
Una noche de 2016, en una vivienda del Upper East Side de Manhattan, brillaba el blanco traje sureño del escritor Tom Wolfe iluminado por la luz de la pantalla de su computadora cuando una entrada llamó la atención del maestro octogenario. A toda velocidad fue el ratón hacia ella: "El misterio de la evolución del lenguaje". De esa inspiración al libro The Kingdom of Speech (El reino del lenguaje) y a la polémica que generó su diatriba contra Charles Darwin y Noam Chomsky (de irresponsable a creacionista, de parcial a ignorante lo han criticado con fuerza) pasaron meses apenas.
El libro se inscribió en una de las dos corrientes que subyacen a la obra de esta referencia mayor del Nuevo Periodismo en los Estados Unidos: no las obras enormes como sus novelas La hoguera de las vanidades o Todo un hombre, sino los libelos contra la corriente cultural, como La palabra pintada o ¿Quién teme al Bauhaus feroz?, con todas sus mayúsculas, sus puntos suspensivos, sus signos de exclamación y sus onomatopeyas.
Y, por supuesto, su recepción con demoliciones críticas: Jerry A. Coyne, profesor emérito de Ecología y Evolución en la Universidad de Chicago y autor de Por qué la evolución es verdad, escribió en el Washington Post: "La palabra pintada y ¿Quién teme al Bauhaus feroz?, por ejemplo, fueron criticados por su ignorancia del arte. Lamentablemente su último libro sufre de la misma mezcla de sarcasmo e ignorancia, esta vez al atacar la afirmación de que el lenguaje humano es en parte un producto de la evolución biológica".

Tras elogiar su estilo, Steven Poole señaló en The Guardian: "El único problema con los cuentos de Wolfe, en verdad, es que son relatos irresponsablemente parciales, plagados de falsedades elementales". The New York Times, NPR y USA Today, entre otros medios masivos, le encontraron defectos similares.
"Parece que ocho evolucionistas peso-pesados —lingüistas, biólogos, antropólogos e informáticos— habían publicado un artículo en el que anunciaban que abandonaban, tiraban la toalla, abandonaban la mano, se iban al diablo cuando se trataba de la pregunta de dónde viene el habla —lenguaje— y cómo funciona", comenzó Wolfe, como quien se coloca los guantes de boxeo.
"'Las preguntas fundamentales sobre los orígenes y la evolución de nuestra capacidad lingüística se mantienen tan misteriosas como de costumbre', concluyeron. No sólo eso: sonaban listos para abandonar toda esperanza de alguna vez encontrar la respuesta", escribió. "Uno de los ocho era el nombre máximo de la historia de la lingüística, Noam Chomsky. 'En los últimos 40 años', él y los otros siete decían, 'hubo una explosión de investigación sobre este problema', y todo lo que produjo fue una pérdida de tiempo colosal a algunas de las mentes más importantes de la academia".
A la leyenda viva la pareció una declaración extraña. "Nunca había escuchado que un grupo de expertos se reuniera para anunciar que eran unos fracasos abyectos…"
Luego de la burla y de una digresión deportiva, Wolfe retomó el problema en cuestión: "El habla no es una de muchos atributos únicos del hombre, ¡el habla es el atributo de todos los atributos! ¡El habla es más del 95% de lo que eleva al hombre sobre el animal! Desde el punto de vista físico, el hombre es un asunto penoso", definió. "¿Animales de su tamaño? En combate mano a pata, mano a garra o mano a incisivos, cualquier animal de su tamaño se lo come de almuerzo. Y sin embargo el hombre los posee o los controla a todos, a todos los animales que existen, gracias a su superpoder: el lenguaje".
¿Cuál es la historia?, se preguntó el periodista, que por cierto ha sabido identificar una cada vez que la vio. Grandes historias.
"¿Qué es que ha dejado a generaciones infinitas de académicos, genios certificados, completamente perplejos en lo que se refiere al habla?".
En ese punto inició la primera parte del libro: la diatriba contra Darwin.

Darwin, pobre niño rico
Con sus hipérboles habituales, con sus juegos de palabras y sonidos, con su obsesión por el estatus, Wolfe le cayó con fuerza a Darwin. También con un truco —que repitió en la segunda parte de The Kingdom of Speech, donde fustigó a Chomsky—: oponerlo a otra figura.
En el caso de Darwin, quien disfrutaba de "la vida de un caballero británico, eternamente pagada por Papá", lo opuso a Alfred Russel Wallace, a quien la familia no le pudo pagar la educación formal que Darwin dejó a medias dos veces, no una. Y en el caso de Chomsky "el Rey de la Lingüística en su oficina con aire acondicionado del MIT" [Massachussetts Institute of Technology], lo confrontó con el antropólogo Daniel Everett, fastidiado por las alimañas en el Amazonas.
"El padre de Charles Darwin, Robert Darwin, era un médico, al igual que su padre, Erasmus Darwin", comenzó la descripción de la clase social del evolucionista. "Sin embargo, su verdadera pasión era invertir, prestar, el corretaje financiero, las apuestas y las demás formas de juar en los mercados de dinero de la Revolución Industiral. Hizo una fortuna absoluta… que luego multiplicó al casarse con una hija de Josiah Wedgwood, uno de los primeros gigantes de la industria".

