Como hemos sostenido en numerosas oportunidades, a lo largo de la historia de la Argentina siempre ha existido una dimensión política de las crisis. La falta de gobernabilidad y la debilidad política de la presidencia han sido una característica de todas las crisis macro que han dejado alguna impronta en el ADN de los argentinos: 1976, 1982, 1989, 1994, 2001. No alcanza con que haya problemas macro, ni que algún shock o evento externo coordine expectativas de agotamiento de modelo o programa macro, siempre las crisis macroeconómicas tienen como actor político principal a un gobierno débil y sin poder para hacer cosas.
Por ahora, este no es el caso del gobierno de Cristina Kirchner. Aún cuenta con una buena dosis de gobernabilidad, a tal punto que muchos actores relevantes continúan a la espera de alguna iniciativa que corrija los aspectos más discutidos del modelo (cepo, default y aislamiento externo, gasto infinanciable, etc.).
El gobierno de Cristina Kirchner cuenta con buena dosis de gobernabilidad
Pero el año electoral que tenemos por delante plantea fuertes interrogantes en dos dimensiones de la gobernabilidad: qué hará el Gobierno para llegar hasta 2015 con chances de imponer algún candidato y qué sucederá con la opinión pública frente a otro año con recesión e inflación elevada. El año electoral será largo. Las elecciones comenzarán en varias provincias ni bien termine el verano. Y para abril y mayo ya estaremos en pleno proceso electoral nacional con las definiciones de alianzas y candidatos nacionales.
En este sentido vale la pena recordar que los argentinos pasan las elecciones dolarizados. No siempre se dolarizan los stocks, pero sí los flujos. Los pesos que "sobran" se van a dólares o a bienes que luzcan como reserva de valor. Esto ha sido recurrente en la historia reciente de la Argentina. Y desde que existen las PASO dicha dolarización se produce no sólo antes de las elecciones generales de octubre sino también antes de las primarias. Es cierto que hoy los caminos para hacer efectiva dicha dolarización no están igual de abiertos que en otros años. Pero, si la percepción de escasez de dólares se intensifica y las expectativas de devaluación arremeten, es probable que muchos argentinos se atrevan a recorrerlos.
No se debe olvidar que la escasez de dólares es relativa a la abundancia de pesos
Y lo que ha sucedido en los últimos días en materia monetaria resulta por cierto muy preocupante y deja el terreno proclive a que "sobren" muchos pesos. En efecto desde fines de septiembre, durante la presidencia Vanoli, la base monetaria (hasta el 19/12, último dato disponible) creció en 73.192 millones de pesos, ¡nada menos que un incremento de 19%! Y aún falta la expansión de origen fiscal que vendrá en estas últimas semanas de diciembre y en las primeras de enero.
Por ahora, esta expansión coincide con el incremento estacional de la demanda transaccional de pesos (pago de aguinaldos, fiestas, vacaciones). Pero una vez que dicha demanda estacional se reduzca, a menos que el BCRA decida absorber una parte sustancial de la misma, habrá poder de fuego para volcarse a comprar dólares o bienes. Es cierto que hoy, producto de la contundencia del Gobierno a la hora de prometer no devaluar, el premio por permanecer en pesos luce atractivo (colocación a tasa en pesos calzada en el mercado de cambios a término), pero a medida que se aproximen las elecciones, y los deseos de dolarizar aumenten, dicho premio puede lucir crecientemente insuficiente.
A su vez, del lado de la disponibilidad de dólares, y aún cuando el contexto internacional la afecta mucho menos que en el pasado, la Argentina no está exenta de sufrir las consecuencias de un cambio potencialmente profundo del mismo. Hasta hace un par de semanas atrás, dicho contexto se reducía, como insumo para la prospección macroeconómica, a una eventual "lluvia de dólares" una vez que la saga holdouts llegara a su fin. Más allá de nuestro bien conocido escepticismo respecto de una salida rápida del default, el problema es que ahora, dada la incertidumbre en los mercados globales, aún cuando el Gobierno se siente a negociar y proponga una oferta de pago acorde a las expectativas de los acreedores, la tan mentada "lluvia de dólares" ya no luce, si es que alguna vez lo fue, tan automática.
El contexto internacional
Es cierto que es temprano para concluir que la clase de activos emergentes se verá afectada como tal, como sucedió en 1995 con el Tequila o en 1997 con la crisis del sudeste de Asia o en 1998 con la crisis rusa o en 1999 con la crisis en Brasil. Es probable que no todas las economías emergentes sufran por igual la apreciación del dólar y la caída del precio de las commodities.
Es posible que el mercado muestre cierta diferenciación entre las que importan y exportan petróleo y entre las que cuentan con capacidad (reservas y reputación en el Banco Central) para manejar sus monedas y las que no. Pero que tanto Rusia, como Brasil como Venezuela atraviesen significativas situaciones de estrés macro, seguirá jugando en contra de contar con abundante y barata disponibilidad de dólares para un país como la Argentina, que por cierto no está dentro de aquellos con mejor perfil para diferenciarse.
Las situaciones de Rusia, Brasil y Venezuela conspiran contra la posibilidad de contar con abundancia de dólares
Recordemos que hasta hace algunas semanas atrás se especulaba con la posibilidad de repetir el financiamiento chino con nuevos swaps provenientes de Rusia y Brasil. Sólo la proximidad con el acto electoral de diciembre próximo podría favorecer cierto ingreso de capitales. Pero difícilmente resulten de una entidad tal que hagan olvidar los desequilibrios macro que generan incertidumbre nominal e impiden crecer.
El Gobierno se jacta de cerrar el año con más reservas y un tipo de cambio inferior a lo pronosticado por la mayoría de los economistas profesionales que siguen la economía argentina. Pero, los costos no son triviales: u$s5.000 millones de pagos de importaciones "pisados"; un dólar apreciado y poco competitivo, producto de la inflación local y de la apreciación del dólar respecto de la mayoría de las monedas del mundo (incluyendo las de nuestros principales socios comerciales); y niveles de producción, exportaciones e importaciones y empleo que reflejan las consecuencias de tales políticas.
Las principales autoridades económicas de la Argentina han expresado en varias oportunidades su convencimiento acerca de que se saldrá de la recesión con políticas expansivas de gasto público. Resulta posible entonces que estemos por arrancar un año electoral en el que el gasto público podría crecer a tasas cercanas al 50% anual, luego de cerrar 2014 creciendo a tasas promedio del 44% anual. Una tasa de incremento del gasto público absolutamente incompatible con una moderación inflacionaria. E incompatible también, dadas las preferencias del gobierno, con cualquier perspectiva de moderación del intervencionismo de mercados.
2014 fue un año perdido. Y 2015 probablemente lo sea también si el gobierno continúa con sus políticas expansivas, posponiendo cualquier corrección que permita sanear precios relativos y restablecer los equilibrios macroeconómicos interno y externo. Los límites de otro experimento populista fracasado no son sólo monetarios o cambiarios sino que provienen también, y lo harán de manera cada vez más evidente, del lado de la economía real. Lamentablemente, se desperdiciaron años excepcionales en materia de contexto internacional. Las correcciones anteriores habrá que hacerlas, inexorablemente, pero el "aceite" externo ya no será el mismo.
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