La importancia de la belleza en la arquitectura y la protección del patrimonio histórico porteño

Qué es y como trabaja la neuroarquitectura. Un repaso por el estado de antiguas construcciones de la ciudad de Buenos Aires y el peligro de que sean demolidas

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Un edificio ubicado en Lafinur 3053 cuya protección fue desestimada
Un edificio ubicado en Lafinur 3053 cuya protección fue desestimada

Se podría definir a la belleza como esa cualidad estética que eleva las cosas ordinarias a algo más significativo. Es algo que capta la vista y cuya combinación de propiedades le provoca gran placer a la persona que la está percibiendo.

En una disciplina como la arquitectura, donde la apariencia de un espacio o una estructura es fundamental para el ser humano que lo habita o lo frecuenta, la belleza toma un rol central en su construcción.

Pero esta belleza no cuenta con un estándar único, sino al contrario, es un concepto totalmente subjetivo. Al analizar ejemplos a nivel mundial, se puede decir que la arquitectura románica que se aprecia en Italia es igual de bella que la arquitectura nipona de Japón, aunque estos dos tipos de belleza sean completamente distintos en apariencia. Aunque París atrae millones de turistas todos los años por su estilo Haussmann, se puede decir lo mismo de la Muralla China o del Machu Picchu peruano.

En cuanto a la ciudad de Buenos Aires, su belleza es multifacética y suele cambiar de cuadra en cuadra. Se aprecian distintos tipos de modelos arquitectónicos, desde lo Colonial, a lo Gótico, con tendencias del Monumentalismo o también características del Art Decó. Caminar por las calles porteñas también significa caminar por distintas épocas de nuestra historia. Cada uno de estos tiempos contribuyeron a la construcción de nuestro presente.

Un edificio ubicado en Viamonte 1861 cuya protección fue desestimada.
Un edificio ubicado en Viamonte 1861 cuya protección fue desestimada.

Cuando uno se toma el tiempo de apreciar la belleza que existe en cada rincón de Buenos Aires, esto tiene un impacto más grande en el cerebro de lo que somos conscientes, aseguró a Infobae Vanina Salinas, arquitecta especializada en diseño interior, neuropsicología clínica, y comportamiento humano.

“La belleza es una percepción de lo que nosotros vemos y de lo que sentimos al verlo, y hay muchos experimentos de neurociencia cognitiva que observan estos procesos cuando contemplamos un espacio arquitectónico bello”, comentó Salinas, quien también es miembro de la Academia de Neurociencias para la Arquitectura de Estados Unidos. “La percepción estética produce redes neuronales en estos procesos sensoriales y corticales simultáneos para transformar la percepción fenomenológica que tenemos”.

En el campo de la arquitectura, este fenómeno se conoce como la neuroarquitectura. Tal como lo sugiere la palabra, este concepto implica el diseño de entornos eficientes basados no solamente en la utilidad y la funcionalidad, sino que también toma en consideración el aspecto emocional del ser humano, con el fin de crear espacios que fomenten la felicidad y el bienestar.

Es por este concepto que, si el ser humano tuviera que elegir entre visitar una iglesia o visitar un hospital, probablemente optaría por la primera. La iluminación cálida, el diseño de los vitrales y los techos altos suelen ser más atractivos y reconfortantes que un hospital, donde el color blanco suele predominar y los ambientes se parecen entre sí, iluminados con una luz artificial abrumadora.

Un edificio ubicado en Cabello 3701 cuya protección fue desestimada.
Un edificio ubicado en Cabello 3701 cuya protección fue desestimada.

Fueron estas curiosidades las que convirtieron a Salinas en una apasionada por entender cómo lo que nos rodea puede influenciar en nuestro comportamiento, a tal punto que junto a una colega le dieron vida a NeuroArquitectura en Red, un emprendimiento que ayuda a otros profesionales a aplicar conceptos de las neurociencias en la arquitectura.

“Necesitaba entender cómo poder diseñar para lo que sentimos, no solo para lo que necesitamos. Cómo los espacios nos pueden ayudar a sanar o nos pueden enfermar en función de donde estemos y cómo pueden ayudar a mejorar una calidad de vida”, explicó.