En cambio, Wallace mandaba a Londres especies exóticas que él mismo capturaba para financiar sus estudios en el archipiélago Malay. Y una noche de 1858, afiebrado por la malaria, recordó el trabajo sobre población de Thomas Malthus y, de pronto, tuvo una epifanía:
"Algo ilumina la sesera de Wallace, con un flash. ¡Algo! La solución a lo que los naturalistas llamaban 'el misterio de los misterios': ¡cómo funciona la Evolución! ¡Por supuesto! ¡Ahora puede verlo! Las poblaciones animales atraviesan las mismas extinciones que los hombres. Todas, desde los monos a los insectos, luchan por sobrevivir, y sólo las 'más aptas' —la expresión de Wallace— lo logran. Ahora puede ver una progresión inevitable", escribió Wolfe.
Con ingenuidad propia del estereotipo, Wallace le escribió al joven Darwin para pedirle que por favor leyera su ensayo sobre la ley que regula la aparición de nuevas especies y le dijera si era apto para los sabios ojos de Charles Lyell. Pero el evolucionista se espantó al leerlo: "Le envió el manuscrito a su buen amigo Lyell, claro… junto con un grito apenado de socorro. En 20 páginas este hombre Wallace había anticipado la obra de su vida, ¡la obra entera de su vida!".
La conclusión de Wolfe: "Se decía que un caballero británico podía robarle a uno la ropa interior completa y dejarlo a uno mirándolo y preguntándole si no creía que de pronto el lugar se había vuelto un poco frío". Y la redención que le reservó al burlado: "Darwin imaginó que su teoría podía explicar todo, pero Wallace al fin decidió que no podía explicar el lenguaje, lo cual debía ser un don divino después de todo".
Entre las críticas principales a Wolfe se destacó una, por repetida: no se arrugó el traje con una mínima investigación sobre la teoría de la evolución, por lo cual no sabe nada sobre lo que escribió en The Kingdom of Speech. "Una presunción desorganizada, amplia, pantanosa, empapada, que chorrea por todas partes", la definió.
Coyne argumentó en el Washington Post: "En realidad Wolfe no comprende siquiera la teoría que tanto desprecia. La evolución, argumenta, no es una 'hipótesis científica' porque nadie la ha visto suceder, no existe observación que pudiera ponerla a prueba, no produce predicciones y no 'ilumina zonas hasta ahora desconocidas o desconcertantes de la ciencia'. Error; cuatro errores". Ilustró con la observaciones en fósiles y en tiempo real, las predicciones sobre embriología, la resolución de misterios geográficos de plantas y animales. El científico también le recomendó a Wolfe lectura académica actualizada de neoevolucionistas.

Chomsky, o el exceso de fama
Primero le cambió el nombre: en lugar de Chomsky, lo llama Carisma: Noam Carisma. Luego le echó encima un cubo de vilipendio: "Más precisamente —escribió Dwight Garner en The New York Times—, cubre a Chomsky de alquitrán y plumas antes de clavarle una nariz de payaso en la cara y echarlo a rodar en un carrito de bebé por un acantilado". El libro se trata, expreso el crítico, más de una provocación que de una disertación.
Con algo parecido a la envidia Wolfe comentó cómo Chomsky, cuando todavía preparaba su doctorado en la Universidad de Pennsylvania, se convirtió en el líder del campo de la lingüística, un campo apagado que de pronto se puso en primer plano; como sucedió con el periodismo por la generación de Wolfe, dicho sea de paso, Norman Mailer, Truman Capote, Joan Didion y Gay Talese, entre otros.
En el capítulo "En el inicio fue Chomsky" parodió la Biblia, las posturas políticas del lingüista desde su oposición a la guerra de Vietnam, su fama internacional como intelectual y sus dos teorías centrales: la idea de que los humanos nacen con una suerte de hardware para lenguaje en el cerebro y el concepto de recursividad en el lenguaje, el proceso por el cual los seres humanos pueden incluir un pensamiento dentro de otros, que habilita nociones como el tiempo y la diferencia entre unos y otros: "Ella nos contó que había llegado tarde y perdido el avión", por ejemplo, combina lo que alguien dijo con lo que había sucedido antes.

