Violeta Urtizberea y el debate de la carga moral de la maternidad: “Si yo fuese el padre, tendría tres hijos más”

La actriz es mamá de Lila, de cinco años, y reflexiona sobre la presunta superioridad moral que esgrime un grupo de mujeres en relación a los cánones de maternidad ideal. “¿Por qué nosotras nos estamos haciendo eso a nosotras mismas? Es una locura”, sostiene. Su vinculación con la fama, con el amor, con los celos y el hate en las redes

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Violeta Urtizberea y el debate de la carga moral de la maternidad: “Si yo fuese el padre, tendría tres hijos más”

—Baja un extraterrestre a la Tierra y le tenés que explicar quién sos. ¿Qué le decís?

—Soy una actriz argentina. A ver, ¿qué más? Estoy en pareja hace ya casi 11 años, tengo una hija de seis. Primero dije actriz, ¿no? Bueno, al extraterrestre capaz le interesa más eso que si soy mamá. La maternidad me atraviesa por completo y nada tendría sentido si no existiera Lila, pero tampoco si no fuese actriz.

Sincera, Violeta Urtizberea pide disculpas: advierte que le cuesta responder algunas preguntas. Sin embargo, a lo largo del reportaje con Infobae aportará reflexiones muy interesantes y además, se dejará ver. Casi sin querer, irá aportando pistas sobre su propia personalidad hasta lograr -si esto fuera posible- armar un rompecabezas sobre quién es, aun cuando la conocemos desde siempre: tenía apenas 10 años cuando arrancó con Magazine For Fai, junto a su papá, Mex Urtizberea.

De este modo, Violeta asegura ser “bastante opuesta” a Lu Pedemonte, su personaje en Envidiosa, protagonizada por Griselda Siciliani. “Tengo una vocación muy marcada: para mí es muy importante salir, trabajar, hacer mi historia, tener una vida aparte de mi casa. Y ella no es así: no sé si le importa lo laboral. Pero también la admiro en un montón de cosas: es buena amiga; si la necesitás, va a estar ahí. Y esa seguridad, decir lo que piensa; yo no digo tanto lo que pienso”.

Mamá de Lila y pareja del músico Juan Ingaramo, Urtizberea siente que el éxito de la serie de Netflix la remite a aquellos sucesos del prime time, como Graduados, Viudas e hijos del rock and roll y Las Estrellas, entre otras ficciones que también la encontraron en un rol importante. “Volví a vivir un poco lo que se vivía en la tele de antes: todo el mundo te reconoce por la calle y te habla de la serie”, destaca.

Además del streaming, Urtizberea sube al escenario del Picadero para interpretar la obra Quiero decir te amo, que seguirá en el verano. Pronto tendrá que desdoblarse, porque Ingaramo se instalará en Mar del Plata para hacer temporada con el musical Pretty Woman. “Supongo que iré y volveré. No sé cómo nos vamos a organizar porque tampoco la quiero traer a Lila si ella está feliz en la playa”, especula.

Violeta explica que es muy temerosa, por herencia paterna. “Hay algo de estar alerta que es muy Urtizberea, como cagones. Lila dice: ‘Mi mamá es muy miedosa’. Yo me imagino lo peor todo el tiempo, tengo pensamientos medio oscuros. Soy bastante pesimista”, confiesa, quien también se define como obsesiva, dramática y muy sensible.

La actriz destaca el debate
La actriz destaca el debate sobre la carga moral de la maternidad y las diferencias de roles entre madres y padres

“Eso de pensar en positivo: ‘Pensalo que lo vas a lograr’, a mí me funciona pésimo... Siempre que pienso que va a pasar, no pasa. Y me quedo con una sensación de frustración”, lamenta, aunque de inmediato aclara: “Soy regozadora de la vida y tampoco espero mucho: con lo que, hay está perfecto. No tengo grandes expectativas”.

En tal caso, será que muchos de sus sueños, Violeta ya los ha cumplido.

—¿Podemos elegir tres momentos que marcaron tu vida? Fundacionales: para bien, para mal, de lo que vos quieras.

—¡Uy, qué difícil! El nacimiento de mi hija. Después, cuando lo conocí a Juan.

—¿Cómo se conocieron?

—Invité a un amigo a ver una obra de teatro en la que yo actuaba, y él lo acompañó. Lo vi en la salida y me llamó la atención porque es muy guapo. “¿De dónde lo sacaste a éste? ¡Qué lindo que es!”, le dije a mi amigo. “Ay, él me dijo lo mismo de vos”, me respondió. Y quedó, porque cada uno estaba en una vida distinta.

—¿Vos estabas en pareja?

