La valiente caminata de Luciano, el chico de 9 años que salvó del infierno a sus hermanos

Tomó a sus hermanitos, de 5 y 2 años, y juntos caminaron 30 cuadras para escapar de un hogar violento, refugiándose en casa de sus abuelos. Hoy trabaja en un juzgado de menores. La realidad de los hogares de tránsito y la problemática de las adopciones, a través de su dura historia de vida

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Luciano Salvador caminó a los 9 años junto a sus hermanos 30 cuadros para salvarlos de la violencia y el abandono

Mucho antes de que en las redes sociales circulara aquella máxima de que un primer paso no te lleva donde querés estar, pero te saca de donde estabas, Luciano caminó. Vaya uno a saber cuántos pasos habrá necesitado ese nene de nueve años para cubrir las 30 cuadras que separaban su casa de Laferrere con la de sus abuelos, en Morón. Y cuántos habrán dado su hermana Valeria, de cinco años, y su hermano Walter, de apenas dos. Ese niño necesitaba decir lo que nadie parecía dispuesto a escuchar: que los tres eran víctimas de violencia y abandono. Que así no podían seguir. Que ya había sido suficiente.

Para al fin llegar adonde quería -y merecía- estar, Luciano debió esperar más de tres años en un hogar. Cansado de la inacción ajena, desbordado por la bronca y la desesperanza, ese nene -ahora con 12 años- se plantó entonces frente a un juez para de nuevo advertir lo que nadie parecía ver: tanto él como sus hermanos -que ya no eran tres, sino seis- necesitaban lo que desde siempre les había sido negado. Una familia. Un hogar. Ya no eran víctimas de la violencia sino del olvido.

Hoy, Luciano Salvador tiene 32 años. Trabaja en un juzgado de familia y colabora con Ser Familia por Adopción, la asociación civil que creó Laura, su mamá adoptiva. Y comparte aquí, en este encuentro con Infobae, su historia de vida. Aquella que fue reflejada en Red, Familias por adopción, el conmovedor trabajo de la fotógrafa Nora Lezano que se expone en el Centro Cultural Recoleta, con producción de Patricia Carrascal y Rocío Irala y Hernández y que pronto comenzará su gira por la Argentina.

La de Luciano es una historia de violencia y abandono. De injusticia, de carencias, de desamparo. También es una historia de amor.

Luciano Salvador en la foto que se expone en Red, Familias por adopción que continua hasta el domingo en el Centro Cultural Recoleta y luego saldrá de gira (Nora Lezano)
Luciano Salvador en la foto que se expone en Red, Familias por adopción que continua hasta el domingo en el Centro Cultural Recoleta y luego saldrá de gira (Nora Lezano)

—¿A qué edad fuiste adoptado?

—A los 12 años, en 2004, en un momento en el que todavía era complicado que la gente se fijara en adolescentes. Veinte años después, sigue siéndolo.

—¿Cómo llegas a esos 12 años? ¿Qué pasó antes?

—A mis seis años, tenía una hermana de dos años y otro hermano en camino. Vivíamos con mis progenitores. Nos tuvimos que ir de la casa, sobre todo de mi progenitor (Julio). Mi mamá al poco tiempo conoce a quien se llamaba Roberto, y de Morón nos vamos a vivir con él a Laferrere. Ahí comienza una situación de vulneraciones de derechos; lo que te puedas imaginar, básicamente...

—¿Hacia ustedes o también hacia tu progenitora?

—Con la perspectiva de hoy, hubo violencia de género. Mi mamá también era una persona violenta hacia nosotros. Mi mamá también. Ambos, ambos...

—¿En la casa de tu progenitor, también hubo situaciones de violencia?

—Entre ellos dos, sí. Entre los adultos.

—No hacia ustedes.

—No hacia nosotros. Cuando se separaron, mi progenitor al poco tiempo desapareció de nuestras vidas. Muchos años después, con la lectura del expediente me informé que había sido amenazado por mi mamá, diciéndole que si se acercaba lo iba a denunciar. Que iba a pasarla mal, digamos.

—¿Cómo sigue la historia?

