Cuando explotó la bomba y el guerrero pashmerga se perdió en una nube de polvo, todos lo daban por muerto. El soldado que lo acompañaba con una cámara empezó a llamarlo desesperado: "¡Hajar, Hajar!".
Nadie respondía. Hasta que el joven apareció arrastrando su cuerpo.
Estaba visiblemente herido y tenía el rostro cubierto de sangre. Pero no era eso lo que lo preocupaba.
"Dejé mi arma", le dijo angustiado a su compañero, que no podía creer que le hablara de eso después de haber salido con vida de un ataque así. Trató de consolarlo, pero no había caso.
El soldado sobrevivió a ese ataque y siguió combatiendo a las tropas del Estado Islámico.