A lo largo de estos años, sobre todo desde que el estallido hollywoodense del MeToo puso al varón en la picota, hemos tenido sobrados ejemplos de estas distorsiones de género.
El dogma feminista dice que la mujer está en inferioridad de condiciones respecto al varón, que lo estuvo siempre y lo sigue estando, que es discriminada y que todos los males del mundo la perjudican primero y más a ella (pandemia, pobreza, calentamiento global, etc.). El varón es y ha sido un eterno privilegiado y nacer mujer es una suerte de maldición.
En esto anda el feminismo: en reescribir la historia a la luz de la perspectiva de género. Con esa lente deformante se observa el presente y el pasado. Lo que no confirma el dogma es ignorado o falseado. Todo debe encajar a la fuerza en el credo feminista.
Veamos dos ejemplos, flagrantes: uno, la pretensión de que Malvinas sea revisada según la perspectiva de género para develar cosas deliberadamente ocultadas (por una conspiración masculina, se entiende); dos, que las leyes argentinas son “las más machistas de Sudamérica”, sólo superadas por las de Surinam.
¿Ni Malvinas se salva de la género-manía?
A 40 años de la guerra del Atlántico Sur, a nuestra Cancillería no se le ocurrió mejor homenaje que “Pensar Malvinas con perspectiva de géneros y diversidad”, para lo cual organizó un panel, el 21 de octubre pasado, que reunió a “femineidades” (sic) supuestamente versadas en el tema. Allí se revelaron “verdades” tales como que “la guerra de Malvinas siempre se contó desde una perspectiva cis masculina y heterosexista”, siendo “cis” lo contrario de “trans”. Las personas cis, explican, son “las que se autoperciben con el sexo asignado al nacer”.
Ya el 26 de marzo pasado, la agencia oficial Télam había titulado: “Las mujeres de Malvinas: un capítulo que el machismo intentó dejar en el olvido”.
El Ministerio de Educación, por su parte, ofrece materiales para “abordar la guerra de Malvinas desde una mirada de género”, para nivel inicial, primario y secundario. Ningún chico puede librarse del adoctrinamiento.
“2 de abril y género: Veteranas: una historia silenciada”, titula el portal Educ.ar (Ministerio de Educación) en la presentación de textos para “abordar la guerra de Malvinas desde una mirada de género”. La mentira empieza con el título. No hubo ningún silenciamiento. En todo caso, ninguno que las tuviera en la mira sólo a ellas.
“Aunque esta efeméride alude a los ‘veteranos’, las mujeres también fueron protagonistas de la guerra de Malvinas (pero) sólo recientemente comenzaron a visibilizarse”, dice Educ.ar. El portal cita a una antropóloga que investigó “la participación de las mujeres en la guerra de Malvinas, su experiencia y desempeño en un entorno históricamente habitado y narrado desde la masculinidad”. Como quien descubre el agua tibia, agrega: “El mundo militar era completamente masculino y vedado (a las mujeres)”. Vale aclarar que la época no registra reclamos de mujeres por ingresar a ese mundo, por ejemplo, haciendo el servicio militar.
Las veteranas de Malvinas tuvieron que luchar por la visibilización y el reconocimiento porque, “como siempre, los reconocimientos a las mujeres no vienen sin lucha”, dice la antropóloga. Algo que puede ser cierto en algunos casos pero no lo fue en Malvinas.
La guerra, dijeron las “femineidades” en Cancillería, “se contó desde las subjetividades de los hombres veteranos de guerra”. Ahora, agregaron, se sumó “la mirada de las enfermeras que estuvieron en el escenario de operaciones y el relato de una subjetividad trans”, que “combatió como soldado en Malvinas”. Para que se entienda: la presencia de un puñado de mujeres —16— y de un soldado que “transicionó” de masculino a femenino —mucho después de la guerra— deberían llevar a reescribir la historia de Malvinas.
En un sitio de profesores de Geografía con enfoque de género —hasta eso se consigue en el cambalache actual— se explica que un recurso del machismo malvinero fue “mostrar a los soldados que iban a combatir como ‘héroes’, que no tenían miedo, frío, ni hambre”. Esta idea “no era inédita en la historia argentina —lamentan—: la patria está masculinizada”. La heroicidad es “un estereotipo” de la masculinidad, dicen citando un trabajo titulado: “(de)Construyendo la Masculinidad: Desentrañar el violento mandato de la masculinidad en Malvinas”.
Veamos ahora cuál fue la realidad, que es la única verdad.
En la guerra de Malvinas murieron 649 argentinos. Este plural masculino no invisibiliza a nadie. No murió ninguna mujer en Malvinas. En el teatro de operaciones, es decir, las islas y el mar adyacente, hubo más de 23.000 soldados, suboficiales y oficiales. Este número abarca —invisibiliza, dirían elles— a 16 mujeres. Dieciséis.
El cable antes citado de Télam estaba ilustrado con una foto cuyo epígrafe decía: “Primeras mujeres reconocidas como veteranas por el Estado argentino en 1983″. Pero se aclara que lo fueron “a pesar de que el machismo vigente en las estructuras jerárquicas y en sus superiores de aquel entonces conspiró para relegarlas al olvido”.
