El Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) ha desarrollado sofisticadas estrategias de reclutamiento en su afán por expandir su influencia y poder en México. Uno de los métodos más alarmantes es el uso de ofertas de trabajo falsas, publicadas en redes sociales y plataformas de empleo, diseñadas para captar personas jóvenes y vulnerables, especialmente aquellas en situaciones económicas difíciles.
Las promesas de empleo estable, buenos sueldos y beneficios atractivos suelen atraer a los interesados sin levantar sospechas. Sin embargo, al responder a estas supuestas oportunidades laborales, las víctimas son llevadas a centros de “entrenamiento” del cártel, donde se les retiene bajo coerción, se les priva de su libertad y se les somete a prácticas de adoctrinamiento que incluyen abuso físico y psicológico, con el fin de integrarlos a las filas del crimen organizado.
Recientemente, en un video publicado en el canal de YouTube de Gusgri, cuyo nombre real es Jonathan Jovan Best Samano, un joven identificado como Luis relató cómo una aparente oportunidad laboral se convirtió en una experiencia de terror, llevándolo a ser secuestrado y entrenado para trabajar como sicario al servicio del grupo criminal de Nemesio Oseguera Cervantes, alias “El Mencho”.
La víctima, que se mantuvo en el anonimato, explica que todo comenzó con una oferta de trabajo en redes sociales. El anuncio ofrecía un sueldo elevado y un puesto de seguridad en una supuesta empresa, un cargo al que él creyó poder aspirar. La oferta incluía beneficios como un Uber pagado para el traslado hasta el lugar de la entrevista y un sueldo semanal de 3 mil pesos.
Tras entregar sus documentos personales, como parte de la falsa oferta laboral, le informaron que participaría en un breve entrenamiento de tres días, presentado como un requisito para el puesto de seguridad. Al llegar al sitio de la supuesta entrevista, todo parecía normal: él y otras 15 personas fueron recibidos y luego trasladados en una camioneta. Sin embargo, después de este primer traslado, las cosas tomaron un giro inesperado.
A los pocos minutos, fue movido a otra camioneta en la que le ordenaron bajar la cabeza y permanecer en silencio. Durante el trayecto, fue llevado de Jalisco a zonas rurales de Nayarit, y lo movieron constantemente entre vehículos y por caminos de terracería, lo que hacía imposible saber dónde estaba. Finalmente, en una de las casas de este lugar aislado, le informaron que estaba ahí para ser entrenado como sicario de “la empresa”, el término que usaban para referirse al CJNG.
“Me llevaron por una brecha… me metieron a una camioneta y me dijeron ‘aquí vienes a ser sicario’”. Así comenzó una experiencia de control, violencia y amenazas que se extendió por al menos 11 días.
Al llegar a la casa de seguridad, el exrecluta y los demás captados fueron obligados a entregar sus celulares, identificaciones y pertenencias personales, que los sicarios revisaron y destruyeron para cortar cualquier comunicación con el exterior. Además, en un acto de humillación y control, los obligaron a desnudarse y a realizar sentadillas, mientras los inspeccionaban minuciosamente para asegurarse de que no escondieran ningún objeto.
Atrapado en una casa de “entrenamiento”
El joven describió el lugar donde fue retenido como “una casa de Infonavit toda fea, llena de láminas, con cercos de alambre y un colchón viejo”. Junto a él estaban otras víctimas, entre ellas dos mujeres a quienes apodó “la gorda” y “la flaca”; esta última, aunque lesionada del pie, también fue sometida a abusos y adiestramiento.
La rutina diaria en la casa incluía tareas de limpieza y lecciones de violencia física. Los captores obligaban a las víctimas a memorizar códigos de operación utilizados por el cártel, que incluían instrucciones para cargar armas y procedimientos de defensa. “Nos dieron códigos y nos hacían estudiarlos: código 14 es pecho tierra, código 15 es posición de tiro… todo era en códigos, y tenías que hacerlo de inmediato o te daban un tablazo”, recuerda el joven, refiriéndose a los golpes con una tabla de madera que los captores utilizaban como castigo.
Cualquier error, desde olvidar un código hasta no limpiar bien el refrigerador, era motivo de castigos físicos. “Cuando dejé comida en el plato, me dijeron que aquí no estamos en un hotel, que no podía desperdiciar nada, y me hicieron comerlo todo”, relató. El joven contó que siempre les daban mucho de comer y los obligaban a hacer ejercicio para estar en forma y con energía, funcionales para el cártel.
Durante su cautiverio, el control era absoluto: debía pedir permiso para cada acción, por mínima que fuera. “Teníamos que pedir autorización para todo”, recuerda, desde tomar agua hasta usar el baño o recoger una escoba para limpiar. Este sistema de permisos constantes limitaba su libertad y era una táctica de sometimiento psicológico, manteniéndolo en una situación de dependencia total y bajo vigilancia extrema.
