Los artistas del ladriprogresismo no estuvieron el sábado

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Fue muy conmovedor todo lo que pasó el sábado en Plaza de Mayo. Una multitud reclamó juicio y castigo a los responsables del asesinato ferroviario de 52 personas en la estación Once.

Fue un crimen de lesa corrupción, por eso prefiero llamarlo "siniestro" y no "tragedia", porque la palabra "tragedia" se asocia a lo inevitable, a lo natural; y mucho menos utilizo la palabra "accidente". No hay accidente cuando el Estado, los empresarios y los sindicalistas conforman un triángulo mafioso y generan las condiciones para que un milagro salve a los pasajeros de ese cementerio sobre rieles.

Era desgarrador ver a cada persona con una vela encendida contra la impunidad. Como lo dijo el genial Juan José Campanella en su discurso, esas velas son la luz de 52 almas que nos están mirando desde el cielo y que viven en nuestro corazón.

Fue muy conmovedor todo lo que pasó en esa plaza de las grandes asambleas. La humildad corajuda y sin odios de Nora Cortiñas, la titular de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, que fue la primera en darse cuenta del autoritarismo de Hebe de Bonafini y por eso se despegó rápidamente. Nora contó que ese día no tomó el "tren de la muerte" porque un chico se ofreció a llevarla en su auto, pero ella iba a tomar esos vagones destinados a ser sepultura.

O el testimonio de Pérez Esquivel y de Juan Carr, dos personas de una ética que no se alquila ni se vende. Para ellos las víctimas son víctimas y hay que contener y ayudar a sus familiares sin que importe quién es el victimario.

No son como algunos artistas del "ladriprogresismo" que sólo se solidarizan con quienes tienen su misma camiseta. Eso es especulación de la peor calaña, utilización del dolor, mirar la realidad a través del ojo de la cerradura del ideologismo.

Todo el tiempo hubo una energía potente que no se olvida y que no se quiere olvidar. Fue tremenda la emoción cuando Paolo Menghini pidió la renuncia de Julio de Vido, por cómplice de la corrupción si es que sabía o por inútil si no sabía. Y más todavía cuando cargó responsabilidades políticas sobre Cristina. La ubicó como la responsable de mover todos los hilos de la República, y en ese momento la plaza ardió de gritos y de bronca.

Después llegó la serenidad reflexiva, pero nada tibia, de Campanella y puso un broche de oro. Arrancó diciendo lo que decimos todos: no somos golpistas ni destituyentes, apenas ciudadanos desarmados que exigimos Justicia. Golpista es el peor insulto que nos pueden decir.

Después confesó que apenas tenía encendida una brasita y no la llama de confianza en la Justicia. Que los jueces encargados de fallar en este caso tienen la gran oportunidad de dejarles una herencia ética que sea un orgullo para sus nietos. Una herencia que sea mucho más preciada que el dinero o las cosas materiales.

Señalar y repudiar la corrupción no es hacerle el juego a la derecha como dicen muchos. No es una abstracción, como dicen otros. Muy abstracta no es una corrupción porque nos choca, nos roba, nos inunda, nos droga y nos mata como nos mataron en la estación de Once.

El final fue para llorar de alegría y esperanza. Paolo tocó la guitarra (igual que su hijo Lucas, que fue atrapado por la muerte aquel día), fue el que puso la música para que ese coro multitudinario cantara "Venceremos", la canción que Jairo convirtió en himno entre nosotros para celebrar el amanecer de la Democracia.

Pocas veces escuché una letra tan profunda y a la vez tan sencilla. Allí, en esa plaza, se cantó que sólo con Justicia nos haremos dueños de la paz y el emocionante "no tenemos miedos, no tendremos miedo nunca más". Y ese fue el mensaje exacto que dejó el acto, que sólo con Justicia nos haremos dueños de la paz y que no tendremos miedo nunca más.

Nunca más, carajo.


N. del E.: el presente es el comentario editorial que realizó hoy Alfredo Leuco en el programa Le doy mi palabra, que se emite por Radio Mitre (AM 790) de lunes a viernes de 17 a 19.