
Las piedras parecen ocupar un lugar destacado en la simbología de la muerte en Corea del Norte.
A los detenidos que van a ser fusilados se les llenan las bocas de guijarros para evitar que sus últimas palabras sean un insulto al Líder Supremo.
Kim Jong-il soñaba que lo lapidaban: primero los estadounidenses, luego los surcoreanos, por fin los norcoreanos. Eso le confesó al empresario que se atrevió a establecer lazos entre los dos extremos de la península, Chung Ju-yung, fundador de Hyundai.

Y en campos de concentración como el de Yodok, ubicado en una zona montañosa a 110 kilómetros de la sede del poder que hoy encarna Kim Jong-un, el rito de la ejecución se completa con la lapidación post-mortem, según detalló Kang Chol-hwan en The Aquariums of Pyongyang (Los acuarios de Pyongyang). Kang tenía nueve años cuando lo enviaron allí con su familia, para que tres generaciones pagasen la culpa de su abuelo —al que no volvió a ver— acusado de espiar para Japón.
En Yodok —oficialmente, el Centro de Reeducación Nº 15— dejó de ser un niño. "La primera ejecución pública que vi fue la de un prisionero que había intentado escapar". Pero "ese espectáculo no fue el peor" al que le tocó asistir, según reseñó. El peor fue el ahorcamiento y la lapidación de dos militares que habían huido a China, donde fueron atrapados y devueltos a Corea del Norte.

Durante las dos semanas que no se sabía dónde estaban los fugitivos, los detenidos de Yodok debieron colaborar en su búsqueda. "Todos hinchábamos por ellos, y esperábamos que pudieran decirle al mundo lo que nos sucedía", escribió Kang.
Una mañana comprendieron que eso no iba a suceder.
"A nuestra sorpresa se sumaron las horcas que se habían erigido en lugar de los habituales postes de ejecución. Trajeron a nuestros dos héroes con las cabezas cubiertas por capuchas blancas. Los guardias los guiaron hasta el cadalso y les pusieron las sogas alrededor del cuello", narró. Y una vez que terminó el ahorcamiento —que resultó lento para uno de los condenados— comenzó la lapidación de los muertos colgantes.

"A los 2.000 o 3.000 prisioneros que debimos observar se nos ordenó que tomáramos una piedra y la arrojáramos a los cadáveres al grito de '¡Abajo los traidores del pueblo!'. Hicimos lo que se nos dijo, pero se nos notaba el disgusto", escribió Kang. La mayoría de nosotros cerró los ojos, o bajó la cabeza, para no ver los cuerpos lacerados que rezumaban una sangre rojinegra".
Algunos, demasiado afectados, no pudieron arrojar su piedra al primer intento. "Otros reclusos, que vieron una oportunidad de mejorar su imagen ante los oficiales del campo, agarraron piedras muy grandes que tiraron con fuerza contra la cabeza de los cadáveres. Al final la piel de la cara de las víctimas se deshizo; de su ropa no quedó nada salvo unas hilachas ensangrentadas. Cuando me tocó el turno, las piedras se acumulaban al pie de las horcas".

Kang se preguntó por qué habían reemplazado el método del fusilamiento en esa ocasión. "La agonía del ahorcamiento resultó terriblemente prolongada, y la ceremonia de la lapidación fue simplemente bestial. Pero el horror que produjo no fue involuntario. Las autoridades querían que sintiéramos miedo de pensar siquiera en escapar, y también querían vengarse de los fugitivos que durante un breve lapso habían eludido su captura".
Un refugiado que fue chofer en el campo de Hwasong, quien declaró ante un comité de investigación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con el seudónimo de Lee, recordó que los guardias intercambiaban historias sobre cómo se mataba en los distintos campos, y "describían métodos sádicos como la lapidación".

También Jung Sung-san, un cineasta norcoreano que logró escapar en 1995, confirmó que se mata así a los prisioneros: "Mi padre fue lapidado en un campo de trabajo forzado. Para honrar su vida decidí mostrarle a la gente cómo es la vida allí", dijo. En 2006 dirigió el drama musical Yodok Story: "El mundo debe comprender que hoy existe un país que tortura y mata a su pueblo".
La eliminación de opositores a la dinastía Kim se remonta a las purgas políticas de la década de 1960, según la publicación Daily NK, con sede en Seúl. "Se los golpeaba hasta la muerte con martillos o con hachas, y según un testigo, se mataba a unas 20 o 30 personas por día".

El fusilamiento se convirtió en el método estándar, con tres verdugos que disparan sus rifles tres veces cada uno. "Desde los '80s el fusilamiento se cambió por ahorcamiento, y a finales de la década se practicó por primera vez la lapidación, en la Academia Militar Ganggun".
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