Copa del Mundo 2014: furor, indiferencia y protesta en la tierra del pentacampeón

El Mundial no es el que soñaron los brasileños. El malestar social por los excesivos gastos y el rendimiento de su selección rompieron el encanto. La alegría sólo la aportan los extranjeros

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 AFP 163
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La ilusión de Brasil se encontró con su peor enemiga: la indiferencia. Los fanáticos locales sólo respiran Copa del Mundo cuando sale a la cancha el equipo de Felipe Scolari y Neymar; cuesta encontrar otros ídolos locales. La vida transcurre de manera normal, existe poca euforia en las calles, pocos televisores encendidos y tan sólo algunas banderas colgadas de los edificios.

La pobreza se hace notar en Río de Janeiro, y en las encuestas políticas que muestran los diarios se impone el voto en blanco. El ex jugador Romario, crítico número uno de la Copa del Mundo, es de los candidatos con mayor consenso. El gobierno de Dilma Rousseff es fuertemente cuestionado y el país se divide entre los que están a favor de la Copa y quienes están en contra.

El Mundial se juega fuerte en las playas de Río. Copacaba e Ipanema están copadas por extranjeros y camisetas de todos los colores. Argentinos, chilenos, colombianos, estadounidenses y mexicanos predominan sobre los europeos, que fueron apareciendo tímidamente.

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Holandeses, croatas, bosnios, portugueses, belgas, italianos, alemanes e ingleses hacen ruido en la FIFA fan fest, donde se ven desde iraníes y argelinos hasta ugandeses o venezolanos, aunque estos últimos no tengan participación mundialista. El sitio montado por la máxima entidad del fútbol sobre la arena es el punto de encuentro para los hinchas de todo el mundo.

El fútbol se disfruta desde una pantalla gigante de última tecnología que traslada al espectador a cada una de las sedes. Hasta la amazónica Manaos se siente cerca y desde fuera del predio se puede ver el partido con los pies en el mar. Adentro, la cerveza se agota al caer la noche tras jornadas de 30 grados, sol e intercambio cultural.

La música tiene su lugar con buenos espectáculos artísticos durante los entretiempos y en la hora libre entre partido y partido. Todos bailan, cantan y disfrutan de una fiesta única alejada de las protestas domésticas. En este sitio los brasileños son minoría, aunque varios jóvenes se mezclan entre los turistas. La cerveja y el cachorro-quente cotizan a 6 Reales y son los preferidos.

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Una vez que termina la acción del día, mientras se apagan las luces de los estadios y en los stands de la FIFA que están instalados en las 12 sedes, toca regresar al hotel, departamento o carpa para ducharse y buscar un lugar donde comer. A 200 metros de la costa comienza a alejarse la fiesta y el fútbol cede su lugar a las novelas. Pocos carteles indican que en este sitio se juega un Mundial.

Algunos comercios tienen su bandera de Brasil, pero son los menos. No hay excitación ni alegría por ser anfitriones de tamaño evento. Las estaciones de subte tampoco indican que se juega una Copa del Mundo donde el anfitrión es el pentacampeón. Los taxistas sienten irritación y confiesan que el tráfico no tiene nada que ver ya que es el mismo todo el año.

La policía militarizada está en las calles y a su lado se ve indigencia. Son muchos los sin techo que duermen en la ciudad. Las favelas invitan a los turistas a cambio de dinero y la violencia parece estar controlada. Sin embargo, los europeos prefieren irse a dormir temprano y los latinos dan vida a la noche.

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Argentinos, chilenos y mexicanos son los más ruidosos. Algunos duermen en las playas o en los autos, otros consultan tarifa con alguna señorita sobre la costa o preguntan cómo llegar a Lapa, la zona de discotecas, más popular y preferida por los cariocas. Al regreso varios quedan decepcionados, y los brasileños, casi siempre al margen, no parecen locales.

Sobre Copacabana, al igual que en la exclusiva zona donde se encuentra la sede del Flamengo, ingresar a un local bailable cuesta entre 100 y 150 reales, lo que espanta a la mayoría de los extranjeros; en Botafogo hay una buena opción de bares y restaurantes; y la gran movida de la noche se encuentra en Barra da Tijuca, pero a 23 kilómetros de distancia con el centro.

Cuando juega Brasil, desde el mediodía es feriado nacional y ése es el único momento en el que el nacionalismo se impone por sobre el malhumor y el desencanto político. Todos salen a la calle con una remera amarilla o una bandera verdeamarelha. Los hinchas recorren a ritmo agitado la costanera para encontrar esa pantalla gigante sobre la playa o poder sentarse en un bar.

 Reuters 162
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La 10 de Neymar se impone y todos quieren ver ganar a la selección de Luiz Felipe Scolari, se grita pese al invento de un penal frente a Croacia y se lamenta ante un pobre empate con México. Es el único momento en el que Lionel Messi deja de ser el mayor protagonista del Mundial, y la Argentina, el máximo favorito para jugar la final contra Brasil, Holanda o Alemania.

Suena extraño, pero ningún brasileño imagina una final sin el equipo de Messi. El fantasma por un nuevo Maracanazo está instalado y recorre el país. Excepto Neymar, ningún otro jugador local es profeta en su tierra. Los medios locales no paran de hablar del 10 albiceleste, y un tres veces campeón del mundo, como Cafú, tampoco dudó en una final entre albicelestes y brasileños.

Durante la competencia, la seguridad parece blindada por aire, tierra y mar. A nivel político ya está asumida la derrota del Gobierno nacional, aunque todavía se mantiene la esperanza de unir el país a través de los buenos resultados de su selección en el fútbol. Pero existen los temores en la tierra del pentacampeón y solo esperan que el gran sueño no se transforme en una pesadilla.