—Yo estaba en pareja. Solamente dije: “¡Qué lindo!”. Después me separé y mi amigo le contó. Esto es real: parece que estoy diciendo las cosas como para quedar prolija, pero es así la historia. Juan me escribió. Yo estaba triste, no era que cualquier cosa me iba a venir bien. Me dijo de ir a tomar el té, le dije que invitemos a mi amigo, y él como: “Uh...”. Pero bueno, yo me acababa de separar, no estaba para una (cita) a solas. Al final hicimos un asadito con un grupo de amigos y después nos quedamos solos.

—Y no se separaron nunca más.

—No.

—¿Y se casaron?

—No.

—¿No querés?

—No.

—Hay algo que atraviesa esta temporada de Envidiosa: tiene que ver con las redes, con el afuera, mostrar mucho. ¿Cómo te llevas con eso?

—Vivo mucho de mi Instagram porque tengo la suerte de que me llaman marcas y entonces tengo que mantenerlo vivo. Por suerte, Juan es muy cuidadoso de su privacidad. Me acuerdo de que cuando empezaron las historias de Instagram uno no entendía bien y era como: “¡Ay, te despertaste! ¡Hola!”. Yo lo filmaba y él me decía: “Sacá el celular. ¿Estás loca? Ni loco salgo con todos los pelos parados, desayunando. ¿Qué es esto?”. Le parecía obsceno. Él es músico y guarda un poco más el misterio de su vida personal. Y fue bueno porque quizás, yo hubiese mostrado más de lo que debería.

—¿Qué es lo más bizarro que te ofrecieron hacer en las redes?

—De todo. Pero esas cosas de invertir plata, no sé: estar hablando de plata en un país que es pobre... No voy a estar diciendo: “Apostá tu plata”. Horrible. Nunca hice eso. Bueno, hace unos años hice una publicidad de hongos vaginales. En otro momento quizás hubiese dicho: “Huy, no sé”, pero cuando me lo ofrecieron dije: “¿Por qué no?”. Es mucho menos ético vender una crema que te saca una arruga, y no te la saca, que algo que de verdad te cura (risas). Pero claro, es más elegante hablar de las arrugas.

La maternidad implica una responsabilidad
La maternidad implica una responsabilidad emocional y social que, según Urtizberea, recae principalmente en las mujeres.

—¿Te acordás en qué usaste la primera plata que ganaste como actriz, de muy chica?

—Sí, seguro. Me compré ropa, esas cosas. Siempre fui muy hedonista. Mis papás no tenían plata cuando yo era chica: mi viejo era profesor de música y mi mamá era actriz. Todo era muy hippie y muy con lo que había. No sobraba nada.

—¿Y esa plata que vos ganabas de chiquita, ellos te la separaban o se usaba?

—Es que era muy poca, poca de verdad. Hacíamos el For Fai en Cablín y nos pagaban algo súper simbólico, no eran los sueldos de la televisión. Entonces, si me la sacaban era una maldad (risas).

—¿Cuántos años tenías en Magazine For Fai?

—Lo hice de mis 10 años a mis 14.

—Y si hoy viene Lila y te dice que quiere hacer lo mismo, ¿qué le decís?

—Re pienso en eso porque veo que le gusta. A priori no quiero, la verdad. No la quiero exponer, no tanto al público sino al trabajo y lo que implica: que te llamen, que no te llamen; haber estado bien, o no; que después veas la película y te cortaron todas tus partes. El otro día veía que en MasterChef llevaban a los chicos y capaz decían cosas en Twitter, y yo pensaba: “¡La puta! Claro, si vos mostrás a tu hijo también das...”. Obviamente, vos lo mostrás porque es lo más lindo que tenés, nunca pensás que la gente va a decir cosas feas. Pero sí, es ese juego.

—Me quedo en el universo maternidad. ¿Qué te pasó a vos con la llegada de Lila?

—Me pasa todos los días algo nuevo. Ahora tiene seis años y cada vez se pone mejor. Capaz después, en la adolescencia, puede ser que se pone más crítico. El bebito es hermoso, es divino, es un cachorro, pero tiene su lado B, ¿viste?

—¿Te pasaron las contradicciones de la maternidad? ¿Quisiste huir de tu casa?

—Seguro. Para mí la peor (etapa) fue al año y medio, que caminan y los tenés que estar persiguiendo, y estás agachado por todos lados no escuchando ninguna conversación. Tus amigas te hablan y vos todo el tiempo diciendo: “Pará, pará...”. Como que la cabeza te explota. Esa es mi sensación: de agobio.

—¿La teta cómo fue?

