La vida de un soldado ucraniano a la espera de un ataque en Crimea

Hace cinco días monta guardia en una base aérea ante la posibilidad de otro avance ruso. Sus padres defendieron la Unión Soviética y se ríe de los manifestantes que cada día le gritan "cobarde" desde atrás de una reja

Compartir
Compartir articulo
 Reuters 163
Reuters 163

A las siete de la mañana, suena el despertador de Olexandre, un soldado ucraniano de la base aérea de Belbek en Crimea. Empieza un nuevo día para él, otro más rodeado por un ejército extranjero.

Desde hace cinco días, este mecánico de aviación de 27 años no vuelve al apartamento en el que vive con su mujer y su bebé de seis meses, al otro lado de la reja del aeropuerto militar de Sebastopol.

"Normalmente trabajo de 08:00 a 17:00", explica a la AFP este joven de ojos azules, cerca de la verja de una de las entradas de la base. "Lleno el depósito de los aviones. Pero desde que llegaron los rusos, dormimos todos aquí, en dormitorios comunes. Montamos guardia. Nadie sabe cuánto tiempo va a durar. Por el momento, dejan entrar las provisiones, comemos como de costumbre", cuenta.

Una mañana vieron cómo llegaban soldados armados y organizados sin insignias pero fácilmente reconocibles e identificables como fuerzas de élite de Moscú. La consigna era evitar la confrontación. Entonces, los militares ucranianos se replegaron a los cuarteles de la parte baja de la base y abandonaron las pistas y los aviones, que quedaron en manos de los rusos.

"Ahora las órdenes son permanecer cerca de la puerta durante cuatro horas, luego llega el relevo", afirma. Viste un chaleco antibalas y el Kaláshnikov que lleva en bandolera no tiene cargador. "Tenemos que quedarnos dos horas más despiertos, porque nos pueden llamar para una urgencia y a continuación podemos dormir dos horas".

"¡Rusia! ¡Rusia!"

Y hablando de urgencias, un centenar de manifestantes pro rusos, con banderas y megáfono, se acercan a gritos de "¡Rusia! ¡Rusia!" al portal cerrado con una cadena y un candado.

Bajo las órdenes del comandante Oleg Podovalov, número dos de la base, los hombres se colocan en tres filas delante de la entrada. Ninguno está armado y llevan las manos en los bolsillos. Seis soldados pasan enmascarados y con casco y porras, pero se esconden detrás de un muro.

"¡Queremos hablar con un responsable!", suelta un hombre de cabello canoso y cazadora de cuero negra. "Adelante, soy yo", responde el oficial.

"¡Nuestros abuelos combatieron juntos en el glorioso ejército soviético y ahora le están haciendo el juego a Estados Unidos!", exclama este hombre con su megáfono rojo y blanco. "¡Sean valientes! ¡No le hagan el juego a los bandidos que tomaron el poder en Kiev!".

El oficial lo mira a los ojos, sonríe pero no dice ni una palabra.

"¡Cobardes, cobardes! ¡Vergüenza, vergüenza!", grita. Una anciana echa chispas: "¡Sean valientes, no le hagan el juego a la OTAN!". Olexandre permanece a distancia, con las manos metidas entre las mangas para resguardarse del frío.

"Mis padres defendieron la Unión Soviética, los dos eran soldados. Mi padre murió cuando yo era niño. Mi madre era ingeniera en el Ejército, construyó los edificios que está viendo. Por lo tanto, esta gente no tiene lecciones que darnos", dice Olexandre.

¿Una guerra con Rusia? "Una posibilidad entre dos, siempre es posible. Estoy un poco preocupado por mi familia. Pero si hay que luchar, lucharemos. Por el momento, los soldados rusos que están alrededor de la base no son muchos y sólo llevan armas ligeras. Tenemos aviones, blindados. Y si ellos reciben refuerzos, nosotros también, de otras regiones de Ucrania", asegura.

Al cabo de media hora, los civiles bajan las banderas, se dan media vuelta y se dirigen al pueblo. Un hombre escupe el suelo.