—Estuvimos tres años viviendo bajo esas circunstancias hasta que, una tarde de invierno, mi mamá había estado una semana en cama porque estaba enferma. Vino Roberto enfurecido de la calle, y la levantó diciéndole que se vaya a la salita del barrio. Walter ya había nacido, y nos mandó a los tres hermanos a buscar a mi mamá. Pero yo no fui a buscarla; me fui de Laferrere a Morón caminando unas 30 cuadras hasta la casa de mis abuelos. Entramos con mis hermanos, les contamos toda la situación a mis abuelos, y enseguida se decidió que había que darle intervención a alguna institución pública.

Años de maltrato y abandono empujan a Luciano a buscar una nueva familia (Foto: Luciano Salvador)
Años de maltrato y abandono empujan a Luciano a buscar una nueva familia (Foto: Luciano Salvador)

—En esos tres años, hasta que ustedes van a tocar la puerta de tus abuelos, ¿nadie detectó nada, nadie denunció nada? ¿Qué pasaba en el colegio?

—En el colegio yo prácticamente expresaba lo que estaba viviendo en casa: muchas malas conductas y demás. No íbamos cuidados al colegio. Recuerdo la lectura del expediente: mis compañeros me llamaban “el piojoso”. Ya había una situación vista por la escuela que no fue denunciada en el momento adecuado.

—Tus abuelos dan intervención, no se quedan callados. ¿Y no te llevan de vuelta a esa casa?

—Volví a esa casa a la noche. En el interín, entre que nosotros les contábamos las situaciones que estábamos viviendo, tanto mi abuelo como mi tío fueron a buscarlo a Roberto: lo golpearon muy feo. Cuando volvimos, Roberto estaba todo amoratado. Nos brindó un par de semanas de luna de miel, parecía otra persona. Al poco tiempo nos llamaron para que vayamos a un juzgado en Morón.

—¿Quién te lleva a Tribunales?

—Mis abuelos junto con mi mamá. Mi accionar no fue lo único que motivó esa situación: teníamos vecinos que ya habían hecho denuncias. Ya había alertas.

—¿Y tu mamá, qué decía?

—No creo que hubiese estado sorprendida de esa situación. Yo creo que, en parte, tiraba bastante de la cuerda con esas situaciones de abandono hacia nosotros. Recuerdo que muchas veces nos decía que nos quería dejar en un internado. Una de las principales motivaciones de mi declaración en ese momento fue: “Quiero cumplir con el deseo de mi mamá. Quiero que con mis hermanos nos vayamos a un hogar”. Y así fue.

—¿Se sentían queridos?

—Por nuestras figuras de cuidado principales, no. De toda esa familia, a la que más quise fue a mi abuela: me cuidó en los primeros años. Mi mamá me tuvo muy joven, alrededor de los 20 años, y no pudo asumir ese rol. Cuando yo nací, mi papá se fue a Azul: tardó dos años en reconocerme. Así que, digamos, querido no me he sentido… No nos hemos sentido.

—¿Los tres se van a un hogar, inmediatamente?

—Sí. Ese mismo día: 7 de julio del 2001. Yo declaro, y mis hermanos me acompañan con el lenguaje que pueden. Recuerdo que nos estaban llevando a nosotros y Sandra, que es mi progenitora, gritando desaforadamente.

—¿Te acordás de esa primera noche en el hogar?

—Sí. Fue una noche muy larga. No dormí. Era una habitación enorme con un montón de camas cucheta, con personas que no conocía. Estuvimos ahí un mes, más o menos, y después nos fuimos al Máximo Gil en Chacabuco.

—En ese momento, ¿vos qué querías que pasara? ¿Quedarte en el hogar? ¿Que tu progenitora esté mejor y te pueda cuidar?

—Soy desconfiado por naturaleza, y la verdad es que nunca se me ocurrió volver a esa situación, a ese lugar. Nadie me preguntó: “¿Vos querés volver con tu familia biológica?”. Y yo, claramente no.

—¿Sentís que en general los niños son poco escuchados en estos procesos?

—Muchas veces sí. Yo tuve que esperar tres años y medio para sentarme frente al juez y expresarle, con enorme enojo, que hacía tres años y medio que nosotros no teníamos una familia.

