Desastre tras desastre: una inundación agudiza la miseria en la zona bélica ucraniana

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Especial para Infobae de The New York Times.

JERSÓN, Ucrania — Oleksiy Kolesnik vadeó la orilla y se puso de pie, tembloroso, sobre tierra firme por primera vez en horas, rescatado el miércoles por la mañana tras pasar la madrugada sentado encima de un armario en su sala inundada.

“El agua entró muy deprisa”, relató Kolesnik, que estaba tan débil que tuvo que ser ayudado a salir de un bote de goma por dos socorristas. “Sucedió demasiado rápido”.

Aguas fétidas, de color café, con bolsas de plástico y trozos de paja que daban vueltas en remolinos, bañaban las calles de Jersón, capital regional del sur de Ucrania, donde los equipos de rescate habían evacuado un barrio bloqueado por las calles inundadas. Los residentes, exhaustos, salían a borbotones de los botes de goma, llevando como mucho un bolso o una mochila, y a veces un gato o un perro.

La escena, en la que se veía una plaza inundada, era solo una pequeña imagen instantánea de la vasta devastación causada por la destrucción el martes de la presa de Kajovka, que desbordó un tramo de poco más de 80 kilómetros del río Dniéper hasta tragarse muelles, granjas, gasolineras, autos, fábricas y casas.

Esto sería una calamidad en tiempos de calma, pero afectó a una región asolada y en gran parte despoblada por la guerra, donde el río conforma el frente de batalla, en la que proporcionar servicios básicos y comunicación ya era un problema.

Arrastrando contaminación química, minas terrestres desprendidas y varios tipos de escombros —un refrigerador por aquí, un sillón rojo por allá—, el Dniéper metió sus dedos contaminados en las reservas de agua potable, ahogó los cultivos y expulsó a miles de personas de sus hogares en ruinas río abajo. Aguas arriba, redujo de manera drástica el embalse que muchos agricultores ucranianos necesitan para regar sus campos y que la central nuclear de Zaporiyia utiliza para refrigerar su combustible radiactivo.

“Nos estábamos acostumbrando a los bombardeos, pero nunca había visto una situación como esta”, aseguró Larisa Kharchenko, una enfermera jubilada de Jersón que pensó que podría aguantar la inundación el martes, cuando el agua le llegaba hasta las rodillas en su jardín pero aún no en su casa. El miércoles, el agua entraba por la puerta y en algunas zonas llegaba hasta los tejados de las casas.

“Sigue llegando”, afirmó.

“Alguien tiene que detener a Putin”, añadió, refiriéndose al presidente ruso, Vladimir Putin, que ordenó la invasión no provocada de Ucrania en febrero de 2022. Las autoridades ucranianas acusan a las fuerzas rusas, que tenían en su poder la presa, de haberla volado para obstaculizar una ofensiva ucraniana, aunque hasta ahora han aparecido pocas pruebas sobre lo ocurrido.

En la orilla del río controlada por Rusia, los residentes de la ciudad de Oleshki suplicaron ayuda en un grupo de chat en línea, buscando a sus seres queridos desaparecidos y solicitando asistencia a medida que crecían las aguas. Algunos escribieron que se estaban reuniendo en los edificios más altos de sus barrios. Los funcionarios locales —tanto los ucranianos que huyeron el año pasado como los instalados por la ocupación rusa— dijeron que casi toda la ciudad estaba inundada.

Kateryna Kovtun publicó un mensaje en el foro, buscando a sus abuelos en Oleshki, y se enteró a última hora del martes de que habían sido rescatados de un tejado y llevados a un pueblo cercano. “No sé qué será lo próximo”, comentó.

Oleshki es una de las 35 localidades afectadas en la orilla rusa del río, según Vladimir Saldo, administrador regional nombrado por el Kremlin.

La ciudad de Jersón, centro neurálgico de la industria agrícola ucraniana, se encuentra en la orilla occidental del Dniéper, controlada por Ucrania. El año pasado cayó en manos de las fuerzas invasoras, la mayoría de los residentes huyeron y estuvo ocupada durante meses. Los rusos se retiraron en noviembre, pero han seguido bombardeando la ciudad y sus alrededores desde el otro lado del río.

