¿Por qué me irrita la muerte de Laura Pollán?

Martín Guevara es argentino, pero se crió en Cuba donde su familia se refugió huyendo de la dictadura de Videla (1976-1983). Desilusionado por el castrismo que dejó un país arrasado, hoy vive en España. Está escribiendo un libro sobre la situación en la isla y sobre su célebre tío, Ernesto Che Guevara

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¿Por qué me irrita la muerte de Laura Pollán, cofundadora y cabeza visible de las Damas de Blanco, en el hospital Calixto García de La Habana?

Me pregunto acerca de la razón que acalla a las gargantas más prestas a gritar en pos de cualquier víctima de un abuso, el más mínimo sonido a favor de quienes quieren vivir sus vidas de forma diferente que la marcada por el establishment en la isla de Cuba, donde aún hoy se considera asociación ilícita y traición, el hecho e juntarse a opinar en favor de otro gobierno, a favor de un cambio de rumbo en la dirigencia.

¿Y por qué razón me siento tan presto a opinar sobre el asunto cuando en mi vida cotidiana me muestro muy desconfiado de todo lo que provenga de la política? Y es que es un asunto de la más elemental justicia, no de política. Jamás podré entender, que cualquier persona pero aún menos un intelectual, preste su valioso apoyo al más que justo y feliz fenómeno de los indignados, cuando estos se pueden no solo manifestar, sino ocupar la plaza principal de su país durante meses sin incidentes, y no sean capaces siquiera de condenar el encarcelamiento por años de personas, cuyo delito ha sido pensar y opinar acerca de una alternativa al poder. Sin soñar jamás siquiera, tomar la plaza de la revolución por ejemplo, para acampar con sus reclamos durante meses, y gritarle a los dirigentes de la revolución sus ideas. Ni mucho menos.

Sé que quizás cuando las tornas cambien podremos ver pavonearse en el poder a los actuales oprimidos, si alguna vez acceden a hacer lo mismo que hacen aquellos de los que renegaron, seguro me encontraré entre quienes los consideraran renovables.

Pero mientras tanto y al resguardo de tales sospechas, intelectuales como Yoani Sánchez, o luchadoras como la maestra Pollán, no me causan sino una gran admiración, ya que conozco lo impenetrable del sistema al que osaron oponerse, y que de a poco va humillando su testa, como el toro embanderillado frente al torero, pero que dará muchas coces y cornadas antes de sucumbir.

Y si ordenas levantar el pie que pisa al último oprimido, debajo encontrarás a una mujer. No me sorprende que ambas sean mujeres.

Algunos, incluso de entre las diferentes organizaciones de madres, abuelas, esposas de represaliados en el mundo, explican que una ventaja del machismo es que a la mujer la respetan más en el momento de decidir si ejercer la violencia sobre ellas, que a un hombre.

Tal vez incluso alguna llegue a creer a pies puntillas esa explicación.

Pero en su mayoría es más una muestra del buen gusto y respeto, del que suelen hacer gala  las personas de bien, en casi todo lo que hacen en sus vidas.

Tonterías, las mínimas.

Parece haber un modo de valor femenino, uterino, diferente al del hombre, la mujer es mucho más dura y valiente, porque es más optimista, casi por antonomasia, su realismo místico no tiene nada que ver, con el escapismo de que son acusadas en las conversaciones domésticas;  más bien parecen sintonizadas con una realidad imperceptible para la mayoría de los varones, para la masculinidad, que está en el más allá, en el futuro, gracias al mundo de sabiduría innata , que les dota el estar preparadas para la procreación.

El valor del hombre está siempre más relacionado con la perspectiva de la muerte, con el fracaso de la contienda, que con las verdaderas posibilidades de éxito.

Es frecuente escuchar decir acerca de las mujeres, que no se sabe donde llevan la cabeza; pero amigos,  acaban de descubrir donde: la tienen justo sobre los hombros. A nosotros, el solo hecho pensar en esa posibilidad, nos aterra y consigue enloquecernos.

Y pareciera ser que lanzarse emitiendo un alarido, a incrustarse contra la hoja de una bayoneta, conformase un acto de valor superior a detenerse y decir,  por aquí no señores, es mejor abandonar el plan, demos la vuelta.

La calma y el valor que se precisan, para ser arrojado sin llegar a ser temerario, es enorme.

Y si bien es cierto que  golpear una mujer públicamente resulta más difícil de explicar por los represores que atizar a un portador de testosterona, en cualquier plaza, también los es que la impertinencia, el ninguneo, y la falta de respeto a que se ven sometidas a diario las mujeres que demuestran mayor valor o inteligencia que el común de los hombres,  es muy aguda.

Para los que saben lo que es haber vivido o vivir,  en una sociedad de las pésimamente mal llamadas socialistas, saben que el desgaste por calumnias, difamación, es incomparable a cualquier otro sistema existente.

Cuentan con efectivos para estar constantemente encima de la víctima, con el vecindario abducido por la propaganda a su favor, profiriendo  gritos, improperios, insultos, y en ocasiones hasta propinando golpes, en las mismas puertas de sus propias casas.

Bajo sus faldas, implorando el amor de sus úteros, el calor de sus vulvas,  y el perdón a la cobardía.

Como expresara Yoani, una de las facetas más importantes, de las mayores pérdidas con la muerte de esta mujer luchadora, es su tesón frente a una sociedad conducida por los caprichos de los pelos en el pecho, desde hace siglos, con un histriónico desprecio misógino a cualquier cualidad femenina.

El machismo exacerbado es el amor perverso del hombre al hombre, el miedo a la feminidad ajena, pero el terror a la expresión de la propia; ¡Yo la tengo más grande! es una expresión de deseo que solo deja ver una  admiración sacralizante por el falo mayor, y parece representar  un deseo oculto, aunque no demasiado bien disimulado, propio de las congregaciones recontra hombrunamente machistas. Esas en el fondo temen a Yoani y a Pollán, más que por sus proclamas, por ese valor femenino, meditado, ese arrojo que nunca es usado en vano, y que cuando se presenta, irremediablemente anuncia como las golondrinas, un cambio de estación.

Publicado originalmente con el título Parte del Aire, en el blog de Martín Guevara.