fue reconstruida y casi no hay huellas de la sangrienta guerra civil. Aunque los independentistas fueron derrotados, el presidente gobierna con puño de hierro e impone su conservadurismo religioso con total autonomía de Moscú

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Grozny, capital de la República de Chechenia, parte integrante de la Federación rusa. Hoy es un día de fiesta en esta ciudad para una pareja de recién casados en uno de sus cientos de restaurantes de estilo oriental, levantados, como la urbe completa, tras las dos guerras por la independencia que sumieron a esta República en la destrucción más absoluta.

Es el momento del baile de los recién casados, la música tradicional chechena suena mientras los novios bailan y los invitados aplauden rítmicamente, pero, de repente, para la música y el personal del restaurante advierte a la novia: "No puede bailar así, Ramzán Kadirov no permite bailar sin pañuelo".

Con casi 10 años al mando de esta república caucásica, Ramzán Kadirov fue elegido por primera vez en elecciones el pasado 18 de septiembre. Hasta entonces se había mantenido en el poder por expreso deseo del presidente ruso, Vladimir Putin.

A sus 39 años, Kadirov logró una victoria sorprendente a ojos extranjeros: el 99,48% de los chechenos votaron por él.

Grozny, la capital chechena, fue totalmente reconstruida.
Grozny, la capital chechena, fue totalmente reconstruida.

Así, Kadirov tiene ahora, sobre el papel, total legitimidad para continuar la senda llevada a cabo durante esta última década, una islamización profunda que contradice frontalmente las leyes y la constitución de la Federación Rusa.

En este sendero encontramos la implantación del islamismo más conservador, y ya resulta muy difícil encontrar alcohol o cigarrillos cualquier rincón de esta república. De hecho, muchos jóvenes chechenos viajan a la vecina Daguestán para pasar un fin de semana en un ambiente más "liberal".

El papel de la mujer también ha retrocedido, y si bien se ven chicas sin pañuelo, son minoría y que cada vez reciben más "consejos" de los hombres, para que se vistan a la manera islámica, algo que no se había vivido con anterioridad en Chechenia.

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Estos asuntos palidecen a la hora de compararlo con la aplicación de la ley y del control real que Rusia tiene sobre este territorio. "En Chechenia, rige la ley impuesta por Ramzán Kadírov. Él es quien controla el poder ejecutivo, legislativo y judicial", asegura Marta Ter, analista del Observatorio Eurasia.

De hecho, son notorias las fricciones entre el gobierno de Kadirov y el poder central de Moscú, muy especialmente en los órganos de seguridad como el FSB, que no perdonan a Kadirov que los haya reducido a la insignificancia en su territorio.

"Kadirov es como un hermano pequeño de Putin, y siente que se le está permitido todo, no sólo en Chechenia, sino en toda Rusia", dice Alexei Malashenko, del Centro Carnegie de análisis político, en Moscú. Ello explica porque los soldados rusos viven acuartelados sin apenas salir de su zona de seguridad a las afueras de Grozny, o por qué los enemigos políticos de Kadirov son asesinados uno a uno sin que las fuerzas de seguridad rusas puedan hacer nada.

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"Ha eliminado físicamente a aquellos que podían hacerle sombra en el plano político", nos dice Marta Ter, "Los hermanos Yamadáev, otro de los clanes que gozaba del apoyo del Kremlin, fueron asesinados en 2008/2009. En el caso de Ruslán, asesinado en pleno día en Moscú, se encontraron a los supuestos asesinos, pero no al autor intelectual del asesinato. En el caso de Sulim Yamadáev, asesinado en Dubai, hubo una investigación más exhaustiva y los indicios señalaban al primo de Kadírov, Adam Delimkhanov, como sospechoso de haber cometido el asesinato. Fue puesto en la lista de buscados por la Interpol, pero al final se retiraron los cargos y Delimkhanov continúa siendo la mano derecha de Kadírov y además es diputado en la Duma por Rusia Unida (el partido de Vladimir Putin)", nos explica Ter.

Y es que la clave del poder de Kadirov es el presidente ruso, sin su visto bueno nunca habría podido mantenerse tanto tiempo en el poder. Para el inquilino del Kremlin, Kadirov es el hombre que acabó con las guerras y los atentados terroristas, y ello justifica cualquier exceso.

