El lobby pesa más que la vida de los futbolistas y sin sanciones duras la historia se repetirá

Los violentos nos arruinan la fiesta del fútbol y la sanción que recibieron se olvidará en unos meses. Señores, "aquí no pasó nada", aunque aún haya futbolistas recuperándose de la agresión

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¡Pasó River! Pero no estoy contento. ¡Eliminamos a Boca de nuevo! Pero no me sale festejarlo. ¡La Sudamericana no importaba, la Libertadores era la que valía, y los echamos! Pero yo estoy triste.
Es una satisfacción pasar y dejar afuera a Boca, pero yo quería mantener unos 46, 47,48, 50 minutos más esa tensión que vivíamos tantos en todo el cuerpo, en todo el país. Qué digo el país, en todo el mundo, y ganarlo jugando al fútbol. Siendo superiores como venía ocurriendo en los primeros 45, soñaba con hacerles un gol y verlos derrotados, de rodillas, pero dentro de la cancha. Sin dirigentes ni policías, sin señores grandotes y de toscos movimientos de quienes desconocemos sus credenciales pero evidencian poder. Sin árbitros temerosos de errar una medida de postergación más que una jugada dudosa en algún área....

Temía también que en una jugada aislada, córner o bochazo de Osvaldo desde su casa, se nos desmoronara a nosotros. Pero eso es parte del juego. Sabíamos que era un resultado posible. Pero así es el juego, tomar el riesgo de jugar, si quiero ganar me arriesgo a perder. En ese juego nos puede ir la vida en sentido figurado. Pero al día siguiente hay que arrancar a la hora de siempre, hijos, colegios, trabajos, lo que le toque a cada uno.

La Conmebol manejó sanciones ejemplares, para que todos tomen nota, y terminó dando sólo cuatro fechas de local sin público en el estadio. En unos meses todo quedará en la historia. Mientras, los agresores siguen libres.

La noche del jueves fue una de las más tristes en la historia del fútbol sudamericano. Escribo mi Camiseta Puesta y siento que tal vez sea la más triste, más que si me hubiera tocado escribir el descenso. No, eso no. Pero no porque doliera más; la tragedia de River fue deportiva, y la que vivimos el jueves lo excede. El dolor de perder un Superclásico o una final es distinto, se aloja en otra parte del cuerpo; la del jueves golpea el ánimo general, no es una derrota leal, es la victoria de la violencia por sobre la ingenuidad genuina del juego.

Tenía una lista de amigos de Boca para cargar si ganábamos, para sufrir si perdíamos. No cargué a ninguno. Hablé con algunos, y los dos sentíamos una similar tristeza. Si los violentos nos unen, ¿por qué nos siguen ganando? Acaso porque aquella frase que escuché una vez atribuida a Henry Miller, y que nunca pude confirmar, sea cierta: "El mundo será un mejor lugar el día que los buenos sean mayoría".

No hay forma de justificar, entender, aceptar, comprender nada lo que ocurrió desde que los 16 deportistas visitantes quisieron salir a disputar el segundo tiempo. Y de esto hay que separar a la gran mayoría de los hinchas de Boca, que se sintieron avergonzados, que no dudaron de la agresión que habían recibido los jugadores de River. Muchos de esos hinchas honestos también pidieron disculpas desde sus redes sociales.

La actitud de los jugadores de Boca al aplaudir a los violentos que se quedaron para agredir la retirada del equipo de Gallardo, fue una vergüenza.

En este espacio, escribimos sobre fútbol. Que fue un primer tiempo estratégico, de ajedrez, que Gallardo se lo planteó muy bien a Arruabarrena, que River tuvo a sus 11 jugadores concentrados en la tarea que tenía que hacer cada uno, que esos 45 minutos se jugaron como queríamos los hinchas, lejos de Barovero, sin dejarlos jugar a ellos, ya no importa. Que River supo meter, morder, apretar sin deslealtad, para que nadie llore, tampoco es relevante ahora. Ya nadie lo va a recordar. Los violentos ganaron, y cuando los violentos ganan nos quitan las ganas de ir a la cancha con la familia, de vivir el fútbol con pasión, entendiendo que es un juego.

¿Será la hora de la reflexión? Todos: dirigentes, jugadores, policías, políticos, periodistas debemos reflexionar, y devolverle al fútbol su lugar de deporte, de entretenimiento sano, de no violencia ni guerra. Suena utópico, aunque hace no mucho tiempo, el panorama era otro. Pero más utópico es si los que deben aplicar sanciones ejemplares ceden ante el lobby político. Que siga el show, aquí no pasó nada.