El politólogo Adam Przeworski ha afirmado -siguiendo un camino poco transitado, pero que tiene una larga historia- que la democracia funciona relativamente bien en la medida que lo que se pone en juego no sea demasiado trivial, pero tampoco excesivamente importante. En líneas generales, lo relevante de esta afirmación es que, cuando lo que se pone en juego es algo “crucial”, resulta esperable que sobrevenga un intenso conflicto y que éste no logre ser absorbido y procesado por el entramado institucional del régimen político democrático. En otras palabras, las reglas y restricciones institucionales -bajo un “intenso conflicto”- no logran balizar los resultados esperables: ellos van a depender de lo que hagan o dejen de hacer los actores políticos más importantes. Esto no significa, inexorablemente, una crisis democrática, puesto que varios resultados son posibles. Sin embargo, para que ello sea factible, los líderes políticos tienen que construir esas posibilidades. Además, continuando en esta línea de razonamiento, no resulta fútil complementar la afirmación del profesor Przeworski con la siguiente pregunta: ¿quién juzga la relevancia de “lo que se pone en juego” y en qué momento, es decir, durante o entre las elecciones?
El anterior análisis tiene como finalidad enmarcar la siguiente pregunta: ¿la democracia argentina, actualmente, está bajo un conflicto intenso? Si así fuera: ¿cómo reflexionar sobre la situación? Se impone comenzar por la primera pregunta, luego se presenta un esbozo con respecto a la segunda.
Durante la campaña electoral del 2023, el entonces candidato Javier Milei no escatimó esfuerzos para asegurar que los públicos ciudadanos internalizaran su asertivo mensaje: “romper el statu quo”. Para lo cual prometía cambiar de cuajo lo que él llama el “régimen económico”, devolviéndole la “libertad” a la gente. Milei, más allá de sus metáforas, alardeaba sobre su propuesta y afirmaba que, en caso de triunfar, iba a haber un conflicto (es decir, un “intenso conflicto”) para el cual se encontraba preparado. Por otra parte, el candidato perdedor tomó ese guante y llevó a cabo, con el auxilio de todo el Poder Ejecutivo de aquel entonces, una estrategia de campaña que puede resumirse así: “No lo voten a Milei porque quiere destruir todo lo que hasta ahora nuestros cuatro gobiernos han conseguido desde el 2003″. Expresado de otra manera, parecía decir: “… o somos nosotros o viene un ‘intenso conflicto’. Así, durante la segunda vuelta, ninguno de los contendientes ocultó que lo que había en juego era algo excesivamente importante, es decir, un “intenso conflicto” en puertas. De tal modo que durante las elecciones los líderes políticos y el electorado evaluaron y juzgaron que la democracia argentina estaba decidiendo sobre un asunto extremadamente importante. La pregunta que sigue no es si lo es, puesto que ello pondría en duda la decisión electoral; sino, por el contrario, en qué sentido lo es. Y el “sentido” requiere ser explorado en la relación que se establece entre gobierno y oposición. Una breve reflexión sobre este asunto permite presentar la conclusión.
Como no se pueden observar las intenciones ni las estrategias, el análisis relacional entre el gobierno y la oposición tiene un solo punto de apoyo: declaraciones y acciones. Hasta ahora, el gobierno ha declarado y actuado bajo el siguiente lema: un grupo de la sociedad tiene que renunciar a sus privilegios otorgados por el Estado. El destinatario de ese mensaje no es otro que uno de los grupos de apoyo más activos con los que la oposición cuenta. Desde la perspectiva de la oposición, las cosas se ven desde un ángulo muy diferente. Ven al gobierno como el actor político encargado de quitarle derechos. Se abre, así, un “intenso conflicto” que requiere que tanto el gobierno como la oposición estén convencidos de que no tendrán más chances de obtener los resultados buscados actuando por fuera que por dentro de las reglas institucionales.
Así las cosas, los resultados que busca el gobierno consisten en llevar adelante su agenda de quitar privilegios y ganar las elecciones legislativas del año próximo, mientras que los objetivos de la oposición consisten en bloquear las iniciativas gubernamentales intentando que al gobierno le vaya mal y poder capitalizar electoralmente el fracaso del Ejecutivo. Si el gobierno y la oposición no evalúan que estos objetivos enfrentados -irremediable e intensamente- se puedan llevar adelante en el marco de las instituciones, la oposición podrá convertirse en una oposición “desleal” y el gobierno embarcarse en una travesía autocrática. Este escenario no sólo es relacional, sino que es, fundamentalmente, relacional estratégico. En consecuencia, para que el “intenso conflicto” se mantenga dentro de las fronteras institucionales, se requieren un arduo trabajo político, mucha convicción democrática y una férrea responsabilidad.
En su alocución en el Hotel Llao-Llao, el Presidente podría haber citado al gran Montesquiu (El espíritu de las leyes, libro 19, cap. 9) cuando afirmaba enfáticamente que una revolución que se hace contra los abusos del poder no cambia la Constitución, puesto que una revolución que busca la libertad no hace otra cosa que confirmarla. Frente a esto, los opositores, quizá también estén pensando en Tocqueville, al menos en la parte en donde el aristócrata francés sostiene que la esencia de la democracia es la igualdad. Lo que lleva a especular que el Presidente, seguramente, podría tener en mente otro pasaje de La democracia en América (vol. 2), en donde Tocqueville sostiene que los ciudadanos “quieren igualdad en libertad, y, si no pueden obtenerla así, la quieren incluso en la esclavitud”. El conflicto no sólo es intenso, es seguramente inevitable. Los líderes saben que es mucho lo que se pone en juego, y ello está en sus cabezas y en el bolsillo de muchos. El tiempo develará la trama.