Subcampeones: un golpe a la soberbia y al triunfalismo argentino

Los 22 años sin títulos ya son un karma para Argentina y la sobredosis de exitismo una mala costumbre entre los hinchas albicelestes. La crítica sin fundamento y el desconsuelo abundan tras perder la Copa América

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 AFP 162
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Messi es Messi, con sus enormes virtudes y algunos defectos. Es Leo, el pibe que dejó Rosario de purrete y tuvo el privilegio de formarse en La Masia del Barcelona. No es el Diego de las gambetas en Villa Fiorito y los Cebollitas. "La Pulga" no es líder natural, aunque se hace cargo, se rebela poco contra el sistema. "Pelusa" era todo lo contrario. "Lío" deja mano a mano a Lavezzi e Higuaín en la última jugada de una final y Diego se mete con la pelota dentro del arco. No alcanza.

Dicen que con la selección mira al piso y se esconde. Pero juega siempre, no se toma vacaciones y adentro del campo se pone a disposición del equipo. Baja a buscar la pelota a la mitad de cancha, se banca las patadas -siempre está rodeado de cuatro rivales- soporta las críticas sin fundamentos de los mismos que lo miman o palmean su espalda cuando gana todo en Barcelona, juega sin egoísmos y hasta saca laterales. No es suficiente.

El argentino quiere reencarnar al Maradona de México 86. Le perdona todo por haber salido campeón mundial. Cada año sin éxito de la selección valora más sus gestas y olvida sus conductas fuera del campo. El modelo Messi, de perfil bajo y poca picardía en la selección, no lo seduce. No lo conmueve. Quiere verlo insultar a un chileno cuando silban su himno, como hizo Diego en Italia. No lo hará jamás. No saben disfrutarlo, mucho menos diferenciarlo.

El argentino no considera a Messi un campeón porque es poco expresivo y llora en silencio, pero Mascherano es su héroe porque se muestra prepotente ante cada rival que se le cruza en el camino. Exterioriza sus sentimientos en cada cruce, es guapo, corajudo y deja caer una lágrima en el campo de juego. No importa que nunca remate al arco rival y no asista a un delantero. Ese, representa su camiseta y merece respeto. El talentoso, si no gana no sirve para nada. Mucho menos en la derrota.

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Riquelme tuvo que renunciar dos veces y Tevez dijo más de una vez que sufría la selección. A Pastore, después de amarlo en los primeros cinco partidos de esta Copa América 2015, ya lo tildarán de apático por su mal partido en la final contra Chile. Su pausa y deliciosa asistencia a Lavezzi quedará en el olvido. Si terminaba en el gol que abría el camino al título, hoy todos destacarían al Flaco.

Tevez lo sabe bien, hoy reniegan porque no jugó la final y critican al "Tata" Martino por no darle minutos. En 2011, al mismo "Apache" lo sepultaron por errar un penal. Hablaron de ciclo cumplido y poco compromiso con la selección. Pero Carlitos es diferente, es pueblo, ganó todo con Juventus. Es más argentino que Messi... y en la victoria, sirve. Siempre el que está afuera es mejor. De hecho, el "Apache" no jugó el Mundial de Brasil 2014. Por eso, subcampeones...

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Pocos parecen entender que al fútbol juegan once contra once. Hay un rival enfrente con sus virtudes, más si llegó a una final y es anfitrión, dos entrenadores, sistemas tácticos, juego colectivo y un resultado impredecible. Es cierto que pudo haber jugado mejor, pero no siempre gana el favorito ni todos los partidos se resuelven por una individualidad o por historia. La soberbia, el triunfalismo y el exceso de confianza impedían ver más allá ¿Por qué Chile no podía ganarle a la Argentina?.

Nadie destaca la excelente planificación de Sampaoli. Su maravillosa lectura e interpretación del juego para sacar el 110% de sus jugadores y condicionar al rival. Si ganaba Argentina, quizás, los chilenos habrían criticado al entrenador por jugar lejos del arco de "Chiquito" Romero y ceder protagonismo ofensivo. Al final, la historia fue otra y logró el primer título de la historia para La Roja con un grupo de jugadores que mostró valentía ante su gente y no es producto de la casualidad. En Brasil 2014, le ganaron al campeón del mundo, España, con un planteo similar.

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A veces una pelota pega en el palo y en otras, un Higuaín acomoda mal el botín en el tiempo cumplido y no permite festejar a 40 millones de compatriotas por un resultado deportivo. Sí su remate besaba la red, el Obelisco y plazas de su país inmediatamente se habrían teñido de celeste y blanco. Messi, 'Pipa' y 'Masche' serían héroes nacionales, leyendas, y aquellos exitistas hablarían de conquistar Rusia 2018 con la mejor camada de futbolistas de la historia. Un tal Messi, inclusive.

Tan sólo un imaginario. La realidad es que Argentina arribó a Buenos Aires en silencio y otra vez sin trofeo. Perdió su sexta final. Desde hoy, volverán esos triunfalistas entusiastas tras el 6-1 de semifinales y la final del mundo con Alemania a decir que no son hinchas de la selección. Dirán que la albiceleste no los representa. Insistirán con qué Messi no siente la camiseta, criticarán a Martino por equivocar los cambios y resaltarán que Mascherano es el único con agallas en una selección de perdedores.

Mascherano dolor al lado de la copa