Miguel Ángel Solá: "Hay días en que siento asco de mí"

El prestigioso actor cree que su interpretación de un hombre 88 años será su último protagónico en el cine. Y en una entrevista íntima con Teleshow explica la razón. Además, el olvido de la industria argentina, la realidad social, y la importancia del aquí y el ahora

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"Mucha gente es un poco desaprensiva y cree que yo soy los personajes que hago", reflexiona Miguel Angel Sola (61). "Se confunden".

Su papel en El último traje es tan genial como resultó agotador el proceso para componerlo. "Abraham es un regalo del cielo: durísimo, el personaje más difícil que me tocó", cuenta Solá sobre el sastre judío de 88 años que interpreta en la película de Pablo Solarz, un papel originalmente pensado para Héctor Alterio, Pepe Soriano y Norman Brisky. "Ellos no pudieron, entonces decidieron saltar de generación y la elección recayó en mí. Tenía que hacerlo. Y tenía que hacerlo bien".

Sumarse 21 años y mantener la expresividad no fue una tarea fácil para Miguel Ángel, pero está maravillosamente lograda gracias a su interpretación y la caracterización de Almudena Fonseca.

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"Era una obra de arte que yo tenía que cuidar todos los días -explica el actor-. Después de tres o cuatro horas la cara ardía mucho, picaba mucho, y no podía rascarme, ni tocarme ni nada. Eran 16 horas desde que entraba y salía del personaje y llegaba al hotel, me ponía a estudiar la escena del día siguiente y yo ya sabía que me iban a quedar cuatro horas para descansar y después, ya otra vez a cargarme los 90 años".

Pero ese no fue el único desafío. Otra cuestión a resolver fue la corporal, ya que Abraham renguea. Y como en cuatro oportunidades a Solá le tocó interpretar a personas con problemas en las piernas, se concentró en buscar algo que claramente lo diferenciara. Así es la autoexigencia del actor.

—¿Por qué afirmás que éste es tu último protagónico en cine?

—Porque es lo que creo. Pero si es mi último protagónico, me felicito porque es hermoso. Personajes así ya no puedo hacer más, fueron dos meses que ya no podía sostenerlo encima, era horrible. Es más, con Pablo dejamos de vernos y hablarnos un mes porque ya no nos podíamos ni ver…

—¿Será tu último protagónico solo por esto? ¿Por el cansancio?

—No, tiene que ver con que en 20 años acá no me llamó nadie para trabajar en cine, para protagonizar absolutamente nada. (El director Luis) Puenzo me llamó para hacer "La puta y la ballena" pero a través de una coproducción con España, ningún otro director ni productor, salvo Héctor Olivera que me vino a ofrecer "Botana", pero yo no podía porque estaba haciendo teatro; en 17 años no me llamó nadie.

—¿Es ingrata la industria?

—Tendríamos que saber si es un industria. La industria argentina se remite a tres o cuatro nombres apoyados por los grandes canales de televisión o por los grandes multimedios, y se acabó. Si yo tengo que hacer una película es muy difícil que un multimedio esté atrás mío. Te dicen que es la ley de la oferta y la demanda. Es mentira: se promociona lo que se quiere promocionar y no se promociona lo que se quiere que no se promocione. No, no es ingrata; es así.

—Sos un actor súper valorado a nivel internacional, y también acá.

—Bueno, pero eso importa muy poco. Por ejemplo, todo lo que hice en Europa no se vio nunca. Se vio una serie por televisión gracias a la (TV) Pública, que tenía una programación en ese momento excelente gracias a una gestión de Tristán Bauer, y nunca más se vio nada mío. Los multimedios no hablan de los trabajos que yo hice, de los premios que gané. No le importaba a nadie, y es lógico si en 17 años no se pasa una película mía. Si no se pasa una serie mía, si las obras de teatro y los premios que he ganado, vuelvo a decir, no sirven para ocupar ni siquiera un espacio así en los diarios y las revistas…

—¿Y a qué lo atribuís?

—Qué sé yo, no sé. Es una cuestión quizás de empatía, o de que no importa. Piensan que ya bastante tenemos con que nos aplauda el público, deben creer eso. Cuando no se cree seriamente en las expresiones culturales de un pueblo, entre ellas el teatro, el cine, la televisión, pasa eso: somos figuritas de recambio. Es una cosa que tiene que ver con una decisión de toda la sociedad.

—Te escuché decir, vinculado a este personaje tan complejo de interpretar y tan lindo, que es muy sacrificado el proceso para el tiempo que tal vez después se le da en pantalla.

—Sí, quizás dura este fin de semana y nada más. Mi experiencia es esa. Si cambia y empieza a durar, como antes, que las películas duraban tres meses, cuatro meses, un año en cartel, inmediatamente digo: "¡Ay, que alegría, por Dios, que a 'El último traje' la vayan a ver millones de personas!". Sería el ser más feliz del mundo porque vale la pena.

—¿Y el cine que queda para la posteridad? ¿Eso no reconforta?

—No lo sé. Yo no voy a vivir la posteridad mía.

—¿Pero no te gusta saber que queda esa marca personal?

—Si mis hijas están orgullosas de lo que hice, sí. Y si los míos, y si la gente de mi país está orgullosa de lo que hice, sí. Pero eso yo no lo voy a vivir. Yo tengo esta boca ahora hablando; más adelante no voy a poder hablar por mi boca, hablaré por mis personajes.

—Antes de comenzar me dijiste que tenés que comer todos los días, y está claro. Pero, ¿se sigue disfrutando del trabajo además de tener que pagar las cuentas?

