José Melissare tal vez escuchó tantas veces comentarios sobre el valor de esas 948 monedas romanas, griegas y bizantinas compradas por el entonces presidente Bernardino Rivadavia en el siglo XIX que la idea de robarlas comenzó a darle vueltas en la cabeza desde hace años. Las piezas estuvieron guardadas y custodiadas en una sala ubicada bajo sus pies durante los 25 años que trabajó como empleado de mantenimiento en el Museo Histórico Nacional, en el barrio de San Telmo.
Así, según la acusación de la Justicia, presuntamente ideó y concretó junto a su hijo de 31 años, Jonathan, que también trabajaba en el Museo, y otro empleado infiel uno de los mayores robos en la historia reciente del patrimonio cultural del país: el lote completo de las monedas compradas por el ex presidente Rivadavia entre los años 1826 y 1827 con un valor, según los especialistas, millonario, “incalculable”.
Para concretar el hurto, el empleado y su hijo montaron un engaño. Los detectives del caso relataron que los sospechosos simulaban hacer refacciones de mantenimiento para lo cual había que preservar las monedas en un lugar de acceso restringido, en el subsuelo del Museo. Así, de a poco, robaron moneda por moneda.
Tras una investigación a cargo de la División de Protección del Patrimonio Cultural de la Policía Federal y bajo las órdenes del fiscal federal Guillermo Marijuán y el Juzgado Federal N°12, la banda cayó el 7 de marzo pasado en medio de un allanamiento en el interior del Museo mientras realizaban sus tareas diarias.
Luego fueron procesados por el delito de asociación ilícita, en concurso real con los delitos de hurto y tráfico ilícito de piezas arqueológicas: Infobae tuvo acceso al procesamiento en esta causa que se mantuvo bajo secreto de sumario durante meses.
Según quedó establecido, los investigadores no pueden dar certezas y no hay una fecha exacta de cuándo los delincuentes empezaron a llevarse las monedas del Museo, por lo que la trama del robo pudo haber comenzado hace años, meses o días antes de concretarlo.
Todo esto debido a los 25 años de trabajo dedicado que realizó Melissare, la confianza que cosechó con las autoridades del Museo fue la clave para llevar a cabo el robo: el sospechoso tenía acceso a todas las salas del Museo. Tanta era la familiaridad que tiempo atrás los convenció de contratar a su hijo para que lo ayudasen en su labor. Hoy, quizá, los directivos del establecimiento se pregunten si esa idea no fue parte del plan para cometer el robo.
De este modo, el dúo y su cómplice comenzaron a montar distintos tipos de refacciones en la sala donde estaban las piezas históricas, como, por ejemplo, pintar las paredes. Se dirigían al lugar, tapaban las cámaras de seguridad mientras trabajaban y se apoderaban de las piezas por tandas.
Una vez que lograron hacerse con el lote completo, era hora de monetizar ese valor “incalculable”. Pero el robo perfecto no existe.
Ahí comenzó la caída de la banda, según la investigación que duró dos meses. El 14 de febrero pasado, padre e hijo vendieron, de acuerdo al procesamiento, las primeras 133 monedas a un local de numismática dentro de una galería sobre la avenida Corrientes al 800 en pleno centro porteño.
En esa primera venta, los empleados de mantenimiento obtuvieron sus primeros $200 mil pesos. La idea era venderlas a difierentes compradores, con identidades falsas: la faena debía ser sigilosa.
Pero la banda no imaginó que ese comprador, pocas horas después, le mostraría a un coleccionista su última adquisición. Éste, sorprendido, le dijo que eran patrimonio del Museo Histórico Nacional, que no era posible comprarlas. Ante esto, el nuevo dueño de las reliquias se dirigió a la Justicia para realizar la denuncia.
Los detectives determinaron que las monedas estaban guardadas en oficinas de acceso restringido, es decir, que no estaban a la vista del público, por lo que se comenzó a rastrear a las personas que tenían posibilidad de ingresar a esa zona del museo. Y en paralelo intervinieron varias líneas telefónicas.
Mientras la investigación tomaba forma y todos los indicios comenzaban a recaer sobre ellos, la banda, ignorando que la policía ya los tenía en la mira, continuó con la venta. La segunda transacción se concretó el 17 de febrero y en ella se desprendieron de cinco monedas por $15.000, con la excusa de que eran una herencia de un abuelo. Tres días después, por $100.000 vendieron un lote de cien monedas.
El rumor empezó a correr dentro del mundo de los coleccionistas y las ventas fueron cada vez más rápidas y cuantiosos: el 26 de ese mismo mes licuaron 175 monedas a $82.500 y 1500 dólares.
Las operaciones se sucedieron hasta el día previo a su detención. El 6 de marzo vendieron 185 monedas a $170.000. Al día siguiente, la división de Patrimonio Cultural de la PFA arribó al Museo y detuvo a los tres empleados infieles que fueron llevados a un calabozo en los tribunales de Comodoro Py.
Tras su detención, los empleados de mantenimiento se negaron a declarar y quedaron arrestados. Meses después salieron: fueron procesados sin prisión preventiva y con el embargo de sus bienes hasta cubrir la suma de $3 millones de pesos.
Sin embargo, hasta el momento los investigadores no recuperaron el lote completo: aún resta encontrar 327. Las piezas buscadas, por su parte, cargan con un pedido de secuestro nacional e internacional y se encuentran publicadas en la página de Interpol, cada una con su descripción. Además todas las casas de numismática del mundo han sido alertadas. “Hoy no se pueden vender en ningún lado, si todavía las tienen no pueden hacer nada. Creo que tarde o temprano las van a entregar, ellos o quien las tenga”, relató una fuente del caso.
Seguí leyendo: