"La nostalgia impuesta es algo horrible"

La escritora Andrea Stefanoni habló con Infobae sobre su nueva novela, que tiene como disparador la vida de su abuela durante la Guerra Civil en España. El relato se extiende desde la dictadura franquista hasta la actualidad en una isla del Tigre

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La escritora Andrea Stefanoni habló con Infobae sobre su nueva novela, que tiene como disparador la vida de su abuela durante la Guerra Civil en España. El relato se extiende desde la dictadura franquista hasta la actualidad en una isla del Tigre

Durante un tiempo de la primera adolescencia, cuando todas las chicas estrenan tacos, maquillajes y novios, la futura escritora llega a la casa de sus abuelos, afeita a su abuelo español y se encierra con él a escucharlo. No lo graba. Elige tomar una máquina de escribir eléctrica y mientras él narra, ella escribe. No imagina que más de veinte años después, aquellas escenas formarán parte de una novela que conmueve, que se lee sin descanso porque su tono y su ritmo invitan a pasar a la página siguiente para conocer más. Para internarse en el clima de la Guerra Civil que no deja familia por quebrar. Para convivir en Boeza, el pequeño pueblo de donde viene el abuelo narrador que combatió al franquismo, sedujo y se enamoró de Consuelo. Para ser uno más en el barco gigante donde los pobres viajan abajo para no molestar a los que más tienen. Para ser testigos de la llegada a Buenos Aires y la mudanza a una isla en el Tigre.

La abuela civil española, el libro de Andrea Stefanoni que el sello Seix Barral lanzó en estos días, es una historia familiar que narra la compleja construcción de una vida nacida en la adversidad. No se trata de una memoria familiar ni de una biografía, es mucho más simple y por eso más rico: una nieta que mira hacia atrás, encuentra sus recuerdos latentes en  la memoria y toma la mejor decisión: poner su pluma para darle belleza a una historia.

"La novela está dividida en tres partes: la primera es la vida en España de mi abuela Consuelo, su niñez y cuando se encuentra con mi abuelo, se conoce y comienza su relación. Suceden cosas que hace que ellos decidan venir a Buenos Aires escapando. La segunda parte es la vida de ellos en Buenos Aires, primero en la Capital y después en una Isla en el Tigre. La tercera parte es en primera persona, es cuando aparezco yo como nieta y se cuenta la historia de la infancia con mis abuelos en esa isla", cuenta Stefanoni  en los estudios de Infobae sobre la primera novela que escribió sola. Antes publicó, en coautoría con Luis Mey, Tiene que ver con la furia (Emecé, 2012).

En mi caso sí. También eso es lo que te enseñan tus padres: mi mamá siempre me enseñó la importancia del abuelo en la familia. La relación con mi abuela, la del libro, es increíble. También la relación con mi abuelo. Esperaba ansiosa el momento en que llegaba el viernes para ir a esa isla y estar con ellos y con mis perros. Son los mejores recuerdos de mi infancia.

Esa sabiduría es única. Tengo la suerte de haberme dado cuenta de eso mucho antes. Cuando sos adolescente no le das tanto valor a eso, sin embargo yo a los dieciséis años y cuando mi abuelo ya no veía, iba a la tarde, lo afeitaba, lo preparaba y después nos íbamos a escribir juntos. Para mí era un momento increíble. Me encanta haberme dado cuenta de eso a tiempo. No pasaba un día sin ir a visitar a mis abuelos.

Es una sabiduría que ellos desconocen. Mi abuela nunca te habla como si estuviera enseñándote algo. Simplemente vos te das cuenta que te enseñó, no es consciente. Mi abuela no tuvo formación de nada y sin embargo siempre te dice las palabras justas en el momento justo.

Sí apelé a la memoria. El diálogo con mi abuela es el mismo de siempre, aunque obviamente cambió algo cuando empecé a escribir la novela porque ella sabía que la estaba escribiendo entonces era inevitable hablarlo.

No tan hacia adentro, estaba todo muy fresco en mi cabeza. Era un tema recurrente y además visto desde la infancia. A uno cuando le hablan de la guerra hoy no piensa en las mismas cosas que cuando era chico, pero fue un lindo ejercicio.

Siempre se hacían comparaciones, sobre todo mi abuelo. O con la comida, por ejemplo. Se hacían comparaciones en lo cotidiano.

Sí, importantísimo: me pasa todavía, que después del tercer plato me dice que no comí nada y qué te pasó. Hoy están bien y pueden verlo de otra manera pero en ese momento no tenían nada. Por eso lo de las comparaciones, esa cuestión de siempre aprovechar todo, de no desperdiciar las cosas porque alguna vez te faltaron.

No, en realidad recurrí a lo que me acordaba que habíamos escrito con mi abuelo en esos año cuando yo era muy chica, tenía catorce años.

