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Si hay algo de lo que nadie puede dudar cuando se nombra a Silvina Luna es de sus ganas de vivir. De su lucha por sanarse, tanto por dentro como por fuera, de su trabajo espiritual, de su buena energía. Las personas que estuvieron cerca de ella en sus últimos días de vida -sus amigas, su hermano Ezequiel - la acompañaron en el doloroso camino de ir soltando de a poco, de dejarse ir.
Cuando Silvina se enteró la enfermedad que le había causado la cirugía de glúteos que le había practicado el médico Aníbal Lotocki en el 2011, primero se quedó en silencio. “El día que me dieron el diagnóstico, subí a mi auto, en ese momento vivía en México, y todavía no puedo recordar qué pasó en esas dos horas después de que salí de la clínica. Me despertó de ese trance el llamado de una amiga preocupada porque yo no contestaba el teléfono. (...) Después de mucho tiempo empecé a preguntar cuál era mi vocación, qué sentido tenía mi vida y ahí comencé a aceptar todo”, escribió en el legado que dejó con su libro Simple y consciente.
Desde allí, la modelo se refugió en su trabajo interno, de aceptación, en su camino por tratar de encontrar un poco de paz. Y a pesar del doloroso proceso que atravesaba a nivel físico, especialmente porque los granulomas que tenía en el cuerpo le causaban tremendos dolores y la inhabilitaban constantemente, Silvina siempre se mostraba con una sonrisa.
Sus íntimas amigas, Eugenia y Analía, contaron al día siguiente de su muerte, que cada vez que le preguntaban cómo se sentía, ella siempre decía que estaba bien porque no quería hacerlos sentir mal. “En este último tiempo no podía moverse, le gustaba que le pusiéramos Luis Miguel de fondo”. Así, con su música preferida, con sus afectos cercanos, esperaba el milagro de poder volver a tener su vida de antes. Las ganas de vivir eran una de las cosas que nunca perdió, aun en las peores circunstancias.
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Con un fuerte trabajo interno, practicó meditación y en ese proceso se relajaba con pensamientos positivos, con palabras de amor. Incluso, todavía internada en el Hospital Italiano y cuando su salud no se había deteriorado, subía posteos de aliento a sus redes sociales. Se mostraba tal cual estaba, sin filtros ni pretensiones, y hablaba con su voz dulce. Pedía por su salud, se pensaba optimista por salir pronto de esa habitación en la que estuvo 73 días hasta el 31 de agosto que se apagó su vida.
Su hermano Ezequiel, el único familiar directo que le quedaba desde que habían muerto sus padres en 2008, fue su centinela y su voz en los últimos días. Gracias a su presencia, nada de lo que le ocurría en el día a día de su internación se filtró a los medios y todos guardaron un absoluto hermetismo con respecto a su estado clínico. Finalmente, fue él quien tuvo que tomar la dolorosa decisión de permitir que su hermana no fuera sometida a más maniobras invasivas para prolongarle la vida.
Ya a fines de agosto, cuando los médicos supieron que la modelo no podría vivir sin estar conectada a los aparatos que le sostenían sus signos vitales se lo hicieron saber a Ezequiel. En un principio, fue necesario que se lo expliquen varias veces, según relató el periodista Ángel de Brito en su programa LAM, porque era una determinación muy angustiante. Pero con el correr de las horas y siempre con la compañía de las amigas de Silvina fue comenzando el difícil camino de la aceptación y de dejarla partir.
Ella misma, durante esos últimos días de vida, acostada en la cama miraba a los ojos a sus más íntimos y entre lágrimas les decía que no soportaba más estar en ese cuerpo enfermo. Silvina, pese a su firmeza por mantenerse con vida, sabía que se estaba despidiendo. Eugenia, una de sus amigas, contó al día siguiente de su muerte: “Decía que no aguantaba más y se preguntaba por qué le estaba pasando eso”. También se supo que pedía por sus padres, ya fallecidos. Analía contó que los nombraba mucho en el último tramo. “Me están esperando”, decía entre sueños, como quien presiente lo inevitable.
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Sus últimas horas fueron de mucho dolor y de mucha angustia para sus seres queridos, pero también de mucho amor. “Fue hermosa su despedida dentro del dolor que sentimos porque estuvo rodeada de todos sus amigos y su hermano, dándole amor. De a poco, le fueron sacando las asistencias. Se fue yendo con todos nosotros ahí acompañando”, reveló una de sus mejores amigas.
Su deseo era ser libre. De ataduras, de la opinión de los otros, de dolor. Así lo expresó con sus palabras en uno de los capítulos de su libro, que queda como un legado de su lucha y de su vida. “Este libro nace a la orilla de muchas cosas: de una pandemia, de un proceso de cambio, de una nueva forma de pensarme. Y a la orilla del mar, por supuesto, que tanto tiene que ver conmigo. Siempre en movimiento, siempre transformador. Y libre, sobre todo, libre. Cada marea hace que piense en mi vida, en mis decisiones y elecciones, en los cambios que atravesé y los que tengo por delante. Le doy las gracias a mi pasado porque me trajo hasta acá. Y disfruto este presente donde encuentro plenitud, paz, felicidad y que me permite, por fin, reunir fragmentos de mí misma que estaban dispersos”.
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