“La banda del correo”: ascenso y caída del clan de jóvenes narcos que movía kilos de éxtasis entre Córdoba y Chile por encomienda

Una red de colombianos y argentinos de entre 20 y 28 años fue descubierta cuando intentó pasar a un paquete de drogas sintéticas dentro de una laptop Mac. Deudas de dealers que se pagan con delitos y sus conexiones en San Luis y Madrid

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Dos de los seis detenidos en Argentina, acusados de triangular éxtasis entre España, Argentina y Chile
Dos de los seis detenidos en Argentina, acusados de triangular éxtasis entre España, Argentina y Chile

Quizá porque a esa edad se siente impunidad ante la muerte (y la cárcel es una forma viva de morir) o tal vez porque les resultaba una práctica relativamente segura, la banda del Mecánico”, jóvenes colombianos, argentinos y chilenos sub 30, creyeron que el éxito de su empresa no se detendría jamás. No fue así.

La “distribuidora” de drogas sintéticas que montaron, con ramificaciones en el rubro de la falsificación de documentos y la venta de armas y que llegó a Córdoba, San Luis y Santiago de Chile, vio el ocaso el otoño que se fue, cuando la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) intuyó que el paquete de focos de luces LED con destino a la capital trasandina tenía algo raro, una densidad extraña, que al descubrirla no era otra cosa que un polvo rosado: un kilo y medio de MDMA, éxtasis.

El plan parecía “perfecto” y se apoyaba en una idea sencilla pero arriesgada: ingeniar pequeños caballos de Troya para ocultar las sustancias y confiar en que, entre tanto paquete yendo y viniendo de un lado para el otro, ningún policía sospechara de la presunta inocencia de artefactos electrónicos. Como casi todo negocio dio resultado, pero sólo un tiempo.

Mateo Sánchez Gil (21), Juan Sebastián Hernández Quintero (28) e Ignacio Rivarola (20) son los principales implicados de un grupo de seis jóvenes que irá a a juicio por ser sospechosos, algunos con mayor responsabilidad y complicaciones que otros, de haber formado una banda que triangulaba éxtasis y otras sustancias entre España, Argentina, Chile, y posiblemente Uruguay.

El envío descubierto en Ezeiza
El envío descubierto en Ezeiza

Los investigadores desconocen desde hace exactamente cuánto la banda que manejaban Sánchez Gil y Hernández Quintero, que en las llamadas telefónicas se hacía llamar “El Mecánico”, movía drogas sintéticas, pero sí se sabe que fue hasta el 28 de marzo de este año.

Ese día al negocio le bajaron la persiana agentes de la PSA cuando descubrieron que había éxtasis oculto en cinco focos de luz y una computadora de escritorio Mac mini metidos todos en un mismo paquete con los datos de Rivarola porque los aparatos tenían un peso exagerado para el material del cual estaban hechos.

Sin embargo, en lugar de salir a detener al remitente del paquete, la fuerza de seguridad de los aeropuertos en ese momento comenzó un trabajo conjunto su par chilena y la Justicia de Argentina (a través de la PROCUNAR) y Chile: simularon que una vez más la trampa había dado resultado y dejaron correr la encomienda.

Claro que no a ciegas. Los investigadores activaron lo que se conoce como “entrega vigilada”. Intervinieron teléfonos de los presuntos implicados y rápidamente descubrieron el andamiaje de la banda, cuyos actores principales irían apareciendo de a poco: tres jóvenes colombianos, dos en Argentina y uno en Chile, más tres argentinos y al menos un chileno. Detrás de ese kilo y medio de éxtasis que cruzaba marcado había mucho más.

La Brigada Antinarcóticos de la Policía de Investigaciones de Chile infiltró a un agente y lo hizo pasar como empleado de DHL, la empresa de correo contratada en Córdoba por Rivarola, un joven de 20 años que, según declaró ante la Justicia una vez detenido, quedó atrapado en la red montada por Sánchez Gil y Hernández Quintero, los colombianos instalados en Córdoba, quienes lo habrían obligado a hacerles “favores” a ellos a cambio de cancelar una deuda de 8.000 pesos que tenía por falta de pago en la compra de drogas para su consumo.