—Y vos querías una familia.

—Yo quería una familia sin saber en realidad lo que estaba pidiendo.

—Querías que te cuidaran.

—Sí.

—¿Y tus hermanos, en ese momento más chiquitos, cómo estaban?

—Para ellos también fue aliviador salir de esa situación de violencia en la que se encontraban. Quizás Valeria, la que me seguía a mí, era la que más extrañaba a mis progenitores. Un poco, y no mucho más: el resto de mis hermanos, como eran muy pequeños, no tenían registro. Primero éramos tres hermanos en el hogar, y después se incorporaron otros tres.

"Poco antes de la pandemia empecé a dejarme querer", reflexiona Luciano con Infobae sobre abrir su corazón a una nueva familia.(Foto: Luciano Salvador)
"Poco antes de la pandemia empecé a dejarme querer", reflexiona Luciano con Infobae sobre abrir su corazón a una nueva familia.(Foto: Luciano Salvador)

—¿Nacieron tres hermanos una vez que vos te habías ido de esa casa?

—Exacto.

—Uno atrás del otro.

—Uno atrás del otro.

—¿Y cómo se los rescata a esos tres hermanos? ¿Son hijos de Roberto?

—Sí, son hijos de Roberto. El juzgado intervino inmediatamente. Sofía (la cuarta hermana) se incorporó al poco tiempo que nosotros, siendo todavía bebé. Más tarde vienen al hogar donde estábamos nosotros otros dos hermanos más, Gustavo y Micaela, que estaban en un hogar de bebés. Ya éramos seis.

—Es decir, seguían las situaciones de violencia en esa casa, con los chicos que iban naciendo.

—Con los bebés. Sí, sí. Situaciones de abandono, que los vecinos denunciaban. Tanto Sandra, mi progenitora, como Roberto eran convocados asiduamente al juzgado. Se les brindaron dispositivos de salud y tratamiento psicológico para que pudieran revertir esa situación, pero no había un compromiso genuino.

—¿Cómo es vivir en un hogar?

—Uno ahí se siente resguardado. Pero después, todo lo que es la parte afectiva, de cuidado personalizado, de que alguien se centre en lo que a vos te está pasando, en lo que necesitás, no. Sí se ocupan de que vayas a la escuela, de que tengas las comidas, de recurrir al sistema de salud si estás enfermo. Y no mucho más.

—¿Y si uno tiene una pesadilla?

—Y… quizás tengas que arreglar la pesadilla con la almohada.

—¿Te festejaban los cumpleaños?

—Sí. Me ha tocado pasar algunos cumpleaños con familias que eran solidarias del hogar, con desconocidos. A veces, los recursos que se otorgan a los hogares no son los suficientes: hoy el sistema, los hogares, están en un estado crítico.

—¿Qué pasa cuando otro niño del hogar es adoptado?

—En los primeros casos que uno percibe esa situación, se pone contento por ese niño. Pero cuando va pasando el tiempo decís: “¿Por qué no me está tocando a mí? ¿Qué es lo que pasa conmigo que no hay ninguna familia interesada en mí?”. Eso fue lo que después alimentó toda la bronca: veía que se iban chicos más pequeños que yo, que para ese entonces tenía 10, 11, hasta 12 años.

Luciano Salvador con su titulo de abogado
Luciano Salvador con su titulo de abogado

—¿A los seis hermanos les estaban buscando una familia, todos juntos?

—No. Hasta que yo no expresé lo que estaba pasando, no había una búsqueda. Pasa que yo, en ese momento, estaba bajo otra ley. Cuando se sancionó el (nuevo) código en el 2015 se le dio mucha más claridad al proceso y más celeridad.

—Pasan más de tres años, ¿y cómo hacés para ir a ver al juez?

