El niño que no se reconocía en el espejo, se autolesionaba y se veía obeso aunque pesara 38 kilos: “Transicionar me salvó la vida”

Agustín Dante López recién entendió lo que le pasaba cuando se descubrió en Juan, el personaje interpretado por la actriz Maite Lanata en la serie “Cien días para enamorarse”. Tras esa epifanía, comprendió que los trastornos alimenticios y los impulsos suicidas tenían una raíz: su crisis de identidad de género. En una edición más del ciclo Voces, la transición desde los traumas hacia el bienestar de un varón trans a sus 21 años

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El niño que no se reconocía en el espejo, se autolesionaba y se veía obeso aunque pesara 38 kilos: “Transicionar me salvó la vida”

Agustín Dante López dice que lo que veía en el espejo no lo representaba, habla del bullying que sufrió en la primaria, narra con crudeza los embates de su trastorno de alimentación, cuenta que aunque la balanza declaraba 38 kilos él se sentía gordo, repasa las mentiras a su familia, los engaños en la cena, su fiesta de 15, las autolesiones o esa manera brutal de exteriorizar un dolor interno. Agustín habla de cómo una serie le despertó una epifanía, rescata la advertencia de su hermana y la voluntad de una médica, de su miedo a morir y de sus impulsos suicidas, hasta llegar a su transición. “Transicionar fue lo mejor que me pudo pasar en la vida”, define. Durante su relato, incurre en una incongruencia gramatical. Utiliza el pronombre masculino cuando se desplaza entre los recuerdos de su niñez y adolescencia.

No se trata de un error, sino de un comportamiento voluntario, el corolario de un proceso de entendimiento. “Al principio traté a ese niño en femenino como para que se entendiera a qué me refería, pero ya no”, dice. “Es algo que por lo general incomoda. La gente te dice ‘bueno, pero eras nena en ese momento’. Sí, pero ahora soy un varón y hay que entender que todo ese tiempo también lo fui, solamente que no le podía poner un nombre”. Él siempre se refiere a él como Agustín, incluso en la semblanza de esos años en los que su identidad estaba atrapada en un cuerpo que no lo definía.

Su vida, antes y después de identificar lo que le pasaba. Y todo un derrotero traumático, con enfermedades e internaciones, que siempre, a pesar de los contratiempos y las confrontaciones, estuvo secundado por un entorno familiar permeable y amoroso. “Hay muchos compañeros y compañeras trans que los echan de la casa, que la familia los golpea. Hay muchas personas trans que caen en autolesiones, que se suicidan, que caen en consumos problemáticos, que el único recurso que tienen es la prostitución. Y es terrible. Qué privilegio la familia y el entorno que tengo”, agradece.

Pero para llegar a esa comprensión, primero la infancia, el bullying y el trastorno de la conducta alimentaria. “Mi infancia fue difícil. A los tres años y medio empecé, y agradezco tanto a mi mamá que yo hoy en día le pregunto cómo me anotaste en teatro musical. Me acuerdo de que daba shows en el living de mi casa y les daba folletitos a todos para que vengan a verme y mi mamá me dijo ‘yo te vi con capacidades y vi que te gustaba, entonces te llevé’. Tenían un convenio con mi colegio, entonces empecé ahí a tomar las clases de comedia musical y me encantó”.

Agustín Dante López cuenta su historia en el ciclo Voces.

—La infancia estuvo atravesada por el arte, la actuación, la música.

—Todo el tiempo.

—¿Eso fue un espacio que salvó en algún punto?

—Sí. Porque yo desde muy chiquito no sentía que me encontrara cuando me miraba al espejo. Desde muy chiquito recibí mucho bullying en la escuela por mi peso. Yo de chiquito, no sé si lo podría diagnosticar por así decirlo como trastorno por atracón, pero comía mucho. Manejaba y regulaba mis emociones desde ese nivel. Y me acuerdo que recibí mucho, mucho bullying en la primaria y en el viaje de séptimo grado, que íbamos a Carlos Paz, me tenía que poner malla. Realmente no me encontraba en el espejo y odiaba cómo me veía. Y me acuerdo de que en ese momento empecé a comer menos, a restringir. Mi mamá se daba cuenta y me decía “pero esto es muy poco”. Por ahí comía solo, no me gustaba comer con nadie.

—¿Ahí empezarían los trastornos de alimentación?

—Se desató muy fuerte en el viaje de séptimo grado cuando yo sabía que me tenía que poner malla y empecé a comer menos, a comer menos, y veía que gente externa, no mi familia, me decía “qué flaca que estás, qué linda que estás”. Entonces lo tomaba como algo bueno, voy por buen camino. Está bien pasar hambre, restringirme, porque la gente me ve mejor. Me sentía más lindo.