La imagen que resultó sospechosa para los agentes de la PSA en la encomienda que mandó Rivarola a Chile
La imagen que resultó sospechosa para los agentes de la PSA en la encomienda que mandó Rivarola a Chile

Rivarola relató una historia personal dramática: declaró que sufrió bullying de chico, que su mejor amigo se murió de cáncer a los 17, que otro tuvo un accidente en moto y que por eso, otro amigo se suicidó. Y que ese mismo año su madre se enfermó de cáncer. ″Me daba lo mismo morirme y empecé a consumir mucho. Así conocí a Mateo y a Sebastián", relató en busca de empatía.

El agente encubierto chileno siguió el paquete que había mandado Rivarola y llamó por teléfono al presunto destinatario, con la excusa de que había que chequear información. El sospechoso probablemente se dio cuenta del engaño porque no quiso recibir nada. Pero el kilo y medio de éxtasis no iba a quedar abandonado. Su valor en mercado está calculado en 22.288 dólares.

A los pocos días, entonces, un ciudadano colombiano llamó a DHL para reclamar el envío y allí le dijeron que sólo podía retirarlo con un poder firmado por el destinatario. La Policía del país vecino entonces montó vigilancia en las oficinas de la empresa postal y el 17 de abril pasado descubrieron a los verdaderos receptores: el chileno Rodrigo Gatica González, y los colombianos Andrés Preciado Salazar y Didier Peláez Quinchia. El primero entró al local a buscar el paquete y los otros lo esperaron en un auto.

Peláez Quinchia había llegado a Chile unos meses antes de ser atrapado. Aterrizó desde Córdoba, donde compartía departamento con Sánchez Gil y Hernández Quintero. Se presume que ellos fundaron la asociación ilícita que se expandió al otro lado de los Andes. Didier se mudó y su trabajo en Santiago consistía no sólo en distribuir la metanfetamina, también en convertir en píldoras el polvo que le mandaban desde Argentina. Al tener la máquina para hacer las pastillas en Chile, el envío resultaba más fácil de camuflar. O casi.

Algunas de las pastillas que vendía la banda radicada en Córdoba
Algunas de las pastillas que vendía la banda radicada en Córdoba

Se presume que él y Sánchez Gil comenzaron con el emprendimiento y en noviembre de 2018 se incorporó “El Mecánico”, recién llegado de Colombia especialmente para nutrir la ingeniería del emprendimiento, tal como lo admitió en una confesión hecha ante los investigadores como “arrepentido”.

Los tres son oriundos de la ciudad colombiana de Pereira y según admitieron ante los investigadores, desde que llegaron a Argentina se dedicaron a traficar drogas sintéticas y también marihuana. Didier además falsificaba documentos y vendía armas en Chile. Mucho de lo que recaudaban lo mandaban a sus familias en Colombia: en dólares y en efectivo. Para eso lo usaban a Rivarola. Se registraron diversos envíos de aproximadamente 1.000 dólares cada uno.

Para no dejar rastros, tanto en Chile como en Argentina, los colombianos empleaban personas de esos países para sacar o recibir los paquetes con las sustancias. Ellos la “importaban” desde Madrid, España, y la comercializaban especialmente en Córdoba, aunque también hay registros de que lo hicieron en Salta, Santa Fe y Buenos Aires.

Los investigadores avanzan paralelamente sobre la conexión de la banda con el mercado europeo de drogas sintéticas. Las pistas se mantienen en estricta reserva. En su declaración indagatoria Hernández Quintero dijo que compraban el MDMA (la forma de llamar, por sus siglas, al coloquialmente conocido como éxtasis) en la deep web. En la Justicia toman con pinzas ese testimonio. Sospechan que puede haber un vínculo más directo con el proveedor.

Las metanfetaminas llegaban a Córdoba desde Europa en polvo o en pastillas. No iban directo a esa provincia, o al menos así fue en los casos que se descubrieron después del 28 de marzo. Tenían como destino distintas casas en la ciudad de Villa Mercedes, en San Luis, a cuatro horas y media en auto de la capital cordobesa.