Las escenas que escribí en la novela sobre sus años en la guerra civil, en las cárceles, en los centros de detención. Era una escritura muy arrebatada, un poco como lo suelo hacer hoy también, pero era muy lindo porque él se acordaba de todo. No había que planear nada: ya sabía cada uno lo que tenía que hacer. Yo llegaba, lo afeitaba y nos íbamos a una mesa en el comedor y él me empezaba a hablar y yo escribía, era un pacto. Él me empezaba a contar y era muy ordenado. Era muy buen narrador mi abuelo. Y yo escribía en una máquina de escribir eléctrica.

Se mantuvo durante mucho tiempo porque escribíamos lo mismo mil veces. Era algo que disfrutábamos, no lo hacíamos para publicarlo ni mucho menos. Era puro placer: a mí me gustaba escucharlo y a él seguramente le gustaba verme escribir.

Sí, claro. Pero logré que mi abuela me hablara de todo, en el último tiempo ya me hablaba de casi todo sin ninguna nostalgia. Por eso cambia mucho lo que se habló de lo que se habla hoy. Cuando yo era chiquita en la Isla, para mí España era un lugar oscuro. Y lo era hasta que fui una vez a España y me di cuenta que no era oscuro. Pero para mí lo era porque las referencias siempre fueron la guerra, el hambre, la traición y entonces no podía haber nada bueno en eso. Después crecés y te vas dando cuenta de otras cosas.

Eso estuvo presente incluso cuando se instalaron en la Isla, a pesar que era un lugar muy tranquilo. Se despertó durante años pensando que lo estaban agarrando. El sentimiento de persecución lo tuvo siempre.

Sí. Es que mi abuela no le tiene miedo a nada. Bueno, mi abuelo tampoco porque hizo cosas que una persona con miedo no haría como la traición al cura. Pero en ese momento mi abuela pensaba más en ir para adelante que todo lo que había dejado atrás. Sé que su idea era siempre ir para adelante.

Es esa cosa del inmigrante de instalarse y trabajar hasta lograrlo. Como tantos que vinieron para Argentina.

Sí, cualquier persona lo primero que hubiese hecho es aprender a nadar pero ella no sabía, nunca aprendió y se manejó igual y remaba y se iba a cualquier lado en su bote.

Fue muy gracioso. Esta foto de la tapa es de un fotógrafo catalán que compró la editorial. Es la foto más linda que vi en mi vida sobre el tema. Me había encantado la foto, insistí y fue todo un tema. Me había imaginado el libro con esta foto y el día que fui, yo estaba bastante emocionada, le dije casi con lágrimas en los ojos: abuela este es nuestro libro, es el libro que escribimos junta. Lo miró y me dijo, 'no tengo los anteojos puestos, ¿soy yo la de la foto?' Yo largué una carcajada. Ella tiene esas respuestas que te quitan toda la nostalgia de golpe.

No, claro. La idea era contar lo que sucedió como sucedió y que otro saque las conclusiones. La nostalgia impuesta es horrible, sobre todo porque el libro tiene esperanza y mensaje positivo. Si bien pasaron de todo, hoy ella está y tiene más vida que todos nosotros juntos, por eso está buenísimo que la chica de la tapa se esté riendo.

Consuelo nació en Boeza, León. Desde pequeña trabajó en una mina de carbón, y cargó sobre sus espaldas con el peso de una madrastra que no le hizo las cosas fáciles. Un día se enamoró de Rogelio. Juntos tuvieron una hija y debieron escapar de una tierra que les era hostil. El franquismo y una oscura traición familiar los llevaron primero a Buenos Aires, y más tarde a una isla en el delta de Tigre.

Hasta ahí, la historia de una mujer como tantas otras. Sin embargo, es su nieta Sofía quien se encarga de rescatar del olvido esa vida que, de no ser contada, quedaría sepultada en la marea del tiempo. Sofía hace hablar a su abuela: pone su memoria en palabras, su presente en relato.

Sabe que Consuelo atesora algo que va más allá de una guerra civil y sus contingencias, o de dejar atrás un país para rehacerse en otro muy distinto, aunque tenga la misma lengua. Es una sangre en común la que lucha por decir lo suyo entre dos mujeres.

La abuela civil española toma forma en ese pliegue sensible en el que una vida –cualquiera– es capaz de convertirse en novela, en donde aquello que fue se funde con lo que bien podría haber sido. Y en ese límite siempre lábil Andrea Stefanoni compone un cuadro familiar íntimo, sostenido con los tonos de una prosa cálida que evita el sentimentalismo en dosis justas de ternura y rigor narrativo. Puro oficio que la confirma como una de las buenas noticias de la literatura argentina.

Andrea Stefanoni nació en Buenos Aires en 1976. Colaboró en diversas revistas y suplementos culturales. En la actualidad se desempeña como gerente en la librería El Ateneo-Grand Splendid. En 2009 fundó Factotum ediciones, sello que dirige. Escribió en coautoría con Luis Mey Tiene que ver con la furia (Emecé, 2012).