Los vecinos de Villa Ballester marcharán para pedir justicia por Zaira: "No se puede vivir más así"

Nadie encuentra explicación al crimen de la joven piloto

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"En este caso no sirve la justicia. Tienen que morir". El que habla es Pablo Rodríguez. Se lo observa abatido, cansado. Casi no durmió en los últimos dos días. Tiene los ojos irritados de tanto llorar. En su frase cruda y cargada de dolor hace referencia a los dos motochorros que el sábado a la noche asesinaron cruelmente a su hermana, Zaira Rodríguez, de 21 años, de un balazo en la cabeza en un intento de robo en la puerta de su casa en Villa Ballester.

Todo sucedió en menos de un minuto. Zaira y su novio, Nicolas Impiombato, llegaron en el Volkswagen Gol del joven a la casa de la chica cerca de las 21. Manejaba él. Su familia los esperaba porque se iban al cumpleaños de la abuela materna. Apenas estacionaron frente a la vivienda, una moto con dos delincuentes a bordo se cruzó delante del auto. Nicolás aceleró y los tiró. No detuvo su marcha y el rodado se enganchó debajo del vehículo. Arrastró la moto casi una cuadra y media. Pero, apenas pudo reincorporarse, uno de ellos comenzó a disparar. Fueron cerca de 5 tiros. Un proyectil impactó de lleno en la cabeza de Zaira matándola prácticamente en el acto. Los ladrones escaparon corriendo.

Zaira era corredora de Karting. Su pasión eran los fierros. Compartía ese amor junto a su padre, también corredor del TC 4000. Con mucho esfuerzo había abandonado la casa donde vivió toda su vida para alquilarse su primer departamento. Lo había logrado hacía solo dos meses. Estaba por cumplir tres años de novia con Nicolás.

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A 36 horas del hecho que les cambió la vida, la casa de los Rodríguez está hundida en una desazón profunda. Este lunes recibieron visitas durante toda la mañana. Desde las 9 la escena se repitió una y otra vez. Amigos y familiares tocaron timbre y fueron recibidos por Claudio, papá de Zaira, que con la cara atravesada por la tristeza abría la puerta y se fundía en un abrazo con quienes lo visitaban para darle el pésame. Adentro hay tíos, primos y amigos. Nadie entiende. Nadie puede creer. Nadie encuentra una explicación. Todos lloran.

Justo enfrente de esa casa hay un chalet con rejas negras. A las 12 llega un auto oscuro e ingresa a la cochera. Es la casa de los abuelos paternos de Zaira. Del vehículo desciende Diego, su abuelo. Baja abrazado a un portarretratos que contiene una foto de su nieta que posa junto a su abuela. Ambas sonrientes y felices. En la parte superior derecha se lee "Villa Gesell 2014".

"¿Qué querés que te diga? Mirá lo que era. ¿De qué me sirve la justicia? Estamos destruidos. Estaba llena de vida. Se había alquilado su departamentito, trabajaba con el papá. No le hacía mal a nadie. Era un sol. No me la devuelve nadie", le dice a Infobae mientras su voz se va quebrando de a poco.

En el sector derecho de la vivienda en la que tantas veces Zaira entró corriendo a jugar hay un pequeño pasillo que conduce al patio trasero, también con una reja. Mientras Diego habla se asoma una mujer. Es la abuela de la joven. "Queremos justicia", alcanza a gritar antes de que sus piernas comiencen a flaquear y rompa en un llanto desconsolado. Tiene el alma partida y se le nota. Algunos segundos después una chica joven, prima de Zaira, se acerca por detrás y la contiene. La escena es desgarradora. El dolor personificado en dos abuelos que apenas pueden entender lo que les está sucediendo.

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Mientras tanto comienzan a acercarse vecinos. Todos quieren abrazar a la familia. Todos quieren reclamar por seguridad. Saben que no fue un hecho aislado: "Estamos cansados. No se puede vivir más así. ¿Hasta cuándo? ¿Dónde carajo está el Estado? Ellos nos tienen que cuidar. Hace más de 70 años vivo en este barrio. Toda la vida. Y este es el peor momento que recuerdo en cuanto a inseguridad", reclama Pedro Rusto, vecino y presidente del foro vecinal ante Infobae.

Son casi las 14 y al menos 50 vecinos llegaron hasta la casa de Zaira. "Zona liberada, zona liberada" es el cantito común. Muchos con lágrimas en los ojos y agitando pancartas hechas con improvisación. En los carteles llaman a todos a sumarse a la marcha que se hará mañana martes a las 19 en la zona reclamando justicia y seguridad: "Somos vecinos muy unidos. Nos conocemos hace mucho. El barrio tiene un dolor increíble. Soy amiga de la familia. Muy amiga de la abuela. Zaira jugaba con mi nieta cuando eran chicas. No lo podemos creer", el testimonio de Liliana sirve como ejemplo de la tristeza en la que están sumidos todos los vecinos de Ballester.

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Algunos minutos después de las 15 la puerta negra de la casa de los Rodríguez se abre y sale Claudio. Se acerca a los muchos medios que están cubriendo la noticia. Abrazado de su hermano y de un amigo se planta, como puede, frente a los micrófonos: "Mi familia está pasando por un momento muy malo. Nos mataron a nuestra hija y no tengo palabras. Lo único que quiero es arrancarle las ojos, porque no se merecía mi hija esto. Lo único que digo es que no se me crucen, porque los voy a destruir". Luego comienzan los abrazos con los vecinos que se agolparon en la calle Sarmiento. Palabras de aliento que no alcanzan pero que ayudan. Salen también a la calle tíos, abuelos y su hermano Pablo.

Zaira tenía, además, otro hermanito. Uno de sólo 6 años. Fue uno de los integrantes de la familia que escuchó los estruendos esa noche. "Sabe toda la verdad. Todavía no entiende mucho pero le dijimos lo que pasó por que él estaba cuando sucedió. Yo todavía no caigo en lo que estamos viviendo. Trato de ser fuerte", cuenta Pablo mientras abraza a su abuelo.

(Imágenes El diario de Mariana)
(Imágenes El diario de Mariana)

Cuando los vecinos comienzan a regresar a sus hogares llegan al lugar representantes el Ministerio de seguridad y de la Policía Bonaerense para juntarse con la familia.

Mientras tanto la investigación continúa. Por el momento hay un solo detenido y un prófugo que estaría identificado. El hombre apresado, que no sería quien disparó, se llama Pablo Daniel Murray. Tiene un importante prontuario. En 2011 fue detenido por daños contra un comercio, en 2012 por tenencia ilegal de arma de fuego, en 2016 por robo agravado. Ninguno de todos estos delitos fue suficiente para que quedara detenido. Una escalera delictiva ascendente que terminó con su participación en este homicidio.

Pero a la familia poco le importa lo que se lee en el expediente. No pueden ni quieren pensar en eso: "Queremos que los atrapen pero ¿de qué nos sirve? A Zaira no nos la devuelven nunca más. Encima después salen libres. El dolor es tan grande que solo queremos llorar".