Hombre y naturaleza: una pareja infernal

Del mito del "buen salvaje", en perfecta armonía con su ambiente, al nacimiento de la ecología como ciencia: la historia del agitado y cambiante vínculo del ser humano con su entorno

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Amamos la Naturaleza, ciertamente, pero no cesamos de desconfiar de ella, de tratar de dominarla y a veces de destruirla, al extremo de comprometer nuestro futuro común.

¿Tiene fuego?

No exageremos: no fue el día que uno de nuestros lejanos ancestros quebró una rama que comenzó a destruir su ambiente. Pero ese gesto es el símbolo de su capacidad para someter un medio ambiente que, en el fondo, lo aterroriza.

Mientras que la mayoría de los animales se contenta con adaptarse a las limitaciones naturales, los bípedos decidieron emanciparse de ella. ¡Una hermosa llama y terminado el frío, la oscuridad y los predadores!

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Llegados a Europa, hélos aquí que miran con malos ojos al rinoceronte lanudo, al uro y otros tigres de dientes de sable. Eso no fue obstáculo para que algunos artistas talentosos retrataran a esos predadores en las paredes de las grutas de Chauvert o Lascaux.

Y por si eso no bastara, estemos seguros de que la práctica cada vez más hábil y por lo tanto más eficaz de la caza o de la pesca habrá ayudado a otras especies a desertar nuestro vecindario.

Si discutimos todavía hoy su responsabilidad en la desaparición de los mamuts (12.000 años a.C.) y de varios de sus colegas herbívoros, debemos reconocer que nuestros queridos Homo Sapiens y Neandertal tenían ya, en pequeña escala, un impacto nada desdeñable sobre su medioambiente.

¿Sabremos alguna vez si no hicieron desaparecer para siempre decenas de plantas? ¿No se calcula acaso que casi 80 por ciento de los grandes mamíferos americanos no se repusieron de su encuentro con el hombre, desde que éste descubrió el pasaje de Bering (12.000 a.C.). ¡Los predadores cambiaron de campo!

Aborígenes, ¿por lo tanto inofensivos?

El mito del buen salvaje, lanzado en el siglo XVI con los grandes descubrimientos, no ha muerto. Seguimos creyendo que las sociedades "primitivas" que los exploradores hicieron célebres, vivían en perfecta armonía con la naturaleza.

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Hay que decir que a Bougainville, por ejemplo, le faltaron palabras para celebrar esa felicidad: "Yo me creía transportado al jardín del Edén: recorremos una planicie de césped cubierta de bellos árboles frutales y cortad por pequeños arroyos que mantienen una deliciosa frescura, sin ninguno de los inconvenientes que acarrea la humedad. Un pueblo numeroso goza allí de los tesoros que la naturaleza vuelca a manos llenas sobre {el" (Viajes alrededor del mundo, 1771)... Pero la primera cosa que emprende para agradar a sus anfitriones es... ¡crear un jardín de legumbres rodeado de empalizadas!

El mito va a perdurar, desplazándose de las islas del Pacífico a la América del Far West y de la Amazonia: los guerreros de las Grandes Planicies no habrían cazado más que el mínimo necesario de bisontes, los indígenas brasileños dominaban perfectamente las plantas del bosque... Ese respeto de la naturaleza es hoy cuestionado, por ejemplo con el recuerdo de la Isla de Pascua cuyos recursos habrían sido agotados por sus propios habitantes.

Eso no impide a algunos soñar con un retorno a la naturaleza, como Ernest Thompson Seton que influenció en la creación del movimiento scout, o los neorrurales que hoy huyen de las ciudades.

"La naturaleza es un templo" (Baudelaire)

Hace alrededor de 10.000 años, nuestros cazadores se vuelven campesinos. Empiezan a seleccionar y a confinar los animales y las plantas y dan nacimiento a nuevas especies frecuentemente no aptas para sobrevivir en estado salvaje. ¿Sabemos que nuestras razas de vacas u ovejas tienen menos de 150 años?

Mientras la tierra abundaba, las primeras comunidades campesinas no se andan con vueltas. Queman una parcela de bosque y siembran las semillas sobre las cenizas. Una vez agotado el suelo, se desplazan un poco y repiten la operación. Esta agricultura primitiva de barbecho –tala y quema-, destructora de la selva y del humus, se sigue practicando de Brasil a Indonesia, pasando por el África tropical y Madagascar.

