El aniversario del "corralito" y la ausencia de reflexión

Por Gustavo PerilliEl lunes 3 de diciembre de 2001, los depositantes minoristas no pudieron retirar fondos sino en sumas establecidas por el Banco Central que, a su vez, suspendía la entrega dólares. La convertibilidad había expirado

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Transcurrió a comienzos de un caluroso mes de diciembre de hace exactamente 12 años. El sábado 1°, el ex presidente Fernando De la Rúa firmó la resolución que introdujo "el corralito" a la vida de los argentinos. La convertibilidad (o la caja de conversión, como se la conoce técnicamente), "el milagro argentino" reconocido mundialmente durante la década del noventa, aprobada por el Congreso de la Nación el 27 de marzo de 1991 y presentada a Domingo Cavallo por un reconocido abogado en base al modelo que rigió durante la presidencia de Carlos Pellegrini (luego de la Revolución del Parque en 1890), simplemente dejó de funcionar en ese momento.

El lunes 3 de diciembre de 2001, los depositantes minoristas no pudieron retirar fondos de sus cuentas bancarias libremente sino que lo debieron hacer en sumas establecidas por el Banco Central (BCRA), entidad que, a su vez, suspendía la entrega dólares. La convertibilidad había expirado, demacrada por las tensiones de una realidad condicionada por las vicisitudes internas e internacionales. Se lo podía ver en esos días al ex ministro Domingo Cavallo, desencajado ante las cámaras de televisión, queriendo demostrar que "el corralito" era sólo temporario, minimizando la percepción de los formadores de opinión (¿el mercado?) que ya vaticinaban y operaban descontando el inminente final: el corte de la cadena de pagos. Aunque muchos especialistas no lo veían (o no lo querían ver), desde hacía tiempo la estructura de vencimientos de la deuda pública externa preanunciaba la interrupción de los compromisos (el default).

Meses antes, las autoridades habían probado con el ajuste ortodoxo conocido como "la tablita de Machinea" y las rebajas salariales, enfrentado la tumultuosa renuncia del Vicepresidente de la Nación Carlos "Chacho" Álvarez, confiado en "el esperanzador blindaje financiero", solicitado asistencia al Fondo Monetario Internacional (FMI) y experimentado el fallido megacanje en sus distintas versiones. Desde la renuncia de Álvarez, los bancos perdieron depósitos y el BCRA, reservas. "El corralito" procuró frenar esa erosión y puso fin de la convertibilidad, la suspensión de los pagos de la deuda externa y la devaluación de la moneda sucederían en sólo 30 días. Tal como había ocurrido a principios y fines de los ochenta, devaluación y default (efecto d+d) resultaban de experimentos que concluían trágicamente pero, a diferencia de aquellos, la economía argentina "tapizada" de contratos en dólares en 2001 (sin que se formalice la tercer "d": la  dolarización"), hacía que la salida de la convertibilidad sea el peor de los fracasos de la teoría económica ocurrido en suelo argentino.

Hubo momentos de distensión, sin embargo. Sucedió cuando se anunció "el blindaje" en diciembre de 2000, tras el acuerdo celebrado entre el ex ministro de Economía José Luis Machinea y el subdirector gerente del FMI Stanley Fisher. El mercado celebró porque, pese a la percepción de default (en Wall Street ya se hablaba de fechas concretas), habría dólares para "humanizar la retirada". Duró un mes esa algarabía irreal (enero de 2001), momento cuando la prima de riesgo soberano disminuyó alrededor de 200 puntos básicos (bp) hasta casi 660 bp. En el Gobierno, sin embargo, se vivía "un nuevo comienzo", semejante al que vislumbraron los equipos económicos de Juan Vital Sourrouille en abril de 1985 y Domingo Cavallo en 1991, cuando recibían el respaldo del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el departamento del Tesoro de los Estados Unidos. Pero, como también les sucedió a aquellos técnicos (muchos de ellos presentes en 2001), el fracaso era inevitable ante la ocurrencia de determinados fenómenos. En 2001, dada el imponente atraso cambiario, la inusitada dolarización de la economía y la crisis internacional (la de Brasil, especialmente), se trataba de la "crónica de una muerte anunciada". Domingo Cavallo, quien le había dado vida al Plan de Convertibilidad en aquel recordado episodio en el que mostraba con orgullo que el billete de 10.000 australes con la imagen de Carlos Pellegrini tendría el valor exacto de un dólar estadounidense por seis décadas (casi cuatro décadas había durado la caja de conversión de 1890), participó del desenlace fatal de aquel lunes 3 de diciembre. Si bien el ex ministro resistía obstinadamente, con firmeza otros economistas técnicos sostenían que alguien debería pagar. En realidad, fueron muchos los que "pagaron" y sólo unos pocos los que salieron ilesos y "viajaron sin pagar", gracias a la información privilegiada que circulaban por los exclusivos pasillos.

La rigidez y la necesidad de "fondos frescos" todo el tiempo aceleraban el final. Como la fijación cambiaria impedía la devaluación de la moneda, las compras de divisas por parte de los particulares y empresas implicaban pérdidas de reservas del BCRA, reducción de la cantidad de dinero en la plaza y subas perjudiciales de las tasas de interés. Los depósitos en pesos se transformaban en dólares o se pactaban en dólares sin que los bancos recibieran esos billetes (mecanismo que se conoció como "emisión de argendólares"). Los ahorristas retiraban tanto pesos como dólares de sus cuentas bancarias que, por uno u otro camino, cercenaban reservas. En el primer caso, sucedía porque rápidamente se transformaban en moneda extranjera como consecuencia del funcionamiento aceitado de la caja de conversión; en el segundo porque se retiraban dólares de los bancos comerciales que, en definitiva, erosionaban activos del BCRA. "El corralito" frenó la sangría pero, al mismo tiempo, rompió una formidable cantidad de contratos. Las autoridades optaron por salvaguardar la salud de los bancos y los deudores del sistema, marginando a los acreedores que, hasta el día de hoy, todavía siguen cobrando juicios de aquella época.

Doce años cumplió "el corralito" y parece que no habría dejado enseñanzas a la comunidad. Se sufre el episodio cuando se lo recuerda pero, paradójicamente, se minimiza la sucesión de efectos que originó la implosión de un modelo considerado exitoso. La sociedad pasó de la euforia a la agonía en pocos años. Célebres políticos, ilustres economistas y reconocidos pensadores vivaban sin reflexionar acerca de la sostenibilidad del modelo bajo distintos escenarios y circunstancias y se equivocaron en la diagnosis final cuando sólo atinaron a apuntarle a la crisis fiscal. Otros, más enfocados, indicaron que se debió a la violación de "las máximas del trilemma de la política económica" en noviembre de 2001 cuando Cavallo ordenó controlar tasas de interés pasivas. Más allá de las interpretaciones técnicas, poca gente advirtió que el fracaso de la convertibilidad haya sido el factor clave de generación de marginalidad del siglo XXI. Sus ilustres gestores y aplaudidores, libres de cargos, actualmente opinan con suficiencia en los programas de televisión. Cuando se reúnen, celebran aquellos momentos e intercambian premios y reconocimientos. No hablan del "aterrizaje forzoso" y el fin de fiesta de aquel 3 de diciembre. Cuando lo intentan, concluyen que "no hay que volver al pasado porque siempre hay que mirar hacia el futuro". Algunos comunicadores siguen cultivando esa idea absoluta en una sociedad que, de manera misteriosa, actualmente sufre una peligrosa proliferación de inexplicables saqueos.


(*) Gustavo Perilli es socio en AMF Economía y profesor de la UBA

Twitter: @gperilli