Si existe una ciudad en la que se pueda condensar todo el arte del Renacimiento, esa es Florencia. Apodada comúnmente como la ‘cuna del Renacimiento’, esta localidad italiana alberga algunas de las obras de arte más emblemáticas de la historia. La ciudad, que fue hogar de genios como Michelangelo y Leonardo da Vinci, sigue cautivando a visitantes de todo el mundo con su riqueza cultural, histórica y artística. Pero esto no es todo, pues entre sus monumentos, se localiza la conocida como la “Capilla Sixtina del primer Renacimiento”.
Este espacio se localiza en la iglesia de Santa Maria del Carmen, junto al Palazzo Pitti y los Jardines de Boboli. Se trata de una de las joyas artísticas más importantes de Florencia que tiene su origen en el siglo XIV, cuando una de las familias más adineradas de Florencia adquirió la capilla en ese templo. A día de hoy, es la muestra perfecta de como ha evolucionado el Renacimiento gracias a cada pincelada de todos los pintores que participaron en este fresco.
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Hasta tres pintores diferentes
Los Brancacci fueron los que adquirieron en el siglo XIV una antigua capilla familiar situada en la iglesia de Santa Maria del Carmen, aunque no sería ya hasta el siglo XV cuando encargaron los frescos que hoy la decoran a uno de los talleres más famosos del momento. Este fue el taller de Masolino, donde también trabaja el joven artista Masaccio.
Ambos se distribuyeron entre sí las tareas para la creación de los frescos en las dos paredes de una capilla, dedicados a narrar las Historias de San Pedro. Este equipo de artistas, trabajando en perfecta coordinación, optó por emplear una paleta de colores uniforme con el fin de lograr una cohesión visual en la composición. Además, concibieron sus obras desde la perspectiva del observador situado en el centro de la sala, garantizando así una experiencia visualmente armoniosa y centrada para el espectador.
Sin embargo, en “septiembre de 1425, después de más de un año pintando mano a mano, Masolino abandonó la obra para trasladarse a Hungría, donde le ofrecieron ser pintor de la corte de Budapest”, señala el National Geographic. Ante esto, el joven Massaccio tomó el mando de la obra, pero en 1428 falleció, dejando la obra inacabada. Pero las desgracias no dejaron de cesar, pues los Medici se hicieron con el poder en 1436, echando a los Brancacci de Florencia.
No fue hasta 1480 cuando el “nombre de los Brancacci fue rehabilitado y los miembros de la familia pudieron regresar a la ciudad y recuperar sus pertenencias, entre las que se encontraba la preciada capilla”, detalla el mismo medio. Llegado este momento, el encargado de finalizar la obra fue Filippino Lipi, alumno de Sandro Botticelli.
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Una iglesia sencilla
La iglesia de Santa María del Carmen se fundó en 1268 y se terminó casi dos siglos después, en 1476. Se trata de un ejemplo de grandeza arquitectónica donde brilla también por su sencillez, pues su fachada está realizada en piedra y ladrillo. Durante los siglos XVI y XVII, la iglesia experimentó significativas transformaciones estructurales. En 1771, se vio afectada por un incendio catastrófico que llevó a su posterior reconstrucción. Bajo la supervisión de Giulio Mannaioni, y siguiendo el diseño arquitectónico de Giuseppe Ruggieri, la obra comenzó en 1775.
El recinto, diseñado en forma de cruz latina, destaca por su singular nave central flanqueada por cinco altares a cada lado. Los altares, ornamentados con estucos pertenecientes al estilo del siglo XVIII, agregan un valor estético y artístico importante a la estructura. Dimensionalmente, la iglesia mide 82 metros de largo por 15 metros de ancho. La cúpula, elemento arquitectónico central, alcanza una altura impresionante de 34 metros, dotando al edificio de una presencia monumental y elevada.