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Luego, nuestros queridos ancestros transforman los bosques en campos permanentes o en arrozales. Fundan también ciudades para alojar a una población cada vez más numerosa y cavan la tierra en búsqueda de metales preciosos.

En Medio Oriente, los cursos de agua artificiales aparecen gracias a un perfecto dominio de la irrigación que multiplica las zonas cultivadas en detrimento de los bosques de la región Estos sufrirán asimismo por el aumento de la población y de sus necesidades en materia de construcción, metalurgia y calefacción, al punto de desaparecer totalmente. ¿Qué queda, en Irak, de la medialuna fértil de la Antigüedad? (...)

Siguen ahí, para recordárnoslo, los grandes mitos que, como el del diluvio universal, buscan explicar la cólera de la Tierra.

Del lado del Nilo, una gran parte de los dioses egipcios revisten la apariencia de animales salvajes. Dan testimonio de la mezcla de temor y admiración que los habitantes experimentan hacia la Naturaleza. A veces padre castigador, es por encima de todo la madre nodriza que dispensa sus favores.

El jardín, un simulacro de naturaleza

Nunca se sabrá quién, primero que nadie, tuvo la idea de sembrar algunas flores alrededor de su casa. Pero esta iniciativa tuvo un éxito duradero porque los jardines (del persa, paraíso) no han cesado desde entonces de cautivar a todas las civilizaciones. (...)

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Podemos explicar esta atracción por razones estéticas, ciertamente, pero también por el sentimiento de poder que confiere al hombre, al fin dueño del menor brote.

¿Hay algo más artificial que un jardín? Sin ir hasta los parques de Versalles o de Villandry, ejemplos extremos de esta recreación ficticia de la naturaleza, hasta el más pequeño jardín exige un cuidado constante y un gran dominio del medio ambiente, para evitarle la invasión de la maleza.

Todo esto es muy bucólico

En la Grecia antigua, el hombre, tal vez menos inquieto por su supervivencia, comienza a tomar distancia y a interrogarse sobre su lugar en el seno del universo. La naturaleza sigue siendo venerada por su belleza y su generosidad, se honra las fuentes y se celebra a ciertos árboles como el olivo de la Acrópolis, pero los dioses pierden su aspecto animal y son relegados al Olimpo.

Para los filósofos, la naturaleza comienza a reducirse a un conjunto unificado, perfectamente organizado y sometido al hombre: "Aunque existen muchas maravillas en este mundo, no hay ninguna más grande que el hombre" (Sófocles, Antígona)

No nos sorprendamos entonces de que los griegos den muestras de brutalidad desforestando sin remordimiento la península helénica y las islas del mar Egeo, que Platón comparaba con "un cuerpo descarnado por la enfermedad" (Critias).

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Podemos ver en estos remordimientos tardíos el origen de la expresión latina locus amoenus ("lugar agradable") para designar a la naturaleza original en la cual el sabio Lucrecio hubiera deseado encontrar belleza y reposo (De natura rerum, siglo I a.C.).

Esta naturaleza idealizada vuelve en el mito de la Edad de Oro evocada por Ovidio: "La tierra, sin ser violada por la azada, ni herida por el arado, daba todo de sí misma" (Metamorfosis).

Los romanos, en efecto, no cesan de incensar la vida de los pastores (Virgilio, Las Bucólicas, siglo I a.C.) a la vez que celebran con la creación de ciudades y redes viales su victoria sobre el salvajismo.

Del Paraíso al Purgatorio

La cultura medieval retoma la nostalgia del Paraíso terrestre en el cual el hombre vivía en paz. Desgraciadamente, las mejores cosas tienen un final y he ahí a los hombres condenados a subsistir en una naturaleza hostil a la cual deben arrancar su subsistencia, día tras día.

Luego del derrumbe de las instituciones romanas, las grandes invasiones y el despoblamiento, el bosque se ha tomado revancha en todas partes.

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Después del Año Mil, la reconquista agrícola se ve favorecida por un calentamiento climático y por el crecimiento demográfico. Las roturaciones y la extensión de las labranzas hacen retroceder en todas partes el bosque y la landa, al punto de inquietar a los señores, grandes cazadores.