—Por suerte, esa me salió bien. Después, otras no: terminé en cesárea. Pero hay una cosa, que tenemos en una conversación con Pilar (Gamboa) en la serie: las propias mujeres te exigen algo con respecto a ser como una leona, una buena madre. Me acuerdo perfecto cuando yo estuve pujando ocho horas, con diez de dilatación, todo, y no bajaba porque la cabeza de Lila era más grande…

—Había que terminar en una cesárea, iba a suceder.

—Claro. Y le terminé diciendo a la obstetra: “Vamos a cesárea”. No podía más. Y ella me dice: “¿Estás segura?”. “Sí, sí”. Y te juro por mi vida que se me venían como mujeres a mi cabeza diciéndome: “Hummmm, no aguantaste, hubieses esperado más. Yo lo tuve a las 24 horas de estar pujando”. Como algo de decepcionar a ese grupo de mujeres. Porque a los hombres no les importa, no tienen ni idea. Está bien: que ni opinen porque no pasan por esa experiencia. ¿Pero por qué nosotras nos estamos haciendo eso a nosotras mismas? Es una locura. Es como que el mundo avanzó, pero siento que ahora hay un retroceso.

—Es insoportable la de las opinólogas de maternidades ajenas, ¿no?

—¿Por qué parir sin anestesia es mejor? ¿Por qué dar la teta hasta los cinco años es mejor? ¿Por qué cosas que te terminan haciendo a vos más esclava de la situación, pasar por más dolor? Que cada uno viva su experiencia y me parece fabuloso. Yo no me meto para nada en la crianza ajena ni en cómo paren las demás, ni la teta, ni lo que sea; no te metas con la mía.

La actriz señala que la
La actriz señala que la sociedad juzga de manera distinta a madres y padres en cuanto a la dedicación familiar

—No sos más mamá por dar la teta, por dar una mamadera. Algo de eso decís en esa escena de Envidiosa, junto a Pilar Gamboa.

—Exacto. Porque hay una superioridad moral en eso de: “Ah, yo me desangré, estuve 38 horas pujando”. Bueno, yo quise ir a cesárea directo, por ejemplo. ¿Y? Juan muchas veces me dice: “Tengamos más hijos”. Y le digo: “Si yo fuese el padre, también tendría más, obvio. Tengo tres más. Pero…” (risas).

—Me parece una gran respuesta.

—Sería re lindo ser el padre.

—¿En esa respuesta estás o de vez en cuando la pensás?

—No me queda mucho, dejame pensar (risas). Pero no, no cerré las puertas.

—Si le pregunto a Juan en qué momento te quiere echar de tu casa, ¿qué me va a decir? ¿En qué momento sos insoportable?

—Y... en muchos. Soy bastante obsesiva: se me viene el mundo abajo por cualquier cosa. Él es más como tranqui: “Bajá un cambio. Dejá que eso esté apoyado ahí, no pasa nada”. Igual, lo cotidiano es lo más complejo de una pareja. Después de unos años todo lo demás, que pareciera ser un montón, como los celos, ya no pasa por ahí.

—¿Sos celosa?

—Sí, pero lo normal.

—¿Te encontraste revisando celulares?

—Me encontré con muchas ganas de revisar y como mucho, habré hecho eso. Cada vez que quiero revisar, que ganas no me faltan, por supuesto, digo: “Y si encuentro, ¿me voy a cagar el cuento?”. Hasta ahora tengo la sensación de que esto es así y que nadie hace nada. No importa, después evaluamos si es grave o no es grave. Pero mi historia es así: nosotros tenemos una relación cerrada y por lo menos, mantenemos la pantomima de que eso es así.

—Mentime y que no me entere, mentime bien.

—Sí. Exacto: mentime bien. Y sé cuidadoso: que tampoco se entere todo el mundo menos yo. Esas cosas tratemos de cuidarlas. Pero después, entro (al celular) y veo toda una conversación: ¿qué hago con eso? Me estoy castigando a mí misma porque la voy a pasar pésimo, se me va a venir el castillo de naipes abajo. Después evaluamos si eso da para separarse o no, pero es un mal trago que lo voy a pasar nada más para decir: “Ah, ¿viste?”. No, gracias. Las cosas que no quiero ver, mejor no las veo.

—¿Lila cómo es?

—¡Ah, qué decirte! No quiero llorar y esas cosas (sonríe). Lila es híper sensible. Eso me hace acordar mucho a mí: “Ay, pobre chica”, digo. O sea, muy nostálgica. Cambiamos la heladera y dice: “¿La heladera anterior dónde está? La extraño”. A ese nivel. Siempre está extrañando a alguien y dándole pena algo. Y en eso me siento muy identificada. Pero después, es una niña refeliz. Es muy de la familia. Hay que pedir un deseo y dice: “Que la familia esté unida”. Yo le digo a Juan: “No nos separemos porque esta chica se muere” (risas).

—¿Cómo se lleva Lila con tener papás famosos?