“La neuroarquitectura es igual de importante en los espacios interiores que en los espacios compartidos, como en las fachadas de los edificios que conforman una ciudad”, sostuvo Salinas. Es un factor más que se suma a la relevancia que muchas construcciones tienen en cuanto a la historia, al patrimonio cultural de una metrópoli.

“Una de las cuestiones que más me sorprenden es la cantidad de historia que uno puede ir descubriendo al caminar por las calles de Buenos Aires. Uno va descubriendo lo que en su momento se quiso decir con esa arquitectura, lo que se quiso expresar a través de cada fachada y de cada moldura. Es alzar la voz a través del ladrillo y de los materiales de cada una de las épocas”, reflexionó Salinas.

Edificios con una protección patrimonial desestimada

La ciudad de Buenos Aires posee un Código Urbanístico en el que contempla aquellas parcelas o edificios que representan una importancia patrimonial histórica y garantiza su protección.

Sin embargo, actualmente, varios de los edificios que están listados en el Área de Protección Histórica, una página web creada y mantenida por la Secretaría de Desarrollo Urbano de la Ciudad de Buenos Aires, se encuentran en riesgo de demolición. De hecho, de los 151.499 edificios catalogados, la protección de 134.200 de ellos se encuentra desestimada. Varios de ellos fueron construidos antes de 1941 y entre los catalogados se encuentran escuelas, bares, cafés y hasta cines, abarcando todas las comunas que conforman a la ciudad.

Los primeros 50 edificios catalogados cuya protección se encuentra desestimada

Las Áreas de Protección Histórica fueron incorporadas al Código de Planeamiento de 1991, con el objetivo de proteger áreas de valor patrimonial, edilicia y ambiental. El código las define como “áreas, espacios o conjuntos urbanos que por sus valores históricos, arquitectónicos, o ambientales constituyen ámbitos singulares, claramente identificables como referentes de nuestra cultura”.

Al mismo tiempo, dicha ordenanza establece para todo el territorio porteño el procedimiento de catalogación de los inmuebles. En 2007 y 2009, se sancionaron las leyes 2.548 y 3.056 que establecieron medidas de Promoción Especial de Protección Patrimonial (PEPP) con la intención de proteger todas aquellas propiedades que se consideren representativas del patrimonio cultural porteño y edificios que fueron construidos antes del 31 de diciembre de 1941.

Estas leyes también obligaron al gobierno porteño a evaluar el valor representativo, histórico, y cultural de todos los inmuebles que recibieron pedidos de permiso o avisos de obra. Fue en esa época que se conformó un área de evaluación dentro del Consejo Asesor de Asuntos Patrimoniales, donde se fueron presentando los inmuebles.

En una conversación con Infobae, Marina Vasta, actual Gerente Operativa de Patrimonio Arquitectónico y Urbano de la Ciudad, detalló los criterios que se tomaron en cuenta para evaluar los inmuebles de las más de 160.000 parcelas que fueron revisadas. Primero se determina si el edificio tiene valor o no.

“Si el inmueble tiene valor, hay tres niveles de protección en la Ciudad de Buenos Aires: cautelar, estructural e integral. Entonces se le da un nivel”, indicó.

De acuerdo a una guía oficial de buenas prácticas para realizar intervenciones de inmuebles de valor patrimonial, la ciudad de Buenos Aires define que una protección cautelar “reconoce a inmuebles cuyo valor es el de constituir una referencia formal y cultural de área”. En este caso normalmente se debe proteger la fachada del edificio pero su interior puede ser intervenido.

Mientras tanto, la protección estructural está dirigida a “inmuebles de carácter singular referido principalmente a sus características tipología de índole arquitectónica”. Estos espacios sólo pueden ser modificados con previa autorización.

Por último, la protección integral de un inmueble reconoce a aquellos “de especial interés por sus altos valores histórico-culturales, arquitectónicos o urbanos que acrediten una relevancia multidimensional, tanto en lo tangible como en lo simbólico, que los convierte en hitos referenciales del contexto urbano”. En estos casos se admiten de manera estricta trabajos de conservación y restauración.

