"Utilizo mi experiencia personal para indagar en la memoria colectiva"

Laura Alcoba, aclamada escritora argentina residente en Francia, habló con Infobae sobre su más reciente novela, "El azul de las abejas", en donde vuelve abordar la militancia durante los años de plomo a través de una perspectiva infantil. "Los niños viven más intensamente", afirmó

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Hace unos años, Laura Alcoba tuvo un inmejorable debut con una novela que sorprendió por su escritura y la construcción de la voz infantil desde donde narró la dictadura de los años 70. La casa de los conejos (2008) se convirtió rápido en un libro ineludible para el que quiera elaborar una lista de la narrativa sobre ese período. En su segunda obra, Jardín Blanco (2010), abordó el tema del exilio, imaginó a Perón en Madrid como vecino de Ava Gardner y ratificó la precisión con la que trabaja las voces narrativas. Los pasajeros del Anna C (2012) fue su tercera novela basada en la historia real de una pareja de jóvenes militantes revolucionarios que fueron a formarse política y militarmente a Cuba a fines de los sesenta y que cuatro años después regresan en un crucero y con una pequeña hija. En El azul de las abejas, su cuarta novela que Edhasa publica este mes, Laura Alcoba parte de donde había terminado su primera obra. Esta vez la niña visita a su padre en la cárcel mientras estudia francés para partir al exilio en Francia junto a su madre. Imagina París pero cuándo llega se entera que vivirá en la periferia de la capital francesa y que la relación con su papá continuará a través de cartas que se enviarán en forma cotidiana.


Cuatro novelas escritas en francés y traducidas por Leopoldo Brizuela (con la excepción de Jardín Blanco, que tradujo Jorge Fondebrider) en un trabajo que Alcoba resalta porque cuenta que es un diálogo rico y permanente. La escritora, que nació en Cuba, vivió sus primeros años en La Plata y se exilió en Francia cuándo era una niña, recibe a Infobae con una sonrisa que disimula el cansancio de quién aterrizó desde París para iniciar una serie de presentaciones, entrevistas y encuentros con amigos.


En esta charla, la escritora, traductora y editora habla de la construcción de la voz narradora infantil, la infancia de los hijos de militantes en los setenta, de las diferentes lecturas de su obra en Argentina y Francia y de cómo ese intercambio de cartas con su padre fue el origen de una vida ligada en forma irremediable a la literatura.


-Vino a Buenos Aires a presentar su cuarta novela, que es parte de un relato único porque las cuatro dialogan entre sí. ¿Está de acuerdo?

Es así por la temática, pero principalmente ocurre con La casa de los conejos y El azul de las abejas, porque está última en cierto modo es la continuación. También en ellas el hilo es la voz infantil. Por eso digo que en ese sentido el vínculo más fuerte es entre esos dos libros. Para mí fue un trabajo particular buscar esa voz infantil.


-Además de esa voz narradora, hay otro hilo y es que aquí trabajó más con la memoria personal que con una investigación como ocurrió en sus últimas dos novelas.

Sí y no. Tanto El azul de los conejos como El azul de las abejas, tiene en cierto modo un material autobiográfico pero su objetivo no lo es. Es verdad que hay una dimensión personal, pero es la materia prima. En las dos novelas, la idea es que a través de una experiencia muy particular,que fue la mía, hablar e indagar sobre algo que tiene que ver con la memoria colectiva. Es un camino. En este caso el tema del exilio vivido desde la infancia y, al mismo tiempo, sin haberlo elegido. Algo que es muy distinto a lo que pudo haberse dicho por parte de viejos militantes: una historia en la que la nena se encuentra llevada por algo que no maneja y que no elige pero que al mismo tiempo es.


-¿Usted se siente parte de una generación de escritores que hoy rondan los cuarenta que empiezan a leer, pensar y narrar los setenta desde la perspectiva de los hijos de los militantes?

Si, tal vez pienses en Félix Bruzzone.


-Claro, por ejemplo él.

Hay una historia que se percibe de manera más desde las entrañas, desde el cuerpo, lo que puede ser la experiencia infantil y la intensidad. Tal vez más libre, o así lo percibo yo, con respecto a lo que puede ser un esquema político histórico cerrado, ir por otro lado. Los niños viven plenamente e intensamente más aún algunas situaciones porque no siempre tienen las palabras para nombrar experiencias. Sobre todo el análisis para poner distancia. Se vive con menos prejuicio y ese es el camino que había iniciado en La casa de los conejos y que prolongo en este último libro.


-¿Es una mirada más sentimental y menos política? Dicho esto sin ningún menosprecio por la militancia política, sino por lo que acaba de explicar.

Tal vez se pueda decir así. En todo caso, percibida más desde la experiencia humana, desde la vivencia.


-Cierra su novela contando que tardó veinticinco años en poder leer las cartas que le enviaba su padre desde la cárcel. ¿Escribir es también un proceso para poder entender lo que ha pasado?