—¿Alguien en tu casa se daba cuenta de los ataques que estabas recibiendo?

—No. Yo no contaba mucho tampoco. Me lo guardaba. Como es una enfermedad tan silenciosa y tan solitaria yo lo llevaba… Si mis papás se daban cuenta realmente lo que estaba pasando iba a tener que recuperarme y era algo que yo no quería porque sabía que eso conllevaba subir de peso y yo lo veía como lo peor que me podía pasar en la vida. Subir de peso era que volviera el bullying, volviera el odio al verme al espejo.

—¿Se fue incrementando eso?

—Mucho.

—¿Qué pasó?

—Lo que me pasaba en invierno es que también en ese momento de mi vida, en séptimo grado descubrí lo que eran las autolesiones. Dentro de todos los tipos de autolesiones yo en ese momento empecé a cortarme. Me pasaba que yo en invierno como podía usar ropa grande o ropa que no se notara mi cuerpo recurría a eso, a las autolesiones, para descargar todo el dolor. Es como un dolor que no tiene explicación. No lo podía explicar. Es como un dolor en el alma. Es lo peor que le puede pasar a un ser humano: sentir tanta angustia que te lleva a ese momento de desesperación, ese impulso que decís necesito sacar el dolor que tengo adentro para expresarlo en un dolor corporal. Necesitás dejar de sentir ese dolor interno que no te deja hacer nada: no te deja bañarte, no te deja lavarte los dientes, no te deja levantarte de la cama. El TCA (Trastornos de la conducta alimentaria) es una enfermedad muy solitaria también: no te querés juntar con gente porque siempre que te juntás significa compartir algún momento, comer algo, tomar unos mates, compartir unas facturas, salir a comer.

La infancia de Agustín estuvo
La infancia de Agustín estuvo marcada por el bullying y las autolesiones.

—¿Ya se habían dado cuenta en tu casa lo que estaba pasando?

—No porque yo lo ocultaba mucho. En terapia tampoco hablaba tanto de eso. A esa edad no. De más grande empecé a hablarlo.

—Vos oscilabas entre lesiones y…

—Y el trastorno de la comida.

—¿Las lesiones uno las provoca para sacar algo de ese dolor, para hacerlo corporal?

—Sí. Tratar de sentir, es como una adicción. Una vez que empezás no podés parar. Por más feo que suene porque es horrible.

—La fantasía no era morir.

—No, era dejar de sentir ese dolor tan fuerte que sentís por dentro. Es como inexplicable. Como si te quisiera arrancar el corazón para dejar de sentir tanta angustia. Además yo era muy chico. No tenía manera de regularlo.

Agustín llegó a comer dos
Agustín llegó a comer dos tomates cherry por día cuando su familia entendió la gravedad de la situación y fue internado.

—¿Hoy que mirás hacia atrás entendés que ese dolor iba más allá del bullying de tus compañeros?

—Sí. Yo sentía que todo el trastorno alimenticio -lo sé ahora que ya estoy en otra etapa, que pude salir del closet- siento que fue un síntoma que se dio a partir de esconder quién era.

—¿Pero vos en ese momento lo estabas escondiendo o todavía no lo sabías?

—No sabía, no tenía un nombre para lo que me pasaba. Me acuerdo de que pude entenderlo cuando vi la serie Cien días para enamorarse. Ahí fue la primera vez que vi la figura de un varón trans, porque por lo general sabía lo que eran las mujeres trans pero no sabía que existían los varones trans. Dije “claro, me pasa esto”.

—El personaje de Maite Lanata, ¿no?

—Sí.

—¿Ahí te pudiste identificar y entender lo que te pasaba?

—Sí, ahí entendí. Yo siento un privilegiado porque mi familia lo aceptó muy rápido. Me acuerdo de que al principio, cuando supieron que yo era un varón trans, me dijeron “nos va a costar”, porque fueron 17 años de ellos pensando que tenían una hija y de repente decirles “me di cuenta de que todo lo que me había pasado y todo lo que yo sentía que no le encontraba una explicación era esto: soy un varón trans”.

—Hasta que llegaste a ese momento muchísimo dolor y muchísimos problemas también, ¿no?