Actualmente, hay 8,836 inmuebles que tienen una protección cautelar, 885 con una protección estructural, y 73 con una protección integral, de acuerdo a la base de datos de Áreas de Protección Histórica.

Si el área de evaluación determina que un inmueble no tiene un valor, se desestima.

Un edificio ubicado en Av. Santa Fe 2266 cuya protección fue desestimada.
Un edificio ubicado en Av. Santa Fe 2266 cuya protección fue desestimada.

“Se desestima porque se considera que no tiene suficientes valores arquitectónicos, urbanísticos, o intangibles para considerar que se va a catalogar,” explicó Vasta. Y agregó: “Si se decide que el inmueble está desestimado, queda en una nota y esto se comunica al gobierno de la ciudad, que lo pone en la base datos correspondiente”.

Como se mencionó previamente, son 134.000 los edificios cuya protección está catalogada como desestimada. Estos inmuebles forman parte del 88 por ciento de los edificios listados en el Área de Protección Histórica que no cuentan con ningún tipo de protección.

El Consejo Asesor de Asuntos Patrimoniales se aloja dentro de la Dirección General de Interpretación Urbanística, que forma parte de la Secretaría de Desarrollo Urbano de la Ciudad.

“Como bien indica su nombre, es un consejo asesor que está conformado por al menos diez instituciones u organismos, y allí los representantes de estas instituciones, que son los que hacen la primera evaluación de los inmuebles, prestan servicios ad honorem”, explicó Vasta.

La arquitecta comentó que, entre los organismos que conforman este consejo, se encuentran la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Buenos Aires, el Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo, la Sociedad Central de Arquitectos, el Centro Internacional para la Conservación del Patrimonio, la Comisión de Planeamiento de la Legislatura, la Comisión Especial de Patrimonio de la Legislatura, dos representantes del Ministerio de la Cultura de la Ciudad, y la Comisión Nacional de Monumentos.

“Esta evaluación por el consejo es la que inicia luego el proceso de catalogación cuando se considera que un edificio tiene valor. Allí se firma una nota, que se la eleva a la dirección general de interpretación urbanística, y luego sigue su camino”, señaló. En esa línea, explicó que “si se considera que tiene valor, se debe iniciar un proyecto de ley para proponer esta catalogación en firme ante la legislatura”.

El patrimonio histórico como memoria

Entre los edificios que ya fueron demolidos, los lotes que quedaron en venta se fueron ocupando por oficinas modernas o complejos de departamentos, reemplazando lo viejo e histórico con lo nuevo; una pizarra limpia, sin pasado alguno. Desde una perspectiva arquitectónica y emocional, este fenómeno le genera varias inquietudes a Salinas.

La belleza tiene mucho que ver también con la memoria; las memorias colectivas del pueblo, de la ciudad, del lugar en donde quizás para algunas personas algo puede ser más bello porque hace referencia a una parte de la historia que tuvo que ver con sus memorias personales”, explicó. “Si no la tenemos, es como borrar parte de nuestra identidad. Es como no saber lo que ocurrió antes, no saber lo que se quiso decir con lo que se construyó, pasando por todas las épocas desde lo colonial, el monumentalismo, el art decó, el gótico o el neogótico, lo que fuere. Cada uno representó una parte de la historia de la vida de cada ciudad”.

En la misma línea, sostuvo que el patrimonio histórico de la ciudad no solo sirve para mirar, sino para ver cómo se construyó y por qué. Detrás de cada uno de esos espacios urbanos porteños, hay una historia que gira en torno a ellos.

“Si nosotros entendemos qué es lo que se quiso contar a través del patrimonio y de la historia, hace que empecemos a verlo mucho más bello de lo que ya es. Hace que pase de ser un edificio obsoleto o con meros signos decorativos, a que cada uno de esos signos decorativos nos quieren decir algo”, enfatizó. “Por qué eran altas las cúpulas? ¿Por qué se usaba este tipo de arcos? ¿Por qué tantos ornamentos en esta época? ¿Qué es lo que se quería contar a través de estos espacios?

