Nacidos con el inicio del siglo XXI, la llamada “Generación de Cristal” se ha convertido en un tema de intenso debate y preocupación.
Caracterizados por su profunda conexión con la tecnología y una marcada sensibilidad hacia las causas sociales, estos jóvenes piensan y actúan de manera diferente a sus predecesores, dado que han crecido en un mundo que se acelera vertiginosamente, lo que exige una comprensión más profunda de sus dinámicas.
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El término “Generación de Cristal” genera opiniones divididas, pues mientras algunos lo consideran peyorativo, otros lo emplean para describir una observable menor tolerancia a la frustración, una mayor necesidad de validación externa y niveles elevados de sufrimiento psíquico en niños, niñas, adolescentes y jóvenes.
Alerta por salud mental juvenil
De acuerdo con el Análisis de Situación de la Salud Mental con Énfasis en Determinantes Sociales del Ministerio de Salud de Colombia, la situación es crítica.
Entre 2019 y 2023, los adolescentes y jóvenes entre 15 y 26 años registraron el porcentaje más alto de intentos suicidas (51.5%); al observar quinquenios, la mayoría de los intentos de suicidio (72.9%) se concentraron entre los 10 y 29 años.
La comparación con niños de 5 a 9 años es impactante: los adolescentes de 10 a 14 años presentaron un riesgo 17 veces mayor de intentos suicidas.
Una generación que enfrenta desafíos sin precedentes
Carlos Garavito, coordinador de la Comisión Nacional de Política Pública del Colegio Colombiano de Psicólogos, rechaza el término “Generación de Cristal” por su carga semántica, que implica un destino de “romperse”, enviando un mensaje socialmente erróneo.
Para Garavito, esta es una generación de niños, niñas, adolescentes y jóvenes que se enfrentan a “una serie de circunstancias generacionales de alto reto”, criados por padres de una generación transicional en todo sentido.
“Esta generación, contrario de ser de cristal, es el resultado de una nueva serie de circunstancias de vulnerabilidades y de factores de riesgo que no había tenido algún precedente a nivel histórico. Los determinantes sociales ahora son completamente diferentes, por ende, no hay forma de responder de manera efectiva a este tipo de circunstancias”, afirmó Garavito.
Para abordar esta compleja realidad, Garavito propuso que el sistema educativo y las familias deberían actuar desde tres frentes estratégicos:
- Formación a padres y madres: las escuelas deben liderar procesos de formación en pautas de crianza y regulación emocional para adultos, ya que “no se puede esperar que una generación eduque emocionalmente a otra sin tener herramientas”.
- Desarrollo de competencias socioemocionales: estas habilidades deben enseñarse tanto a estudiantes como a adultos, incluyendo docentes, empleadores y cuidadores: “No se trata solo de enseñar contenidos, sino de enseñar a vivir”.
- Intervención técnica y sistémica: se requieren protocolos clínicos basados en evidencia, inversión en bienestar integral y una articulación efectiva entre la escuela, la universidad, el sistema de salud y el sector productivo.
Desde el ámbito escolar, Santiago Laverde, rector del Colegio SEK Colombia, observa una notable disminución en la tolerancia a la crítica y un aumento en la necesidad de validación emocional en niños, niñas y adolescentes.
Laverde advirtió que “lo más preocupante es que no somos plenamente conscientes de que la escuela y el hogar, como sociedad, estamos participando en esta construcción, cuando sobreprotegemos”.
Por lo tanto, para Laverde la solución no es un regreso a la dureza del pasado, sino una “apuesta decidida por la formación integral”.
Como respuesta a esta situación, el Colegio SEK Colombia ha implementado un currículo llamado “Navegar Seguro”, basado en una experiencia con colegios públicos de Bogotá.
Este programa busca, a través de la investigación, contribuir significativamente a la disminución de la deserción escolar, el embarazo adolescente, las conductas suicidas y la eliminación de barreras de acceso a la educación superior.
“Un currículo como Navegar Seguro es una apuesta que el colegio tiene, por supuesto, de largo aliento, y que puede ayudar a equilibrar esas fuerzas”, explicó Laverde.
La neurociencia y el impacto de la sobreprotección
Por su parte, Jorge Eslava, director del Instituto Colombiano de Neurociencias, ofreció una perspectiva desde la neurociencia sobre la “Generación de Cristal”.
Las conductas que la caracterizan son un fenómeno sociológico histórico, una transformación cultural y emocional con raíces profundas, especialmente en las formas contemporáneas de crianza.
Eslava considera que el aumento de la sobreprotección es un factor clave, ya que ha impedido que los niños vivan experiencias necesarias para desarrollar herramientas emocionales frente a la adversidad.
Desde la neurociencia, explicó que el cerebro graba “huellas emocionales (engramas)” que configuran cómo un individuo interpreta y enfrenta la vida.
“Cuando un niño es protegido en exceso aprende que no puede manejar el dolor por sí mismo y que alguien más siempre debe hacerse cargo. Eso construye una narrativa interior de fragilidad”.
Ante este escenario, Eslava sugirió que las redes sociales podrían estar funcionando como un nuevo escenario en las que los jóvenes enfrentan el dolor sin la mediación de adultos, convirtiéndose en una “escuela inesperada de resiliencia, potencialmente muy dolorosa”.
Aunque sin justificar su uso, las redes podrían terminar siendo un factor en la formación de resiliencia para esta generación: “Lo triste es que esta escuela solo será superada por los que sean capaces de convertir el dolor en una herramienta de crecimiento (resiliencia)”, concluyó Eslava, que agregó que “no todos lo lograrán, para quienes no, el presente y el futuro es ominoso”.