A 38 años de la condena a Robledo Puch: la "frase maldita", las pericias psiquiátricas y la tortuosa relación familiar que desnudó el juicio

El llamado Ángel Negro, que asesinó 11 personas por la espalda o mientras dormían, fue condenado a reclusión perpetua por tiempo indeterminado. Qué hizo durante el juicio y qué determinaron las pericias psiquiátricas

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Robledo Puch durante el juicio en que fue condenado a reclusión perpetua

El 27 de noviembre de 1980, hace 38 años, Carlos Eduardo Robledo Puch escuchó cómo sus 11 asesinatos se convertían en una condena "eterna".

–La Sala I de la Cámara de Apelaciones de San Isidro resuelve condenar a Carlos Eduardo Robledo Puch, argentino, nacido el 19 de enero de 1952, en Capital Federal, hijo de Víctor Elias y Aída Habedank, soltero, instruido, a la pena de reclusión perpetua con accesoria por tiempo indeterminado, por encontrárselo autor penalmente responsable de los delitos de homicidios calificados reiterados (10 hechos), tentativa de homicidio calificado, homicidio simple, robo simple cometido en forma reiterada (16 hechos), robo calificado, violación calificada, tentativa de violación calificada, raptos reiterados (dos hechos), abuso deshonesto, hurtos simples reiterados (2 hechos) y daño, todos en concurso real.

El que leyó el veredicto fue el secretario del Tribunal, Jorge Eduardo Flori. Los jueces que condenaron al llamado Ángel Negro, que cometió los homicidios entre 1971 y 1972, fueron José Ignacio Garona, Bernardo Rodríguez Palma y Roberto Borserini.

Mientras el secretario judicial leía, Robledo gesticulaba y lo miraba con odio. Él ya había dicho sus últimas palabras, poco antes de escuchar la sentencia. El paso del tiempo convirtió esas palabras en un mito. Para algunos, nunca las pronunció. Para otros, las dijo a los gritos.

Robledo Puch cuando fue detenido y acusado de cometer 11 crímenes (Foto: Diario Crónica)

Ese día, el de la sentencia, se le atribuye una frase que aún es recordada en los Tribunales de San Isidro. Una frase que en el mundo judicial pasó de boca en boca, de generación en generación. Una amenaza latente que resuena en la cabeza de los jueces que después tomaron el caso y debieron decidir si le daban la libertad condicional.

Aquel 27 de noviembre de 1980, Robledo Puch se paró ante los jueces y dio su veredicto:

–Esto es un circo romano. Algún día voy a salir y los voy a matar a todos.

Robledo no quería ir a juicio oral. Le había dicho a su abogado, Eduardo Gutiérrez, que prefería un juicio sumario por escrito, como se acostumbraba en esa época. Pero en 1979, cuando estaba detenido en la prisión de Olmos, recibió dos malas noticias.

Su abogado se había convertido en una de las miles personas desaparecidas durante la dictadura militar que se inició el 24 de marzo de 1976 con el golpe de estado encabezado por Jorge Rafael Videla. Víctor Robledo Puch le contó a su hijo lo que había pasado. Según su versión, Gutiérrez sacó de la cárcel a dos presos políticos con dos órdenes de liberación fraguadas. Los militares descubrieron esa maniobra y detuvieron al abogado penalista. Su esposa lo visitó en Campo de Mayo.

"La tercera vez que fue, los milicos le dijeron que su esposo había sido trasladado a otra parte, pero que no le podían informar porque ni ellos mismos lo sabían. Desde aquella vez, nunca más supieron de Gutiérrez", contó Robledo Puch al autor de esta nota.

La otra mala noticia la recibió en los Tribunales de San Isidro, donde lo llevaron una mañana. Allí, un oficial de Justicia le informó que iba a ir a juicio oral. Ocho años después de cometidos los crímenes.

Hasta el día de hoy, Robledo cree que la Justicia aprovechó la desaparición de su abogado para llevarlo a juicio en ese momento. Además parte del expediente se quemó.

Su suerte estaba echada

Tanto la parte acusadora como la defensa creían que los hechos estaban probados. La batalla de fondo era la mente del asesino. ¿Mató porque estaba loco o comprendía lo que hacía? Las opciones eran la cárcel, como pedían los familiares de las víctimas, o encierro indeterminado en un instituto psiquiátrico, como pretendían los padres de Robledo.

Los peritos de la defensa no pudieron deshacer las pericias del forense Osvaldo Raffo, que había sido convocado por el fiscal Alberto Segovia. Para Raffo, el acusado era un psicópata sin cura.

Durante la reconstrucción de sus asesinatos a sangre fría

El juicio comenzó el 4 de agosto de 1980. La Sala I de la Cámara de Apelaciones en lo Penal de San Isidro lo dividió en tres etapas. Durante casi cuatro meses declararon 92 testigos. Robledo asistió a todas las audiencias. A veces vestía un traje azul con una corbata al tono y hubo días en que lució un blazer y una polera blanca. Casi siempre tenía el pelo con gomina. Sus nuevos abogados fueron María Elvira Rodríguez Villar y Jorge Dodero.