—Sí. Yo me acuerdo de que antes de mi fiesta de 15, porque hice una fiesta de 15, mis amiguitas no se iban a Disney y yo tenía mucho miedo de ir solo entonces recurrí a la fiesta de 15 para festejar. Pero ese año fue mi peor etapa. Mi punto más bajo del trastorno alimenticio. Porque yo sabía que se acercaban mis 15 y que tenía que usar ese vestido y empecé a bajar mucho de peso. Realmente yo me mataba haciendo ejercicio. Hacía ejercicio mucho, mucho. Iba al teatro también muy seguido. Salía a caminar todo lo que podía. Comía lo menos que podía sin que mis papás se dieran cuenta. En mi fiesta de 15 para que te des una idea ni siquiera probé un bocado de nada de toda la comida que había. Y realmente no pude disfrutar mi fiesta porque no podía pensar en otra cosa que en cómo estaba mi cuerpo. Tenía ganas de comer, pero no quería. No me lo podía permitir.

—¿Y qué pasó?

—Empecé a comer menos. Llegué a comer dos tomates cherry por día. Tomaba mucha agua, hacía mucho ejercicio. Hasta que me acuerdo patente un día llevaba una remera cortita roja y un pantalón, un short, y ya pesaba 40 kilos y mi hermana le dijo a mi papá “vos te das cuenta de que está muy mal, ¿no?”. Mi hermana no me veía hace tres meses. Capaz mis papás que me veían todos los días no se nota cuando una persona baja tanto de peso, no te das cuenta de que es tan rápido el descenso.

—¿Tu hermana no vivía con ustedes?

—No. Y cuando me vio se horrorizó y le dijo a mi papá “está muy mal, hagan algo”. Y ahí ellos dos dijeron “tenés razón”. Me llevaron a una médica, fue todo horrible para mí, yo estaba negado a ir a ninguna médica que me ayudara porque yo no quería salir de eso. Y la médica me pesó y lo que vio fue terrible. Yo pesaba 38 kilos dos días después de pesar 40. Los sentó a mis papás, yo estaba en el medio, mi papá a la derecha, mi mamá a la izquierda, y nos dijo bueno “familia, esto es así: en este momento tu cuerpo ya no tiene nada para alimentarse. No tiene reservas. Tu cuerpo se está comiendo el músculo de tu corazón. Si vos no te internás, si vos no empezás a comer, tenés dos, tres semanas, un mes como mucho. Te vas a morir”. Yo no le creía, para mí era mentira. Además, qué locura, me acuerdo de que me seguía viendo gordo en el espejo. 38 kilos pesaba, ¿cómo me podía ver gordo?

—Van de esta médica. Plantea esto. ¿Y qué sucede ahí?

—La médica me deriva a otra médica, a Viviana Buiras. Me acuerdo de que yo sabía que Viviana me iba a pesar de nuevo y yo el día anterior no había comido nada. Nada en todo el día. Yo ya venía igual de momentos en los que no comía nada en todo el día. Por ahí como mucho me permitía dos frutillas y tomaba mate cocido, mate cocido, mate cocido, porque claramente tenía hambre.

"Me seguía viendo gordo en
"Me seguía viendo gordo en el espejo" recuerda Agustín, que en ese momento mentía en su casa para no seguir el tratamiento.

—¿Tus papás entendieron que estabas enfermo?

—Sí. Me llevaron a esta médica. Viviana me pesó y me dijo “mirá, esto no puede ser, es muy poco”. Me dijo “hay dos opciones: o empezás a comer o te tengo que internar con sonda nasogástrica para alimentarte por ahí”. “No voy a comer -le dije-. No voy a comer”. Mi hermana se quedó mientras yo me pesaba, claramente sin ropa, y se largó a llorar de lo que vio. Era la primera vez que me veía desnudo. Se largó a llorar porque no podía creer lo que estaba viendo. Era un esqueleto. Y la médica hizo pasar a mis papás, les dijo “vamos a internarlo en el sanatorio de niños”. Nos fuimos a fijar si había cama. Yo me acuerdo de que tuve que caminar una cuadra y no la podía caminar. Iba lento porque ya no tenía energía en el cuerpo. Llegué al sanatorio de niños. Tenía que ver si había cama. Probablemente no. Había una cama. Me internaron ese día. Yo no entendía nada de lo que estaba pasando. No dimensionás la gravedad.

—¿Qué edad tenías?

—15. Yo entré muy, muy mal. Tenían miedo de que el corazón me dejara de latir porque era una posibilidad porque el cuerpo no sabían hasta cuándo iba a poder aguantar. Me internaron, me pusieron la sonda. Yo lo tomaba con humor, me reía. Mi familia lloraba preocupada, me pedían por favor que comiera y yo estaba negado. Me empezaron a pasar la alimentación. Yo me sacaba fotos todos los días para ver si engordaba. Era terrible. Me fijaba hasta cuántas calorías tenía la alimentación que me pasaban, que no era nada. Pero a mí me preocupaba hasta eso. Me acuerdo de que me ponían comida en el sanatorio y no quería.

