Quiénes pagarán la devaluación que se viene

El Gobierno proyecta que la decisión no provocará un salto inflacionario y prepara medidas para amortiguar consecuencias. Cómo fueron las últimas experiencias

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En vísperas de una devaluación que se perfila tan inevitable como contundente, conviene ir pensando en quiénes serán los ganadores y quiénes los perdedores de una medida que, por su impacto, puede marcar los primeros meses del gobierno del presidente Mauricio Macri.

Hay devaluaciones que salen bien y otras que salen mal, pero una cosa es segura: el peso valdrá menos y perderán quienes tienen sus ingresos en esa moneda, es decir, la mayoría de la población. Que pierdan menos o pierdan más dependerá de las decisiones y la habilidad del nuevo gobierno.

Por ejemplo, la devaluación de la presidenta Cristina Kirchner de enero de 2014 salió mal: cayó el salario real; los productos que el país exporta ganaron competitividad pero durante solo unos meses porque la inflación devoró esa diferencia en poco tiempo.

Esta devaluación que se perfila se debe a la decisión de Cristina Kirchner de mantener subvaluado el dólar como ancla para evitar una mayor inflación y como eje de una fenomenal red de regulaciones y subsidios que terminó frenando la economía: desde hace cuatro años, el país no crece.

El país no crece desde hace cuatro años.

Comprensiblemente, los funcionarios del nuevo gobierno aseguran que no habrá un salto inflacionario porque —argumentan— los productos ya aumentaron sus precios; por las dudas, prometen un pacto social con empresarios y sindicalistas para retrotraer los precios al 30 de noviembre.

Además, anticiparon algunas medidas para evitar que los más pobres carguen con los mayores costos de la devaluación, como la extensión de la Asignación Universal por Hijo y la devolución del IVA en productos básicos.

En cambio, postergarán una de sus promesas de campaña: elevar el mínimo no imponible del llamado impuesto a las Ganancias, que habría moderado el impacto de la devaluación para los sectores medios y medios altos. Pero el drama es que no sabremos si se cumplirán las optimistas previsiones de las nuevas autoridades hasta que esa decisión esté en plena ejecución.

Podemos sí repasar qué ocurrió con una megadevaluación que dejó su huella en el país. Comenzó el domingo 6 de enero de 2002, cuando un Jorge Remes Lenicov de saco blanco porque no había tenido tiempo ni de cambiarse anunció la defunción de la paridad entre el peso y el dólar, y una devaluación del 40 por ciento: 1 dólar pasaba a costar 1 peso con 40.

El consenso de los políticos era que el peso estaba sobrevaluado en un 40 por ciento. Pero no era el consenso del mercado: el dólar se disparó rápidamente y el 13 de abril de 2002 ya había saltado a 3 pesos.

Con las devaluaciones, se sabe cómo comienzan, pero no cómo terminan

Primera enseñanza: con las devaluaciones, se sabe cómo comienzan, pero no cómo terminan. Depende de varios factores: la ganancia de competitividad que busque el gobierno, las reservas del Banco Central, las presiones de los grupos que más se benefician, el impacto en la inflación, la resistencia de los sindicatos, la reacción de la opinión pública (en especial, en este caso, de los votantes de Macri), etcétera. De todo eso depende cuánto valdrá el dólar en las próximas semanas y meses.

A Remes Lenicov, en tanto ministro de Economía del presidente Eduardo Duhalde, le tocó en 2002 el trabajo sucio de salir de la convertibilidad, es decir de la paridad entre el peso y el dólar, a través de la pesificación asimétrica y de una devaluación que aquel año llegó al 240 por ciento.

En una entrevista para el libro Doce Noches, Remes Lenicov explicó por qué la Argentina recurre periódicamente a grandes devaluaciones para ganar competitividad, bajar costos internos y licuar el gasto público.

Porque uno podría suponer que lo más razonable sería aplicar un remedio más localizado para mejorar la rentabilidad de los exportadores, disminuir el déficit fiscal, achicar la deuda pública o bajar los costos internos.

A la hora de pagar la fiesta, el costo se reparte entre toda la sociedad

"En las apariencias —explica Remes Lenicov— es más desprolija una devaluación que una caída del 20 por ciento del salario o un 25 por ciento de desocupación. Optamos por la devaluación porque permite realizar los ajustes de los precios relativos de una manera menos traumática y más potable desde el punto de vista político, social y económico".

En otras palabras: a la hora de pagar la fiesta, el costo se reparte entre toda la sociedad. Eso en términos generales porque, como me dijo el economista Juan Carlos de Pablo, cuando se produce este tipo de movimientos "conviene ir pensando en quiénes serán los perdedores y los ganadores".

Es cierto que aquella megadevaluación fue el corolario de una gran crisis que estalló en diciembre de 2001, más precisamente a principios de aquel mes, cuando el gobierno del presidente Fernando de la Rúa dispuso el corralito bancario.

"Una crisis —señaló De Pablo— es como un diluvio universal: la mayoría sufre, pero algunos consiguen entradas para el Arca de Noé y se salvan. Toda crisis es una tragedia, pero algunos sobreviven y otros hasta logran ganar mucho dinero".

De Pablo citó a sus colegas Gerardo della Paolera y Alan Taylor, quienes sostienen en el libro Tensando el ancla que son tres los posibles pagadores de una crisis: los tenedores de pesos a través de una devaluación o la inflación, o una mezcla de ambos; los tenedores de bonos por la vía del default; los contribuyentes a través de nuevos impuestos o de aumentos en los que ya existen.

En la gran crisis de 2001 perdieron los "tenedores de pesos": los asalariados y los jubilados en primer lugar; el salario real cayó un 25 por ciento y los jubilados perdieron el 30 por ciento de su poder de compra.

Además, con el corralito bancario perdieron los pequeños y medianos ahorristas.

Remes Lenicov fue muy realista: "Yo no conozco una crisis donde los trabajadores se hayan beneficiado. Siempre prevalece la necesidad ante una crisis, y alguien le pone más o menos justicia. Nosotros pusimos la mayor cuota de justicia dentro de lo posible. Lo que hicimos no comprometió el futuro; por el contrario, las medidas que implementamos permitieron salir rápidamente de la crisis".

Los ganadores, como sucede en toda devaluación, incluyeron en primer lugar a los exportadores: a los productores agropecuarios y a quienes vendían energía al exterior (hace trece años, no teníamos que importar petróleo).

Por su lado, el ex presidente Duhalde dijo que todas las devaluaciones son "una macana". Y explicó: "Empobrecen a toda la sociedad y mucho más a los que menos tienen. Pero en aquel momento yo no veía una salida mejor; ahora, sigo pensando lo mismo. Yo tenía muy claro que había una sola salida: la Argentina productiva".

Es que, en principio, a ningún líder que aspira a la popularidad le gustan las devaluaciones por el mal humor que provocan en la mayoría de la población.

*El autor es editor ejecutivo de la revista Fortuna. Su último libro es Doce Noches. 2001: el fracaso de la Alianza, el golpe peronista y el origen del kirchnerismo.