Fotos: cómo es la vida de los pueblos amenazados por Boko Haram

Desplazamientos masivos de personas, violencia, hambre y enfermedades son algunas de las problemáticas de quienes deben huir de uno de los grupos más sangrientos del mundo

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El grupo yihadista Boko Haram, originario de Nigeria pero que actualmente ha expandido su dominio a varios de los países vecinos, es uno de los grupo más sangrientos de la actualidad.


Hace casi dos años, en abril de 2014, Boko Haram llegó a las tapas de los diarios del mundo después de que se conociera que había secuestrado a más de 200 niñas y jóvenes de una aldea cristiana llamada Chibok.


Las niñas nunca fueron liberadas, pese a una enorme campaña internacional, y sí fueron puestas en libertad o intercambiadas cientos de otras niñas, lo que dejó en evidencia que el grupo apelaba al método de los secuestros masivos asiduamente. Sin embargo, no es la única de sus actividades: ejecuciones masivas, asedios de pueblos enteros y hasta el incendio de una aldea con sus habitantes adentro son sólo algunas de sus atrocidades.


¿Cómo es vivir día a día amenazado por Boko Haram?


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Mariama,

de etnia kanouri, es una de las jóvenes que han huido de la violencia del grupo extremista islámico del pueblo de Argou Goumseri, junto a la frontera entre Níger y Nigeria. Ahora vive a pocos metros de la carretera Nacional 1, del lado nigerino, en un pequeño refugio hecho de paja y alfombras.


"No quiero volver, allí teníamos a los de Boko Haram a muy poca distancia y teníamos constantes problemas con ellos, me da miedo que me secuestren como ha pasado a tantas jóvenes nigerianas", asegura, de acuerdo a una fotogalería de El País. Muchos de los nuevos desplazados se van a dormir por la noche lejos de los asentamientos porque siguen temiendo ataques.


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Con sus 50.000 habitantes, Diffa –en el sureste de Níger– es la típica ciudad del Sahel de calles de arena y clima hostil. Su cercanía con el norte de Nigeria controlado por Boko Haram (la frontera está a sólo cinco kilómetros) la ha convertido en objetivo de ataques y atentados suicidas.


Aunque la mayor parte de sus habitantes huyeron en febrero pasado tras la primera gran ofensiva de la secta radical, que se saldó con decenas de muertos y heridos, lo cierto es que su población se ha triplicado en el último año a causa de los desplazados que llegan desde las zonas fronterizas con Nigeria.


Hay barrios donde tres cuartas partes de sus habitantes son recién llegados y donde los vecinos han cedido terrenos para permitir que se instalen. En las afueras de la ciudad se han instalado unas 100.000 personas.



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En la sala de heridos por traumatismo del hospital regional de Diffa no cabe un paciente más. El 8 de diciembre pasado, Madou Adji (a izquierda en la foto), agricultor de 36 años, estaba en la estación de autobuses de Diffa y se disponía a tomar un transporte hacia su pueblo. Un soldado, supuestamente ebrio, le disparó en el pie al confundirlo con un miembro de Boko Haram. Detrás, Kala Malam, agricultor de 18 años, pasó toda la noche herido y escondido en una casa de su pueblo en Bosso la noche que fue atacado por los radicales. Murieron 22 personas. Él puede contarlo.


"Desde hace un año hemos atendido a más de 650 heridos, sobre todo quemaduras a consecuencia de explosiones, arma blanca y balas", asegura Hamadou Asoumana, jefe de cirugía. La población civil, como casi siempre, en medio del conflicto.


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Una mujer del pueblo de Argou Goumseri coloca las telas y plásticos del miserable refugio en el que vive. A principios de enero, una decena de milicianos de Boko Haram penetró en el citado pueblo, situado a solo un kilómetro de la frontera, y saqueó todo lo que estaba a su alcance: motos, comida, ropa y los magros excedentes de la cosecha.


Al día siguiente, sus 4.000 habitantes huyeron y se instalaron unos cuatro kilómetros más al norte, junto a la asfaltada carretera Nacional 1, por donde de tanto en tanto pasa una patrulla del Ejército y son más visibles para la ayuda internacional. El principal problema es el frío por la noche, los niños están casi todos enfermos porque no disponen de mantas suficientes para taparse al tener que huir con lo puesto, la falta de comida y el acceso al agua, que comparten con otros pueblos desplazados.


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"Mi marido está viejo para ir a trabajar y ahora vivo de la ayuda de unos parientes, ellos también desplazados como yo", dijo Aissa Alhadji Ram para El País. La mujer ronda los sesenta años y elabora pequeños soportes de hoja de palma que luego trata de vender en el mercado. A principios de enero huyó de Argou Goumseri y se instaló junto a todos sus vecinos junto a la carretera Nacional 1.