—Te alimentaban con sonda, estabas internado, pero no había un tratamiento psicológico todavía que acompañara.

—Sí. Estaba en tratamiento psicológico pero negado completamente. Estaba negado a mejorar. Yo no quería mejorar. Yo iba a la psicóloga porque sabía que tenía que ir porque mis papás sabían que era necesario.

—¿Y por qué había empezado?

—Porque mis papás me veían mal. Yo estaba muy deprimido. No sé si ellos notaban que me cortaba o que no comía bien, pero sabían que algo no estaba bien. Y yo accedí a ir a la psicóloga pero era tedioso para mí, yo no tenía ganas de estar ahí. No tenía ganas de contarle a una desconocida todo lo que me pasaba.

—¿Vos te quemabas también?

—Me quemaba. Fumaba cada tanto porque necesitaba bajar la ansiedad de alguna manera y me quemaba, me apagaba el cigarrillo en la piel. Terrible.

—En ese momento le cuentan a tus padres...

—De los cortes. Además en el sanatorio hacía mucho calor: el 27 de noviembre, una fecha que no me voy a olvidar más, fue la primera internación. Porque después hubo muchas más.

—¿Tus papás te hablaron de eso?

—Ellos tocaban el tema y yo me enojaba. La manera en la que los trataba era horrible y yo me di cuenta con el tiempo. Uno no se da cuenta de lo egoísta que es y de lo mal que trata a la gente de su alrededor que solo se preocupan porque vos vivas.

—Estabas enfermo.

—Muy. Y yo me acuerdo de que pesaba 38 kilos, me veía al espejo y decía “soy obeso”.

Agustín alternaba entre los trastornos
Agustín alternaba entre los trastornos de alimentación y las lesiones que se provocaba a sí mismo.

—¿Y por qué te dan de alta?

—Me dan de alta porque consideraban que ya podía seguir la internación domiciliaria. Yo seguía con sonda. Seguí con sonda mucho tiempo. Dos meses y medio. Una cosa así. Y nada, seguí la internación domiciliaria en mi casa.

—¿Y la respetabas?

—No. Mi nutri me dio de a muy poco comida porque si me daba un plato entero yo me iba a agarrar una crisis de pánico. Empecé comiendo rodajas así de calabaza hervida. Mi mamá se daba vuelta un segundo y yo agarraba un papel tissue para sonarse la nariz, la aplastaba, la escondía abajo de la almohada o me la escondía entre las piernas. Y cuando iba al baño, mi mamá no se daba cuenta, lo tiraba en el inodoro. También lo que hacía era el alimento, lo vaciaba y lo llenaba con agua. O sea, le dejaba un poco para que quede el color.

—El de la sonda.

—Sí, el alimento que colgaba del palito. Yo estaba muy mal. No me daba cuenta de que se iban a dar cuenta en algún momento. Cuando fui a la pediatra en ese momento me pesó y dijo “no puede ser que vos estés bajando de peso con la alimentación por sonda y comiendo”. Me acuerdo de que una vez fui a dormir a la casa de mi papá que vivía a una cuadra de mi mamá, le dijo “una vez lo vi entrando al baño, vi que había menos alimento y me pareció raro”. Mi papá me preguntó “¿qué pasó con el alimento?” “No, no sé, ni idea, ¿por qué?”. Yo sabía mentir muy bien. La médica me pesó y me dijo “no puede ser, bajaste mucho de peso”. Me volvieron a internar me acuerdo en el cumpleaños de mi hermana. Horrible. Horrible. Imaginate, el día de su cumpleaños que tenga a su hermano muriéndose en un hospital. Eso era lo que pasaba, solamente que yo no me daba cuenta de la dimensión y la gravedad.

—Vos no tenías la fantasía de morir.

—En ese momento no.

—¿En algún momento sí?

—Cuando dejé la sonda, cuando me la sacaron y empecé a subir de peso. Fue horrible. Volví a la autolesión. Y tuve dos o tres internaciones más porque me vaciaba blísters de pastillas. Eran como impulsos, no sé cómo explicarlo. Eran impulsos en los que yo tomaba mucha medicación y a los 25 minutos, media hora, me daba cuenta: ¿qué hice?

—¿Y a quién se lo decías?

