“Era eso o tirarme en la cama a morir”: Fernanda Iglesias revela su momento más oscuro

En una charla a corazón abierto, la periodista habla de su salud mental, los ataques de pánico y el viaje a España deseado que culminó en un regreso intempestivo, luego de un momento límite. También explica cómo llegó la sanación

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“Hoy me muero. Ya está, se acaba todo”, esa era la sensación que vivía en medio del infierno de la depresión Fernanda Iglesias. Así fue cómo se animó a pedir ayuda, a llamar a una ambulancia y a sacar un pasaje para volver ese mismo día a su lugar, su entorno, sus afectos.

Se cerraba una etapa, se frustraba el sueño de instalarse con su familia en España. Pero empezaba la sanación, con ayuda profesional y familiar, y sobre todo con un gran trabajo propio.

“¿Sabés qué te puede hacer bien? Escribir”, le dijo Ana Paula Dutil. Días antes, durante su visita a LAM, la modelo había hablado de la depresión que enfrentó, y Fernanda no logró contener sus lágrimas al aire: se sintió identificada como nunca antes. Surgieron entonces las charlas entre ellas. Y aquella sugerencia. “¿Pero escribir qué?”, pensaba la periodista. Hasta que un mes atrás decidió volcar sus vivencias en un newsletter.

En Mi vida privada – Un boletín sobre lo que me pasa, Fernanda escribe con el corazón en la mano y el alma en carne viva. Crudo y confesional, cual diario íntimo, allí revela una infancia difícil, de desamor y reencuentro. Aborda también la relación con los hombres. Su matrimonio de 14 años, y la posterior separación. Y también habla de su salud mental: su depresión, los ataques de pánico, el viaje a España deseado que culminó en un regreso intempestivo, luego de un momento límite. Y habla de sanación.

“Soy un poco de caer y volver a salir. De resurgir”, dice, en esta charla con Infobae en la que al igual que en su newsletter: no se guardará nada. “Estoy con ganas de sacar todo afuera. De liberar un poco fantasmas, y cosas y traumas –se sincera–. En los últimos dos años me cambió mucho la forma de pensar”.

Fernanda Iglesias: "No perdono a mi papá"
Fernanda Iglesias: "No perdono a mi papá"

—En el newsletter hablás de tu infancia con dos papás.

—Sí. El papá biológico. Y mi papá, el que me crió. Cuando tenía tres años mi papá se separó de mi mamá, enojado porque ella lo había dejado por su amigo. Era marzo del 76, mi papá era militar, y fue con un juez que dijo que estaba bien que una nena de tres años se vaya a vivir con el papá y no viera a su mamá.

—Militar que tuvo qué tipo de participación durante la dictadura.

—No lo sé. Yo a él lo vi hasta los 8 años que todavía estábamos en dictadura, porque era el año 81. Yo en esa época te imaginas que era una niña.

—¿Hasta ese momento viviste con él?

—Con él y con su mujer, Anita, que tenía dos hijos. Bastante problemático también, sobre todo con la hija; el hijo, no. Los dos eran más grandes, y yo era la que ligaba los palos porque era la chiquita. Era una extraña ahí.

—¿Cómo era Anita con vos?

—Era muy mala. La pasaba muy mal con ella, y cuando a la noche llegaba mi papá, era como agarrarme de algo que me iba a salvar.

—¿Tu papá era bueno, era cariñoso?

—Sí. Pero no estaba. Trabajaba todo el día en el Ejército. El único recuerdo lindo que tengo con mi papá fue que una vez me llevó a la Ciudad de los Niños. Ese día volví feliz. Pero no se repitió nunca más. Fue una sola vez.

Fernanda Iglesias decidió compartir su vida y experiencias en el newsletter: Mi vida privada – Un boletín sobre lo que me pasa
Fernanda Iglesias decidió compartir su vida y experiencias en el newsletter: Mi vida privada – Un boletín sobre lo que me pasa

—Con el paso del tiempo, ¿te enojaste con tu papá por haberte separado de tu mamá?

—Sí. Me enojé. Y no se lo perdono. Nunca lo hablé con él, pero no puedo perdonar algo así: no podés separar a una nena de su mamá. Me decía: “Tu mamá te va a llevar a un internado, por eso no te podés ir con ella”. Yo me daba cuenta de que estaba sufriendo, pero pensaba que la vida era eso.