En un principio, el juicio transcurrió a puertas cerradas. "Darlo a la luz sería una publicidad malsana", opinaron los jueces. En la parte final hubo público, pero los medios no pudieron sacar fotos, grabar ni filmar.

Entre los testigos, declararon los familiares de los serenos y las mujeres asesinadas; los dueños de los negocios asaltados; la madre de Somoza; la madre de Ibáñez (amigos y cómplices de Robledo) y los policías que lo detuvieron. La única sobreviviente del caso, la esposa de José Carlos Bianchi, asesinado de dos balazos, se negó a declarar porque estaba con problemas de salud.

Después de la primera semana de juicio, los abogados de Robledo pidieron la suspensión de las audiencias porque consideraban que su defendido estaba más cerca de ser un alienado mental que un psicópata imputable. Pero el debate siguió.

Sus abogados defensores decían que Robledo estaba muy cerca de ser un alienado mental, así buscaban evitar la prisión

En el escrito que presentaron ante los jueces, compararon a su defendido con Oscar Domingo Langoni, un criminal de 17 años que en la década del 60 había matado en dos meses a un matrimonio, al conserje de un hotel y herido a un policía. El Ángel Rubio de la Muerte, como lo bautizó la prensa, había cometido 11 robos. La Justicia lo condenó porque los peritos dictaminaron que era un psicópata. Pero tiempo después lo trasladaron a un manicomio porque descubrieron que estaba loco. Los abogados aseguraban que Robledo seguía el camino de Langoni: iba a enloquecer y por eso necesitaba tratamiento. Tenían un solo objetivo: demostrar que su defendido era un demente. Así evitarían la cárcel.

El perito médico propuesto por la defensa, Elias Klass, argumentó que Robledo Puch tenía rasgos esquizofrénicos y paranoicos, y una probable lesión en la corteza cerebral que lo hacía destructivo y agresivo.

Pese a que había sido contratado por los padres de Robledo, el perito los criticó con dureza: "Una madre sobreprotectora indulgente, un padre exigente y rígido, y una abuela permisiva, determinaron la neurotización del menor. Con esa familia como modelo, el niño adquirió un estilo de vida que estuvo marcada por una conducta desviada".

“Su egocentrismo es muy intenso, aparentemente inmodificable, y esta es quizá la causa principal de esa patente incapacidad de amar”, opinó uno de los peritos

En su estudio, Klass reveló que la madre de Robledo responsabilizó a su esposo por la conducta delincuencial de su hijo, "ocasionada por el trato paterno, que era indiferente o represivo". El médico concluyó que Aída Habedank nunca asumió su rol materno. En las entrevistas que tuvo con los familiares de Robledo, descubrió que ellos "evocaban el origen germánico como ideal de perfección, sin disimular un trato peyorativo con desdén hacia las costumbres latinas".

Para fortalecer la hipótesis de la lesión cerebral, el informe reveló la aparición en el cerebro de Robledo de ondas theta, frecuencias que coinciden con una conducta violenta, agresiva, intolerante, egoísta, impaciente y susceptible.

"Su egocentrismo es muy intenso, aparentemente inmodificable, y esta es quizá la causa principal de esa patente incapacidad de amar", opinó Klass.

Una tercera pericia del médico forense del Departamento Judicial de San Isidro, Horacio Campero, reafirmó: "Se hace muy difícil la adaptación de Robledo a la sociedad. De chico era sumiso, solitario y tímido. Tiene la imagen del padre de un sujeto severo que influye respeto y temor. El abandono efectivo y moral de su padre pudo haberlo neurotizarlo".

Más allá de los exámenes, nunca se supo por qué Robledo mataba sin parar.

“Se hace muy difícil la adaptación de Robledo a la sociedad. El abandono efectivo y moral de su padre pudo haberlo neurotizarlo”, dijeron los expertos (NA)

"No tengo mucho para decir porque he olvidado bastante", aclaró el doctor José Ignacio Garona al autor de esta nota, una mañana de agosto de 2009. A Garona no le quedaban ni siquiera los recortes de diario que su secretaria había reunido antes de la primera audiencia.

Cuando asumió en la Cámara de Apelaciones de San Isidro, su primera decisión fue impulsar el juicio a Robledo Puch, que llevaba ocho años de atraso.

–¿Nunca temió que Robledo se vengara?

–Nunca le tuve miedo. Una vez escuché que a Robledo le preguntaron: "¿Si a todas esas personas no las mató usted, quién las mató?". Él respondió rápidamente: "No sé, pregúntenle a Garona".

–¿Si llegara a salir en libertad se mudaría a otro lugar?

–No. ¿Qué puede pasar? (se ríe). Igual pienso que sería peligroso que saliera en libertad porque ha matado sin motivo. Tenía una frialdad absoluta, sin ningún límite.

–¿Nunca tuvo pesadillas con el asesino?