—A mi mamá. Yo vivía con ella. Y me acuerdo de que la última vez, que fue la peor y fue creo que hace dos años, la agarré a mi mamá y le dije “ma, me tomé como tres blísters de medicación para dormir”. Una medicación muy fuerte encima. Mi mamá, no me voy a olvidar más, se sienta en la cama, se agarra la cabeza y se larga a llorar. No podía creer que esto estuviera pasando de nuevo. Y me lleva al suelo y me dice “te vas a dormir varios días”. Yo le dije “ma, con la dosis que acabo de tomar me voy a morir creo”. Se viste, pedimos un taxi, mi mamá en un estado de shock. Yo no entendía nada.

En 2021 Agustín entendió que
En 2021 Agustín entendió que necesitaba transicionar y de a poco pudo ponerlo en palabras.

—¿Hubo algún diagnóstico?

—Trastorno de la conducta alimentaria, depresión y ansiedad... Hay algo que no mencioné. Me acuerdo de que cada vez que yo bajaba de peso, dado que se pierde mucha grasa, mucho músculo, los pechos me empezaron a disminuir y de repente me veía al espejo y era plano. No tenía nada. Y eso me encantaba. Y cuando empecé a subir de peso, empezó todo lo contrario: trastorno por atracón de nuevo, porque fue tanto el tiempo que yo le restringí al cuerpo que me pedía, me pedía, me pedía, porque, claro, el cuerpo se prepara por si, en algún momento se vuelve a restringir, tener esa reserva. Comía todo lo que encontraba. Mezclaba cosas que vos decís “qué asco”. Mezclaba todo lo que encontraba en la cocina.

—Ahí empezó a aparecer un poco más de curvas.

—Sí. Fue terrible. Al tiempo hice mi transición.

—¿Estabas yendo al colegio? ¿Podías estudiar mientras tanto o no se podía?

—Faltaba mucho. Siempre fui un alumno 10. Muy aplicado. Y desde que me pasó el trastorno de la conducta alimentaria en el momento en el que me internaron faltaba mucho. Muchísimo. En un momento estábamos en pandemia. 2020. Yo no me conectaba a los Zoom. No quería, no quería que se viera mi cara, mi cuerpo recuperado. No podía. Porque tenías que prender la cámara. No me podía permitir eso.

—¿El bullying seguía sucediendo?

—No. No.

—Ya había otros compañeros, otra dinámica.

—Sí. Y preocupación.

—¿Entre tus compañeros también?

—Sí. De mi grupo de amigas, mis profesores, se daban cuenta. Se dieron cuenta.

—¿Fue un espacio que pudo contener y abrazar el de la secundaria?

—Sí, el colegio fue la verdad que una contención inmensa me dieron. Había una psicopedagoga. Yo cada vez que me sentía mal, me agarraba un ataque de ansiedad, un ataque de pánico, ella me permitía salir del momento de clase, ir a su oficina, tomar un café, calmarme. Y me ayudaba mucho. La verdad que el colegio en eso un diez.

La familia fue sostén y
La familia fue sostén y acompañó desde el primer momento.

—¿La pandemia te hizo mal?

—Mucho, porque yo en ese momento como la gente no me veía empecé a comer mucho y no me soportaba. No podía verme al espejo.

—¿Y en tu casa qué pensaban de eso?

—Contentísimos de que yo comiera. No lo podían creer. O sea, ellos felices de la vida.

—¿Cómo siguió?

—En 2021 conocí un grupo de amigos de casualidad porque yo estaba con una amiga que me dijo “mirá, yo en un rato me encuentro con unos amigos en el parque, yo ese día estaba re bajón, vení así te despejás un rato”. Conocí a un grupo de gente trans que iban a una asociación que se llama Varones Trans que necesito mencionarla porque son un diez. Empecé a ir a la asociación y lo agarré a Santi, el presidente de la asociación, y le dije me pasa esto, esto y esto y yo en llanto, pleno ataque. “No sé cómo decírselo a mi familia, no quiero vivir más así, necesito transicionar, necesito ser verdaderamente quien soy”. La desesperación que vos tenés de decir me di cuenta de que estuve toda mi vida así y no puedo aguantar ni un minuto más.

—¿Cuál fue el disparador para que vos lo entiendas?

—La serie. La identificación.

—¿Habías tenido alguna pareja hasta ese momento? ¿Te habías enamorado?

—Cuando era más chico sí. Yo soy bisexual y estuve en pareja con una chica y en ese momento me enamoré de un chico que también era un varón trans y fue una gran contención para mí porque él me entendía en todo. En absolutamente todo. Me acompañó cuando me hormonicé. Cuando me operé.

—Te acompañó en todo el proceso.

—En todo el proceso. Vio todo mi cambio.

—Él te conoció como mujer y te acompañó en toda la transición.