—Nosotros teníamos visitas regulares al juzgado: nos íbamos de Chacabuco hasta Morón en una camioneta, cuatro, cinco horas de viaje. Y en una de esas visitas tuve al juez de frente, y le dije qué era lo que estaba pasando. Cómo era posible que hacía tres años y medio que nosotros no teníamos una familia. Cómo podía ser que yo veía que compañeros míos se iban, y nosotros, nada. Tuve un estallido, llorando, embroncado. “Vamos a ponernos a trabajar inmediatamente”, me dijeron. Y al poco tiempo apareció la familia: Laura y Cacho. Siempre sostengo que me hubiese gustado que mis hermanos se fueran primero. Esto no sucedió. Apareció una familia para mí, apareció otra familia para Walter y Valeria. Los otros tres hermanos se quedaron.

—¿Por qué se quedaron?

—El progenitor (Roberto) no quería renunciar a lo que se llamaba en ese momento la patria potestad. Estaba costando que él firmara ese papel, y por eso no se podía declarar la situación de adoptabilidad de los niños. Lo mismo pasó con mi progenitor: se tardó porque a Julio no se lo podía localizar. Entonces nosotros estábamos ahí, en el limbo. Después, en ese año, el 2004, todos fuimos adoptados por distintas familias. En esa Navidad estábamos los seis en el juzgado, cada uno yéndose con su familia.

—Seis familias distintas.

—Seis familias distintas.

—¿Seis familias que estuvieron de acuerdo en mantener el vínculo entre ustedes?

—La mayoría, sí. Hubo algunos casos que no.

—¿Ustedes, los hermanos, querían seguir viéndose o era muy doloroso y buscaban empezar de nuevo?

—Mirá, en ese momento pensaba que sí, que todos queríamos vernos. Ahora, con la perspectiva de adulto, creo que no. A algunos de mis hermanos el hecho de juntarnos hacía que revivieran el pasado, entonces: “No nos veamos”. Y eso tampoco se preguntó: qué es lo que le pasaba a alguno de nosotros si se veía con alguno de sus hermanos.

—¿Y a vos, qué te pasaba?

—Los primeros tiempos que fueron adoptados estuve bastante encima de ellos. Seguía teniendo ese saquito de cuidador, seguía llamándolos muy asiduamente, motivando los encuentros para saber cómo estaban, cómo los trataban sus padres.

—¿Cómo conociste a Laura y Cacho?

—Yo me encargaba en el hogar de hacer los mandados y una mañana, cuando abro la puerta, los veo. Sabía que eran ellos porque ya me habían dicho que iban a venir. Cuando los vi, lo tomé quizás como muy natural. Muchos niños se emocionan en ese momento; bueno, no fue mi caso.

—Tenías una coraza de protección enorme.

—Sí. La sigo teniendo todavía.

—¿Pudiste ir abriéndola, un poquito?

—Sí. Con mucha terapia.

—¿En qué momento entendiste que esa era tu casa, que esa era tu familia, que nadie te iba a devolver al hogar, que nadie te iba a lastimar?

—Hace poquito, en la pandemia. Me tocó convivir accidentalmente con mi mamá porque me habían operado de apendicitis una semana antes de que se declarara el cierre, y la curación la hice en la casa de ella.

—En esa casa, ¿había hermanos?

—Sí. Un hermano. Cacho con otro matrimonio, ya había adoptado a un bebé, que hoy tiene 46 años.

—¿Querías volver al hogar en ese momento?

—Cuando llegué, en los primeros tiempos, amenazaba mucho con eso: hacía que llamaba por teléfono al hogar. Siempre, todo el tiempo. Cuando hacía alguna macana, el primer comentario era: “Me van a devolver. ¿Cuándo me van a llevar al hogar?”.

—¿Y cuándo te diste cuenta de que en esa casa nadie te iba a pegar ni lastimar?

—Bueno, que nadie me iba a pegar… Tuve que llegar a una situación bastante compleja para eso, porque yo me puse en posición de pelearme físicamente con Cacho, y él no reaccionó. Ahí entendí que no iba a pasar para ese lado la cosa. Fue a poco tiempo de llegar, con 12, 13 años.

—¿Con el tiempo, te fuiste dejando querer?

—Sí. Poco antes de la pandemia empecé como a dejarme querer.

—¿Con cuáles de tus hermanos mantenés vínculo?