En 1346, mediante la ordenanza de Brunoy, el rey de Francia Felipe VI limita severamente los derechos de uso en los bosques de dominio real "a fin de que puedan perpetuamente sustraerse en buen estado". ¿Es sin duda la ley ecológica más antigua del mundo!

Nuestros campo adquieren su aspecto actual con la conexión del territorio a través de los pueblos y los monasterios, muy activos en la gestión del patrimonio natural.

Los caminos, los canales y los mares, las cercas y los bosquecillos remodelan los paisajes y los humanizan enriqueciendo su biodiversidad.

En Extremo Oriente, en la China de los Song (s X y XII) se busca con la misma asiduidad la domesticación de la naturaleza, de los ríos y de las montañas con diques y terrazas.

Como en Occidente, los campesinos desarrollan una agricultura ahorrativa de recursos naturales y aprenden a administrar la penuria. La cocina china conserva el recuerdo de esta penuria a través del arte de acomodar los restos.

Las ciudades explotan gracias entre otras cosas, al desarrollo del comercio a lo largo de las vías navegables, algunas artificiales, como el Gran Canal que une Pekín con Hangzu, a lo largo de 1.700 km.

Más al sur, los khmer dominan la naturaleza tropical entorno a Angkor, donde emprenden gigantescas disposiciones hidráulicas para establecer su metrópoli religiosa (IX-XIV siglo). Pero la desmesura de su empresa los va a llevar a su perdición...

Lo mismo sucede con la civilización maya (siglos IX – XI), en Centroamérica, cuyo derrumbe habría sido provocado por una agricultura intensiva de tala y quema (o barbecho forestal) que acarrea desforestación y desgaste del suelo.

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"Escucha leñador, detén el brazo. / No es el frondoso bosque eso que echas abajo. (...) / Foresta, alta mansión de pájaros esquivos, / El solitario ciervo y las cabras monteses / ¿No pacieron un día felices a tu sombra? / Y tus penachos verdes, oh, selva milenaria, / ¿No volverá a encender la luz del sol de estío? (...)

Todo quedará mudo; Eco, sin voz, ausente, / Y será campo yermo lo que antes era un bosque / Donde la sombra incierta lentamente se muda. / Sentirás el arado, la reja y la carreta."

(Pierre de Ronsard, extracto de Contra los leñadores del bosque de Gastines, Odas, 1550)

El shock de los Grandes Descubrimientos

El día de 1492 en que Cristóbal Colón puso el pie en el continente americano, la historia de las relaciones entre el hombre y la naturaleza se desbocó.

Se conocen las consecuencias humanas de los Grandes Descubrimientos [pero] la Naturaleza también pagó muy caro los progresos de la navegación. Los ecosistemas insulares fueron totalmente alterados por la llegada de nuevos animales: gatos, cabras, conejos o ratas.

En Madeira (que en portugués quiere decir "la arbolada"...), apenas descubierta la isla, los bosques primarios fueron quemados continuamente durante años antes de dejar lugar a las plantaciones de caña de azúcar.

Notemos que en el continente americano, por el contrario, los bosques conocieron una fase de extensión debido a la extinción de las poblaciones agrícolas autóctonas.

Con las exploraciones, es también una nueva visión del mundo que se instala, basada en la explotación sin límite de los recursos naturales y en la mundialización de los intercambios.

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Las plantaciones de azúcar, té o café transforman los paisajes tropicales. Europa no tuvo nada que envidiar con la introducción de la papa, venida de los Andes.

Para los hombres del Renacimiento y más aún de la Edad Moderna (siglo XVII), el planeta se ha convertido en un magnífico terreno de juego cuyos recursos deben ser conquistados y luego explotados a fin de contribuir al bienestar del hombre, entonces en el centro de todo.

Bajo el ojo del microscopio

En el siglo XVII, los espíritus curiosos no se contentan más con reunir las singularidades naturales en sus gabinetes de curiosidades; se les mete en la cabeza la idea de entender el mundo a través del método experimental.