—Claro, el pan sabe de otra manera. Si no dejás lo mejor tuyo cada día en tu trabajo terminás asqueándote de vos mismo. Y corrés riesgos, hay días en que siento asco de mí. Pienso: "¿Por qué no intervine en este día mío, no hice nada por mí en este día?". Entonces digo: "Solá, me das asco", y empiezo a recapacitar dónde estoy, ahora, aquí, ¿quién me va a devolver este momento?, nadie, ¿quién va a traer atrás este instante que no tengo? Eso me hace estar con mi hija en el momento que estoy con mi hija, achuchando a mi hija, abrazando a mi hija, queriendo a mi hija, y se te van las emociones por todos lados porque decís: "¿Y si no la veo más? ¿Y si mañana me da un síncope y no la puedo ver más? ¿O si mañana me enfermo y tengo una enfermedad decrepitosa y no puedo salir de eso?". Porque yo tengo un carácter más bien melancólico, no soy mediático, no soy show off… No tengo nada más que ofrecer a la gente que mi capacidad para componer personajes, ser un buen tipo y tener que serlo con mis hijas y con la gente que amo y quiero.

—En "Doble o nada", que la reestrenaron, se toca algo de esto porque suponemos que tu personaje se va a morir, y habla de las prioridades.

—Sí. Igual, el terreno de "Doble o nada" es otro terreno, es más resbaladizo, no es el de "Abraham" o no es el de mi casa con mi hija o con la mujer que amo. No es un terreno de riesgo el personaje de "Doble o nada", va a perder lo que pierde desde que comienza hasta que termina la obra, y él dice: "Vos ganaste y yo gané también". O sea que no perdió. En su manipulación está el juego.

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—Sí, es un juego de manipulación entre ambos y aparece el doble estándar entre hombres y mujeres. Me quedé con una frase que decís: "Ninguna mujer puede ser directora de nada si la ven abierta de piernas".

—Sí, "…y gozando además". Es parte de la alineación en que se vive, es parte del estándar de vida, es parte de las reverencias que se hacen al Rolex, al Mercedes-Benz, los altares que se levantan al nuevo yate que te compraste, a los dos helicópteros. Es parte de esto, de encontrar un tipo que es representante de gente obrera, humilde, que tiene infinidad de propiedades (Solá se refiere al gremialista Marcelo Balcedo).

—Qué obsceno.

—Es obsceno, es absolutamente obsceno. Pero también estamos hechos de eso. Entonces, las conciencias no están vacías. Nadie puede trabajar para tener dinero en la otra vida, es absurdo, no saben si van a poder cambiar dólares en la otra vida. Pero hay gente en todos los planos, sobre todo en el plano dirigencial de este país, que es obscena.

—¿Y qué te genera eso?

—Dolor, mucho dolor. Yo he querido ver otro país, no que esa sea la clase mandante.

Una escena de El último traje
Una escena de El último traje

—Vos te tuviste que ir en 90, amenazado.

—Amenazaron a mi hija. Yo estaba amenazado, pero no me fui por eso.

—¿Evolucionamos desde ese entonces?

—No, somos consecuencia de ese momento. Somos consecuencia de uno de los peores momentos de Argentina que fue la década del 90. Somos consecuencia del latrocinio que se hizo con este país, del resquebrajamiento que tuvo este país en todo sentido.

—¿Pero hasta cuándo podemos ser siempre consecuencia de lo anterior? Siempre somos consecuencia de algún gobierno anterior y no logramos tampoco salir de ese lugar.

—Bueno, pero son cosas que están a la vista de cualquiera, no sirve hacer piquetes, no sirve hacer barricadas, no sirve. Estamos en una época en que es otra la forma. Si uno sabe que una ley, como la ley de la jubilación está hecha por gente que tiene asegurada una jubilación que es diez, 12, 15 o 20 veces mayor que la del jubilado normal, entonces esas personas que legislan tienen que tener la sincera vocación de mejorar la vida de los demás. Es muy fácil legislar cuando se sabe que se tiene el resto de la vida asegurada para que los demás no la tengan asegurada.

—Siempre tengo la fantasía de que nos gobierne gente que se atienda en un hospital público, que mande a sus hijos al colegio público, que viaje en el transporte que viajamos todos.

—Bueno, los premios Nobel que tuvo la Argentina salieron todos de colegios públicos, eh. Yo trato de ser honesto con mi vida, con mi profesión. He luchado por ver una Argentina justa, no me he amparado en ninguna bandería. Tengo un doble problema: no me refugio en un partido político ni recibo favores de un partido político, pero tengo en contra a todos, no tengo ayuda de ninguno. Nunca me he amparado en el Estado, he creído siempre que el Estado tiene que ser el bien de todos, no el que paga las cuentas, no el elefante blanco que nos aseguraba (Bernardo) Neustadt y que si privatizaban la deuda privada la hacían pública y la pagaba el Estado. Eso es una indecencia, y los que han especulado con eso son indecentes. No han ido a la cárcel. Bueno, había un juez de la Suprema Corte que decía que las leyes eran sugerencias. Y tenía razón. Siempre estamos a tiempo, pero depende de las voluntades dirigenciales y de hacer cumplir esas voluntades por parte de la sociedad. La sociedad no se puede lavar las manos. Pero no rompiendo vidrieras: eso no hace nada, no genera evolución y no hace revolución tampoco. Eso lo único que hace es lastimar a otro. Como los que pintan las paredes, lastiman al otro, al que vive ahí. ¿Para qué? Total que importa, son paredes. No. Por ahí se empieza.

—Ojalá nos amiguemos.

—Sí, pero no se puede amigar tirándose piedras. La única manera es juntarse y hablar y aguantar al otro, aguantar lo que se diga y escuchar al otro porque en algún lugar, desde algún lugar, el dolor reclama de verdad.

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