Mi vida por un taxi

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El domingo pasado llegué en un vuelo doméstico a la terminal C del Aeropuerto de Ezeiza. Serían alrededor de las 21. En el hall de pasajeros me dirigí al mostrador único (único porque no hay otro, no por inolvidable) de Taxis oficiales correspondientes a la Cooperativa de Servicios de Trabajadores de CTTA. En esa terminal, no hay otro servicio disponible. Monopolio, bah.

Se me informó que la tarifa única (disculpen la redundancia) era de 450 pesos hacia la Capital Federal. Atiné a pagar con tarjeta de débito. Es que yo soy un excéntrico, olvidé decirles. "Sólo efectivo y con cambio", me dijo una evidente participante del concurso Miss Simpatía, injustamente derrotada en alguna edición de los setenta, ahora a cargo del mostrador.

Como soy un desubicado, también tengo que confesar, dije que no tenía billetes en ese momento. Ante ese agravio incalificable por mí proferido, se me indicó con la calidez propia de un gurka en combate, "Busque un cajero". "¿Y si no quiero?", repuse ya al borde de ser considerado infractor del código penal. "Camine hasta la otra terminal que usan tarjeta. De paso, baja el colesterol con el trayecto de un kilómetro", me indicó este tesorito, clara defensora de la vida sana, evidente discípula del gran Alberto Cormillot, segura corredora de los 43K que invaden cada quince minutos todas la geografías nacionales.

Claro que busqué un cajero, oré en el cubículo vidriado en silencio pidiendo perdón por mis pretensiones y rogando que hubiera billetes y oblé con cinco violetas de la abanderada de los pobres, esperando no ser reprendido por no poseer uno de 50, no aprendo más y yo sin un Rivotril encima.

Como el alacrán, está en mi naturaleza seguirla. Llamé al 0800 666 1518 de la Secretaría de Defensa del Consumidor, sede que alguna vez ocupase la querida Pimpi Colombo (un poco la extraño con las recetas de berenjenas para todos y esas delicias), hoy en manos de la juventud K, comprometida con los valores (sic) de esta etapa.

Osé decir que me parecía mal que hubiese un solo proveedor del traslado (y eso que no quise invocar el cipayo argumento de que no hay tren que conecte con el centro como pasa en cualquier lugar del planeta) y, sobre todo, que no se pudiese usar dinero plástico en el 2015, año del Bicentenario del Congreso de los pueblos convocado por el general Artigas. Ya sé que lo del Congreso no tiene nada que ver pero como casi hacemos feriado el 29 de junio, me lo acordé al citar el calendario. Repito: el 29 pròximo no es feriado. Por las dudas.

La compañera Luciana, la telefonista que me respondió en el 0800, a quien denomino así por su voz juvenil y mi prejuicio de pensarla llegada allí por su compromiso con el modelo, me dijo en defensa de mi consumo: "No entiendo qué reclama". Soy obtuso y asbtruso, ya sé. Me pasé en limpio. "Compañera: no me parece bien que un servicio público casi único de un aeropuerto internacional tenga tarifa también única algo elevada (me atreví al "algo") y que no se pueda pagar con tarjeta", argumenté. La chica del modelo tragó saliva o hizo silencio exasperado. O las dos cosas. "¿Y quién le dijo que un taxi es un servicio público que tenga obligación de cobrar en tarjeta?. Es un actividad comercial común". Quise explicarle que en los manuales de derecho usual de la secundaria figura este transporte como servicio público indirecto (yo era re buen alumno, nobleza obliga) y que lo de la tarjeta era mero sentido común. "No comparto", respondió impertérrita. Mirá vos.

"Compañera Luciana", le dije, "mi nombre es Luis Esteban" y agregué mi apellido. "¿El suyo?", inquirí muy maleducado sin usar el giro verbal de los Papas, correspondiente a la segunda persona del plural ante una funcionaria pública dueña del poder que se aviene a escucharme en el teléfono de puro gauchita que es. "No se lo pienso decir porque no tengo obligación de hacerlo", me explicó con toda lógica. "Puedo hablar con su supervisor?", reclamé como un perfecto desubicado. "Cómo no", me dijo.

"Cómo no" se traduce en el 08006661518 en 10 minutos de espera sin Para Elisa ni musiquita ad hoc. Sabrina atendió ahora y me dijo que tampoco pensaba decirme su gracia (poca) por lo que nos despedimos con un amable arrojamiento del fono por parte de ella sobre el aparato estatal que debe haber perdido un par de teclas para marcar.

Tengo frente a mí el recibo 20704 del taxi por 450 pesos cash, el registro de las llamadas a la secretaría de defensa (¡ay!) al consumidor y varios interrogantes: ¿Qué hago con la papeleta? Acepto sugerencias.

Si pintar una aldea es pintar el mundo, pintar el maltrato en un servicio público menor ¿es relatar el permanente dedo en donde no se debe a los consumidores que intentamos ser tratados como personas? Y, por fin, tengo 50 de colesterol bueno y 120 de malo: ¿Debí haber caminado un kilómetro de una terminal de Ezeiza a la otra, pagar allí con tarjeta el precio que se les ocurra y dejarme de embromar? Evidentemente. Pido disculpas por las molestias. No se volverá a repetir, será de Dios.