—Pero después te vas a vivir con tu mamá. ¿Cómo lo consigue ella?

—Con la Justicia.

—Y en plena dictadura, con tu papá militar. Fue una mamá que peleó por vos.

—Sí. Peleó cinco años, desde mis tres hasta los siete. Un montón. Me fui a vivir con mi mamá y su marido, Beto. Y me sentí a salvo. Dije: “Ay, bueno, acá me quieren”. Lo puedo decir ahora; en ese momento no lo podía verbalizar porque era una nena.

—¿Qué secuelas pensás que quedaron de esos primeros años de infancia?

—Mira, a los 18 años la terapeuta me dijo: “Si vos no reparás la relación con tu papá, siempre vas a tener problemas con los hombres”. Y así fue… (risas). No le hice caso: yo no quería reparar nada. Era un dolor terrible relacionarme con todo eso. De hecho mi papá tuvo una hija cuando yo tenía ocho años y nunca la quise conocer.

—¿Tu papá biológico está vivo?

—Sí, está vivo.

—¿Y no intentó contactarte nunca más?

—Intentó contactarme para cosas insólitas. Una vez, después de 10 años de no hablarme, me llamó para preguntarme si yo tenía una cámara para filmar su casamiento. Cosas raras, ¿entendés?

—¿Se casó con otra mujer?

—Sí, se casó con otra. Me invitó al casamiento y me pidió que lleve una cámara. No fui, pero lloré porque la situación me parecía reloca.

—¿Anita te pidió disculpas?

—No, nunca. El otro día me escribió porque finalmente conocí a mi hermana: mi papá nos compró un departamento a las dos y fuimos juntas a firmar. Me cayó muy bien ella. Y después Anita me escribió: “Al fin este hombre hizo algo bueno por ustedes”, me puso. “Bueno, sí”, le dije. Yo ahora estoy en la onda de contestarle bien a la gente (risas).

—Si hubiera agarrado a la Fernanda de hace unos años...

—¡Sí! Le decía: “¿Por qué no te vas a la p…?”.

—¿Tu papá te pidió perdón?

—No. Yo creo que no se dan cuenta del daño que hicieron. Le pareció normal, le pareció que estaba bien.

—Y Beto en algún momento empieza a ser tu papá, aunque vos no le dijeras papá.

—Nunca le dije papá. Y él siempre ocupó su lugar pero con distancia y respeto, sin abarcar ni decir: “Yo ahora soy tu papá”. No. Me cocino, me llevó al colegio. Me cuidó. Hasta el día de hoy.

—Es el abuelo de tus hijos.

—Sí, sí.

Fernanda Iglesias: "Cuando me fui a España estaba feliz, vibrando altísimo. Estaba allá arriba. Era un sueño hecho realidad"
Fernanda Iglesias: "Cuando me fui a España estaba feliz, vibrando altísimo. Estaba allá arriba. Era un sueño hecho realidad"

—Cuándo viajaste a España, ¿estabas bien anímicamente?

—Sí. Estaba feliz, vibrando altísimo. Estaba allá arriba. Era un sueño hecho realidad. Lo quería.

—¿Cómo fue para vos la decisión de viajar con tu hija, pero que tu hijo se quedara acá?

Se habló mucho. Él estuvo de acuerdo, no es que me dijo: “No, mamá, no te vayas”. Para nada. Me dijo: “Andá, cumplí tu sueño. Fijate qué onda. Y quizás nosotros (por su hijo y su exmarido) vamos a fin de año. Yo quiero terminar séptimo grado acá”. Era marzo del 2023. “Bueno, perfecto. Probemos”. Se probó. Y tuve que volver.

—Te vas contenta a España. Pero antes, ¿habías tenido momentos con temas de salud mental?

—Sí. Cuando nació mi hijo tuve la primera crisis fuerte de mi vida.

—¿Tuviste depresión post parto?

—No sé si fue depresión post parto, pero fue justo después del parto.

—¿Nunca antes habías tenido ataques de pánico, ansiedad?

—No. Alguna que otra vez me había pasado de sentirme así, medio rara, pero no como esa vez, que estuve realmente muy mal. Cuando llegué al psiquiatra lloraba de una manera que me estaba muriendo…

—¿Y con Pablo estabas bien en ese momento? A lo largo de la relación tuvieron altibajos.

