Por qué los empresarios necesitan urgente anticuerpos para el virus del estatismo

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Alberto Fernández junto a empresarios en el almuerzo de AEA
Alberto Fernández junto a empresarios en el almuerzo de AEA

“El coronavirus es el sueño húmedo de la izquierda”: citado de un tuitero anónimo. Brillante. Se refiere a que la izquierda argentina y buena parte del peronismo ya están imaginando un “día después” de la pandemia con mucho más Estado y mucho menos empresa privada de la que ya hay hoy en Argentina, luego de que en la crisis sanitaria mundial, al igual que en cualquier guerra, el que manda es el Estado. En toda guerra -y la del coronavirus no es otra cosa- debe haber un gobierno fuerte al mando. ¿Pero qué pasa cuando se termina la guerra?

Este debate el mundo ya lo tuvo: en la II Guerra Mundial, en Estados Unidos el gobierno tomó las riendas de buena parte de la vida económica de los norteamericanos: las automotrices, como Ford y General Motors, se pusieron a fabricar blindados y vehículos militares. Las textiles, uniformes, y así.

Cuando finalizó la guerra, la economía volvió a su cauce normal y con fortísimo y prolongado crecimiento en la reconstrucción de los daños del conflicto bélico en sí y los atrasos en el consumo popular.

En Europa del Este, en cambio, todo pasó a manos del Estado, tal como lo imponían los triunfadores soviéticos en su cancha.

Ahí empezó la nueva guerra que se libró sobre la opinión pública mundial durante casi 45 años: cuál de los sistemas era mejor para “el pueblo”. No hace falta explicar quién ganó.

Pero el partido no solo se jugaba entre la vieja URSS contra Estados Unidos, Japón y Europa: los países capitalistas tenían un importante frente interno que sostenía que del fascismo había que salir con estatismo.

Los empresarios tenían por entonces “sus” partidos de orientación liberal, conservadora, demócrata cristiana o socialdemócrata o como se llamaran: ellos luchaban en la primera línea del frente de batalla por la opinión pública y los votos.

Hasta hace bien poco, los empresarios argentinos tenían algo parecido: Mauricio Macri y su partido, que llegó al poder en la coalición Cambiemos.

Pero eso ya pasó.

Macri fracasó de punta a punta, y no les hizo a los empresarios el favor de ofrecer a la opinión pública argentina una profunda autocrítica y de irse dejando planteado si por lo menos entendió qué necesitaba la Argentina para no terminar aún peor que el desastre que él mismo había heredado de Cristina Kirchner.

Por eso hoy Juntos por el Cambio perdió mucha credibilidad en materia económica, y cuando el presidente Alberto Fernández sale a amenazar o directamente reprender a los empresarios -les dijo miserables, pícaros, avivados y otras lindezas- han quedado totalmente solos.

El cacerolazo que se escuchó fuerte en Capital ayer reclamando que los políticos se rebajen sus sueldos fue en parte una reacción de un lado de la trinchera -también llamada grieta- que siente que el Presidente aprovecha su flamante poder para fortalecerse ante los propios cavando más hondo su propia trinchera.

De hecho algún tuitero oficialista tildó a la protesta desde los balcones “cacerolazo por Techint”, en referencia a que el Presidente se habría referido exclusivamente al empresario Paolo Rocca al llamarlos “miserables”. Ese tuitero está equivocado. Pero no mucho.

Hay una parte de la opinión pública que todavía entiende que lo que sostiene al Estado es la actividad privada. Pero esa parte jamás podría ganar una elección, si esa opinión no termina siendo compartida por mucha más gente.

Pregunta: ¿están pensando los empresarios -ahora huérfanos de voceros y batallones de opinión pública- cómo reconquistar el territorio perdido en las mentes y los corazones de los argentinos ante un peronismo que avanzaría triunfador hacia el estatismo?

¿Quién les explicará a los argentinos el día después de la pandemia que el Estado por sí solo no genera riqueza, ni innovación, ni desarrollo? De Juntos por el Cambio no se puede esperar demasiado.

¿Podrán ser las pyme, que dan el 70 por ciento del empleo privado y tienen, según todas las encuestas, mejor imagen que sindicalistas y políticos? Difícil: la CAME (Confederación Argentina de la Mediana Empresa) es una entidad más bien cercana al sindicalismo y al propio gobierno. El medio millón de pymes que emplea a 4 millones de argentinos no tiene voz propia.

Tampoco Macri supo dárselas ni desde la ciudad de Buenos Aires ni mucho menos como presidente de la Nación.

Los empresarios deberán arreglarse otra vez solos.

Un empresario de capital nacional que pide mantener el anonimato de la fuente (¡si no salen on the record, no va a ser fácil, muchachos!) dice que las entidades típicas como UIA (de los industriales) AEA (de los dueños de empresas nacionales) o el think tank IDEA “cuando se juntan prometen comunicación, pero al final se achican y terminan hablando del sexo de los ángeles”.

Otro líder empresario de capital nacional, muy activo en la conducción de IDEA y otras entidades empresarias, avisa -también en off- que están reflexionando sobre qué hacer en materia de comunicación “el día después”.

Cita también el trabajo de beneficiencia que empezaron a hacer grandes empresas, como Newsan, de Rubén Cherniajovsky, ayudando a curas villeros en el Conurbano, o Eduardo Eurnekian repatriando médicos argentinos de Europa.

Mientras tanto, la pauta publicitaria privada que sostiene a los medios de comunicación se derrumba en Argentina al igual que en casi todo el planeta. Los medios de comunicación en las democracias son algo así como el teatro de operaciones sobre el que se libran esas batallas de opinión pública. Hacía tiempo que los medios no tenían tanta audiencia como en los tiempos del coronavirus. Y hacía tiempo que no tenían tan pocos ingresos publicitarios.

La espiral del silencio, teoría de la socióloga alemana Elisabeth Noelle Neumann, en los agitados 70, sostenía que el capitalismo podría desaparecer, si esa opinión perdía peso en los medios de comunicación.

¿Los empresarios estarán pensando sobre esto?

El empresario textil Teddy Karagozian, de la empresa TN Platex y creador de la fundación Protejer (sic), de lobbying del sector textil nacional, es economista y escribió un libro con una innovadora propuesta de “Revolución impositiva” que aliente la inversión empresaria en Argentina. Incluye, entre muchas ideas, cambiar el esquema de costosas indemnizaciones por un seguro de indemnización que no desaliente a la contratación y así el Estado deje de ser ese sustituto del mercado laboral que es desde hace décadas.

Karagozian sostiene que, aunque los empresarios están tapados por el angustiante día a día, la pandemia es el mejor momento para proponer más y no menos capitalismo en Argentina y salir a comunicar ahora, antes de que sea tarde. Asegura que “ahora es el mejor momento para una revolución impositiva”.

En algo tiene razón, porque si los empresarios se duermen, podrían despertar en el “sueño húmedo de la izquierda”.

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