La realidad es que todas, las 16, fueron reconocidas de entrada, como Veteranas de la Guerra de Malvinas (VGM), y desde entonces gozan de los mismos beneficios que todos los demás VGM, militares y civiles, que estuvieron en el teatro de operaciones (islas y mar adyacente).
Algunas de estas VGM tienen hoy un discurso contradictorio, seguramente arrastradas por la generomanía. Una de las instrumentadoras quirúrgicas del Irízar dice que el reconocimiento fue “un proceso que llevó tiempo”. Es la misma VGM que decía hace unos años: “Después de la guerra nos hicieron notas en los medios y eso nos dio una visibilidad que ayudó a mostrar que las mujeres estuvimos en Malvinas”. Y agregaba: “Lo más valioso para nosotras siempre fue la aceptación de los centros de veteranos que nos integraron”. ¿Y el machismo?
Ninguna mujer combatió en Malvinas. No porque no quisieran, no fueran capaces o les faltara coraje. En su obsesión binaria por ver la historia como una sucesión de padecimientos de mujeres a manos de varones privilegiados, las generomaníacas olvidan poner en la balanza el hecho de que quienes iban sí o sí a la guerra, a lo largo de los siglos, y en casi todos los países del mundo, eran los varones.
Como en otras guerras a lo largo de la historia, en Malvinas hubo mujeres en tareas sanitarias, de enlace, administrativas, etc. De las 16 mujeres que estuvieron en el teatro de operaciones, sólo tres estuvieron en las islas. El resto desempeñó funciones en los buques, la mayoría como instrumentistas quirúrgicas.
El reclamo de visibilización para quienes nunca estuvieron ocultas se sustenta en que conocer sus historias “magnifica el coraje y la valentía que han tenido”. ¿Coraje y valentía no son estereotipos machistas?
Las mujeres de Malvinas no fueron más ninguneadas que los hombres. Así cuenta una de ellas el regreso: “En Comodoro Rivadavia nos subieron a un avión; en el viaje nadie nos llevó el apunte y aterrizamos en Buenos Aires el 20 de junio. El lunes nos reincorporamos al hospital y parecía que a nadie le importaba Malvinas, todos hablaban de que habíamos perdido en el Mundial de España”.
¿Qué diferencia hay con la triste y vergonzante recepción que se les dio a los soldados? Como señala uno de ellos en el documental 1982 La Gesta, la desmalvinización empezó el mismo día que acabó la guerra.
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El portal Educ.ar propone una serie de preguntas inductivas que contienen otras tantas mentiras. Son éstas y, entre corchetes, va la verdad: “¿Sabían que las mujeres podían ir a la guerra? ¿Escucharon hablar de ellas? [Sí] ¿Cómo se incorporaron a las tropas argentinas? [No fueron tropa] ¿Saben cuándo fueron reconocidas? [1983] ¿Cuántos años pasaron desde el fin de la guerra? [Menos de un año] ¿Por qué la historia de estas mujeres resultó silenciada? [No fue silenciada] Aunque las guerras involucran a toda la sociedad, se las suele pensar a partir de valores y perspectivas atribuidas al universo masculino [chantada que no amerita comentario]”.
¿Que sería “Malvinas con perspectiva de género”? ¿MalvinEs?
Se dice que estas mujeres tuvieron que adaptarse a un mundo “masculino” donde “la subordinación y el silencio eran actitudes incuestionables”. ¿Subordinación y silencio son características machistas o de cualquier ejército, comando, organización armada, que quiera ser operativa?
Esta deconstrucción bajo paraguas de reivindicación de las mujeres que actuaron en Malvinas —con coraje y patriotismo, sin duda— sólo busca afirmar una lectura de la historia en clave de guerra de sexos. En ese tiempo, existía el Servicio Militar Obligatorio, un “privilegio” de los que nacían varones; algo que nunca entra en los relatos victimizantes del neofeminismo argentino.
En definitiva, Malvinas con perspectiva de género es una variante más de la desmalvinización. Así lo confirma el aval oficial a quienes sostienen que, “para abordar la cuestión Malvinas desde la educación” lo importante es “deconstruir los estereotipos del ‘Héroe’ fundados en la lógica del patriarcado, dentro de un pacto extremadamente machista…”
Sorprende que, para quienes dicen querer empoderar a la mujer, el heroísmo sea una virtud exclusivamente masculina...
Seudo estudios de género
Hace un par de años, un informe del Banco Mundial (BM) afirmaba: “Las leyes argentinas son las segundas más machistas de Sudamérica, sólo superadas por Surinam”.
No hace falta ser un experto en la materia para saber que no es así; en legislación y con perspectiva de igualdad, la Argentina fue siempre uno de los países más avanzados de la región. Y sin embargo, el informe circuló sin debate alguno.