—Con Pablo te diría que el 70% estuve mal y el 30% bien, porque él era muy bueno en muchas cosas pero era mentiroso, y yo me volvía loca porque soy fanática de la verdad. Sufría mucho. Y cuando nació mi hijo, él trabajaba de noche y a veces volvía más tarde de lo que tenía que volver. Y yo: “¿Dónde estás?”. Tenía un bebé recién nacido. Y la pasé mal. A los 24 días yo estaba trabajando.

—¿Qué estabas haciendo?

El referí del matrimonio, con Gabriel Corrado en Telefe. Era relindo el grupo de trabajo, todo divino, pero me dijeron: “Volvé”. Y yo volví, porque soy obediente. Soy hija de docente, imaginate. Y fue muy muy difícil. Fui al psiquiatra y me medicaron. Ahí empecé a mejorar, pero no le pude dar más la teta al nene. Después seguí trabajando en Telefe: en PM, en El debate de Gran Hermano.

—¿Qué lugar ocupa el trabajo en tu vida?

—Y… muy importante.

—En tu newsletter contás que hay días que no tenés ganas de levantarte, pero que a las cinco te activás y vas.

—Siempre quiero ir. Siempre me gustó trabajar porque siempre trabajé de lo que me gustaba. Nunca me pesó el trabajo. Y me ayudó mucho, económicamente y para todo. Me levantaba el ánimo, el ego, todo, porque si yo agarraba un trabajo estaba segura de que lo iba a hacer bien.

Fernanda Iglesias: "Quería no estar: no sentir ese dolor, no sentir esa angustia. Y la única manera de no estar es durmiendo"
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—¿Saliste de esa depresión?

—Sí, salí. Me empecé a dedicar a las manualidades; eso me hizo muy bien, me sacó un montón de la depresión.

—Cuando uno tiene un problema vinculado con la salud mental, le dicen: “¡Dale, ponele voluntad! Si tenés todo: los chicos están bien, tenés trabajo y no sé qué”. Pero es una enfermedad.

—Es peor cuando te dicen así porque vos pensás: “Ay, soy una guacha de mierda, no estoy aprovechando la vida que tengo. ¿Y cómo hago?”. Me lo han dicho. Cuando estaba deprimida, yo pensaba: “No le sirvo a nadie. Mi nombre es una carga para todos. Soy un peso”. Te sentís muy mal. No ves quién sos realmente.

—¿Cuál fue el momento más oscuro?

—El año pasado, cuando volví de España. Empezó allá, pero me duró un día porque me compré un pasaje enseguida. Porque para mí, era de vida o muerte: “Me tengo que volver”, decía.

—En España estuviste internada.

—Un día me asusté porque estaba sola y llamé a una ambulancia. Me llevaron a una clínica y me dijeron: “Ahora va a venir un psiquiatra”. Pero nunca vino. Entonces llamé a una amiga y le dije: “Vení a buscarme”.

—¿Qué dijiste cuando llamaste a la ambulancia?

Que estaba con ataques de pánico. Que estaba sola. Que había tomado pastillas. Y me fueron a buscar. Lo que pasa es que ahí no me contuvieron. Volví a mi casa. A las cuatro de la tarde saqué un pasaje y a las nueve estaba en el avión.

—¿Cuando llamaste a la ambulancia, tenía que ver con este dolor que vos venías sintiendo y con no saber de qué eras capaz en ese episodio?

—Sí, sí. Tenía miedo porque estaba sola.

—¿Habías tomado pastillas?

Quería dormir permanentemente. Me despertaba y las volvía a tomar.

—Pero no querías morir…

—Quería no estar. No sé... Quería no estar: no sentir ese dolor, no sentir esa angustia. Y la única manera de no estar es durmiendo. No hay otra manera. Entonces te tomás las pastillas y te dormís. Era dormir, pastilla, dormir, pastilla… así, durante dos días. Y en un momento tuve la lucidez de decir: “No. Voy a terminar mal”. Por eso me volví volando, porque quería estar en mi casa.

—¿Cómo fue ese viaje en avión?