–Jamás. Cuando era juez por suerte tenía una reserva mental que me impedía recordar. Yo firmaba y me olvidaba del condenado. Apenas recuerdo la mirada fría de Robledo. Nos miraba mucho. Tuvo esa actitud imperturbable hasta el último día. Cuando le preguntamos si quería declarar, se negó. Al final nos pidió decir sus últimas palabras.

–¿Es verdad que los amenazó de muerte?

–Se dijeron muchas cosas, pero yo no escuché las palabras que se le adjudicaron con el tiempo. Creo que dijo "este juicio es una farsa o un circo romano". No recuerdo bien.

–¿No pensó que podría estar condenando a un hombre inocente?

–No dudé porque él había confesado todos los hechos con lujo de detalles y había muchas pruebas. Pero la justicia humana no está ajena a los errores. Cuando uno tiene una duda, no debe condenar. A mí siempre me dio lástima condenar a una persona. Robledo también me dio lástima, por más perverso o psicópata que haya sido. En el fondo sigo creyendo en la raza humana (se ríe). No es lindo condenar. Por eso me recluyo en la reserva mental. Logro olvidar inmediatamente los hechos, los casos y las penas.

–¿Defendería a Robledo Puch?

–Claro que lo defendería. No tendría problemas. Únicamente desecharía una defensa si me exigieran cosas que mi conciencia no puede aceptar: que robe un expediente o queme una foja.

Cuando Garona dice que suele olvidar, basta con escuchar algunas de sus respuestas para creerle.

–El juez Víctor Sassón reveló que en un principio los investigadores pensaron que los crímenes que luego se le adjudicaron a Robledo habían sido cometidos por la guerrilla.

–No recuerdo eso.

–¿Alguno de los testigos declaró a favor del acusado?

–(piensa) La verdad, no me acuerdo.

–¿Los padres de Robledo declararon?

–No me acuerdo.

–¿Se acuerda de algo?

–Pasaron muchos años. ¿Pretende que me acuerde de todas las personas que condené?

–Pero el condenado no era Juan Pérez. Era el mayor asesino múltiple del país.

–Reconozco que fue un juicio histórico, pero como le dije, hay cosas que es mejor olvidarlas.

Robledo dijo que el juicio fue un bluff, una parodia para condenarlo sin pruebas

A diferencia de Garona, Robledo no tiene la capacidad de olvidar. Recuerda con detalles a los jueces que lo condenaron.

El juicio fue una parodia y un gran montaje de película, que se hizo entre bambalinas. Fue algo absurdo e inverosímil. En mi causa, no hay testigos acusadores ni oculares; las pericias balísticas no condicen con las armas que me plantaron los policías de Tigre. Además, en 1973 asaltaron el viejo edificio de tribunales y se llevaron todas las armas. Y los peritos químicos dijeron que no hubo "violaciones". No existen, tampoco, huellas dactilares, ni de calzado. Fui condenado por "presunción". En los Estados Unidos, los jueces le exigen a la policía solamente para detener a un hombre: "¡Proofs!, ¡proofs! (¡pruebas!, ¡pruebas!). El juicio fue un gran bluff.

A la hora de exponer sus argumentos, los jueces tuvieron en cuenta la confesión del acusado. No encontraron huellas de Robledo y nadie lo pudo reconocer, pero en su contra pesaron el dinero, un auto robado y las tres armas que se le secuestraron: los proyectiles coincidían con los casquillos hallados en los cuerpos de las víctimas.

"Robledo Puch es un psicópata, no un neurótico. Los neuróticos sufren ellos, los psicópatas hacen sufrir. Son agravantes la modalidad de los hechos, la inutilidad de las muertes y la incorregibilidad del procesado", dijo el fiscal Alberto Segovia en su alegato.

Durante una de las audiencias, Robledo escribía en una libreta. Todos creyeron que hacía una nota para sus abogados, pero estaba respondiendo las cartas que le habían mandado sus admiradoras

Mientras el fiscal hablaba, Robledo escribía en una libreta. Los abogados de la querella pensaron que les estaba escribiendo algo a sus abogados, pero se equivocaron: contestaba las cartas que le habían mandado sus admiradoras.

Antes de la sentencia, los jueces argumentaron:

–El acusado actuó con total libertad de decisión para indicar los lugares y actitudes que adoptara. A la confesión se agregan otros elementos válidos para corroborarla y formar mi sincera, íntima y absoluta convicción de autoría. Ibáñez, primero, y Somoza, después, fueron consortes de sus fechorías– argumentó Rodríguez Palma.

Su colega Borserini, coincidió:

–Su confesión judicial no ha podido ser desvirtuada y los dichos de los testigos han aportado para tal fin. Sus contradicciones tampoco sirvieron para hacer caer la acusación. Primero dijo que Somoza mató al sereno Ferrini. Luego se auto inculpó. Al final se desdijo. La modalidad de los hechos fue la misma: en todos estuvo el sello Robledo Puch.

–No es este un caso novedoso, quizá sea si el caso más patético que se haya conocido. La pena será la más grave de su especie de las contempladas por la ley penal –anticipó Garona.

Desde entonces, Robledo Puch sigue preso. "Preso para siempre", dice él. Hasta ahora nadie lo ha desmentido.

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