Las diferentes fotos halladas en los teléfonos celulares de los sospechosos
Las diferentes fotos halladas en los teléfonos celulares de los sospechosos

La modalidad de recepción de las encomiendas psicotrópicas en Chile y en Argentina era la misma: usaban a personas de esos países para recibir los paquetes. Algunos sabían qué traían y otros no. Los colombianos les pagaban por la diligencia y la discreción. Pero los exponían a presentar su DNI, firmar la recepción y dejar un teléfono de contacto en las oficinas de correo.

Ese rol admitió Rivarola en las indagatorias, conocido en el grupo como “Chiva”. Pero a pesar del relato de su pasado doloroso los investigadores no le creen. Está imputado por el fiscal Jorge Dahl Rocha, como los dos colombianos, por los delitos de tráfico de estupefacientes y tenencia para consumo, ya que en los allanamientos encontraron en todos los casos éxtasis, cocaína, marihuana y LSD, además de balanzas electrónicas de precisión.

Respecto de Ignacio Rivarola, según el expediente del caso está comprobado que hizo al menos dos envíos de drogas sintéticas a Chile, el del 28 de marzo y otro en enero de este años.

El hallazgo de marzo permitió desentrañar la operatoria de la banda a través de las escuchas telefónicas y el seguimiento. Así pudieron detectar cómo Hernández Quintero llevaba y traía sustancias de San Luis a Córdoba y cómo distribuía en la capital cordobesa. Tanto él como Mateo usaban palabras clave para referirse a las drogas: “chalequito”, “remera”.

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Hernández Quintero reconoció que llegó desde Pereira para trabajar en la venta de drogas con Mateo y Didier. Así, este joven de 28 años se convirtió en dealer. “Los contactos me los pasó Mateo de su teléfono”, reveló, después de que enumeró la forma que tenía de comercializar MDMa en Córdoba. Usualmente se encontraba con los clientes en espacios públicos. Había quienes le compraban para uso personal y otros que le pagaban hasta 100 mil pesos, para revender en fiestas electrónicas. “A ‘Lucho’ lo contactaba en lugares públicos. Le vendía de a 10 gramos y 50 pastillas de éxtasis para eventos importantes", explicó.

Según él, el que daba las órdenes era Mateo. “Me mandó varias veces a buscar paquetes a San Luis”, confesó. Y así sucedió también con el paquete descubierto en marzo en Ezeiza. “Respecto del envío del ‘Chiva’, Mateo preparó el envío y me lo dio, y yo se lo llevé a ‘Chiva’, y ‘Chiva’ fue quien lo envió a Chile. No sé si ‘Chiva’ sabía que el envío tenía droga, Mateo habló con ‘Chiva’”, aclaró.

La actitud de Mateo Sánchez Gil con los investigadores fue distinta. Aseguró que las drogas encontradas en su casa eran para consumo personal y que sobre el contrabando a Chile no sabe nada: “No aparecen mis datos, no sé nada de eso”.

Pero Mateo figura en escuchas telefónicas donde dialoga con Didier, con Rivarola y con Hernández Quintero. Incluso los investigadores registraron el momento en que se enteraron de que habían detenido a los tres integrantes de la banda en Chile.

Por eso, en base a las pruebas juntadas durante la investigación, el juez Ezequiel Berón de Astrada, titular del Juzgado Nacional Penal Económico Nº 1 dispuso en julio el procesamiento con prisión preventiva de Rivarola, Sánchez Gil y Hernández Quintero. Sobre “Chiva”, decretó un embargo sobre los bienes por $4.470.000, mientras que para los colombianos la cifra asciende a $19.760.000.

Los tres esperan el juicio bajo la sombra del penal de máxima seguridad de Ezeiza. Podrían pasar hasta 15 años allí adentro. Otra vez pobres, no duermen tan lejos del lugar donde su vertiginosa carrera como narcotraficantes se apagó, aquel 28 de marzo, cuando alguien de la PSA no confió en el contenido del paquete que iban a meter en un avión con destino a Chile. Y se les terminó la suerte.

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