—Sí.

—¿Y la chica con la que estabas en pareja qué pasó cuando lo conociste a él?

—No, con ella corté antes, cuando terminó la internación terminamos la relación.

—¿Estuvo en riesgo tu vida de nuevo?

—Sí, muchas veces. Pero yo no lo dimensionaba. Yo decía no me morí la primera, no me morí la segunda, no me voy a morir. Y la última fue terrible. El último intento de suicidio, que no sé si llamarlo así porque fue como una desesperación que me llevó a ese impulso de decir “quiero tomar esto”, en ese momento sí pensaba que me quería morir pero yo siento muy en el fondo que no me quería porque recurrí a mi mamá para decirle “hice esto, qué hacemos, ayudame”. Estaba con la desesperación de decir “necesito estar bien, necesito arrancarme este dolor”. Buscaba llamar la atención porque no podía más ocultar y soportar todo ese dolor yo solo.

—¿Te sentías cómodo con la idea?

—Sí, muy. Tenía mucho miedo cómo se lo tomara la gente, eso sí. Tenía muchos miedos, muchas incertidumbres de cómo va a reaccionar mi familia. Yo sabía que mi familia no era capaz de echarme. Hay muchos chicos que lamentablemente la familia los echan de la casa. Pero me daba mucho miedo que no lo aceptaran.

Agustín junto a su mamá.
Agustín junto a su mamá.

—Pero encontrarte a vos en tu identidad, ¿qué trajo?

—Alivio. Paz y mucha felicidad. Ese dolor fue desapareciendo un montón. Fue como sanar al niño que fui, que sufrió tanto bullying y que no entendía lo que le pasaba. Siento que todo lo que pasó, toda la depresión, la ansiedad, el trastorno de la conducta alimentaria fue el síntoma que desarrollé a partir de odiarme por no entender quién era, qué me pasaba.

—Primero hablaste en el grupo. Después hablaste con tus amigos.

—Mis amigos obviamente lo súper entendieron. También es otra generación. Con mis amigos del teatro. Les conté a mis profes y fue tipo “ok, sos Agustín, ¿qué tiene? Sos Agustín y ya está”. A mí el teatro me salvó la vida porque yo me acuerdo, esto no lo dije, que empecé a comer porque en el momento que a mí me internaron yo tenía puestas, actuaba. Tenía que bailar mucho. Y mi médica me dijo “no, vos no lo podés hacer, no podés subir ni una escalera”. No tenía permitido subir escaleras realmente. Y me dijo “cuando vos empieces a comer y te recuperes un poco, podés volver al teatro”. Yo empecé a comer por eso, porque necesitaba volver al teatro. Me acuerdo de que en vacaciones de verano se hace un receso, pero hay un intensivo de teatro, de canto, de danza. Yo me acuerdo de que iba a ver a mis compañeras, me subían a upa porque no podía ni subir una sola escalera. Iba ahí y me despejaba, no pensaba en lo que me pasaba. Y empecé a comer porque necesitaba volver al teatro. Realmente a mí el teatro y la transición me salvaron la vida.

—Encontraste tu lugar en el mundo. ¿Cómo fue la charla en tu casa? ¿Cómo la decidiste?

—No tenía la valentía por así decirlo de decirles cara a cara así que recurrí a mi psicóloga de ese momento. Yo sabía que tenían una reunión con mis papás. Y le dije “¿vos podés contarles esto? Porque yo no me animo pero necesito contarlo”. “Sí”, me dijo, y lo habló ella.

—¿En ese momento ya había sucedido algo del cambio de estética?

—No, todavía no. Lo habló con mis papás. Yo sabía a qué hora salían de sesión y estaba en el teatro con mis amigas conteniéndome para ver cuál era la reacción de mis papás. Y mis papás me dijeron “nosotros te amamos, nos va a costar porque fueron muchos años pero te amamos y es lo único que importa que vos estés bien, que seas feliz y te respetamos. No tenés que preocuparte ni angustiarte por nada. Es lo que menos queremos”. Me acuerdo de que mi papá con su esposa y con las hijas de ella, que para mí son hermanas, me pusieron Toti porque como al principio les costaba decirme Agustín. Todo el mundo, toda mi familia me decía Toti. Y fue como volver a respirar. Fue como “ya está, ya pasó”. Ellos lo entienden, ellos me respetan y me acompañan. Es lo único que importaba.

—¿Les pudiste contar que elegiste Agustín por ellos?

—Sí. Y elegí Dante también porque me encanta el nombre y es una escuela en la que trabajó mi mamá.

