"Cuando una mujer salía de un centro clandestino era mirada como una prostituta"

La periodista y escritora Miriam Lewin habló con Infobae acerca de su más reciente libro "Putas y Guerrilleras", escrito en colaboración junto a Olga Wornat, acerca de los crímenes sexuales contra las mujeres en cautiverio durante la última dictadura militar. "Si sobrevivías, pesaba la sospecha de que eras una traidora", aseguró

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La periodista y escritora Miriam Lewin habló con Infobae acerca de su más reciente libro "Putas y Guerrilleras", escrito en colaboración junto a Olga Wornat, acerca de los crímenes sexuales contra las mujeres en cautiverio durante la última dictadura militar. "Si sobrevivías, pesaba la sospecha de que eras una traidora", aseguró

De todas las aberraciones que llevaron adelante los represores durante la última dictadura militar había una que era tabú: los crímenes sexuales. De ellos se habló poco y recién se empezaron a juzgar y a condenar en los últimos años. Con el paso del tiempo, las víctimas fueron lentamente y como pudieron comenzando a contar sus padecimientos en cautiverio. Hace más de una década, Miriam Lewin abrió una puerta cuando con otras mujeres publicó Ese infierno. Conversaciones de cinco mujeres sobrevivientes de la ESMA. Hoy Lewin, periodista que ha llevado adelante trabajos en televisión con denuncias claves, se une a Olga Wornat –autora de libros de investigación con enorme repercusión como la biografía de la primera dama de México Marta Sahagún de Fox, La Jefa- para escribir Putas y guerrilleras, el libro de 664 páginas que distribuye Editorial Planeta.

Se trata de uno de las exploraciones más reveladoras de lo que ocurrió durante el terrorismo de Estado en Argentina. En una época en que los libros de investigación periodística se distribuyen en las góndolas de a decenas, se producen a toda velocidad para acompañar la coyuntura y se imprimen con errores, Lewin y Wornat presentan una obra sólida, en la que no escapan a ninguna de las aristas que rodea la temática y en la que dejan claro desde la primera página el lugar desde donde escriben: el de ex militantes montoneras sobrevivientes de la última dictadura militar, la primera fue prisionera en dos centros clandestinos y la segunda vivió como clandestina.

Desde esa afirmación, abordan los crímenes sexuales durante el régimen que azotó al país entre 1976 y 1983. Lo hacen a partir de sus propios testimonios (el libro se abre con un prólogo personal a cargo de cada una y se cierre con un texto desgarrador en el que Lewin narra su propio cautiverio), la voz de técnicos que aportan visiones interdisciplinarias que incluyen la psicología, la sociología y el análisis político. A lo que le suman un capítulo que da el marco jurídico y que resulta indispensable para entender como trató y trata la Justicia el crimen sexual.

Putas y guerrilleras no escapa al debate y pone sobre la mesa la discusión que aún perdura entre militantes y ex militantes acerca del concepto de traición en los centros clandestinos de detención. En este sentido, están presentes las voces de quiénes cuestionan a las mujeres que tuvieron alguna relación con torturadores, así como también están quienes afirman –entre ellos las propias autoras- que nunca se puede considerar que pudo haber habido una relación consentida dentro de un centro clandestino. "No se puede hablar de consentimiento jamás en un campo de concentración", dirá Lewin con énfasis, durante la entrevista en la redacción de Infobae.

El origen de tanto silencio es la reacción de la sociedad machista en general y de las organizaciones y el exilio cuando las primeras mujeres salieron de los centros clandestinos de detención y eran miradas como traidoras y como putas. Si un hombre volvía con vida de un centro clandestino se sospechaba que había colaborado con los represores, sobre la mujer pesaba esta misma sospecha y además la sospecha adicional de que había tenido sexo con los represores a cambio de su sobrevida y que, por supuesto, lo había hecho por su propia voluntad y de buen grado. En general, el ambiente de los organismos de derechos humanos y de los familiares de desaparecidos que no había sobrevivido tenía una pregunta a flor de labio para nosotras: ¿Vos, por qué sobreviviste? Y como dice una compañera, Elisa Tokar, coautora de otro de los libros en los que participé, Ese infierno, porque nos preguntan a nosotras porque sobrevivimos, porque no le preguntan a ellos por que mataron tanta gente. Lo que hay detrás de esta pregunta es ninguna respuesta que nosotras podamos dar. Porque como en los campos de concentración nazi, los sobrevivientes de los centros clandestinos en Argentina no tenemos una respuesta a por qué sobrevivimos, porque hay gente que hizo lo mismo que nosotros y no sobrevivió. No hay una pauta o una línea de conducta con la cual uno podría haberse asegurado la sobrevida.

