Podemos cumplir el sueño de la “Generación del ‘80” gracias a la IA

Argentina enfrenta la oportunidad de convertirse en un exportador global de energía y conocimiento gracias a la IA

La Inteligencia Artificial impulsa una nueva revolución tecnológica comparable a la transformación de la Generación del '80 en Argentina

La Inteligencia Artificial es la revolución dentro de la revolución tecnológica que nos sumerge en un mundo que era inimaginable hace apenas 10 años. No podemos mensurar aún lo que esta herramienta es capaz de hacer.

Tan poderosa es en su afán transformador que marca un hito en la historia de la humanidad, como lo fueron las ideas de, por ejemplo, la extraordinaria Generación del ‘80 (la del General Roca, Sarmiento y Alberdi), que en tan solo 50 años convirtió a la Argentina en uno de los 5 países más prósperos del mundo.

La Generación del ‘80 terminó con la Argentina de los saladeros, la venta del ganado en pie y de granos sin valor agregado, para pasar a importar la tecnología manufacturera generada por la revolución industrial anglosajona.

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Hoy, 150 años después, estamos frente a una nueva oportunidad: que nuestro país deje de sufrir asfixia por la falta de dólares y se convierta en un “acelerador de protones” de hiper valor agregado a través de exportar energía y conocimiento de la IA.

Llevar a la Argentina a su máximo potenciador de opciones gracias y por la inteligencia artificial ¿Cómo es posible esto?

“Sembrando”, en regiones estratégicas como Córdoba o Pergamino en la “Zona Núcleo” del país, una red de micro data center underground de procesamiento de IA.

¿Para qué? Para que nuestro país comience a exportar energía al mundo. Y, sobre todo, para exportar conocimiento y el procesamiento de ese conocimiento.

El resultado será volver a generar “divisas duras” que ingresen al país. Hasta la Generación del ´80 los argentinos vendíamos ovejas y luego comprábamos los suéteres tejidos en Liverpool o Manchester. Ellos rompieron el molde y así en el siglo XIX accedimos a la nueva tecnología textil, de transporte y agropecuaria.

Hoy, 2025, nada es más valioso que el procesamiento del conocimiento

Porque toda la infraestructura económica del mundo se basa en la IA. Todo está intervenido por la IA.

No importa la aplicación que se use (ChatGPT, Grok, Gemini o Copilot), cuando una persona le pregunta algo a esos chatbot, (cuánto cuesta una entrada al cine hasta un problema matemático), esa consulta “viaja” hacia un procesador de algoritmos que procesan placas gráficas en algún lugar en el mundo.

Cuando la app le envía esa pregunta al servidor, el servidor la procesa y le responde. Ese procesamiento (que tiene un costo, de infraestructura, de la placa, los “periféricos”, el consumo de energía, y el consumo en sí del microchip) es la “Piedra Rosetta” de nuestro tiempo.

Esa infraestructura es lo que le da el volumen a la economía.

Sin esto, la economía se para, no avanza. Si los grandes bancos, compañías farmacéuticas, los gobiernos o los dispositivos de Defensa y demás, se quedan sin procesadores que analicen esta información, se derrumba todo el sistema.

Ese no es un escenario hipotético. Eso sucedió el pasado 20 de octubre de 2025 con los servidores de AWS y Amazon, que se cayeron y se empezó a derrumbar el sistema bancario. En pocas horas se arregló el fallo, pero se perdieron unos U$S 80 mil M.

Todos leemos boquiabiertos las inversiones astronómicas que hace Mark Zuckerberg, U$S 600 mil M; Larry Ellison (Oracle), U$S 300 mil M. O Elon Musk que “metió” 100 mil placas a un valor de U$S 300 mil M en Texas. El capitalismo se nutre y sostiene por la Inteligencia Artificial que se expande por el planeta.

Es en este concierto donde la Argentina puede tener un rol central. En ese sentido, responder a la demanda de empresas que se ocupen de proporcionar el hardware que “sostiene” el andamiaje de la IA es clave para potenciar el desarrollo. Trabajar en el procesamiento del algoritmo y del software, nada más y nada menos.

Hacen falta inversores, es verdad, que aporten capital, know how y expertise. Pero también se requiere de la decisión de cada ciudadano, desde un operario de una PYME hasta un chofer de UBER que se anime a ser parte de la nueva “Generación del ‘80”, de la revolución del saber.