—Dormí todo el viaje. No me enteré ni de la comida. No hubo forma. No sé qué pasó. Llegué llorando mucho, terriblemente. Y Pablo estaba muy enojado: me trató mal durante dos semanas. Un día le revoleé la alianza y le dije: “Nos tenemos que separar”. Yo ya me había enterado de que él me había engañado y encima me estaba tratando mal. Ahí dije: “Bueno, basta. Basta”. Me fui a España sola apoyada por él; me sentí libre. Pero se ve que, de alguna manera, los dos queríamos separarnos. De lo contrario, ¿por qué me iría sola? Y cuando volví nos separamos.

—Y eso se sumaba a este cuadro depresivo.

—Claro. Yo estaba en el fondo del pozo. Se me caía todo. Para mí el proyecto era quedarnos a vivir en la Costa del Sol, ir a la playa, trabajar y cada tanto, ir a Londres.

Trabajar es un cable a tierra y el apoyo de Ángel De Brito y la producción de LAM fueron fundamentales
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—¿No extrañabas el periodismo? De hecho, volvés después de un móvil con LAM.

—Sí. Hice un móvil y a los dos días volví. Ví que estaban tratando un tema del que yo sabía un montón y entonces lo llamé a Ángel: “Escuchame, yo sé de esto”. “¿Pero podés salir?”, me dice. “Sí, es retarde pero salgo igual”. Eran las dos de la madrugada. Me di cuenta de que lo empecé a extrañar, aunque pensaba que nunca me iba a pasar.

—Al volver, ¿conseguiste trabajo rápido?

—Sí. Lo conseguí en el aeropuerto de Madrid. Ángel me dijo: “¿Te estás volviendo? ¿Querés empezar en LAM?”. “Sí”. Y bueno, a la semana de volver empecé. Y me hizo súper bien.

—¿Cómo venís con el tratamiento?

—Vengo bien. A veces tengo alguna que otra recaída, pero cada vez tengo más herramientas para salir adelante.

—Y decidiste contar en un newsletter que estabas mal.

—Sí. Termino uno y ya estoy escribiendo el otro. Publiqué uno y ya le puse el título al que sigue: “Un mechón de pelo”.

—Como Tini.

—Como el disco de Tini, claro.

—No vamos a ser menos.

—(Risas) El pelo tiene un montón que ver con el momento que viví. Un día fui y me corté todo el pelo. Así, taca, taca, taca.

—¿Te lo cortaste vos?

—Sí. Yo. Todo.

—¿Por qué?

—Y… porque era eso o tirarme en la cama a morir.

Fernanda Iglesias con Tatiana Schapiro en Infobae
Fernanda Iglesias con Tatiana Schapiro en Infobae

—¿En algún momento sentiste que ibas a morir?

—Sí, sí. Pensaba: “Bueno, hoy me muero. Ya está, se acaba todo”. Sí, es horrible. Es terriblemente doloroso y es el infierno. Y además, no pensás en nadie; no pensás en tu familia, en nadie. Es horrible. No aguantás tanto dolor. Es inaguantable. Es como una puñalada en el pecho. Es insoportable. Imaginate que te estén apuñalando así; bueno, ya está, matame porque no aguanto más, porque estoy muriendo del dolor, ¿entendés?

—¿Cómo lograbas a la noche calzarte los brillos e ir a la televisión?

—Ay, no sé. Qué locura, ¿no?

—¿Pudiste charlar con Ángel y con la producción, para que entendieran?

—Con Ángel sobre todo. Sí.

—¿Te bancó?

—Sí. Es más, una vez que estuve mal, falté unos días porque él me dijo que me los tomara.

—¿Eso fue después de hablar de tu denuncia contra Roberto Pettinato por acoso?

—Sí. “Tomate unos días”. “Si querés, si te parece que no da, renuncio”, le digo. “No, no, no. Mientras vos estés en tratamiento está todo bien”, me dice. Porque claro, lo importante es el tratamiento. Lo mejor que podés hacer es medicarte; si no estás medicada es el problema. ¿Viste cuando dicen: “Vos, que estás medicada, que sos una psiquiátrica”? Sí, sí, estoy con medicación psiquiátrica. Y gracias a Dios que la tengo, si no… Siempre digo: por favor no usen psiquiátrico como insulto porque no es un insulto.

—¿En algún momento tuviste un acompañante terapeútico?