En el libro están todos los matices de la violencia sexual ejercida contra las secuestradas, desde el acoso hasta el abuso pasando por la violación más clásica y después la servidumbre y la esclavitud sexual. Digo esto, porque en el caso del abuso sexual cuando se trata de un niño, el niño calla durante mucho tiempo, siente culpa y vergüenza y, por momentos, tiene la fantasía de que podría haberse opuesto, de que podría haberse resistido. En el centro clandestino de detención, una mujer que no sabe donde están sus hermanos o hijos menores, o su familia y recibe el "beneficio" de una llamada telefónica, si después es abusada sexualmente tiene la fantasía que si ella no hubiese dicho que sí ese torturador no hubiera abusado de ella. Esto era promovido por los propios represores que demonizaban a esa mujer abusada, diciéndole a sus compañeros que ella era la delatora y traidora y que en realidad ocupaba el lugar de novia o amante del abusador, que no era una víctima. En algunos casos, consiguieron que las mujeres se creyeron ese rol y, por eso, guardaran silencio durante muchísimos años, con la misma vergüenza y culpa, que sienten las víctimas de abuso sexual infantil.

Todavía prevalecen los estereotipos y los prejuicios que no ubican a la mujer prisionera desaparecida en el lugar de víctima, sino que creen que hubo resquicios de libertad de elección. Esa mujer que pudo haber elegido no tener relaciones sexuales con un represor y las tuvo, las tuvo porque quiso y, por lo tanto, es una puta. Las tuvo porque quiso y es condenable. ¿Qué pasaría –por ejemplo- si un centro clandestino de detención estuviera regido por guardias mujeres y un varón explotara la atracción sexual que una de esas mujeres guardias sintiera, para conseguir sobrevivir? ¿Cómo sería recibido por la sociedad? Como un héroe, como un pillo. Como el héroe de los machos. En cambio si la mujer, suponiendo que existió pero no existió, tuviera en algún momento el resquicio de intercambiar sexo por libertad o por sobrevida, la mujer sería inmediatamente condenada. ¿Con qué derecho una mujer que está encadenada y privada de sus derechos y sin saber que fue de su familia, hermanos, padres, novio, puede ser condenada? Estábamos en un campo de concentración, y como bien dice el Fiscal Parenti, por más que la víctima diga que hubo consentimiento, no se puede hablar de consentimiento jamás en un campo de concentración y toda la sociedad argentina era un centro de concentración. Había quinientos campos de concentración.

A partir de que la Corte Penal Internacional de La Haya califica los delitos sexuales en Ruanda y en la ex Yugoslavia como de lesa humanidad, empieza una reinterpretación de lo que ocurrió en Argentina. Y empieza haber espacio para que las mujeres denuncien y cuando empiezan surge que a lo largo y ancho del país, en todos los centros de detención se generaron, con diversos matices, delitos sexuales. En algunos, como la ESMA, hubo ordenes expresas, en otros estaban dadas las condiciones. Hablo de los matices porque, por ejemplo en La Cueva de Mar del Plata la orden era: las mujeres para los suboficiales, las propiedades materiales para los oficiales. En la ESMA estaba prohibido que los suboficiales accedieran al cuerpo de las secuestradas e incluso hubo casos en que fueron sancionados y, en cambio, parafraseando al Tigre Acosta "estaba todo bien con los oficiales". Las mujeres eran alentadas y para los represores era interpretado como un síntoma de recuperación para los valores de la sociedad occidental y cristiana que se acostaran con ellos.

No está cambiando. A mí me dolió mucho escuchar a colegas mujeres calificaciones y dudas sobre la conducta de la chica que denunció haber sido violada por un jugador de las inferiores de Independiente. En general se le pide a las mujeres que demuestre que defendió su sexo casi exponiéndose a la muerte. Se le pide que muestre moretones, desgarros o rasguños porque no se entiende, como si lo hizo Inés Hercovich, una socióloga que entrevistó a más de doscientas víctimas de violación, que las mujeres lo primero que pensamos frente a un ataque sexual es como hago para que este hombre no me mate. Fijate que paradoja: cuando te asaltan en la esquina te dicen no te resistas, largá la cartera y dales todo, pero cuando vas a denunciar una violación te piden todo lo contrario, que demuestres que estabas dispuesta a hacerte matar para defender tu sexo. Me pregunto: ¿qué valor tiene el sexo de las mujeres socialmente que no están pidiendo pruebas para demostrar que no fue con nuestro consentimiento que nos violaron?

