“Correr. Esconderme. Tomar aire y pensar”. Como si fuera una voz en off, a Adrián Dárgelos no se lo ve, pero se lo oye. Con un falsete poco usual en él, le da forma al primer verso de “Adiós en Pompeya” mientras vuelve a aparecer a escena como un gladiador herido pero no vencido, y entona aprovechando el casi silencio que el resto de los Babasónicos dejaron tras la intro: una sinuosa y cautivante melodía dibujada por la guitarra embriagadora de Mariano Roger, sostenida por el ritmo en la batería de Panza Castellano y empujada por un viento emulado por los teclados de Diego Tuñón.
“Mientras ellos lo dilapidan / No hay más que nosotros haciendo lo posible”, cantó más adelante en la misma canción y, aunque probablemente no sea la intención original, puede ser aplicado al estado de situación actual del rock argentino. Un territorio árido, autoparódico, sin alarmas ni sorpresas, que empalidece en el contraste con la permanente evolución e innovación que propone Babasónicos.
Así fue el inicio de los bises del show que el sábado dieron en el Luna Park: una excusa más para tocar todas las canciones de “Discutible”, su último disco y actual manifiesto ético & estético.
Desde aquel consagratorio show de noviembre de 2002 durante los días de “Jessico”, a este encuentro en plena era “Discutible”, supieron hacer del “Palacio de los deportes” su hogar. Sobre este escenario montaron sus fantasías animadas en diversos formatos: largas escaleras como grúas (en 2008), la tribuna de Lavalle como continuación del escenario (2014), del negro + rojo + blanco a lo Krafwerk (2003), a una decoración en blanco & negro minimalista (2006) y a las habitaciones multicolor que fragmentaban a la banda (2011).
En el montaje de todas estas puestas estuvo, está y estará el escenógrafo Sergio Lacroix, quien trabaja con el grupo desde sus inicios. Para este recital, ideó unas patas de grillo que viraron hacia un luminoso triángulo irregular que contuvo a los siete babasónicos: el liderazgo sobrio de Adrián Dárgelos, la fina estampa en la guitarra de Mariano Roger, los “Diegos” Tuñón, Rodríguez y Castellano, la versatilidad instrumental de Carca y el bajo preciso de Tuta Torres. En el centro, una flor circular le dio vida a los colores; a sus costados, dos émulos del “London Eye” encandilaron con poderosos focos blancos hacia distintos puntos del público.
Tanta luz dejó en penumbras a los músicos, quienes se relegaron a un segundo plano por detrás del montaje pero también de su brillante repertorio.
La acústica del Luna Park empastó el sonido por momentos, especialmente cuando subían las revoluciones y la distorsión: por ejemplo en el comienzo del show, con “Fiesta popular” -suerte de guiño hacia la algarabía peronista; casualmente, entre la multitud compuesta por casi 8 mil personas, estuvo el electo gobernador de la provincia de Buenos Aires Axel Kicillof-, o en la revisión de viejas joyas como “Malón” y “Sátiro”.
Pero cuando el clima se tornaba más bailable o acústico, se apreciaron mejor las sutilezas: el keytar punzante en “Teóricos”, el beat irresistible de “Deléctrico”, los pasos hipnóticos de Diego Rodríguez en “Microdancing”, la voz de terciopelo de Mariano Roger en “El ringo” o el encordado western de “Su ciervo”.
Próximos a cumplir 30 años de carrera, podrían descansar tranquilamente en sus hits y dar un show apto para todo público, como suelen hacer casi todas las bandas argentinas de rock que permanecen en actividad. Pero lo mejor pasó por lo más reciente y, en específico, con la soberbia interpretación de “La pregunta”. Entre silencios y cambios de forma, uno entre la decena de interrogantes planteados dio en la tecla: “¿Quién está dispuesto a pelear, por honor, por lo que no vale nada?”. La imprescindible existencia de Babasónicos es la respuesta.