—Y… mirá, cuando tenés intentos de suicidio, o te quieren internar o te dicen que tenés que estar todo el tiempo con alguien. Tenés que estar en tu casa con alguien. Tenés que ir a los eventos con alguien. Tomarte el colectivo, tomarte un taxi, siempre con alguien. No podés estar sola. Ese rol lo cumplió mi mamá. Ella me salvó, porque la otra era internarme. Y yo no quería.

—¿Se barajó internarte?

—Sí. Y mi mamá se ofreció a ayudarme. Yo, por ejemplo, ahora no tengo pastillas en mi casa; mi mamá me trae cada día las que necesito. Y al principio estaba todo el tiempo en mi casa, se quedaba a dormir. Con el tiempo, ya estuve mejor. Pero no es tan fácil. La gente se enoja, no entiende bien. Piensa que vos sos consciente de lo que estás haciendo y que hacés las cosas a propósito. Y no. Estoy haciendo lo que puedo. Estoy siendo reegoísta porque la patología es así. Y lo lamento.

—¿Cómo hablaste con tu hijo de esto?

—Uh… Hablé un montón. Le dije: “Es muy horrible, pero es una enfermedad”. Él, pobre, fue testigo de muchas cosas: de verme llorar, de verme triste, de estar muy mal, de no poder levantarme para hacerle la comida, de no poder lavar un plato. No podía hacer nada. No podía.

—¿Empiezan a aparecer momentos de felicidad? ¿Hay algo que te ponga contenta?

—Mirá, ahora tengo la filosofía de vida de ir de a poquito, ¿viste? Bueno, ahora salgo de acá y voy a irme a hacer un tatuaje: voy a ponerme los nombres de mis hijos. Después voy a LAM. Me encanta tener algo para investigar, entonces en el medio, me pongo a averiguar unas cosas. Me gusta conseguir una nota, que salga publicada. Me pone muy contenta que a mi hijo le vaya bien en el colegio. Empezó primer año en una escuela nueva y estoy muy atenta a eso. Y mi hija empezó a estudiar la facultad.

—Encima, es un año muy difícil, económicamente hablando.

—Sí. Pero en ese sentido Pablo se porta muy bien. Me ayuda. Con mi sueldo, no me alcanzaría.

—La gente tiene la fantasía de que cuando uno está en la tele…

—No. No es así. Posta. Es más, vendí el auto para irme a Europa y ahora no podría ni mantenerlo, ni comprármelo. Yo voy en taxi, voy en colectivo, voy en subte.

—¿Aparecieron nuevas crisis acá, en Buenos Aires, desde que volviste?

—Sí. Sí, claro. Es una enfermedad terrible. Es una mierda.

—¿Y se va ajustando la medicación en ese momento?

—Sí. Yo tomo cuatro medicaciones diferentes. Antidepresivos, estabilizadores. Otro para la ideación. Y para dormir. Necesito dormir bien.

—En esos momentos de crisis, de angustia, ¿tuviste miedo?

—Miedo no. En España tuve miedo de volver y que mi vida no fuera la que yo tenía. Y pasó: volví y mi vida no fue la que yo tenía. Tuve que cambiar de vida. Eso me mató, me volvió loca. Porque era lo que yo más decía: “Quiero mi vida de vuelta”. Lo gritaba: “¡Quiero mi vida de vuelta!”. Y no pasaba.

—¿Cómo te sentís con que la gente opine de tu vida?

—No me importa porque no saben lo que me pasa. No tienen idea. Entonces opinan de un pedacito.

—Hablaste públicamente del aspecto físico: de cómo la gente opina de los cuerpos ajenos y de lo importante que es amigarnos con nosotros.

—Yo estoy súper amigada con mi cuerpo. Conmigo. Me perdoné un montón de cosas.

—Pero cuando alguien te escribe algo feo, ¿te duele o te da lo mismo?

—No, no. Ya no. Ahora pienso: “Pobre persona que es feliz haciendo esto”.

—¿Vos fuiste esa que criticó también a otros?

—Sí, he criticado. Sí, claro. Y me deconstruí. También (como panelista) he criticado un montón la vida de la gente. Por eso, me la tengo que fumar cuando me critican. No soy como (Luis) Ventura que lo critican y se pone loco. Flaco, te la pasás criticando a todo el mundo...