Había una cierta emoción perversa que sentían cuando capturaban y mantenían en cautiverio en el centro de concentración a las viudas de jefes montoneros. Era como apropiarse de la mujer del enemigo, algo realmente perverso. Otra situación similar se dio con Norma Arrostito que fue mantenida más de un año con vida después que apareciera la noticia de su muerte en los diarios. Arrostito era frecuentada por el director de la ESMA, "Delfín" Chamorro. Tenía cierta admiración por ella. También se daba en algunas situaciones la revelación de que el estereotipo que ellos tenían de nosotras –mujeres pérfidas, promiscuas sexualmente, sin ningún apego por la familia, malas madres- no les cuajaba cuando nos conocían. Una compañera fue increpada cuando ella les preguntó por que no se tomaban los francos y se iban con sus familias y ellos le dijeron: Ustedes son las culpables de las crisis de nuestros matrimonios porque mi mujer hace un curso de modelaje o me pregunta si tenemos que llevar la sombrilla al Círculo Naval y con ustedes se puede hablar de economía, política, teatro, ustedes empuñan armas, mujeres como ustedes creíamos que sólo existían en las películas. Aunque por otro lado nos sometían y esclavizaban, esto era lo que a algunos de ellos nosotros les despertábamos.

Creo que el episodio de Mirtha Legrand que relato al inicio del libro, cuando me invita a comer y me pregunta si yo salía con el Tigre Acosta, que era lo que la gente decía, destapa un prejuicio social. Es decir, ustedes se salvaron y salieron con vida porque tenían relaciones con los secuestradores y tenían relaciones de buen grado, no estaban sometidas. Destapa un prejuicio social pero me permitió explicar en que circunstancias nos sacaban porque no era que salíamos: nos sacaban de Capucha, donde algunas teníamos grilletes en los pies, nos decían vístase que va a salir y nosotras no sabíamos si nos iban a sacar para fusilarnos, para arrojarnos en un vuelo de la muerte o a comer, como a veces pasaba. Nos teníamos que sentar a comer con los que habían sido los asesinos de nuestros amigos, de nuestros hermanos o de nuestros compañeros de militancia. Había como una especie de examen de ellos y de profunda tensión sobre nuestro comportamiento. Nos interrogaban sobre la política, hablaban de otros operativos de secuestro y no nos podíamos sentir afectadas porque si lo hacíamos era un signo de que no nos estábamos recuperando y de que debíamos ser eliminadas físicamente. No sólo pasaba con mujeres, también con prisioneros varones a los que sacaban de las profundidades de Capucha y los llevaban a comer y a compartir una ocasión de encuentro social con los torturadores. Era muy perturbador. Era la forma más refinada de tortura.

Me parecía muy deshonesto incluir las experiencias de tantas mujeres y no la mía propia. Además de la ESMA pasé por otro centro clandestino de detención, el dependiente de la Fuerza Aérea Virrey Ceballos, ahí estuve diez meses y medio recluida en una celda. Ahí desarrollé con mis guardias y particularmente con uno, una relación muy peculiar. Esta parte que llamo La Casa de la CIA, fue pensado como otro libro que ya venía escribiendo con anterioridad. Le envié ese texto a Olga Wornat y le dije me declaro inhábil para cortar algunas páginas de esto y Olga me dijo que apenas pudo cortar veinte y que creía que tenía que ser sí o sí incluido. Le dije que me parece que desbalancea, que no es honesto, que no quería tener tanto protagonismo y que no me parecía ético, pero bueno los editores desbalancearon totalmente la votación y finalmente quedó como último capítulo.

Este libro no nació como un libro, sino como la necesidad de comprender el fenómeno que nos había acaecido. Espero que este libro contribuya a derribar diques y que si hay alguna mujer que todavía no entendió que lo que le pasó, le pasó en calidad de víctima y que no tiene que sentirse avergonzada y que tiene que hablar. Hablar sana y encima ahora tenemos posibilidad de que haya justicia. Si ocurre esto, nos vamos a dar por satisfechas. Es un homenaje a las compañeras que no pudieron hablar porque están muertas y fueron abusadas sexualmente. Es un homenaje a las que tuvieron la valentía de hablar y es una convocatoria a las que todavía no hablaron porque todavía no entendieron lo que les pasó.