Arreglar las ventanas rotas, una solución a la delincuencia

George Kelling es el criminólogo que ayudó a reducir la inseguridad en las principales ciudades de EEUU. En una entrevista con Infobae, cuenta las claves de su teoría

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"Si alguien rompe una ventana y nadie la repara, tarde o temprano, las demás también terminarán rotas. Una sola es una señal de que a nadie le importa. Por lo tanto, romper más no cuesta nada". Con esa metáfora sintetizaban su teoría sobre la prevención del delito los criminólogos George Kelling y James Q. Wilson en un artículo de 1982 llamado "Broken windows" ("Ventanas rotas").

"Si alguien rompe una ventana y nadie la repara, las demás también terminarán rotas"

"La teoría de las ventanas rotas es una herramienta poderosa. Las investigaciones que se han realizado y las experiencias en Estados Unidos mostraron resultados muy positivos. Cuando se combate el desorden se reduce el crimen. No es una respuesta total, pero es una parte muy importante de cualquier política anticriminal", explica Kelling, investigador superior del Manhattan Institute for Policy Research, en diálogo con Infobae.

El ejemplo paradigmático de aplicación exitosa de esta teoría es Nueva York, que en los '80 era una ciudad sumamente peligrosa, con altos índices de criminalidad.

El cambio comenzó en 1994, con la asunción de Rudolph Giuliani como alcalde. La ciudad había alcanzado en 1991 el mayor número de homicidios de su historia, 2.245. Diez años más tarde, cuando Giuliani dejó el poder, la estadística había descendido a 641, un 71% menos.

En 2013, luego de otra década en la que Michael Bloomberg profundizó las medidas de su antecesor, Nueva York perforó su piso histórico de homicidios, con sólo 333. En los 22 años de aplicación del paradigma de las ventanas rotas, los asesinatos se redujeron un 85 por ciento.


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El cambio en las condiciones de vida en Nueva York fue rotundo

La relación entre caos y criminalidad

Hacia fines de los años '60, distintas encuestas mostraban que en las ciudades más peligrosas de Estados Unidos existía una fuerte correlación: donde el temor a sufrir un delito era grande, las condiciones de vida estaban marcadas por un profundo desorden.

Autos abandonados, basura desparramada, paredes pintadas con graffiti, gente bebiendo, prostitución callejera, personas durmiendo a la intemperie y pandillas "apropiándose" de los parques, configuraban un espacio público caótico, en el que muchos ciudadanos se sentían inseguros.

"El desorden crea una sensación de temor. Cuando los ciudadanos responden a ese miedo mudándose del barrio, encerrándose en sus casas, alejando a sus hijos de la calle y renunciando a su derecho de propiedad sobre el espacio público, los predadores se apropian del lugar", dice Kelling.

"El desorden crea temor. Cuando los ciudadanos responden encerrándose, los predadores se apropian del lugar"

Como el desorden se manifiesta inicialmente en infracciones menores, las autoridades suelen darle poca importancia. Sus discursos sobre el delito se centran exclusivamente sobre qué hacer frente a los crímenes graves. Endurecer las penas, abrir más prisiones o incrementar el número de policías son algunas de las respuestas habituales. Al desconocer la continuidad entre los delitos menores, pero cotidianos, y los serios, pero excepcionales, esas propuestas resultan ineficaces.

"Vivimos en un mundo de extraños -dice el criminólogo. A diferencia de lo que ocurre en las comunidades rurales, donde si alguien lastima a otra persona todos saben qué pasó y quién es el responsable, en una ciudad nadie se entera".

La vida en las grandes urbes supone compartir e interactuar con desconocidos. La única manera de que ese contacto permanente sea armonioso es que los anónimos se ajusten a ciertas reglas de convivencia. Respetar el espacio ajeno, modular el tono de voz, caminar en determinado lado de la calle, ceder el paso cuando corresponde, son todas maneras de hacer previsible el comportamiento propio ante los otros.

Ajustarse a ese orden permite que todos se sientan cómodos. Favorece la cooperación y, por ende el control social, lo que inhibe las transgresiones.

Por el contrario, cuando esas reglas de comportamiento son sistemáticamente vulneradas y cada quien hace uso del espacio como le place, crecen la desconfianza y el miedo. Un campo fértil se siembra para todo tipo de infracciones, que en el medio del caos pasan desapercibidas y son naturalizadas.

