En Londres 2012 el tema fue la temperatura de las aguas del Serpentine, escenario principal de las pruebas de natación en aguas abiertas y el tramo acuático del triatlón.
En Río 2016, las dudas se sembraron alrededor de la calidad de las aguas de la Laguna Rodrigo de Freitas, sede del remo y el canotaje.
Más aún: no pocos participantes especularon con las ventajas para atletas locales por la elevada temperatura en Fort Copacabana, base de las competencias de maratón acuática.
Podríamos ser más escépticos aún y recordar que en Beijing 2008, esas pruebas de 10 kilómetros se disputaron en el Parque de Remo y Canotaje de Shunyi, que no era otra cosa que un canal aliviador, espacio bastante cerrado siendo que se denomina a la especialidad como de Aguas Abiertas.
Probablemente la especulación más grosera al respecto se haya dado en la previa de los YOG de 2018, en Buenos Aires. Las competencias de windsurf se realizaron en un complejo denominado como Perú Beach, en la Zona Norte del conurbano de esa ciudad. Se trata de una playa sobre el Río de la Plata, cuyas orillas argentinas están francamente elevadas en el dosaje bacteriológico. Se llegó a decir que era una ventaja para los atletas argentinos que, por entrenarse en ese escenario casi tóxico, tenían una flora intestinal inmune a cualquier contagio.
Más o menos cerca de la realidad, más o menos sensatos sean los planteos, este tipo de especulación responde a dos factores principales: la ansiedad que muchos tenemos de que lleguen ya mismo los juegos de París y la búsqueda del lado oscuro de la luna al cual suelen aferrarse algunos medios considerados outsiders de estas competencias. Pasa con los Juegos Olímpicos. Pasa con los Mundiales de la FIFA. Seguramente pasará también con los Oscars o los Grammys.
Lo cierto es que el tema del estado de las aguas del Río Sena vienen siendo de cierta sensibilidad desde hace buen tiempo. Poco importa respecto de la aventura de realizar una ceremonia inaugural en la que las delegaciones lleguen al punto de referencia en tierra navegando por el mítico brazo de agua parisino. El asunto tiene que ver, una vez más, con las aguas abiertas y el triatlón.
En efecto, no ha habido aún un control de calidad oficial que asegure que esas aguas hayan reducido su nivel bacteriológico hasta lo aconsejable para que un puñado de atletas compitan allí, por sanos que estos sean.
Al respecto, el Primer Ministro francés, Emmanuel Macron, afirmó una vez más que todo estará en orden cuando llegue el momento. “Yo mismo nadaré allí pero no daré la fecha exacta para evitar que se junta demasiada gente”, bromeó.
Más cautelosa fue la brasileña Ana Marcela Cunha, ganadora de los 10 km en Tokio 2021, que aconsejo disponer de un plan B por si acaso.
Nadie dice oficialmente que exista ese plan. Difícilmente no lo tengan en carpeta si efectivamente consideran que el asunto Sena puede no estar ordenado para los primeros días de agosto, fecha de las pruebas.
Mientras tanto, los fanáticos de los anillos tenemos que estar advertidos: a medida que se acerca la gran cita se harán más ostensibles los cuestionamientos y los anuncios agoreros sean en cuestiones de infraestructura o, especialmente, de seguridad.
A propósito, vale la pena recordar las palabras de uno de los responsables de Río 2016 que explicó que “no existe la organización perfecta ni el equipo que no cometa errores. Lo decisivo es que ese mismo equipo sepa subsanar las fallas, dar vuelta la hoja y salir adelante”.
Y si no les convence este argumento para sentirse tranquilos de que, como sea, París 2024 marchará de acuerdo con lo previsto, hagamos memoria.
Tanta fuerza tiene y tanto influye en las sociedades un encuentro olímpico que no fue sino en Tokio y por los juegos que el mundo volvió a reunirse en una sola ciudad, después de un año y medio de fronteras externas e internas absolutamente bloqueada por la pandemia.