Gracias a lentes cada vez más potentes, Galileo observa lo infinitamente grande. En la generación siguiente, el holandés Antoni Van Leeuwenhoek mejora los microscopios y puede desde entonces explorar los microorganismos.

Convertida en objeto de estudio, la naturaleza pierde sus misterios al punto que Descartes ya no teme develar sus ambiciones: el hombre debe convertirse "en maestro y dueño" de ella. (Discurso del Método, 1637)

En el siglo siguiente, la naturaleza desacralizada es fichada en los catálogos de los naturalistas. Proyectando reducirla a un sistema coherente, el francés Georges-Louis Buffon y el sueco Suédois Carl von Linné se dedican a censar y describir todas las especies animales y vegetales.

Es también un enamorado de los herbarios el que impulsa al siglo de la Enciclopedia y de la Razón triunfante a mirar los bosquecillos y los cursos de agua con una mirada ingenua: en el transcurso de sus numerosas "ensoñaciones" de un "paseante solitario", Jean-Jacques Rousseau reconcilia los espacios cultivados con las florecillas del campo.

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Anuncia con algunos decenios de adelanto, la pasión de los románticos por una naturaleza sensible y ya no más amenazante, convertida en reflejo de sus sentimientos y en refugio bienvenido para esos eternos depresivos.

Del lado de la ciencia, sin embargo, los médicos de la corriente higienista se inquietan por las consecuencias del medio ambiente sobre la salud del individuo al momento en que la industria entre en juego.

El refugio romántico

"....echa a andar con buen ánimo, deja atrás las ciudades / y en la senda que el polvo no mancille tus pies; / desde altivas ideas ve ciudades serviles/ como peñas fatales que esclavizan al hombre. / La campiña y los bosques son enormes refugios / libres como los mares que islas negras abrazan. / Anda a campo traviesa un flor en la mano. / La Naturaleza te espera entre austeros silencios..."

Alfred de Vigny, La Casa del Pastor (Les Destinées, 1864)

¡A todo vapor!

En adelante, la naturaleza será dominada por la técnica y su corolario, la Revolución Industrial que nace con la invención de la máquina de vapor por James Watt en el siglo XVIII. Se multiplican las fábricas textiles, ávidas de materias orgánicas (seda, lana, algodón...) y de energía. Esta, procurada en un primer tiempo por la leña, provoca una nueva ola de desforestación en Europa.

En América del Norte, ebrios ante los grandes espacios puestos a su disposición, los colonos ingleses, futuros ciudadanos de los Estados Unidos, conciben la idea de una naturaleza de recursos infinitos, en oposición a la neutraliza parsimoniosa a la que se veían confrontados los campesinos europeos, chinos o indios. La van a explotar de modo extensivo y sin especiales precauciones. Organizan pro ejemplo el exterminio de la paloma migratoria americana, presente por millares y culpable de devastar los cultivos.

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En ruptura con sus orígenes europeos los norteamericanos no demoran en desarrollar un modo de vida extremadamente dispendioso en espacio y energía, caracterizado por el uso intensivo del automóvil y la extensión al infinito de los suburbios residenciales.

Este modo de vida va a seducir a los habitantes del Viejo Mundo, olvidadizo de sus tradiciones de sobriedad, e incluso hoy es el de los países emergentes de África y Asia. Esta muy directamente ligado al origen de la actual crisis ambiental...

El saqueo de los recursos naturales suscita también en reacción, desde fines del siglo XX, iniciativas en vista de protegerlos.

En 1872, se crea en el noreste de Wyoming el parque nacional de Yellowstone, con una superficie equivalente a la de Córcega. Es el primer parque natural del mundo. Aunque tiene por finalidad la de preservar las maravillas del lugar, se convierte pronto a la vez en un sitio altamente turístico y en el símbolo unificador de la belleza del paisaje estadounidense.

Por la misma época, tanto en Europa como en América del Norte, los artistas salen de sus ateliers con su caballete bajo el brazo para aprovechar los colores cambiantes del aire libre. Esta revolución impresionista abre los ojos de los ciudadanos sobre la belleza de jardines y paisajes.

Es en 1866 que nace oficialmente la "ecología", bajo el impulso del biólogo alemán Ernst Haeckel, discípulo de Charles Darwin. Esta se define como la ciencia de las relaciones entre los seres vivos y su ambiente.

