Da la impresión de que el Gobierno no puede dar dos pasos hacia adelante sin da uno hacia atrás. Es una afección crónica de la política argentina, pero se supone que el PRO traía nuevos aires a barlovento. En cambio, anda a los barquinazos.
La sabia decisión de terminar, o de intentar terminar al menos, con la extorsión de los cortes de calles y de rutas, disfrazados todos de protesta social, cortes que desde hace más de dos décadas alteran la vida de millones de argentinos sin que hayan logrado una sola conquista social ni un solo litro más de leche para los chicos que la necesitan, de hecho, el kirchnerismo hizo pito catalán a todas las protestas sociales y disfrazó su indiferencia con el ropaje de la libertad de expresión; esa sabia decisión de volver a normalizar el andar del país, fue acompañada de una bravata de la ministro de Seguridad, Patricia Bullrich que dijo "Si no se van en cinco minutos, los vamos a sacar". No era necesario. El exabrupto despertó protestas, condenas y recelos, más que el reconocimiento de una comunidad harta de vivir como rehenes y de ver cortados los accesos y salidas de barrios y ciudades, como en las negras épocas de la guerrilla urbana.
De hecho, el miércoles, cuando los grupos Tupac Amaru, Quebracho y La Cámpora (juntos en una mezcla rara de Museta y de Mimi) cortaron doscientos puntos nodales en todo el país, dejaron anclados bajo el sol del verano que caía a plomo sobre la Panamericana a un cortejo fúnebre y a un par de ambulancias, todo en defensa de Milagro Sala, la activista jujeña presa por asociación ilícita y fraude. Ese acto de mero bestialismo, hubiese permitido interrogar a los energúmenos manifestantes adónde había ido a parar el sentido de la solidaridad social que, en apariencia, los nutre. Pero esa posibilidad quedó tapada por el eco que desató el desplante de la ministro.
El presidente Mauricio Macri centró su acción de gobierno en el armado de equipos de trabajo y en la transparencia, basada en una comunicación eficiente. Fue el foco de sus discursos de campaña, del de asunción y de los que dio en los días siguientes al 10 de diciembre. Sin embargo, empezaron a aparecer las primeras fricciones en esos equipos, las primeras diferencias de peso entre técnicos y políticos, los primeros desajustes entre quién dice qué cosas y cuándo, entre gradualismo y shock, todo en un área sensible, volátil y delicada como la economía. Es lo de siempre. Pero se suponía que lo de siempre no iba a pasar. El Gobierno habla poco de todo esto, como dice nada acerca de la tierra arrasada que el kirchnerismo dejó en su desbandada y que afectó de gravedad el escenario político, social y económico que encontró Macri al asumir.
La transparencia corre el riesgo de enturbiarse.
Tal vez la esencia no consista en armar equipos (en la Argentina armamos equipos para todo), sino en lograr que esos equipos trabajen en cierta armonía y con un interés común a lo largo del tiempo, que es lo que parece casi imposible, Macri debería saberlo: presidió Boca Juniors, que dista bastante de ser una salita de cuatro o un aula de las Adoratrices.
El anuncio sobre el ajuste del impuesto a las Ganancias, una promesa de campaña cumplida, la devolución del salario familiar a miles de hogares, fueron dos logros del Gobierno que Macri exhibió ante un Salón Blanco atestado ya no por la militancia paga, sino por empresarios y dirigentes sindicales en lo que parece ser un atisbo de diálogo maduro, inédito en las últimas décadas. Entre paréntesis, la reincorporación del salario familiar al sueldo de los trabajadores hizo que Hugo Moyano, insospechado de simpatías macristas, afirmara "El salario familiar era una conquista del peronismo y hoy se le devuelve a los trabajadores algo que les había sacado el gobierno anterior". Está demás decirlo, pero es justo recordarlo, que por "gobierno anterior" Moyano se refería al gobierno peronista de Cristina Fernández de Kirchner.
Sin embargo, ese tanto a favor del Gobierno no pudo ser exhibido sin manchas, como la que desató un nuevo escándalo en el INDEC que terminó con la expulsión de una figura símbolo, la técnica Graciela Bevacqua, que había sido defenestrada de mala forma por el ex secretario de Comercio Guillermo Moreno, que destruyó el organismo madre de las estadísticas argentinas. Bevacqua fue reincorporada por el macrismo, con lo que el carácter simbólico de su presencia en el INDEC como una de las funcionarias capaces de reconstruir un Estado confiable, alcanzó casi un nivel de épica.
Todo duró un suspiro. El titular del organismo, Jorge Todesca le exigió la renuncia, ante la intransigencia de Bevacqua de disponer de un índice de precios capaz de medir la inflación antes de ocho meses. Y también, al parecer, enojado porque la funcionaria hizo algún tipo de anuncio que fue juzgado como fuera de lugar, o inoportuno, o inconsulto, u osado.
El Gobierno estuvo en un aprieto: sin cifras confiables de inflación, no podía desandar el camino que tiene en frente, tampoco podía silenciar esas cifras por ocho meses sin ver afectadas su credibilidad y su gestión; la pinza cerró con el argumento opuesto: antes de ocho meses, ninguna cifra era confiable. El resultado de la ecuación era la parálisis. Saltó el fusible más débil.
El macrismo se movió en este caso con el rigor de una empresa: Bevacqua dejó de ser una pieza vital de la administración, para pasar a ser un ejecutivo que había dejado de compartir los lineamientos gerenciales. Nadie midió los costos políticos de la pelea, ni siquiera los adjetivos y adverbios que empleó cada uno en la batalla,
Todesca esgrimió una sinceridad brutal: "Le agradezco a Bevacqua, pero necesitamos otro ritmo" y reveló que la desplazada había hecho un anuncio sin hablar antes con él. Bevacqua se fue dando un portazo en las narices y recordó su anterior expulsión del INDEC: "Es otra historia, pero parecida. Moreno me apretó de frente". Diez palabras que encerraban una ruptura irremediable. Bevacqua le dijo al macrismo que era peor que Moreno, pero también admitió que, maltrato por maltrato, ella prefería el del impresentable ex secretario de Comercio.
Gustos son gustos, pero de estos disparates cuesta mucho regresar.
La crisis en el INDEC estaría vinculada también a la aparente imposibilidad de apartar del organismo, sin desatar un cisma gremial, a la innumerable cantidad de militantes K que Moreno metió con calzador y que ayudaron a elaborar las falsas cifras con las que el kirchnerismo fabricó sus supuestos logros sobre pobreza, desempleo, educación y trabajo. Dos entidades gremiales de los estatales, UPCN y ATE, siguen de cerca los pasos de las autoridades del INDEC que, de nuevo, están frente a un dilema: cómo reconstruir el organismo con la misma gente que antes colaboró para arruinarlo y cómo responder en medio de la crisis a la pregunta del millón: si el INDEC volverá alguna vez a ser confiable.
También estas son paradojas de la persistente, inagotable Argentina que se resiste a alzar el ancla del pasado.
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