"A mí el teatro me
"A mí el teatro me salvó la vida", relata Agustín en el ciclo Voces es Infobae

—¿Cómo empezó el cambio en tu estética?

—Me fajaba y era terrible porque era muy riesgoso. Podía tener muchos problemas en las mamas. No podías respirar bien. Me acuerdo de que yo siempre tuve muchos esguinces por bailar y de más chico hice vóley, tenía vendas. Con las vendas me apretaba a morir hasta que no podía respirar. Y mis compañeros de la asociación de Varones Trans me decían “no podés hacer eso, existen los binders que son como unos tops deportivos que sirven para aplanar”. Pero al principio recurrí mucho a las vendas y cuando me compré mi primer binder fue increíble. Verme al espejo y verme plano. Después me miraba mis pechos cuando me estaba por bañar y era volver a la realidad de no quiero esto. Pero mientras tanto podía salir a la calle y sentirme más o menos cómodo. Y después empecé con las hormonas. Mi ex me acompañó en todo. Él ya sabía todo el proceso, entonces para mí era mucho más fácil. Me hice todos los estudios porque previamente hay que hacerse un montón de estudios.

—¿Acompañó un médico también?

—Sí, por supuesto. Un endocrinólogo y mi médica de cabecera. Yo en ese momento no les conté a mis papás, al tiempo les conté, costó un poco entenderlo porque les daba miedo. Solo por eso, no porque me quisiera hormonizar. Les daba miedo por la desinformación misma de que me pasara algo malo. Cuando se quedaron tranquilos, ellos siempre me acompañaron, en todas mis decisiones ellos siempre estuvieron al lado mío. Estuviera bien, estuviera mal, ellos siempre se quedaron al lado mío y para mí eso es un privilegio que no a todos les pasa.

—¿Las hormonas son testosterona básicamente?

—Testosterona. Empecé con inyectables. Seguí con gel. Y las dejé porque no estaba pudiendo controlar mi voz, que yo me dedico al canto. Yo me dedico al teatro musical entonces no estaba pudiendo encontrar mi voz. Hasta que di con una profe de canto que era fonoaudióloga y me di cuenta de que las hormonas las podía seguir mientras estuviera supervisado con una profe de canto. No las retomé hasta ahora que estoy volviendo a tratar de retomarlas. Pero para mí fue increíble. Y ese mismo año a fin de año me operé. Me pude operar gracias a la Ley de Identidad de Género. Yo me veía al espejo y no lo podía creer.

—Te sacaste las mamas.

—Sí. Me miraba al espejo y no lo podía creer. Fue realmente una felicidad: al día de hoy te juro que fue la mejor decisión que pude haber tomado en la vida.

—¿Dudaste, tuviste miedo antes?

—No. No. Yo sabía que lo quería. Y cuando me vi al espejo terminé de confirmarlo. Me sentía yo. O sea, por primera vez me sentía yo completamente.

Agustín López: "Para mí es
Agustín López: "Para mí es muy importante que se visibilice un varón trans en la tele"

—¿Dónde sentís discriminación hoy?

—En TikTok recibo muchos, muchos comentarios de odio. Muchísimos. Tengo un video que se me viralizó, tiene como 1.500.000 vistas, y los comentarios que recibo son terribles.

—¿Qué contás en el video?

—Es un video que muestro mi transición. Dice, como que alguien dice nunca vas a poder ser un hombre. Y muestro el cambio que hice como diciendo sí pude, lo pude lograr. Y hay muchos comentarios. Y mi mamá me decía no contestes. No contestes. Eliminalos. Yo le decía obvio que voy a contestar, porque necesito visibilizar que esto sigue pasando. Porque hay gente que te dice ay no, pero es delirio suyo, de la comunidad LGBT, de la comunidad travesti-trans sobre todo. Es delirio suyo que los siguen discriminando. Con esos videos dejo en evidencia que no. Que en 2025 sigue pasando.

—Hay un tema que me preocupa y tiene que ver con la medicina y con la salud. Las personas trans tienen que tener acceso a la medicina. Es fundamental que un varón trans vaya a la ginecóloga y que una mujer trans vaya al proctólogo.

—Sí. De hecho hice un video al respecto y recibí muchísimos comentarios horribles. Que yo después los uso para informar. A mí ya realmente me genera risa pero en un principio sí, es horrible. Es horrible ver cómo te mira la gente. Es horrible también tener que ir juntando data de compañeros trans a ver a qué ginecóloga voy. No me importa pagar, necesito ir a una ginecóloga que esté informada. Son muy pocas lamentablemente. No podés ir a cualquier ginecóloga. No podés ir a cualquier endocrinólogo. Porque hay mucha desinformación y hay mucha discriminación todavía en la medicina. Y en la salud mental también. Me acuerdo de que una anterior psiquiatra me dijo “yo no te puedo anotar con Agustín porque todavía no tenés el cambio de DNI”. La Ley de Identidad de Género dice que sí, que por más que no tengas el cambio de DNI te pueden anotar con tu nombre autopercibido.