Sabía que en esas cartas, que estaban en una caja y que tardé mucho en abrir, tenía parte de mi infancia. El libro surgió de la lectura de esas cartas al cabo de muchísimos años. Es parte de poder entenderlo y de poder transmitirlo. Insisto: no desde una proyecto autobiográfico. Lo que puede significar una situación de este tipo para una nena, la relación a distancia con su padre que a pesar de la ausencia es el hilo que la construye. Esa paradoja fue algo que tuve muy presente: como mi padre había podido contar tanto en mi construcción en esa situación tan particular. No sólo una correspondencia entre Argentina y Francia, sino que además era una correspondencia bajo la mirada de los demás, censurada y autocensurada. En esas cartas mi padre nunca hablaba de la cárcel. Había una serie de tabúes evidentes y a pesar de todo algo muy fuerte se transmitió. Lo que rescaté muy fuerte de esos años fue la importancia de la palabra y la literatura y como eso permite abrir las puertas y el horizonte a pesar de esa relación tan acotada, censurada y limitada.


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-¿Inclusive su profesión de traductora se gesta en esa infancia en la que debe adoptar un nuevo idioma?

Efectivamente, de traductora, de escritora y ahora de editora. Cuando en Francia me preguntaban cuándo había empezado a escribir y cuándo había empezado a tener la importancia que tiene para mí la literatura, varias veces había contestado que venía de muy lejos y que creía que tenía que ver con una correspondencia que había tenido con mi padre pero sin entrar en detalles. De cierto modo, es un libro sobre la literatura y como en situaciones cerradas, como puede ser con la narradora del El azul de las abejas, es eso lo que permite abrir de manera infinita el espacio: mi padre estaba en una celda, yo estaba en Francia en una situación difícil y de repente existió un campo abierto con abejas y colmenas: eso es el centro del libro. Un espacio que no es efectivo físico pero al mismo tiempo existe.


-¿En su literatura narra los micromundos, esos pequeños espacios físicos en donde se debaten los problemas universales?

Hay un autor que me gusta mucho, Emmanuel Carrère, que dice que para entrar en un universo o en un periodo, lo que hay que encontrar es la puerta pequeña. Encontrar el hilo modesto, simple y concreto que te permite tocar temas que entrando por la puerta mayor resultan demasiado pesados.


-Escuché un día a un hijo de dirigentes montoneros que es de su generación decir algo que recordé cuando leí su primera novela y esta. Él había partido al exilio muy chico y decía que había sólo una cosa que no le perdonaba a los padres y era el hecho de haberlo privado de un barrio y de amigos de la infancia. ¿A qué reflexión le llevan esas palabras?

No lo diría de ese modo porque creo que fue tan duro todo. Pero es algo que está presente en La casa de los conejos de hecho, el sueño de la nena de tener una casa con jardín y con rosas. Dentro de esas cosas tan difíciles tampoco quiero hacer el juicio de mis padres, no se me ocurriría. En un momento me decían en Francia: la historia que estás escribiendo es la historia de una infancia robada. Se robaron tantas cosas en Argentina que no le estoy reclamando a nadie mi infancia, pero de cierto modo es verdad que hay un eco y entiendo lo que me decís. Extrañamente, y dentro de lo que pudo ser la locura y el dolor de esos años, hay cosas para quienes estamos aún aquí que se construyen a pesar de todo. El azul de las abejas también es eso: dentro de lo que pudo ser la ausencia de mi padre, el dolor que para mí supuso todo, esto y que, por supuesto, yo hubiese querido tener una infancia normal. Demás está decirlo que es algo que no elegí y que hubiese preferido no vivirlo, evidentemente. A pesar de todo, hay cosas que se transmitieron y que me construyeron. Extrañamente, la ausencia de mi padre forma parte de mi infancia y ahí hay algo que me transmitió, a lo que yo quería acercarme con este libro.


-Usted escribe en francés una literatura que es muy argentina. ¿Se ha planteado alguna vez escribir en español?

Fue muy importante para mí la lengua francesa en la construcción de mis libros. De hecho el aprendizaje del idioma francés es un elemento importante del libro. Creo que me construí en Argentina en el silencio y en el miedo a hablar y le hecho de que haya trabajado y formulado sobre eso desde otro idioma creo que fue liberador. Si bien trabajo constantemente entre los dos idiomas y la escritura en francés es algo importante, tengo conciencia de trabajar sobre algo que tiene esencialmente que ver con la memoria argentina desde otro idioma y desde otro lugar. Este idioma es esencial, es el que me permite abrir la ruta liberándome de una especie de pacto de silencio que está muy fuerte en La casa de los conejos y que de cierto modo pesó sobre mí durante mucho tiempo.


-¿Sus libros tienen lecturas diferentes en Francia y en Argentina?

De todos mis libros, El azul de las abejas es el que tuvo el eco más fuerte. No sé por qué, pero ocurrió algo con este libro que no había ocurrido con los anteriores. Probablemente haya una sensibilidad diferente. Como a menudo la gente sabe bastante poco de Argentina y de esos momentos a los que voy con mi escritura, se percibe más la búsqueda de la voz infantil y sobre la lengua que sobre el referente. La dimensión política y los momentos que cruzo es algo que tiene más eco aquí que allá. En El azul de las abejas, se percibió muy fuerte la construcción de la voz infantil y se vio como un libro sobre la infancia.