La relación histórica entre política y literatura, en una nueva novela argentina

Con un constante guiño que borra la línea que separa realidad de ficción, Diego Fernández Pais publicó su segunda novela, "País", editada por Punto de Encuentro. ¿Cuál es el vínculo de los escritores con su patria? ¿Es posible analizar literariamente un país sin caer en la nostalgia o en la descripción celebratoria?

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"Al fin me encuentro / con mi destino sudamericano" dice Jorge Luis Borges en su Poema Conjetural retratando la muerte de Francisco Narciso de Laprida. Pero como todo relato literario está atravesado, consciente o inconscientemente, por una época histórica, el poema de Borges dice mucho más. "Es la viñeta con la que ilustra su definición del retorno de la barbarie", sugiere la investigadora Mónica Bueno. ¿Cuál es la relación que los escritores tienen con su patria? ¿Siempre se hallan representados por sus instituciones, por sus pares, por el contexto social contemporáneo? ¿Cómo se para un escritor frente a un escenario complejo? ¿Es posible analizar literariamente un país sin caer en la nostalgia o en la descripción celebratoria?

Diego Fernández Pais acaba de publicar su segunda novela –la primera: El neorromanticismo (Alción, 2012)- editada por Punto de Encuentro. De entrada, su título es llamativo. País, como el segundo apellido del autor. Este pequeño detalle que entrecruza la ficción con la realidad se va a volver clave para entender el libro. Allí, aparecen los citados versos de Borges en un breve apartado, como quien menciona algo pasar pero que al fin y al cabo son la definición del intelectual argentino: las luces de la erudición no revocan el origen.

La historia empieza con un episodio confuso, que podría catalogarse como violencia de género, en el que en medio de una pelea por celos, el protagonista le tira una cachetada a su novia. Absorbido por la desesperante separación y con una amenaza por parte de la familia de la chica para que nunca más se le acerque, decide largarse a España y esperar a que las cosas se calmen. Se instala en Barcelona para hacer un Master en Creación Literaria. Allí comienza a desarrollarse la historia de un literato que, mientras sale de noche, consume algunas drogas y se acuesta con mujeres, elabora diversas hipótesis sobre el estado de la literatura argentina en comparación con la española y cómo esto modifica las formas de pensar al país. Mediante diálogos, pensamientos en voz alta y trabajos monográficos universitarios expresa las disyuntivas.

"La Argentina en realidad no es un país con nombre de nena, sino un infierno con nombre de paraíso"

"Borges plantea que la literatura argentina puede definirse, sin riesgo a equivocarse, como un querer apartarse de la literatura española", dice por un lado, y por otro: "El conservadurismo español es monárquico, medieval y está más bien en contra de la libertad, mientras que el argentino es republicano, moderno, y, al igual que el norteamericano o el catalán, se funda en la libertad de mercado". "La Argentina en realidad no es un país con nombre de nena, sino un infierno con nombre de paraíso", sentencia en otra parte. "La Argentina, aparte de una llanura de chistes, es un país cuyas instituciones son ficciones porque precisamente fueron concebidas por escritores", se lee después.

A diferencia de novelas como Workaholic, o la rebelión de los mediocres de Natalia Gauna o La Piel de Juan Terranova o Recuerdos de Córdoba de Flavio LoPresti, por citar ejemplos, Fernández Pais se lanza a narrarse a sí mismo develando ya el artificio del alter-ego, con un personaje que tiene su mismo nombre y sus mismas y exactas características. ¿Cómo narrarse sin caer en una obvia idealización? ¿A qué se debe la decisión estética de contar una sucesión de hechos más parecidos al género del diario íntimo que a la de la novela? En una sociedad atravesada por las redes sociales, el consiguiente individualismo ciudadano y la autoreferencia, parece lógico. Pero no siempre el personaje puede alcanzar la potencia de jugar con esa ambigüedad -Luz Marus en La Amante de Stalin lo ha intentado pero con menos suerte- y salir victorioso.

"País, se llama País, es decir soy yo con acento, y el acento vendría a simbolizar la mentira, la ficción"

Luego, en la segunda parte de la novela, la erudición se introduce en lo cotidiano y todas las reflexiones sesudas sobre política y literatura bajan a ser temas recurrentes entre comentarios de Facebook y charlas por Skype. Entonces la situación se vuelve más intensa y dicharachera. Quizás sea éste el momento menos consistente de la novela ya que la narración parece concebida para un público empapado de cierta literatura actual e interesado en conocer los chismes del mundillo literario local. Pero lo que se asoma allí también, como la aleta de un tiburón, es el gran borrón de la línea que separa lo que sucede dentro y fuera de la ficción. "País, se llama País, es decir soy yo con acento, y el acento vendría a simbolizar la mentira, la ficción", le dice el personaje central a Mélanie contándole de qué se trata la novela que escribe. Y luego agrega, para simular el artificio: "Todo está exagerado; sería imposible que me sucediera todo eso".

Este autor, nacido en 1987, se lanza a una apuesta más que interesante -muchas veces intentada, pocas veces lograda- de salirse del libro y volver a entrar como si nada hubiese pasado. Con una narración en tercera persona que por momentos gira brevemente para pasar a una primera, la historia se desenvuelve generando una trama concreta, que por momentos divaga, pero que nunca pierde de vista el sendero trazado: un personaje que, desde España, piensa las relaciones entre política y literatura. "¿Ah, o sea que ahora estamos metidos adentro de un capítulo de tu novela?", le pregunta Xixi en una charla de Skype.

El micromundo literario de escritores, periodistas y editores que relata "País" puede ser visto como la farándula argentina

Cuando murió Ricardo Fort se produjo una especie de disrupción en la narrativa mediática. Todos esos personajes del espectáculo que se mueven en la televisión, en los programas de chimentos, en las revistas y paparazzi son seres ficcionales que responden a cierta narración de la farándula. La muerte de Fort –como todas las muertes inesperadas- puso de manifiesto que la ficción y la realidad son dos carriles de una misma autopista. "Yo quiero que la literatura sea mi vida, o que mi vida sea la literatura... quiero difuminar la frontera que las separa", dice el personaje de País explicitando el objetivo del autor, que es el personaje, o el personaje que es el autor. El micromundo literario de escritores, periodistas y editores que se relata puede ser visto como la farándula argentina –con un poco más de vuelo intelectual, quizás- porque los debates y las chicanas que allí se generan pasan a ser una ficción a la cual, quienes tenemos ese interés, observamos con paciencia y despreocupación. ¿Es verdad todo lo que se narra en País respecto de esos escritores actuales que se disputan la hegemonía estética? ¿Es verdad que Diego Fernández Pais (el autor) consume ketamina y tiene largas maratones sexuales? ¿Es verdad que Ricardo Fort siempre fue gay, incluso antes de mostrarse con novias como Virginia Gallardo? Como en toda narración literaria, ya no importa qué es lo real y cuál es su artificio. Lo que importa es disfrutarlo.

Sobre el final –es preciso evitar el spoiler-, la narración toma el vuelo que Michel Houllebecq realizó en El Mapa y el Territorio donde reduce a un personaje de la novela a la explicitación de que es el mismo narrador llevándolo a las últimas consecuencias: la finita existencia humana. En la realidad, las cosas y las personas desaparecen, en cambio en la ficción –al fin y al cabo la literatura es una de las formas que adquiere la trascendencia- la vida dura más que una vida, dura para siempre. Por eso es que, sentencia Fernández Pais, hay cosas que "todavía estamos dispuestos a tolerar en la vida pero no ya en la literatura".