Integrar el mercado como accionista, involucrarse en los equipos que conducen los data center, ser partícipes de esta nueva cadena de ensambles como son el alojamiento (hosting); conectividad y mantenimiento. El mercado busca cada vez más democratizar el acceso a la infraestructura tecnológica. Cada pequeño inversor que sea dueño y operador de un micro data center, puede generar ingresos reales.

Hoy, las empresas que invierten billones de dólares para insertarse en el mundo de la IA apenas cubren el 5% de la demanda, en tecnología de procesamiento de datos. El otro 95% está “suelto”, a la espera de que el mercado lo capture.

Es en este punto donde me viene al recuerdo la aleccionadora historia de cómo se conocieron David Rockefeller y el multimillonario Cornelius Vanderbilt.

En 1878 Rockefeller tenía 26 años y era dueño de una refinería muy pequeña en Oklahoma, Vanderbilt era el zar de los trenes en EE. UU., cuando a Vanderbilt lo estafaron dos “pillos” de Wall Street le imprimieron acciones falsas, y mandaron a la quiebra a la red de ferrocarriles que unían USA. Lo único que le quedó a Vanderbilt fueron los trenes de carga.

Vanderbilt decidió rearmar su imperio ferroviario solo con los trenes de carga. Pero este negocio debía - sí o sí - estar ocupado las 24 horas del día.

Vanderbilt “la vio”.

En ese momento en USA la gran revolución era la iluminación por kerosene. ¿Quiénes producían el kerosene? Las refinerías. Pero en esa época las refinerías estaban desagregadas, separadas (como hoy lo está el 95% de la industria de la infraestructura para la IA). Entonces se enteró que un tal David Rockefeller refinaba el petróleo crudo, lo convertía en kerosene, y lo vendía en Oklahoma y sus alrededores.

Rápidamente le mandó una carta y un pasaje en tren para ir hasta Nueva York. Resulta que Rockefeller llegó tarde a tomar el tren y lo perdió. Pero con tanta fortuna que ese tren descarriló y murieron todos los pasajeros.

Rockefeller lo vio como una señal de Dios. Así, se subió al caballo y durante 6 días viajó de Oklahoma a NYC para ver a Vanderbilt.

Al sexto día Rockefeller se le presentó a Vanderbilt en la puerta de su casa. Repuesto de la sorpresa, Vanderbilt le explicó a DF que para tener a sus trenes de carga en funcionamiento las 24 horas y distribuir el kerosene para la iluminación del país, necesitaba 100 millones de litros mensuales refinados. “¿Usted me los puede proveer?”, le preguntó.

Rockefeller, audaz, le dijo que él podía asegurarle los 100 millones de litros. Lo que no le dijo es que él solo producía 300 mil litros mensuales. Firmaron los contratos y Rockefeller regresó a Oklahoma con una “misión imposible”.

Cuando su esposa le preguntó cómo le había ido, él le contestó: “hay dos posibilidades; o termino preso o muerto o soy el hombre más rico del mundo”.

Todos sabemos el final de la historia. Durante décadas David Rockefeller fue el hombre más rico del mundo.

Levantó un imperio de hidrocarburos llamado Standard Oil armando una estructura legal (conocida como Trust en USA), y les fue comprando la producción de petróleo a pequeñas compañías del noroeste y el sur de los USA. Así logró la meta de entregar los 100 millones de litros de kerosene mensuales a Vanderbilt.

Como en una “win-win situation” al estilo Rockefeller-Vanderbilt, todos ganan subiendo a la ola del conocimiento global generado por la IA.

El desafío para competir en el mercado del futuro es unir ese puzle de micro data centers hasta lograr consolidar una red de plataformas de control remoto, donde el cliente que está en Pergamino o Córdoba, en Brasil, en Hong Kong o en Hawai, puede controlar (desde su celular) esa plataforma en tiempo que muestra las variables del mercado.

Argentina puede cumplir el sueño de la Generación del ´80 del siglo XIX. Y expandirlo en la región (América Latina) para pasar a exportar energía y conocimiento, hoy los dos activos más valiosos del mundo.

Y, por supuesto, el gran ganador sería la industria más dinámica y revolucionaria que alguna vez pudo soñar el hombre, como es la Inteligencia Artificial.

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