El BM decía haber medido la desigualdad ante la ley entre hombres y mujeres en el mundo en base a la inserción en el mercado laboral, la tenencia de los hijos, el matrimonio, la iniciación en proyectos de negocios, entre otros. El promedio mundial resultante era de 74,7 (sobre 100). La Argentina obtuvo una calificación de 76,3, apenas por encima del promedio, y el puesto 99° entre 187 países. La superaban todos los países sudamericanos salvo Surinam (65,6).
Esto se explicaba porque todavía hay sectores de actividad vedados a las mujeres en nuestro país. Las leyes laborales argentinas serían las segundas más desfavorables para las mujeres en Sudamérica.
Veamos la explicación de este dislate. La Ley 20.744 de contrato de trabajo establece la prohibición de que las mujeres realicen “tareas penosas, peligrosas o insalubres” (art. 176). Y el artículo 11 de la Ley 11.317 (trabajo de las mujeres y los niños) definía cuáles eran esos trabajos vedados: carga y descarga de navíos, trabajos subterráneos o en canteras; engrasado y limpieza de maquinaria en movimiento; manejo de correas, sierras circulares y otros mecanismos peligrosos; fundición de metales, fusión y sopleo bucal de vidrio; transporte de materias incandescentes; etc.
Es decir que lo que tiene por origen la protección de la mujer, lo que en su tiempo constituyó una conquista social, se convierte por obra y gracia de la deformación de género, en “discriminación”.
Ninguno de los comentarios o análisis sobre el informe lo cuestionaba. En el Congreso se han presentado proyectos para derogar estas disposiciones. En los fundamentos de uno de ellos se dice que estas prohibiciones “ponen en evidencia un inequívoco contenido discriminatorio”, ya que se restringe a la mujer la posibilidad de elegir una ocupación por la sola razón de su sexo.
En un trabajo para la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Laura Pautassi, Eleonor Faur y Natalia Gherardi decían: “Las primeras normas laborales (como la prohibición al trabajo nocturno o a ciertos trabajos concretos) asumen a la mujer como madre y fortalecen la consideración de la mujer como sujeto con capacidad limitada”. El trío concluía que esas normas “no se introdujeron considerando la igualdad sino discriminando a un grupo (mujeres) por sobre ambos grupos de trabajadores (hombres y mujeres)”.
Bajo la mirada (torcida) de género, la consideración hacia la maternidad se vuelve mala intención. En cuanto a la “capacidad limitada” es obvio, por el tipo de tareas vedadas, que es una consideración de orden físico y no intelectual.
La hipocresía del feminismo es infinita. Proteger a la mujer es desvalorización, paternalismo o micromachismo. Pero después quieren que les paguen el café y el restaurante porque “ellos ganan más” (otra falacia). Critican que las leyes consideren su maternidad, pero quieren subsidio para la menstruación y festejan que ANSES reconozca un año de aportes por cada hijo. Esto último no está mal, pero vale recordar que la ley argentina ya lo contempla: por eso las mujeres pueden jubilarse 5 años antes que los varones.
Siguiendo con la hipocresía, ¿cuántas veces las vieron —a lo largo de tantos años de luchas que las feministas dicen haber protagonizado— encaminarse hacia los puertos para exigir ser contratadas como estibadoras? ¿O para reparar los cascos de los barcos bajo del agua? ¿O para ser recolectoras nocturnas de basura y correr detrás de los camiones?
En el año 1948, Perón envió como agregado obrero a la flamante embajada argentina en Moscú al sindicalista Pedro Conde Magdaleno. El hombre quedó horrorizado con la situación laboral en el paraíso del proletariado. En las fábricas vio cómo “tareas pesadas y malsanas eran realizadas por las mujeres, tales como trabajar sobre las cadenas ardientes que sacan los moldes del horno a grandes temperaturas y entre las emanaciones de gases y vapores”. El trabajo nocturno de las mujeres, decía, estaba prohibido en la Argentina, no en la Unión Soviética. En lo único que encontró a la mujer equiparada con el hombre fue en la sobreexplotación.
Esa historia de la que deberíamos estar orgullosas las argentinas, es traicionada por el feminismo actual que necesita justificar su razón de ser negando logros e inventando discriminaciones. Las restricciones de la ley argentina, que confirman que fuimos un país de avanzada en la materia, son “reinterpretadas” o “resignificadas” según la actual epidemia deconstructivista.
Los organismos internacionales están sobrepoblados de burócratas que justifican sus cargos haciendo estos dibujos. Pero lo preocupante es la falta de espíritu crítico entre quienes consumen estos papers sin detenerse dos minutos a pensar.
Ahora bien, este seudo informe sobre el “machismo” de la legislación argentina ilumina la verdadera situación de los supuestos privilegiados, discriminadores y explotadores de las mujeres: fueron y siguen siendo los varones los que realizan las tareas pesadas y riesgosas. Por eso, en materia de accidentes de trabajo y enfermedades profesionales, la “supremacía” de los hombres es abrumadora: 70 por ciento. “Privilegio” masculino que ninguna feminista denuncia.
[Trato éste y otros temas en mi newsletter, Contracorriente, donde analizo la permanente deconstrucción de nuestra cultura. Para recibirla por correo, suscribirse aquí]
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