Estos problemas se verifican, por ejemplo, cuando la población de las ciudades se expande súbitamente, lo que trastoca los vínculos sociales tal como estaban establecidos. "Las altas tasas de criminalidad que vemos en algunos lugares de América Central y Sudamérica tienen que ver con la rápida urbanización. Muchas personas migraron de zonas rurales a las ciudades, donde encuentran dificultades para hallar empleo y para adaptarse a un modo de vida para el cual nunca aprendieron las habilidades necesarias", explica Kelling.

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América Central tiene las tasa de homicidio más altas del mundo

"Así se dispara el desorden que lleva a la delincuencia. Recordemos los problemas sociales que se generaron durante la expansión producida en ciudades como Londres, Nueva York, Filadelfia y Chicago en tiempos de la Revolución Industrial", agrega

El gran aporte de Kelling y Wilson fue revelar la continuidad que existe entre las pequeñas y las mayores infracciones. No es que quien arroja un papel a la calle sea un potencial homicida. Sino que cuando las conductas de las personas en el espacio público no están debidamente reguladas, se favorece la irrupción del delito.

"Los primeros en comportarse de forma desordenada no son criminales. Pero el desorden y las infracciones atraen a los predadores, que empiezan a atacar a la gente del lugar", explica Kelling.

"Arrebatadores y ladrones, ya sean oportunistas o profesionales, saben que las probabilidades de ser atrapados o identificados son menores si operan en calles donde las víctimas potenciales se sienten intimidadas por las condiciones existentes. Si un barrio no es capaz de evitar que un grupo de ebrios moleste a los peatones, el delincuente se da cuenta de que es aún más difícil que llamen a la policía para identificarlo o que traten de detenerlo", agrega.

"Si un barrio no es capaz de evitar que un grupo de ebrios moleste a los peatones, el delincuente se da cuenta"

La columna vertebral de la teoría de las ventanas rotas para prevenir el crimen supone restablecer las regulaciones sociales en los barrios marcados por el caos y la anomia. Superando la dicotomía estéril entre las posturas que rechazan toda forma de castigo y las que sólo proponen penas más duras, la estrategia de Kelling y Wilson se basa en la cooperación entre la policía y los ciudadanos para restaurar el orden.

"Hay que trabajar con los vecinos del lugar -continúa-, saber qué es lo que piensan y lo que quieren para su comunidad. La policía sola no puede hacer nada. Junto con los ciudadanos deben definir qué tipo de orden desean para su barrio. Luego hay que advertir a todos que las acciones que quiebren ese orden serán tomadas muy seriamente".

Eso supone prestarle tanta atención a las infracciones menores como a los delitos graves, aunque no para multiplicar los arrestos. Una buena cooperación entre agentes y civiles permite actuar inmediatamente sobre faltas como tirar basura en la calle o usar el transporte público sin pagar. En la mayor parte de los casos, una advertencia realizada a tiempo es suficiente, y la fuerza es un recurso excepcional.

"Es necesario que los oficiales estén correctamente entrenados. Que sepan cuándo educar a la gente, cuándo hacer una advertencia y, llegado el caso, cuándo arrestar. Hay que trabajar para mantener el orden, pero asegurando al mismo tiempo el respeto a los derechos de los ciudadanos", advierte Kelling.


El eterno debate: políticas sociales o penas más duras

"Es importante reducir la pobreza y la injusticia social, pero el sólo hecho de combatirlos no es una medida efectiva para controlar el crimen. Ese era el abordaje en Estados Unidos en los '60, y las tasas de criminalidad no paraban de subir. No fue hasta que empezamos a tomar acciones directas contra la delincuencia que empezamos a encontrar resultados", dice el criminólogo.

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Los barrios pobres son los que más sufren el desorden y el delito

"Aprendimos a prevenir los delitos antes de que se cometan"

"Pero las penas no tienen que ser largas y severas, sino rápidas y certeras. Poner a muchas personas en prisión fue un desastre innecesario en Estados Unidos. Con el tiempo aprendimos a prevenir los delitos antes de que se cometan, así no es necesario encarcelar a un número importante de gente".

El potencial de la teoría de las ventanas rotas se basa en que, a diferencia de otros abordajes, no dicotomiza políticas sociales y políticas punitivas. Al entender que el crimen deriva de los conflictos existentes en la sociedad y que las sanciones a los comportamientos nocivos pueden contribuir a mejorar los vínculos en la comunidad, combina ambos polos.

Establecer reglas claras en los barrios más conflictivos, cuidar los edificios y las calles, evitar la acumulación de basura y favorecer el desarrollo de actividades son cambios que mejoran la calidad de vida de las personas.