Muchos barrios, situados en acantilados sobre el río, no fueron afectados por la inundación, pero las zonas bajas eran un panorama de agua y escombros flotantes. Los equipos de rescate se aventuraron a salir en barcas para sacar a la gente de los tejados o de los pisos superiores de las casas, con el ocasional estampido de la artillería de fondo.

Todo el barrio de Ostriv, una de las zonas más vulnerables a los bombardeos rusos, fue evacuado.

Alla Snegor, profesora de Biología de 55 años, salió de un bote y miró hacia atrás, para observar las calles inundadas de la ciudad.

“Piensa en lo que hay en esta inundación”, dijo. “Pesticidas, productos químicos, petróleo, animales y peces muertos, y además arrasó con los cementerios”.

Las minas terrestres que plantaron los ejércitos fueron arrastradas por la corriente; algunas estallaron y otras han caído con la corriente a nuevos emplazamientos, advirtió Naciones Unidas.

Algunas personas desplazadas por la inundación fueron trasladadas en tren a Nikolaiev, ciudad portuaria del Mar Negro situada a menos de 64 kilómetros al noroeste de Jersón. Nikolaiev ya estaba bajo presión por su papel de centro de tránsito o de hogar temporal para muchas personas que huían de los combates. La región de Nikolaiev albergaba a cerca de 190.000 desplazados internos ucranianos antes de que se rompiera el dique, según la oficina de asuntos humanitarios de las Naciones Unidas.

“La inundación quizá empeorará una situación humanitaria ya frágil”, señaló la oficina. Miles de niños se encuentran entre los que huyen, añadió.

El sur de Ucrania tiene por delante muchas dificultades, como encontrar alojamiento a largo plazo para miles de personas. Pueblos y ciudades, como Krivói Rog, centro de extracción de mineral de hierro y fundición de acero, se han quedado sin agua potable, que se extraía del embalse.

La central nuclear de Zaporiyia era la principal fuente de electricidad del sur antes de la guerra; ahora en manos rusas, ha sido dañada por los bombardeos y no suministra energía a la red. Por ahora tiene suficiente agua de refrigeración, pero su futuro sigue siendo muy incierto.

“Esta es una catástrofe para todo el sur”, declaró Roman Kostenko, presidente de la Comisión de Defensa e Inteligencia del Parlamento ucraniano. Pero el miércoles, la tarea era salvar a la gente, dijo, y añadió: “Más tarde, nos ocuparemos del legado”.

El miércoles, Kostenko, que también es coronel del Ejército ucraniano, coordinaba las labores de los soldados que habían volado drones para hostigar a las fuerzas rusas con granadas de mano lanzadas. Ahora llevaban agua embotellada y alimentos a las personas varadas en los tejados.

Al llegar tambaleándose a la orilla desde botes de goma después de pasar noche y día en los techos de las áreas inundadas, varias personas dijeron que habían recibido la visita de aviones no tripulados mientras esperaban.

“Estaba sentado en el tejado de mi casa cuando pasó un dron y dejó caer una botella de agua con gas”, aseguró Henadiy Rotar, de 59 años. “Diez minutos después pasó otro dron y dejó caer una lata de carne”. Una vez localizado por el dron, no tardó en llegar un barco de rescate. “Pensé que pasaría otra noche en el tejado”, afirmó.

Kateryna Krupych, de 40 años, su hijo Maksym, de 12, y su hija Maria, de 4, llegaron a tierra exhaustos y descalzos. Habían quedado varados en un tejado de una isla cercana a la orilla oriental controlada por Rusia.

El miércoles, una unidad de las fuerzas especiales ucranianas de la agencia de inteligencia nacional, en coordinación con operadores de drones, comenzó los rescates en esta zona a través del río revuelto y desbordado.

Krupych dijo que los drones habían lanzado agua para la familia antes de su rescate. Cuando los tres llegaron a tierra, con un soldado llevando a María, una multitud los rodeó y ofreció caramelos a los niños.

“Un día más y eso habría sido todo”, comentó Maksym de la familia atrapada sin comida ni agua en la azotea.

La destrucción el martes de la presa de Kakhovka, que desbordó más de 80 kilómetros del río Dniéper hasta tragarse muelles, granjas, gasolineras, autos, fábricas y casas, causó una enorme devastación.

Residentes en tablas de surf maniobran a través de un vecindario inundado en Jersón, Ucrania, el 7 de junio de 2023. (Mauricio Lima/The New York Times)