La lucha entre lo bello y lo útil

El padre de Salinas es ingeniero. En discusiones sobre el diseño de espacios y su construcción, Salinas contó que tuvieron visiones opuestas sobre una cuestión en particular: la lucha entre la belleza y la utilidad. Una frase que su padre suele utilizar es “primero que funcione y después que sea bonito”. Entre las respuestas de Salinas, se encuentra: “No podemos diseñar un guante sin saber cómo es una mano”.

Aunque esta última frase en realidad la formó Anna Forés, una pedagoga y escritora española dedicada a la educación, Salinas la utiliza y aplica a la arquitectura. Sostiene que, desde esa premisa, necesitamos entender el cerebro, lo que sentimos y cómo nos comportamos para poder diseñar los espacios. Debemos ir más allá de la mera funcionalidad, y crear un puente entre ambos conceptos.

“Yo estoy convencida de que puede coexistir tanto la belleza como la funcionalidad. Entiendo muchas veces la necesidad por el crecimiento de la población, de cómo han tenido que adaptarse las ciudades y de reinventarse algunos lugares en función de las necesidades, pero acá es donde entra el hecho del respeto por lo anterior. No quiere decir que todo quede en el 1900, porque sí hay muchas cosas que hay que cuidar y mantener”, agregó. “No es directamente demolerlo todo, sino tratar de rescatar la esencia para poder transmitirlas para que también otras generaciones puedan disfrutar y puedan comprender de que nada nació en ese momento, sino que había una historia y mucho que contar anterior a esto”.

Un edificio ubicado en Adolfo Alsina 1921, en el barrio de Congreso, cuya protección fue desestimada.
Un edificio ubicado en Adolfo Alsina 1921, en el barrio de Congreso, cuya protección fue desestimada.

Salinas utilizó como ejemplo a las casas chorizo, producto del crecimiento demográfico de las ciudades rioplatenses a partir de 1850. La oleada inmigratoria de fines del siglo XIX en el país vio una explosión de este estilo de vivienda, caracterizada por su fachada rectangular y habitaciones ubicadas a lo largo de un patio interno, interconectadas a través de una serie de puertas. Aunque son una estructura autóctona de la región rioplatense, las casas chorizo están entre los edificios que más se están demoliendo.

“Quizás si hubiera habido una ley que protegiera en ese momento a las casas chorizo, no se hubieran demolido, sino que se hubiesen adaptado a la funcionalidad o incorporado a un nuevo tipo de vivienda unifamiliar, corporativa, comercial, o lo que haya sido necesario en ese momento”, sostuvo. “Aunque creo que es necesario el crecimiento de las ciudades, es necesaria la flexibilidad también, y es necesario que puedan coexistir tanto la belleza, la funcionalidad, la historia, el patrimonio y la memoria, porque eso somos”.

Qué dejarles a las generaciones futuras

A medida que aparecen inmuebles nuevos y modernos, también aparece el riesgo de la estandarización de la arquitectura. Esto puede ser el resultado de una insensibilidad a la hora de diseñar un edificio o un espacio.

“Es una gran responsabilidad para nosotros como arquitectos trazar una línea, levantar una pared, o abrir una ventana”, reflexionó Salinas. “¿Cómo hacemos para que todo lo que nos rodea nos mejore la calidad de vida? Podemos utilizar a los edificios como una herramienta para lograr una mejor forma de vivir. Estamos construyendo a través de ellos un tipo de sociedad”.

De la misma manera, esta responsabilidad recae en lo que la arquitectura de hoy les dejará a las generaciones futuras.

“Muchas veces valiéndonos solamente de este crecimiento de las ciudades a toda velocidad, sin salir del piloto automático en el que vivimos, y no ponernos a pensar en lo que realmente el ser humano necesita, es no tomar tomar conciencia de nuestro pasado, para saber qué necesitamos en nuestro presente y para comprender que lo que estamos construyendo va a influir en el futuro de las generaciones venideras”, concluyó.