"Hacia 2005 Noam Chomsky volaba muy alto. En realidad, muy alto apenas lo dice. El hombre estaba… en… órbita. Había dado forma a un campo de estudio completo según su propio gusto. Había descubierto y, como autoridad regia de la lingüítica había decretado la Ley de la Recur… ¡UF! ¡En pleno plexo solar! Un artículo de 13.000 palabras en el número de Agosto-Octubre de Current Anthropology (Antropología actual) titulado 'Limitaciones culturales en la gramática y la cognición de los Pirahã', de un tal Daniel L. Everett", presentó Wolfe su gran prueba contra Chomsky: el pueblo amazónico de los Pirahã hablaba una lengua sin recursividad, tan simple —la más simple del planeta— que ni tiempos verbales tenía.
Luego de burlarse de que Chomsky se negó a abandonar su oficina con aire acondicionado para ir a un lugar lleno de serpientes, y de asegurar que el lingüista nunca más mencionó el nombre de Everett —su Wallace, podría decirse, en comparación con Darwin—, Wolfe reseñó los siguientes golpes académicos de Everett contra la norma aceptada de Chomsky.
Los críticos compartieron ese entusiasmo. Poole atacó en The Guardian al autor de La izquierda exquisita & Mau-mando el parachoques: "La disputa entre Chomsky y Everett es mucho más controversial de lo que él reconoce. Otros señalan que aunque los Pirahã no tienen recursividad —algo que algunos niegan— pueden aprender portugués con facilidad, que sí la tiene. Y en todo caso hoy es ya indiscutido que en el cerebro existe alguna versión, al menos, de la idea de un centro del lenguaje"; no un espacio físico sino circuitos neuronales especializados.

Qué es el lenguaje según Wolfe
En su primer ensayo en 16 años, una pieza breve, Wolfe argumentó que generaciones de genios fracasaron en la explicación del lenguaje, y fracasaron tristemente, pero también imaginativa, heroica, valientemente, y viciosa, revanchistamente, por citar sólo algunas de las caracterizaciones que hizo a lo largo del texto.
De Darwin a Chomsky, citó a seis generaciones de mentes brillantes que fracasaron en rastrear el objeto que Wolfe puso en el centro de The Kingdom of Speech. Y se indignó con el comienzo de un artículo de 2004, de Chomsky y otros: "La evolución de la facultad del lenguaje se mantiene ampliamente como un enigma". Repitió "enigma" con signos de pregunta, de exclamación, en cursiva… Hizo bromas como comparar la evolución del lenguaje con "decir que el mármol de Carrara evolucionó en el David de Miguel Ángel".
Y brindó, al fin, su hipótesis: los humanos crearon el lenguaje como un dispositivo mnemotécnico.
"Todo se limita a una palabra", escribió: "Mnemotecnia".
Wolfe regresó a Everett —quien luego de sus observaciones en el Amazonas postuló que el lenguaje no es un producto de la evolución sino una herramienta— para asegurar que el habla "no es algo que ha evolucionado en el Homo sapiens, del modo que lo hicieron las pequeñas manos singulares, con habilidades motoras, de la estirpe o su cuerpo casi sin pelo. El habla es algo hecho por el hombre. Es un artefacto… y explica el poder del hombre sobre todas las demás criaturas de un modo que la evolución en sí misma ni siquiera puede comenzar a explicar".
La crítica principal a la idea de que el lenguaje se creó como instrumento para cubrir la necesidad de recordar es tan infinita como todas las cosas que hace el lenguaje, incluida la obra misma del autor estadounidense, quien predijo hacia el final de su polémica: "Pronto el habla será reconocida como el Cuarto Reino de la Tierra", detrás del animal, el vegetal y el mineral.
En el Washington Post el profesor Coyne lo descalificó: "El libro distorsiona groseramente la teoría de la evolución, las afirmaciones de la lingüística y las controversias sobre sus conexiones. Por fin, luego de confundir al lector por casi 200 páginas, Wolfe propone su propia teoría de cómo comenzó el lenguaje: una teoría mucho menos plausible que aquellas de las que se burla".
Acaso el punto más interesante de esta polémica que generó polémicas aledañas lo haya señalado Poole en The Guardian, tras coincidir en la debilidad de la propuesta de Wolfe: "The Kingdom of Speech es un ejemplo penoso de la interrelación entre la celebridad literaria y la industria editorial. Un autor menos famoso y rentable que Wolf seguramente habría sido salvado de este papelón por una atención editorial más crítica".
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