—Es terrible. ¿Tenés el DNI?

—Sí. Todo el mismo año fue. El DNI, las hormonas, la operación. Fue, ay, fue un alivio para mí. Fue lo mejor que me pudo pasar en la vida transicionar.

—Nosotros hablamos antes y vos me decías que todo lo que pasó tenía que ver con encontrarte vos.

—Sí. Sí, sin dudas.

—Hoy lo entendés.

—Hoy lo entiendo. Hoy estoy menos enojado con la vida. Hoy no estoy enojado con la vida. No estoy enojado. Antes odiaba el mundo. Me odiaba a mí. Porque ni yo podía entender qué me pasaba. Y pude sanar ese niño que fui. A ese adolescente que fui que sufrió tanto.

—Tuviste la suerte de tener una familia que acompañó.

—Sí.

—Me imagino que tenés amigos y amigas que no tuvieron esa suerte.

—Y es terrible. Terrible. Hay muchos compañeros y compañeras trans que los echan de la casa. Que la familia los golpea. Hay muchas personas trans que caen en autolesiones. Hay muchas personas trans que se suicidan. Los asesinatos de las personas trans cada vez se incrementan más. Hay muchas personas trans que caen en consumos problemáticos. Que el único recurso que tienen es la prostitución. Y es terrible. Ver eso es realmente decir qué privilegio la familia y el entorno que tengo.

—¿Agus, te dejaste de lastimar?

—Sí.

—¿Estás bien hoy?

—Hoy estoy bien.

—¿Qué tenés ganas de que pase?

—De seguir trabajando de esto. Por ahí mi sueño no, algo que yo de chico pensaba era quiero ser famoso. Quiero ser famoso. Hoy en día lo veo de otra manera. Hoy en día lo veo como quiero vivir de esto. No busco ser famoso. No busco que todo el mundo me reconozca. Quiero vivir de lo que me gusta.

—¿Hoy qué estás haciendo?

—Hoy estoy en dos proyectos. Estoy en Lutero, el musical. Estoy en Caída libre, el musical. Y antes estuve en Ana es luz, el musical. Estuve en Regreso a la tierra de Oz que fue una obra que hice en vacaciones de invierno. Hice Inferno. Hice Libre cautiverio también que la terminamos hace poco la temporada.

—¿Estás noviando?

—No. Soltero.

—¿Estás con ganas de enamorarte?

—Estoy con ganas de enamorarme. No, pero realmente ver todo lo que me ha regalado esta ciudad, esta provincia, desde que llegué es increíble. Es como decir realmente esto puede pasar, los sueños se cumplen. Se puede soñar, se puede estar mejor. Y también agradezco de nuevo mucho por el espacio. Para mí es muy importante que se visibilice un varón trans en la tele. Un artista trans en la tele.

—¿Hay algo que no te haya preguntado que te parezca importante comunicar?

—Me parece que no. Quiero agradecer a mi familia. A mi papá, a la esposa de mi papá, a sus hijas, a mi mamá, a mi abuela. Mi abuela es una persona grande y el cambio que ha hecho es increíble. El amor que me tiene tu familia y la contención que me han dado. Siempre estuvieron al pie del cañón conmigo. Decisión que tomo decisión que me acompañan con amor. Para mí es muy importante y es realmente un privilegio. A mis amigos que siempre estuvieron ahí, que nunca me soltaron la mano. Y de nuevo también a la gente que me da trabajo que para un artista trans es difícil.

—Vos entendés que ese día tu hermana te salvó la vida, ¿no?

—Sí. Y mi médica también.

—¿Se los dijiste?

—No. Pero yo siento que sí, que gracias por darme eso para agradecer a mi hermana. Y para agradecerle también a Viviana Buiras, yo antes la veía como una bruja. La odiaba. Era como me estaba obligando. Y después me di cuenta de que ella me salvó la vida. Que si mi hermana y ella no se daban cuenta, no me ayudaban, yo hoy no estaría acá.

—Y esos papás que después pudieron también…

—Mis papás increíbles. Todo lo que soportaron. Pobres padres. Pero siempre con amor me acompañaron así que no puedo estar más agradecido.

Si querés contar tu historia escribinos a:voces@infobae.com

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