—De hecho, vos misma contaste en LAM que estabas sufriendo.

—Sí. A mí me gusta contar las cosas que me pasan. Siento que ya está: lo digo yo, y que no se ande diciendo. “Sí, mi marido me cagó y me separé. ¿Qué más quieren? ¿Contar con quién me cagó? Tomá, te muestro”. Si yo no hice nada malo. Yo trato de no cagarla. Siempre fui muy extrovertida, de contar mis cosas, y nunca sentí que hubiera nada para avergonzarme. Y si había algo para avergonzarme, lo convertía en chiste.

—Con todo esto que viviste, ¿estás más buena?

—No, no.

—Porque sabés que tenés fama de mala…

—No. De criticona.

—¿Te agarramos más blandita?

—No, porque mi negocio finalmente es este. No puedo ahora ser Marisa Brel, ¿viste?

—Un beso a Marisa, pobre.

—Un besito le mandamos. Cayó (risas). Eso es muy mío: va cayendo gente.

—¿Hay un personaje?

—Sí. Mucha gente me lo dice: “Ay, pero nada que ver cómo sos vos a cómo sos en la tele”. Sí, hay un personaje. Hago un negocio. Claramente.

—Vos sufriste mucho tu separación y lo que te estaba pasando.

—Sí.

—Y sabés que a veces desde los medios nos toca hablar de separaciones de otros, que no tienen ni un poquito de ganas que se hable de eso.

—Sí.

—Hoy, ¿ponés el pie un poco más en el freno?

—No. Porque en general, cuando alguien se separa tampoco lo vas a matar. Decís: “Se separó Marina Calabró. Estuvo llorando en la radio y hay muchos indicios de cosas que pasaron”. Y ya está. Sí, ella no quiere que hablemos; pero se habla.

Fernanda Iglesias: "Me perdoné un montón de cosas"
Fernanda Iglesias: "Me perdoné un montón de cosas"

—A partir de que contaste tu historia, ¿te escribió mucha gente pidiendo ayuda?

—Sí, mucha. A veces les contesto y les digo: “Mirá, es un día a día. Ya va a pasar. Si yo pudiera, te receto tiempo. Es el tiempo. Tenés que esperar, tenés que ser paciente”. Eso fue lo que me dijeron a mí. “¿Cuándo se me va a pasar esto?”, pregunté. “No, bueno, es un tiempo”. Una amiga mía me dijo: “Dos años, pero con vos nunca se sabe”, porque yo soy muy rara. Y yo dije: “Bueno, dos años. Puedo aguantar dos años estando cada vez mejor”.

—¿Te tranquilizó ponerle un plazo?

Me retranquilizó. Decís: “Bueno, son dos años. En el medio voy a trabajar, voy a ir a clases de pintura, voy a ir al gimnasio, voy a tratar de viajar”. Dos años… Quizás antes, ¿viste? No sé.

—Y a los que están alrededor, a los que se enojan, ¿qué les recomendás?

—Que no se enojen. Que estén. Que les hagan la comida, que les laven los platos. Porque uno está paralizado, no puede hacer nada. Mi mamá me hacía eso: me lavaba los platos, me hacía la comida. Y que hagan contacto físico. Que abracen. Y no decir: “Va a estar todo bien”, porque vos en ese momento decís: “No va a estar todo bien”. Es: “Estoy acá. ¿Qué necesitás? ¿Qué querés que haga? ¿Que te limpie el baño?”. O directamente, hacerlo. Que estén ahí, al lado. “Vemos una película”. Yo tengo una película que me vuelve a un lugar relindo de mi infancia: Volver al futuro. Entonces, la pongo.

—¿Qué momento de tu infancia fue?

—Cuando ya vivía con mi mamá. Cuando iba al cine reseguido. Cuando la pasaba rebien. Cuando hacíamos salidas.

—¿Qué le decís a esa nena?

—Le diría: “No seas tan intensa” (risas). Pero no se puede.

* Para asistencia gratuita a personas en crisis o con riesgo de suicidio está disponible la línea 135 desde Buenos Aires, y desde todo el país al 011-5275-1135 o al 0800-345-1435. A su vez, la línea Salud Mental Responde (0800-333-1665) funciona las 24 horas, los 365 días del año.

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