—Con casi todos nos vemos una vez al año, por lo menos. A Valeria, la que me sigue a mí, la vi la última vez el año pasado para esta fecha, más o menos. Con Gustavo hablo muy de vez en cuando por WhatsApp. Las redes sociales ayudan bastante, sostengo más o menos un vínculo. Ahora quizás está un poco diluido por una cuestión de que cada uno tiene su vida y a veces es complejo engarzar todo.

Luciano Salvador, su mamá y su novia en la muestra Red, familias por adopción.
Luciano Salvador, su mamá y su novia en la muestra Red, familias por adopción.

—¿Con qué te encontraste al leer el expediente, mucho tiempo después?

—Con el trasfondo, con el otro lado del mostrador. Mientras yo estaba en el hogar pasaban cosas con la familia biológica y yo no sabía todo eso. También había informes que indicaban que determinados hermanos preferían ser adoptados solos. La lectura del expediente me permitió perdonar y entender por qué esas personas (por sus progenitores) hicieron lo que hicieron.

—¿Te buscaron, los buscaste?

—No los busqué de manera directa. Sí estuve de manera virtual intentando ver si alguno había fallecido, dónde estaban más o menos ubicados por el padrón electoral, y no mucho más. Pero el tercer hermano, Walter, hace unos años intentó revincularse con la familia biológica y, a través suyo, esa familia pidió que yo me acercara. Fue una situación difícil, sobre todo porque quienes lo pidieron fueron mis abuelos, que eran a los que más afecto les tenía. Y todavía les tengo. Tuve que decir que no.

—Que primero estabas vos.

—Tendré que convivir con ese 10% de la duda. Esto lo hablé con un psicólogo y me dijo: “Vos decidís si querés convivir con ese 10%, o no”. Y yo decidí convivir.

—Puede doler mucho, ¿no?

—Puede doler mucho porque uno no sabe con qué se puede encontrar del otro lado. No dejo de pensar que algún planteo o una cuestión quizás hasta afectiva, pueda afectarme.

—Ahora estás trabajando en un juzgado.

—Sí. Un juzgado de familia en la provincia de Buenos Aires.

—¿Qué pensás cuando hay gente que, sin tener ni la menor idea de cómo funciona, dice que las leyes de adopción en Argentina son un desastre?

—A ver, en Argentina somos pioneros en buenas leyes. De hecho, en el mundo somos bastante reconocidos por los avances en las leyes. El tema es que a veces chocamos con la realidad: establecemos el plazo de 180 días (para la revinculación con la familia biológica) cuando ya sabemos que en la práctica eso no funciona, que es muy poco tiempo para que la situación que generó que el niño fuera extraído de la familia vuelva a una situación sana, de salud. Ahí hay algo que no estaría funcionando. Pero la verdad es que la ley actual no puede ser más ágil. Hoy, el que te dice que adoptar en Argentina es complicado, es muy difícil, es muy burocrático: eso no es así. Vos te anotás, hacés todos los pasos, está la información en la página correspondiente del Registro, y tenés que esperar un mínimo de tres meses para ser evaluado por un equipo técnico. Si pasás esa evaluación, ya estás.

—A mí no me preocupa cuánto espera el que quiere adoptar; me preocupa cuánto esperan los niños para ser adoptados.

—Sí.

—Los 2200, 2300 chicos que están en situación de adoptabilidad en Argentina, ¿están siendo cuidados como debe ser hasta que son adoptados?

—No, no.

—¿Por falta de recursos?

—Por falta de recursos. Hay hogares que no tienen más lugar para los chicos, por ejemplo. De hecho muchos niños, por no tener espacio en las instituciones, están al cuidado de familias.

—Hogares de tránsito.

—Sí. Y no sabemos en qué situación están esos niños, quién controla.

—¿Tardamos mucho en decretar la adoptabilidad o vos sentís que, al revés, es muy poco tiempo el que se está destinando a las posibles revinculaciones con las familias?

—La sábana es corta. O damos más tiempo para trabajar con las familias, o respetamos los 180 días y declaramos la situación de adoptabilidad de los niños, y que tengan el derecho a esa familia. Tenemos que decidir de dónde tiramos.

—Vos fuiste ese niño.

—Sí. Yo hubiese preferido, con la ley de hoy, que pasaran los seis meses y a mí se me consiguiera una familia.

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