Chocolinas. Lo más parecido al chocolate verdadero en versión galletita. Simples, nobles y adictivas, son infalibles para comer solas o con dulce de leche. Los fanáticos de la chocotorta... las aman y las agradecen.
Emocionan no sólo por su nostalgia agradable, sino porque nos encanta el azúcar en forma de palmerita. Además, se pueden comer respetando su forma original como si estuvieras recorriendo un laberinto. Ideal para acompañar el mate.
Son las cinco de la tarde y ya estás harto de contestar mails o de jugar al solitario, pero conocés una manera de levantar el ánimo: bajás al quiosco y te comprás un paquete de bizcochitos dulces Don Satur. Aunque cada uno tenga 800 calorías, la textura blanda y húmeda de la masa es sinónimo de vicio y distensión.
Apenas 6 unidades por paquete bastan para emocionar a toda una generación que reclamaba su regreso a los quioscos. Por fin, el año pasado pudimos reencontrarnos con ellas y volver a ese hermoso ritual de comer la galletita primero y dejar el corazón de mousse para el final. Perfección absoluta.
No nos engañemos: esa crema rosa con textura de goma no es merengue sino algo definitivamente artificial (todavía no sabemos bien qué). Lo importante es que el engaño cumple su objetivo. El sándwich resulta suave y esponjoso, y las granas de coco completan el combo perfecto. Preferimos las clásicas.
Llegaron de Estados Unidos para competir con las Melba y ganaron la batalla. La combinación de chocolate amargo y crema dulzona resulta adictiva. Las bañadas en chocolate tienen un club de fans importante. Eso sí: nos resistimos a los rellenos de colores extravagantes. ¿Quién se banca comer una pasta color verde por más apetitosa que sea?
Aviso
conmovedor para los adictos a las viejas Melba: las Macucas recuperan aquel sabor de siempre, es decir, son enormes y sabrosas. Te comés una y estás hecho.
Estas galletitas de la marca Costa llegan desde Chile y amenazan el monopolio de las nacionales. Se destacan por sus rellenos de crema y doble chocolate.
Ante todo, derrumbemos un mito: las Frutigran no son light. Sí pueden resultar sanas, lo cual es diferente. La combinación de cereales, fibras y Omega 9 genera excelentes beneficios, aunque por supuesto no aplican cuando te comés veinte seguidas sentado frente la computadora. ¿Las mejores? Las de chispas de chocolate y las de pasas de uva.
Celosas. Son un producto exclusivo de los supermercados chinos. Para encontrarlas, hay que embarcarse en una búsqueda que definitivamente vale la pena. Su forma de lunita con chocolate en los extremos produce la sensación de estar comiendo masitas secas. Una joya fuera del circuito quiosquero.
Galletitas para tías solteronas que dejan la marca del rouge en la taza. Nada peor que meter la mano en un paquete de Surtidas y en lugar de una rica mini Pepitos, pescar esta cosa insulsa y lenta de tragar. Sólo zafan las bañadas en chocolate que todavía venden en algunos almacenes de barrio.
Una montañita de galleta insulsa con un pico de mermelada solidificada que se pega a los dientes. No vale la pena engordar por su culpa. Un rotundo NO.
Estas obleas deberían tener una única función: adornar las bochas de helado en restaurantes de baja calaña. Comerlas solas es un despropósito. Están rellenas de una crema casi imperceptible y llenan todo de migas. Si vamos a empalagarnos con una oblea, esperemos a que vuelvan las Champagne.
Cuando estás frente al quiosco y te ataca la indecisión, terminás comprando alguna de estas dos marcas e inmediatamente te arrepentís. No son ricas, tampoco feas? son la nada hecha galletita. Y lo más curioso es que nunca se supo exactamente cuál es la diferencia entre una y otra.
. Lamentablemente, este clásico ha perdido a sus fanáticos con la incorporación de chocolate a la masa original. El resultado es un híbrido que produce un verdadero disgusto en la boca. Además, comerlas es como retroceder treinta años en la historia. Encima las hicieron mini. Todo mal.
Sólo aptas para entretener a bebés que se conforman con chupar cualquier cosa que tenga algo de azúcar. Todo bien con los tiempos del jardín de infantes, pero acá la nostalgia no sirve de excusa. Para colmo, no conforme con su producto estrella, Okebón insiste en ofrecer las empalagosas Panal y Pescaditos. ¿Quién nos salvará de semejantes recuerdos?
Se admiten sólo en casos de hambre voraz en alguna situación extrema, como por ejemplo un naufragio. Los paquetes Maná tienen la mágica propiedad de no terminarse nunca. En esta misma categoría caen las Ser dulces. Que quede claro: no existen galletitas dulces aceptables que logren conjugar lo light con lo rico.
En alguna época, las Panchitas eran dignas rivales de las Rumba, con sus galletas de chocolate con relleno cremoso, pero perdieron su identidad. Se ve que sus fabricantes decidieron ahorrar en matricería y las hicieron exactamente iguales a las Sonrisas, a tal punto que se llaman Panchitas-Sonrisas. ¿Algo más? Sí: también modificaron su fórmula y ahora llevan nutrileche para fortificar a los más pequeños. Chau, Panchitas.
La publicidad gráfica hoy se ve en todas partes: ?¡Me hice tortita!?, dice una Pepitos, casi con orgullo. Pero no hay nada de qué enorgullecerse. Esta galletita no es ni una cosa, ni la otra: le falta solidez para ser una tortita, y le sobra relleno para ser una galle con chips. Directo al infierno.
Aunque traigan la nostalgia del pasado y de los recreos de la primaria, seamos sinceros, las Manón son las galletitas más aburridas del mundo.