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"Putin es quién sostiene a Kadírov en el poder, es su «krysha» (protector)". Él lo aupó y él, con fondos públicos, es quien le ha estado financiando desde 2007 en el cargo. Ramzán ha sido, junto a su padre, Akhmad Kadírov, las dos figuras claves en el proceso de 'chechenización' del conflicto desarrollado desde el Kremlin para poder estabilizar la región y mantenerla dentro de la Federación Rusa". Explica Marta Ter.

Pero el precio de la paz y la estabilidad para Moscú es alto: dejar de controlar de facto este territorio, en el que, irónicamente, ondean las banderas rusas en cada esquina. Alexei Malashenko lo ve claro: "Kadirov ha sido clave para establecer la paz, no hay ninguna duda, el pueblo checheno ha sufrido mucho para llegar a esta paz".

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De hecho, resulta muy difícil encontrar algún checheno que esté en contra de Kadirov. Todos, incluso los que le acusan de dictador, comparten el resultado: no hay coches bomba ni aviones sobre las cabezas.

Sin duda el recuerdo de la guerra, muy vivo en estas tierras, hace que la población valore sincera y honestamente a Kadirov y a su régimen.

Shalam Shaipov, residente de Grozny, a sus 70 años recuerda las dos guerras como una pesadilla innecesaria: "Vivíamos bien, no se quien necesitaba aquella guerra, ni de dónde vino, la gente normal no teníamos ni idea de cómo comenzó la primera guerra".

De aquella guerra resulta complicado encontrar cicatrices. El gobierno checheno, financiado generosamente por Moscú, ha borrado las huellas de aquellos años, y apenas quedan en Grozny 5 edificios con señales de la batalla.

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La nueva Grozny luce majestuosa, con un estilo árabe que recuerda a los aeropuertos de los países del golfo. En ella hay varios museos de historia, pero ninguno habla sobre las guerras que enfrentaron a los chechenos y a los rusos, cuando en los 90 el sueño de una Chechenia independiente y donde mandase la sharia (ley islámica) enfrentó a chechenos y rusos, y arrastró a la región del Cáucaso ruso a una de las guerras más sangrientas que se recuerdan.

Tamara Elbuzdukaeva, directora del Museo de Historia de Chechenia, cree que los chechenos no están listos para hablar abiertamente del dolor que dejaron aquellas dos guerras: "Muchísima gente que vivió la guerra sigue viva, son eventos recientes y la gente aún siente el dolor, por eso tenemos poco material en nuestro museo. La idea es ir añadiendo más sobre este tema, pero poco a poco".

Luiza Khataueva, guía en el museo dedicado al recuerdo del padre del actual presidente, Akmad Kadirov, no ve necesario hablar de las guerras: "Nuestro museo está dedicado a mostrar cómo nuestra república ha florecido".

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Oleg Orlov, del centro "Memorial" , dedicado a los Derechos Humanos en la antigua URSS, opina que " la dictadura de Ramzan es una amenaza para Rusia, tanto o más que la amenaza integrista a la que combate el propio Kadirov en Chechenia ".

Y es que una de las críticas más duras que se le hace a Kadirov, incluso desde la prensa moscovita, es la recurrente violencia extrajudicial aplicada contra los salafistas. Algunos de estos militantes islámicos, muchos de ellos sí abiertamente calificables como "terroristas", son abatidos frecuentemente en las montañas chechenas, en episodios poco claros y siempre sin ningún tipo de posible defensa legal para los fallecidos y sus familias. Además, en Chechenia se destruyen las casas familiares de los fallecidos, culpabilizando de facto a sus familias.

Para Svetlana Gannushkina, del "Comité de asistencia cívica de Rusia", el asunto es mucho más serio, ya que "muchos de los casos han sido falsificados, muchos de estos supuestos militantes asesinados por las fuerzas especiales no lo son realmente". Según ella y también madres de jóvenes asesinados en Chechenia y en la vecina Daguestán, la mejor manera para librarse de alguien molesto o de conseguir un ascenso a costa de un delincuente común, es poner una granada en el maletero de la persona en cuestión, lo que justificaría su ejecución posterior en un supuesto tiroteo.

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