Políticos cómplices de dictadores latinoamericanos

Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero, dos dirigentes políticos de firmes credenciales democráticas en su país y Europa que han demostrado padecer una atracción fatal hacia dictadores latinoamericanos

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Los dictadores siempre cuentan con servidores leales, sicarios que cumplen con fervor sus órdenes y aliados internacionales, a veces gobiernos, que trascienden los tratados y se comportan como amigos, en cuyos casos corresponde a los oprimidos nunca olvidar quiénes ayudaron a sus verdugos a hacer más pesadas las cadenas.

Es difícil comprender la actitud de personalidades que han trabajado a favor de la democracia en sus países y hasta en organismos internacionales. Individuos que han demostrado ser tenaces defensores de los derechos humanos, amantes de las libertades y promotores de la economía libre que, sin explicación alguna, se transforman en devotos defensores de tiranos y respaldan dictaduras.

Esta situación la ejemplifican en la actualidad dos ex jefes del gobierno de España, Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero, dos dirigentes políticos de firmes credenciales democráticas en su país y Europa que han demostrado padecer una atracción fatal hacia dictadores latinoamericanos identificados con alguna forma de marxismo, como si admitieran que ciertas ideologías conceden patente a los gobernantes para abusar de sus gobernados. Aunque en ocasiones parece que funciona más la empatía, como ocurrió en los casos de Francisco Franco y Manuel Fraga con Fidel Castro.

Franco, aunque ideológicamente era enemigo del régimen de La Habana, nunca rompió relaciones con Cuba, tampoco cedió a gestiones de Washington para que se sumara al embargo, lo que evidencia que a veces la identidad de propósitos es más fuerte que las convicciones, cualesquiera que estas sean. Al menos es lo que se aprecia en un comentario del tirano cubano a Nicolás Franco, sobrino del dictador gallego, cuando le dijo que admiraba al caudillo: "No por su ideología, sino por lo que dura", en alusión al tiempo que llevaba Franco gobernando.

Manuel Fraga y Adolfo Suárez, este último el primer jefe de Estado de Europa occidental que viajó a Cuba como observador para la Sexta Cumbre de los No Alineados, sostuvieron con los Castro, en particular Fidel, unas excelentes relaciones.

Felipe González tenía con Fidel Castro una afinidad muy particular, mientras que hacia Nicolás Maduro siente un fuerte rechazo. No obstante, su socio de partido, José Luis Rodríguez Zapatero, se inclina con devoción digna de mejor causa a favor de que Nicolás Maduro continúe conculcando los derechos de los venezolanos.

Cuando los hermanos Castro, apoyados por Ernesto Guevara y Ramiro Valdés, expropiaban, encarcelaban y fusilaban sin respetar las más elementales normas del derecho, además, subvertían los gobiernos de América Latina y enviaban mercenarios a África para sostener el proyecto imperial castro-soviético, Felipe González estableció amistad con el dictador cubano pasando por alto que Cuba era un santuario de los terroristas de ETA.

González y Castro compartieron más de una copa en el cabaret Tropicana, en un ambiente muy distendido e íntimo, relación que confirma el comentario que el ex jefe de gobierno de España dirigió a Raúl cuando supo de la muerte del autócrata insular: "Quiero expresarle mi pesar por la muerte de Fidel Castro. Usted sabe que me unía con él una relación franca y directa de varias décadas".

Por su parte, Rodríguez Zapatero asumió durante sus gobiernos una política de franco acercamiento hacia Hugo Chávez y el boliviano Evo Morales, actitud que también mantuvo con el régimen de La Habana, aunque sin duda alguna ha demostrado un particular celo en la defensa de Maduro, como se aprecia en las numerosas gestiones que ha protagonizado para reducir la profunda crisis que padece Venezuela por culpa del corrupto e ineficiente heredero de Hugo Chávez.

Por supuesto que esta conducta cómplice no es potestativa de políticos. Conocida es la fascinación que Fidel Castro ejerció sobre varios intelectuales, entre ellos, los laureados Gabriel García Márquez y Oliver Stone, quien dijo: "Puedo decir que me gustaba su personalidad fuerte, su poder". Y otro nobel, Pablo Neruda, tuvo la crueldad de escribirle una oda a Stalin, reafirmándose aquello de que el mayor ciego es el que no quiere ver.

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