"El fútbol que murió dos veces": cómo era ir a la cancha hace 60 años

Una historia que mezcla pasión y melancolía, entre la violencia y la incondicionalidad. La experiencia del periodista Alfredo Serra y su ejercicio como hincha, en su caso motivado por los colores de Platense. Un relato casi atemporal. Qué lo unió y qué lo separó del ritual de la cancha

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Imagen del último ascenso a Primera de Platense en 1976 en cancha de Vélez tras vencer 1 a 0 a Villa Dálmine
Imagen del último ascenso a Primera de Platense en 1976 en cancha de Vélez tras vencer 1 a 0 a Villa Dálmine

Sí: hoy se llevan mucho, reales o apócrifas, las historias de fútbol impresas en libros. Por fortuna, algunas abordan la buena literatura: un antídoto contra la insufrible cháchara previa y posterior a los partidos perpetrada -con escasas excepciones- por quienes, desde los medios electrónicos, no sólo despedazan el idioma de Cervantes; analizan el juego, por lo demás muy simple, como Winston Churchill la Segunda Guerra Mundial en tres tomos que lo ungieron premio Nobel. Cháchara que también satirizó Umberto Eco con su escalpelo, afilado en la piedra del genio.

Mi equipo, desde niño y por inevitable influencia paterna, es Platense. Y siempre lo será: un comunista puede tornarse capitalista salvaje; un católico ultramontano, apóstata, hereje, enemigo de la Cruz y aliado del Demonio, y un varón transmutarse en señorita, o viceversa. Pero nadie, nunca, en todo el vasto mundo, cambiará su camiseta, aun en el drama o la tragedia de sucesivas derrotas y descensos hasta el fondo del abismo. Por lo tanto, quiero hablar de fútbol desde dos tristes experiencias que no me alejaron de la pantalla pero sí de las tribunas.

Alfredo Serra a sus 15 años en la vieja cancha de Platense, sobre Manuela Pedraza y Crámer
Alfredo Serra a sus 15 años en la vieja cancha de Platense, sobre Manuela Pedraza y Crámer

Ya en sus 70 años, mi padre, muy enfermo, quiso acompañarme a la cancha, acaso como una sombría premonición. No a la modesta e histórica de Manuela Pedraza y Crámer sino a la de Vicente López: un trasplante difícil de digerir. Porque aquella fue el primer amor. Paredones rugosos, tablones de maderas largamente castigados, una oveja encargada de comer el pasto del field (todavía se usaban palabras inglesas) hasta dejarlo liso como una mesa de billar, y el tablero del Alumni: un cuadrado con chapas de letras y números que un ujier, encaramado en lo más alto del estadio, cambiaba a medida en que la radio -todavía no portátil: le avisaban goles, expulsiones y finales desde el palco de periodistas por medio de un auricular- daba cuenta de las novedades, y los hinchas acudían al código de la revista Alumni, que se compraba por un peso moneda nacional: negocio redondo. Pido perdón a las nuevas generaciones por esta rémora, pero así fue… Compré dos plateas.

Se enfrentaron -tarde de invierno- Platense y Huracán. Ganamos, como suele decirse, en esa extraña identificación de miles que se sienten once. Platense 4-Huracán 2. Tardamos en llegar a la calle: mi padre caminaba lentamente, y cada escalón le exigía el apoyo de mi brazo. No teníamos -nunca tuvimos- auto, pero la partida no parecía ardua: bastaba cruzar uno de los puentes de la General Paz y tomar un taxi. Misión imposible: en ambas cabeceras del puente más cercano al estadio, y también en la calle, se desató una batalla medieval. Incesante lluvia de piedras. Locura digna de mejor causa. Peligro inminente. Heridos. Sangre. Mi padre palideció. Tuve miedo de que su frágil corazón fallara. Por fin, una larga hora después, pudimos retornar a la seguridad de nuestra casa. Mi padre juró no volver, y murió al poco tiempo.

Serra padre y Serra hijo. El padre del periodista casi muere por una batalla entre hinchas de Platense y Huracán
Serra padre y Serra hijo. El padre del periodista casi muere por una batalla entre hinchas de Platense y Huracán

Dejé de ir. Pero unos años más tarde, por imperio de Mario Fahsbender, gran periodista, colega y entrañable amigo, reincidí. Fue una bella etapa. Mario, su hermano Chingolo y tres personajes de quienes nunca supe sus nombres (el almacenero, el fiambrero y estéreo, así bautizado por su inconfundible vozarrón) formamos una banda fidelísima a los colores marrón y blanco, instalada invariablemente en un rincón de la llamada, pomposamente, Tribuna de Socios.

No negaré que entre triunfos, empates y derrotas, fuimos razonablemente felices. Era, al fin y al cabo, un ritual. Pero apenas a sus 33 años, el corazón de Mario claudicó una mañana. Triste simetría: el coche fúnebre y la comitiva, rumbo a un cementerio de Pilar, pasó frente al estadio, y desde el auto que me llevaba hacia el acto final pude ver, vacío, el rincón en el que tanto habíamos gritado, puteado, sufrido, festejado. El grupo se disgregó, y nunca más volví. Padre muerto y amigo muerto fueron llamado, advertencia y renunciamiento. De algún misterioso modo, ambos me dijeron que aquellas alegres y pasionales expediciones habían perdido todo sentido, porque no hay mayor soledad que la de un hombre parado en una tribuna sin contertulios, sin abrazos ante un gol, sin bronca compartida ante una derrota, sin esperanza de que el próximo sábado o domingo fueran distintos. Mucho más tarde, el fútbol nativo se empobreció (más picapedreros que habilidosos), las bullangueras barras mutaron hacia el robo, la corrupción y el crimen, y la cháchara, inconmovible, siguió (y sigue) analizando un simple match como la batalla de Austerlitz. A lo Borges, "preferí, más que los arrabales y la desdicha, las mañanas del centro y la serenidad". Y cada tanto, frente a la pantalla de televisión, sigo al viejo Calamar sin más aliado que Kiara, una de mis gatas, que tal vez por una enigmática comunión espera el último pitazo dormitando en el brazo de mi sillón.

Julio Cozzi (1922-2011), conocido como “el arquero del siglo”, eminencia del Club Atlético Platense (El Gráfico)
Julio Cozzi (1922-2011), conocido como “el arquero del siglo”, eminencia del Club Atlético Platense (El Gráfico)

Y bien: éste es mi cuento del fútbol, y no otro. El primero y el último. Adiós para siempre. Adiós a las canchas con un beso. Y gracias por lo vivido en aquella juventud que también se esfumó entre las milagrosas atajadas de Julio Cozzi y los goles de Vernazza, Báez, Geronis, Francisco Rodríguez, Sayago, Bulla, Subiat, Miranda. Aquellos héroes de un tiempo pasado que nunca volverá, como las oscuras golondrinas de Becquer y los ojos celestes de mi padre.

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