-Después seguimos, ¿sí?
Aunque trató de ser amorosa, era obvio que quería huir de mí. La comprendo. Cómo no entenderla si yo mismo quiero escaparme de mí. El tema es que no puedo.
Con lo que me costó animarme a ir a fiestas. Si siempre fui tímido, haber perdido un brazo potenció el aislamiento. Mis padres me dicen que la adolescencia es la etapa de las inseguridades. No puedo saberlo porque justo cuando la empezaba tuve la amputación por el maldito cáncer en el húmero.
Todo lo que me costó aprender a vivir con una sola mano. Desde las cosas más elementales como abrocharme los botones o cortar la comida con el cuchillo cuando no puedo fijarla con el tenedor. Y ni hablar de exponerme a otra persona. Las personas me miran con pena, con miedo. Ni toleran mirarme a los ojos.
Estuve meses buscando excusas con mis amigos para no ir a ninguna fiesta. Después, cuando me animé, pasó mucho tiempo hasta que pude sacar a bailar a alguien que me gustaba. ¡Y me dijo que sí!
Todo venía bien hasta que ella se dio cuenta de que mi brazo derecho no era un brazo. Cuando tomó consciencia de que era una prótesis se quedó dura como una tabla. Toda su gracia desapareció en un instante de pánico.
Intentó remarla, para no parecer cruel. Fingió normalidad, dos temas más, hasta que con una sonrisa me dijo esas tres palabras tremendas: “Después seguimos, ¿sí?”
Es obvio que no habrá después.
Todas mis ilusiones se derrumbaron como un castillo de cartas. Ninguna chance de que ella le presente a sus padres un novio manco. No me quiero ni imaginar la escena. ¿En qué momento deliré pensando que algo así sería posible?
Mis compañeros no están enterados de lo que acaba de pasar y solo piensan que tengo mala onda. La verdad es que ni tengo ganas de explicarles. ¿Para qué volver a hacerme mierda?
Después de un rato de ver como los demás bailan, con mi cuerpo ahí pero mi mente a miles de kilómetros, me doy cuenta que no tiene sentido quedarme. No hay ninguna posibilidad de que vuelva a sacar a bailar a otra chica, así que decido irme.
Mis amigos no quieren que me vaya pero no me importa. Mi casa está lejos y elijo volver caminando. Necesito tiempo para pensar, ver si puedo ponerle palabras a tantas emociones que siento.
Después de caminar casi dos horas llego a casa. Son las cuatro de la mañana. Voy a la cocina y me sirvo un vaso de gaseosa. En mi cuarto me saco la prótesis para dormir, y después doy vueltas y vueltas en la cama sin poder pegar un ojo. Harto de este desvelo prendo la luz y me pongo a leer un cuento de Asterix que ya leí cien veces. A eso de las siete apago la luz y me duermo.
Me despierto a las dos de la tarde. Me encuentro con mis padres en el comedor de diario. Mamá preocupada, me pregunta:
-¿Qué pasó? Encontramos tu prótesis en el tacho de basura, y no parece estar rota…
-No tengo más ganas de sostener una fachada, mamá. De ahora en más, quiero que de entrada me conozcan tal cual soy. Si les gusta, bien, y sino mala suerte. Fingir que tengo dos brazos es agotador. Estoy todo el tiempo con miedo a que me descubran. Me cansa y estresa. Mejor mostrarme como soy. Además, tampoco tengo ganas de que los demás se sientan estafados cuando vean que ocultaba que soy manco. No habrá más engaños ni simulaciones. Soy éste, tómenlo o déjenlo.
Con los ojos llorosos, mamá me da un abrazo largo.
-Sos tan chico, y ya aprendiste algo que a la mayoría nos toma toda la vida aprender.
Juan Tonelli es escritor y speaker https://linktr.ee/juan.tonelli