
Se sabe que no es posible enriquecerse con sólo imprimir dinero, pero hay excepciones.
Por caso, Japón. La tasa de desempleo ha caído a 2,8%, su nivel más bajo en 22 años, en gran parte gracias a los yenes que se emitieron en los últimos cuatro años. Quizá el dinero no crezca en los árboles, pero lo crea la computadora de un banco central.
¿Cómo llegó Japón hasta el punto en que necesitaba el equivalente económico de un desfibrilador cardíaco? A principios de la década de 1990 fue el primer país que atravesó el ciclo de auge, colapso y estancamiento que los Estados Unidos, Europa y la mayor parte del mundo llegaron a conocer —y odiar— tan bien.
Japón logró evitar la depresión gracias a su gasto en infraestructura, pero no pudo escapar de una "década perdida": una manera elegante de decir que, si bien creció, no creció mucho. Según el economista Brad DeLong, Japón no sólo dejó de seguirle el ritmo a los Estados Unidos por unos años, sino durante los últimos 25. Eso es mejor, y peor, de lo que parece.
Mejor porque, incorporado el factor de su población decreciente, en los últimos 15 años Japón ha crecido per cápita por lo menos tan rápido como los Estados Unidos. Pero peor porque nunca logró recuperar el terreno perdido y se ha convertido en un país permanentemente más pobre.

Se suponía que esto ya no iba a suceder. Los economistas —dijo el Premio Nobel Robert Lucas en 2003— pensaban que "la cuestión central de prevenir la depresión" había sido "resuelta". Se suponía que se había aprendido lo suficiente desde la década de 1930 para evitar que la economía entrara en otra deuda, deflación y cesación de pagos. Hasta que Japón demostró que no había aprendido. El país afrontaba un problema que no había tenido en 60 años: a pesar de tener tasas de interés del 0%, no podía impedir que sus precios cayeran.
Suena a algo que sólo un economista podría creer: ¿cómo puede ser malo que bajen los precios? Así: la caída de precios significaría una caída de los salarios, pero no de las deudas, por lo que se volverían más difíciles de pagar.
En el mejor de los casos, la economía se quedaría atascada en un ciclo de bajo consumo, lo que conduciría a una baja inversión empresarial, lo que conduciría a una baja contratación y, luego, a gastos menores de los consumidores.
En el peor de los casos, todo el mundo iría a la quiebra.

Por eso Japón puso tanto énfasis en volver a llevar su tasa de inflación por encima de cero. Quiere entrar en el ciclo opuesto: precios más altos que conduzcan a salarios más altos que conduzcan a cargas de deuda menores, lo cual elevaría el consumo y luego los niveles de inversión. En otras palabras, una recuperación autosostenible.
De esto se trata la "Abeconomia", el plan en tres partes del primer ministro Shinzo Abe: estímulo fiscal, estímulo monetario y reformas estructurales —por ejemplo, incorporar más mujeres a la fuerza laboral— para devolver la economía de Japón adonde debería estar. Y si bien hubo falsos comienzos, debates y dudas, lo cierto es que está funcionando.
Aunque Japón posiblemente no se halla donde quiere, está en camino. Tal vez la mejor manera de deducir esto no es su tasa de desempleo super-baja, sino más bien su tasa de empleo super-alta, que desde el comienzo de la Abenomía se disparó a un máximo histórico de 83,5%, e hizo que la estadounidense de 78,3% se vea miserable en comparación. Significa además que la tasa de desempleo de Japón no ha caído por la mala razón de que gente ha renunciado a buscar trabajo, sino por la buena razón de que casi todo el que no tiene una pensión está por obtener una.

¿Qué hay detrás de este auge? No pueden ser los aspectos fiscales o estructurales de la Abeconomía, porque apenas se han puesto a prueba. De hecho, en los últimos años los presupuestos de Tokio se ha caracterizado por su austeridad más que por el estímulo, y sus intentos de sacudir las normas e instituciones escleróticas del país, aunque han avanzado un poco, han topado con una gran resistencia de partes interesadas.
Es la parte monetaria —la promesa de imprimir dinero mientras sea necesario hasta que los precios empiecen a subir de nuevo— lo que ha conseguido más logros.
Pero esto no es todo lo que quería Japón. Después de todo, la inflación apenas acaba de subir de cero y todavía se encuentra muy por debajo de su objetivo del 2 por ciento. Más importante que eso, sin embargo, es el hecho de que esto no ha hecho que el banco central de Japón se rinda, como ha sucedido otras veces. Hasta la Abenomía, Japón se limitaba a hacer lo suficiente para evitar lo peor, pero nada más.
Todo el dinero emitido parece haber dado a las empresas la confianza —y la moneda más barata— que necesitaban para expandirse un poco. Hasta hace unos años, a las compañías las frenaba que el gobierno hacía menos de lo que realmente podía para apoyar la economía. Ahora Tokio dice que hará lo que sea necesario, y el desempleo finalmente ha caído tanto que las empresas pronto tendrían que empezar a luchar por los trabajadores con salarios más altos, lo que potencialmente daría a la economía el impulso que necesitaba para entrar en un círculo virtuoso.
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