En el proceso de adoctrinamiento y control, los captores le impusieron también un apodo. “Aquí ya no eres Luis, eres ‘Tocino’ y así te vas a llamar”, recuerda que le dijeron, eliminando cualquier referencia a su identidad pasada.
El exrecluta relata que todos los captados, incluidos él, “la gorda” y “la flaca”, dormían juntos en un cuarto pequeño y en condiciones precarias, usando solo un colchón viejo y sus mochilas como almohadas.
A diferencia de los demás, “la flaca” mostraba cierto entusiasmo por estar ahí: según Luis, ella decía que “quería aprender a disparar” y le emocionaba la idea de convertirse en sicaria, mientras que él y los otros solo pensaban en cómo sobrevivir y escapar.
La oportunidad de escapar
El exrecluta recuerda una ocasión en la que los sicarios empezaron a gritar que venía “la rápida”, término que utilizaban para referirse al Ejército o la Marina. Al escuchar esto, los captados y algunos sicarios corrieron en medio del caos y el miedo, sin saber realmente a dónde se dirigían. Luis y los demás fueron llevados apresuradamente a otra casa cercana, donde se les ordenó comportarse como si fueran una pareja de novios para evitar sospechas en caso de ser interceptados.
La posibilidad de ser rescatado llenó al exrecluta de esperanza; sin embargo, finalmente no apareció ninguna autoridad, y después de un rato los sicarios los llevaron de vuelta al lugar de encierro.
Después de días de encierro y entrenamiento forzado, llegó el momento en que los captores les informaron que ya estaban listos para convertirse en sicarios del CJNG. Les anunciaron que serían llevados a un “campamento especial”, un sitio de entrenamiento avanzado conocido como “la escuelita”, donde recibirían capacitación intensiva en el uso de armas y actividades del cártel.
Según el testigo, este era el paso final en su adoctrinamiento, y les advirtieron que allí se esperaría que demostraran lealtad absoluta y habilidades, ya que cualquier error o falta de rendimiento podía costarles la vida.
En el proceso de adoctrinamiento, los captores le preguntaron al exrecluta si sabía qué significaba ser sicario, a lo que respondió que era “una persona que mata, descuartiza y sigue órdenes”. Los miembros del CJNG lo corrigieron, explicándole que, dentro de su organización, el papel del sicario incluía “cuidar a la gente y proteger al pueblo”, una supuesta misión de defensa que buscaba justificar sus acciones violentas.
Cuando llegó el día de ser trasladados al campamento, no todos fueron seleccionados. El exrecluta recuerda que, mientras él y otros fueron elegidos para ir a “la escuelita”, otros, como “la flaca”, se quedaron atrás por su lesión en la pierna.
La huida
Durante el traslado, el exrecluta vio una oportunidad para pedir ayuda. En una parada en una tienda rural, donde le permitieron bajar, intentó acercarse a algunas personas y explicarles su situación, pero la mayoría evitó ayudarlo por miedo, sugiriéndole que buscara a la policía.
Fue en otra parada, cuando le permitieron bajar para usar el baño, que finalmente se armó de valor para intentar escapar. Al regresar al vehículo, en lugar de subir, se acercó al conductor y le dijo que ya no quería continuar. El conductor le gritó que subiera, pero en ese momento, el exrecluta aprovechó, dio media vuelta y corrió hacia un campo cercano, saltando un cerco.
Tras su escape, recorrió varios kilómetros por zonas rurales y finalmente llegó a una gasolinera, donde pidió ayuda a la policía municipal. Sin embargo, por temor a represalias, no reveló la verdad completa. En lugar de decir que había sido captado por el CJNG, inventó una historia, diciendo que había sido asaltado y que necesitaba ayuda para regresar a su casa en Guadalajara.
Con la ayuda de la policía, logró subir a un tráiler de regreso. Sin embargo, el conductor empezó a desconfiar de él debido a su aspecto desaliñado y nervioso. Al notar que el joven estaba constantemente mirando por la ventana y vigilando a los otros pasajeros, decidió detenerse y le pidió que bajara.
Confundido y desesperado, el exrecluta terminó en un Oxxo cercano, donde pidió usar el teléfono. Explicó al dueño de la tienda lo que le había pasado y que necesitaba comunicarse con su familia para regresar. El empleado notó su estado y le ofreció ayuda, prestándole 100 pesos para tomar un autobús de regreso a Guadalajara.
Una vez que logró regresar a casa y reencontrarse con su familia, decidió que no podía quedarse en el mismo lugar, temiendo que el CJNG pudiera rastrearlo. Consciente de los riesgos, habló con su madre, y ambos decidieron mudarse para protegerse. Dejaron su hogar y se establecieron en un lugar nuevo y desconocido para evitar cualquier represalia del cártel.