"Necesitamos comida", dice. La mayor parte de sus diez hijos son agricultores, pero tuvieron que dejar atrás sus tierras, en las que cultivaban sobre todo arroz y pimientos. Ahora acuden a unos campos próximos, donde trabajan como jornaleros cultivando cebollas y ajos. Si tienen suerte y encuentran faena, pueden sacar casi dos dólares por una mañana de trabajo.


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Unos pastores conducen una recua de bueyes hasta Diffa muy cerca de uno de los brazos del río Komadougou Yobe. La única frontera natural que separa el noreste de Nigeria controlado por Boko Haram y a la región de Diffa, en Níger, es este río estacional, que emerge tras la temporada de lluvias y desemboca en el lago Chad.


Sin embargo, tras las precipitaciones veraniegas se va secando progresivamente, lo que permite atravesar la frontera por cualquier punto sin ningún problema a partir de los meses de enero y febrero. El descenso del nivel de las aguas del río ha favorecido una intensificación de los ataques de la secta radical en Níger en las últimas semanas.


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Asido a sus muletas de madera, Alhadji Sumaïla, agricultor nigeriano de 38 años, casado y con cinco hijos, camina entre los refugios del emplazamiento de Assaga, junto a la Nacional 1, a pocos kilómetros de la ciudad de Diffa. Hace ocho meses, el Ejército nigerino penetró en su pueblo y mató a un miembro de Boko Haram. A los pocos días, la secta radical atacó Assaga en represalia por lo que consideraron una delación.


"Era sábado, en pleno mes de ramadán, entraron casa por casa y nos llevaron a todos a la mezquita. Dejaron que las mujeres y los viejos se fueran y empezaron a dispararnos –recuerda Sumaïla–. Todos corrimos hacia donde pudimos, a mí me alcanzaron en una pierna y caí al suelo". Ya de madrugada, el ejército de Níger empezó a avanzar hacia Assaga y los miembros de Boko Haram huyeron. En el ataque murieron 12 jóvenes y 9 resultaron heridos, entre ellos Alhadji, que pasó cuatro meses en el hospital.


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Cuando Balas Fatah vivía en Assaga, en el lado nigeriano de la frontera, era carnicero. Ahora que se ha desplazado a Níger con su familia a causa de la violencia de Boko Haram, sigue ejerciendo el mismo oficio. "Pero aquí la carne es más cara, apenas hay ganado, y tengo que venderla al doble del precio. Y casi nadie tiene dinero para comprar", explica.


Con el paso de los meses, los refugiados y desplazados que llegaron con lo puesto se van asentando y se nota la diferencia entre los recién llegados y los veteranos. En los asentamientos van surgiendo pequeñas tiendas, mesas de carnicero como la de Fatah, puestos de venta de tabaco y especias, puntos de reparación de teléfonos móviles o de zapatos.


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A unos 35 kilómetros de Diffa, en las proximidades de Ngaroua, aparece por fin una base militar en torno a la cual se han asentado decenas de miles de desplazados que buscan algo de seguridad. Y es precisamente aquí donde están surgiendo también las primeras plantaciones de pimientos, con las que los refugiados tratan de rehacer sus vidas a la imagen y semejanza de lo que hacían en sus pueblos de origen.


El pimiento es una de las principales fuentes de ingresos de la ribera del río Komadougou Yobe y, de hecho, se considera que, en el lado nigeriano, ha sido una de las fuentes de ingresos de la secta islamista radical. Sin embargo, el abandono de la mayor parte de las tierras de cultivo ha reducido la producción, tanto de este producto como del pescado que se capturaba en el lago.


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Dos niños descansan sentados sobre dos garrafas de agua junto al asfalto de la carretera Nacional 1 cerca de Ngaroua. Una de las principales actividades cotidianas entre los desplazados de Diffa que se han instalado en este lugar es acarrear agua. En ocasiones tienen que caminar hasta cinco kilómetros para llegar al pozo más cercano, otras veces cuentan con la solidaridad de los refugiados más próximos.


La mayoría está sin escolarizar desde hace meses, Unicef ha comenzado la construcción de un centenar de escuelas provisionales para hacer frente a este problema. Los centros de salud de los pueblos de la zona están saturados por el flujo de recién llegados. Varias ONG, como la sección española de Médicos sin Fronteras, tratan de reforzar la asistencia sanitaria. La malnutrición infantil aguda se ha disparado al 17% en la región, sobrepasando el nivel de alerta.


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Alhadji Boucar Modou Gambo, agricultor de 40 años, llevaba una vida plácida en Malam Fatori (Nigeria), entregado a sus cultivos de pimientos y arroz y al pequeño comercio. Sin embargo, hace un año y medio Boko Haram atacó su pueblo y Alhadji huyó junto a sus dos esposas hacia Níger.


"Me construí un pequeño refugio de madera en Bosso, no estaba mal, había pesca en el lago y se podía cultivar, pero los insurgentes también atacaron allí meses más tarde", asegura, así que tocaba volver a escapar, en esta ocasión con su segunda esposa, Bokú Shetima, embarazada.