—Bien. Aparte, nosotros somos famosos pero tampoco generamos una histeria, una locura con la que no se pueda vivir. A veces, si llegamos a un lugar y nadie me dice nada, (Lila) dice: “Ella es Violeta Urtizberea, es actriz. ¿No la viste en la serie? ¿Por qué no la reconocés?”. Yo le digo: “Lila, por favor, callate”. Lo hace a propósito, pero la quiero asesinar (risas).

—Bueno, vos sabés lo que es ser hija de artistas.

—Sí, pero la fama de mi papá fue muy paulatina. Cuando yo tenía la edad de Lila mi papá no era famoso, o hacía Cha Cha Cha, que era un programa chiquito, que sí generaba “¡Eh, genio!” y no sé qué, pero no había una cosa de que estaba a las nueve de la noche. Y después, sí: hoy día mi papá es refamoso.

—Trabajar de lo que a uno le gusta es un lugar de mucho privilegio.

—Sin dudas.

—Pero no deja de ser muy cruel en otras cuestiones: la actuación es un trabajo que tiene mucho de la mirada subjetiva.

—Sí, absolutamente. Todo el mundo opina sobre tu trabajo, sobre tu físico, sobre tu voz. La gente me dice muchas cosas de la voz.

—¿Qué te dicen de la voz?

—Que tengo una voz insoportable.

—¿Y qué les respondés?

—No sé. No respondo nada.

—¿Eso te lo dicen en las redes?

—Sí. Pero hay cosas mucho peores. La gente escribe cosas que vos decís: “¿Cómo te atreves a poner esto?”. Hay límites. En todo caso, mi voz, ¿qué me importa? Fue gracioso: ahora me la escucho y digo “Ah, mirá, es verdad, es particular”. En el colegio nunca me hicieron bullying por la voz, entonces, fue una sorpresa: “Ah, mirá, tengo una voz rara. Sí, es un poco nasal”. En el arte, la particularidad tamnbién está buena. Si tuviera una voz igual que cualquiera...

—Ante esos comentarios, ¿bloqueás, respondés, no hacés nada?

—He bloqueado, sí. Se ponen reagresivos. Por ejemplo, con todo lo del pañuelo verde. A veces es cualquier cosa, como me da risa.

El testimonio de Violeta Urtizberea
El testimonio de Violeta Urtizberea visibiliza las expectativas culturales sobre la mujer y la crianza de los hijos

—¿Te arrepentiste de alguna militancia?

—No, porque la que milité a fondo fue la del pañuelo verde. El feminismo lo recontra milito desde que a los 18 años leí El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, y me cambió la cabeza. Después, trato de no militar personas, partidos políticos, porque ahí yo ya no quiero poner mi cara, mi carrera, para alguien a quien realmente no tengo ni corno idea después qué hace en su intimidad: si es corrupto, si no es corrupto. O sea, yo puedo creer, confiar, sentirme representada por ciertas personas; pero después, militarlas personalmente, no.

—La militancia tiene que ver con una causa, no con un partido.

—Exacto, sí.

—¿Qué mundo querés para Lila?

—Un mundo más amoroso. O sea, yo me preocupo porque Lila sea buena persona. Muchas veces me veo en situaciones en las que tuvo algún problema con otro niño y me vuelvo loca explicándole a Lila: “No se puede opinar del cuerpo del otro, no hagas un comentario que lo vaya a hacer sentir mal”. Y me preocupa que veo mucho una cosa muy de los padres, de defender a su hijo: “Con mi hijo no se metan”. Incluso, siento que los maestros están padeciendo un montón eso: “Retaste a mi hijo”; “Y sí, amiga, estoy siete horas por día con tu hijo...”. Al maestro se lo respeta, a mí me educaron así. Y yo la educo así a Lila.

—¿Qué rol ocupabás en la estructura escolar?

—Ahí, en la media: nunca fui ni la líder ni la bullyneada. Siempre pasé medio desapercibida. Quizás era graciosa; con eso zafaba.

—¿Fuiste brava en la adolescencia?

—Sí. Fui muy brava pero con mambos de drama extremo. Todo era terrible.

—¿Llorabas frente al espejo?

—¡Uff! Horas. Mis padres, pobres, supongo que en algún momento habrán tenido miedo: “¿Y esta chica cómo va a terminar?”. Todo era, muy dramático.

—¿Y qué te rescató en ese momento?

—La terapia. Mis amigas. Mi primer novio. El amor me re rescató. Sentirme querida. Y la actuación, sin lugar a dudas. Yo estudio teatro desde los nueve años, y era el único lugar donde era feliz. Y cuando empecé a actuar, empecé a canalizar todo ese dramatismo.

Fotos: Adrián Escandar

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