Después de la Segunda Guerra Mundial, el shock de lo nuclear y ciertos estragos de la industrialización colocan a la ecología en el centro de nuestras preocupaciones.

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El patrimonio de la humanidad

Siglo de las guerras, el XX no perdonó nuestros paisajes, tanto del lado de Verdún, como en Hiroshima o en Ho Chi Min Ville. La política de tierra arrasada hizo estragos, así como los pesticidas, el avance del hormigón y el consumo desenfrenado.

A los hombres, sin embargo, nunca les gustó tanto estar en medio de la naturaleza, en esos sitios supuestamente preservados percibidos como nuevos paraísos. La Unesco no cesa de agregar "áreas de una belleza natural y de una importancia estética excepcionales" al Patrimonio de la Humanidad... ¡lo que tiene como primera consecuencia la de atraer nuevos curiosos!

Los hombres se declaran enamorados de su hermoso "planeta azul" pero son reticentes a modificar su estilo de vida y ahorrar energías fósiles. No temen contener los ríos, atravesar una y otra vez los istmos, como el de Panamá, o plantar un aeropuerto en el centro de una zona húmeda. [...]

Movimientos ecológicos y conferencias cumbre atestiguan de una toma de conciencia de la fragilidad de nuestro medioambiente pero también de la constante pretensión de los hombres de poner a la naturaleza bajo su tutela, ya sea para arruinarla o para salvarla.

No olvidemos que ella también puede sobrevivir sin nosotros y retomar rápidamente sus derechos, como en la jungla de Angkor o en la isla de Pascua. No perdamos tampoco de vista que la humanidad no es nada sin ella, como indica la etimología de la palabra hombre, que viene del latín, humus: "tierra".

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La ONG Greenpeace fue fundada en 1970, tras el naufragio del Torrey Canyon, generador de la primera "marea negra" de la Historia. En 1974, se presenta en Francia el primer candidato ecológico a una elección presidencial, René Dumont. En 2002, en la IV Cumbre de la Tierra, a Johannesburg (Sudáfrica), el presidente Jacques Chirac lanza a modo de advertencia esta metáfora: "Nuestra casa se quema y nosotros miramos para otro lado".

El porvenir nos dirá si finalmente había que darle la razón a Jules Renard cuando declaró: "Dios no falló con la naturaleza, sino con el hombre".

¿Un cambio de era? La tesis del Antropoceno

Según algunos científicos, habríamos entrado en uan nueva era geológica, el Antropoceno (del griego anthropos, ser humano y kainos, nuevo), caracterizado por el impacto del hombre sobre el medioambiente.

Debido a la intensificación de las actividades predadoras, se habría en efecto convertido en el principal factor de evolución del planeta.

Algunos fechan simbólicamente el comienzo de esta era en 1784, con el invento de la máquina de vapor.

Fiel al optimismo de las Luces, Buffon preveía ya en aquel momento esta dominación prometeica, pero sin presentir sus efectos dramáticos: "La faz entera de la tierra lleva hoy la huella de la fuerza del hombre, la cual, aunque subordinada a la de la Naturaleza, frecuentemente hizo más que ella, o al menos la ha secundado tan maravillosamente que fue con la ayuda de nuestras manos que se desarrollo en toda su extensión y que llegó por grados al punto de perfección y de magnificencia en el que la vemos hoy" ( La épocas de la naturaleza, 1789).

Bibliografía

Valérie Chansigaud, Hombre y naturaleza, una historia agitada (Dalachaux et Niestlé, 2013)

Jared Diamond, Derrumbe. Cómo deciden las sociedades su desaparición o supervivencia (éd. Gallimard, "Essais", 2005)

La percepción de la Naturaleza de la Antigüedad a nuestros días, actas del coloquio del 7 de diciembre de2007 organizado por el Consejo Científico del Ambiente Nord-Pas de Calais.

Clima: el hombre entra en escena, entrevista con Jean-Baptiste Fressoz, L'Histoire n°415, septiembre 2015.


Isabelle Grégor es doctora en Letras, autora de una tesis sobre los viajes de Bougainville.

Este artículo fue publicado originalmente en la revista Herodote

Traducción: Claudia Peiró para Infobae cpeiro@infobae.com