El caso Higui es un brutal recordatorio de las opresiones que todavía deben padecer las disidencias sexuales

Su absolución no solo genera alivio por su merecida libertad tras seis años de tortura judicial. También impone una reflexión sobre cuán diversa puede ser hoy una “torta del conurbano”.

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¿A cuántos poderes resiste Higui -Eva Analía De Jesús- cartonera, futbolista y lesbiana de 47 años? ¿A cuántos poderes hasta hace horas y a cuántos desde el mismísimo día en que nació? ¿Cuántos poderes enfrenta una mujer “machona” de Bella Vista, pobre, cuyas expresiones son interpretadas por el detector oficial de estéticas posibles como signos de una deserción execrable? La reciente absolución de la víctima de un intento de violación correctiva en octubre de 2016 en el barrio Lomas del Mariló no solo nutre el alivio por su debida libertad tras seis años de tortura judicial, sino que impone una atención sobre cuán alevosamente diversa puede ser hoy una “torta del conurbano”. Qué “grados” de lesbianismo son posibles y cuáles, todavía, automáticamente criminalizables.

Como en una película argentina de los años 80, el imaginario institucional vigente ubica a las lesbianas en una cárcel mugrienta y lasciva, reserva inmoral de mujeres traidoras para las que la única justicia posible es una celadora con rodete que -abusos mediante- sanciona el atrevimiento. ¿Qué traición, qué atrevimiento? La traición de insistir en una fuga.

Como la de millones, la existencia de Higui es vista como un peligro capaz de demoler la vértebra sobre la que se asienta el aparato represivo del Estado: el binarismo de género. No hay decreto presidencial de DNI no binario que logre neutralizar esa gendarmería imperceptible que identifica mujeres “desleales”. Higui no es una persona no binaria. Sin embargo -como Mariana Gómez, presa por besar a su novia en Constitución en 2017- cuando la orientación sexual asume formas que el policía de a pie no puede descifrar, asoma una condena identitaria.

Los ocho meses que Higui debió pasar presa tras defenderse y herir de muerte a uno de sus atacantes remiten a esta tradición fílmica. Su experiencia en una celda no responde a que le gustan las mujeres: obedece a que su lesbiandad y su clase no entran en los cánones instagrameables del manual jurídico de la diferencia.

El festejo de Higui tras su absolución el jueves pasado.

Así, la absolución llega tras una poderosa demanda social y -fundamental subrayarlo- pese a una Fiscalía que hasta último momento pidió diez años de prisión para la víctima. ¿Por qué? Entre otras razones ideológicas, porque como señaló la activista travesti Lara Bertolini, se trata de que desde el inicio mismo de un juicio semejante prime la perspectiva disidente. De lo contrario, reinará una fantasiosa igualdad ante la ley según la cual subjetividades históricamente violentadas por sus señorías tendrán “las mismas garantías”, pero las mayores sospechas. Hasta hace muy poco tiempo, el Poder Judicial argentino fue el brazo ejecutor de la “normalidad” y si de elegir a la “lesbiana correcta” se trata, es evidente que los tribulanes aún apestan.

La experiencia abrumadoramente injusta de Higui alumbra hasta dónde las opresiones son simultáneas y la injusticia económica es correlato cantado de la dominación sexual. En este sentido, el punto de vista de la filósofa argentina María Lugones, fallecida en Estados Unidos en 2020, es harto esclarecedor: “Tu mapa fue trazado por el poder”, sostiene en Peregrinajes. Teorizar una coalición contra múltiples opresiones (Ediciones del signo, 2021). Como lesbiana transformada por los feminismos negros estadounidenses, Lugones insiste en identificar los límites espaciales del poder, qué permite y qué no y para quiénes: “Tu vida es espacialidad mapeada por el poder (…) donde vos podés, debés o no debés vivir y moverte”.

Cada vez más, pensar las disidencias es pensar los cruces del sometimiento. Declinar el verbo desobecer hasta obtener conjugaciones desconocidas. Higui no podía sino hacer changas, jugar de arquera y pasar lo más desapercibida posible en un territorio de hombres acechantes. Para ellos, violarla no solo era intentar “corregirla”: era recordarle salvaje y fatalmente cuán desapercibida tenía que andar. Lo más apagada posible. La violación siempre afirma los muros de un escondite original.

¿Qué y hasta dónde puede parecer quien parece ser y es? ¿Qué apariencias -y a qué temperatura- puede ostentar cada quien? ¿Dónde? ¿A qué hora? No hay lesbiana universal, lesbiana tiempo completo que la libreta roja enlaza a una estructura familiar y apacigua así la molestia que representa. Entre otros efectos, Higui reabre el capítulo sobre un derecho tan olvidado como esencial: el derecho a no parecerse.

El autor es periodista y activista. Conduce el programa “No se puede vivir del amor” por la Radio de la Ciudad. Su primer libro de ficción, “Te arrancan la cabeza”, será publicado a fines de abril por Editorial Mansalva.