Que un joven con escasos estudios pudiera dar a conocer datos clasificados de los servicios de espionaje de los EEUU y generar un escándalo que afecte la credibilidad de su gobierno parecía, hasta hace poco, un argumento incluso pretencioso para las historias que disfruta elaborar la industria cinematográfica hollywoodense. En 2013, Edward Snowden lo hizo realidad.
Sin que alguien lo haya podido prever, el hombre, entonces de 29 años, filtró a dos publicaciones (The Washington Post y The Guardian) detalles de programas utilizados por dependencias del gobierno estadounidense para tener accesos a llamados telefónicos y correos electrónicos de ciudadanos de ese país. Más tarde se conoció que el alcance excedía las propias fronteras.
No fue su preparación académica (apenas finalizó la secundaria de manera atrasada), sino sus habilidades en la programación lo que le valieron a Snowden sus empleos para el Estado. Primero fue ayudante técnico de la CIA y posteriormente, a través de empresas de subcontratación (Booz Allen Hamilton), trabajó para la Agencia Nacional de Inteligencia (NSA, por sus siglas en inglés).
Los medios que publicaron sus reportes se cuidaron por aquellos días de reservarse la identidad de su fuente. Pero el propio Snowden se dio a conocer en público. La razón: estaba convencido de que no había hecho nada malo. "Soy solo otro tipo que se sienta todos los días en la oficina, viendo que está pasando, y dice 'esto es algo que no está en nosotros decidir'. El público necesita decidir si esas políticas están bien o mal", declaró.
Aun cuando se asumía inocente, Snowden sabía que esa no sería la opinión general. Por eso huyó a Hong Kong. Desde allí pidió asilo a numerosos países. Y, según confirmó Valdimir Putin, desde años se refugia en Rusia.
La revelación de la existencia de sistemas de vigilancia capaces de consultar registros de millones de llamadas telefónicas en EEUU y extraer información de servidores de gigantes de internet provocó un enorme debate que minó la popularidad de la administración de Barack Obama.
La explicación que dio la Casa Blanca fue simple: el fin no era espiar a sus ciudadanos, era rastrar información sobre terroristas. Las autoridades esgrimieron que se habían desactivado numerosos ataques gracias a esos programas. El argumento fue compartido por el grueso de la dirigencia política de ese país, más allá de las banderías partidarias. Hubo consenso en la culpabilidad del acusado. "Es un desertor. Debe ser perseguido con todo el peso de la ley", dijo por aquellos días el congresista republicado Peter King, titular del el Comité de Seguridad Interna de la Cámara de Representantes.
Pese a que el debate en la opinión pública norteamericana parece superada ya hace tiempo, las consecuencias internas del caso todavía se sienten. El martes, Obama firmó una reforma de acota los poderes de la NSA. Pero mantuvo la capacidad de la agencia de actuar en el extranjero y descartó cualquier posibilidad de suspender el proceso judicial contra el fugitivo.
Los gobiernos "bolivarianos" se han mostrado interesados en ayudar al ex CIA
El caso también tuvo secuelas en el frente externo. La alemana Ángela Merkel y la brasileña Dimla Rousseff fueron acaso las que más fuerte levantaron la voz cuando supieron que sus gobiernos también habían sido escuchados. Con distinto tenor, fueron varios los países en los que suscitaron recelos.
Con el correr de los meses, la diplomacia norteamericana se las ingenió para repavimentar sus relaciones con los gobiernos que se sintieron afectados. En cambio, las rispideces con Moscú se agigantaron.
Con la Justicia estadounidense al acecho, Snowden permanece desde entonces bajo el paraguas de Putin blandiendo como amenaza la posibilidad de dar a conocer más información sensible. El hecho de tener una carta con supuesto poder de daño a los EEUU en un país como Rusia ha entusiasmado a líderes críticos de Washington. Los gobiernos "bolivarianos" de Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua se han mostrado interesados en ayudar al ex CIA y lo han elogiado en público. Hoy se conoció que la presidente Cristina Kirchner se reunió con él en secreto durante su visita a Rusia, en 2014.
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